(Este capítulo 34. Está basado en San Mateo 11:28-30).
"VENID a mí todos los que
estáis trabajados y cargados que yo os haré descansar." Estas palabras de
consuelo fueron dirigidas a la multitud que seguía a Jesús. El Salvador había
dicho que únicamente por él podían los hombres recibir un conocimiento de Dios.
Se había dirigido a los discípulos como a quienes se había dado un conocimiento
de las cosas celestiales. Pero no había dejado que nadie se sintiese privado de
su cuidado y amor. Todos los que están trabajados y cargados pueden venir a él.
Los escribas y rabinos, con su escrupulosa atención a las formas religiosas,
sentían una falta que los ritos de penitencia no podían nunca satisfacer. Los
publicanos y los pecadores podían afectar estar contentos con lo sensual y
terreno, pero en su corazón había desconfianza y temor. Jesús miraba a los
angustiados y de corazón cargado, a aquellos cuyas esperanzas estaban
marchitas, y a aquellos que trataban de aplacar el anhelo del alma con los
goces terrenales, y los invitaba a todos a hallar descanso en él. Tiernamente,
invitó así a la gente que se afanaba: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para
vuestras almas." En estas palabras, Cristo habla a todo ser humano.
Sépanlo o no, todos están cansados y cargados. Todos están agobiados con cargas
que únicamente Cristo puede suprimir. La carga más pesada que llevamos es la
del pecado. Si se nos deja solos para llevarla, nos aplastará. Pero el Ser sin
pecado tomó nuestro lugar. "Jehová
cargó en él el pecado de todos nosotros.'* (Isaías 53:6).
EL LLEVÓ LA CARGA de nuestra
culpabilidad. El sacará la carga de nuestros hombros cansados. Nos dará reposo.
Llevará también la carga de congoja y pesar. Nos invita a confiarle todos
nuestros cuidados, porque nos lleva sobre su corazón. El Hermano Mayor de
nuestra familia humana está al lado 296 del trono eterno. Mira a toda alma que
se vuelve hacia él como al Salvador. Sabe por experiencia cuáles son las
debilidades de la humanidad, cuáles son nuestras necesidades, y en qué reside
la fuerza de nuestras tentaciones, porque fue tentado en todo punto, así como
nosotros, aunque sin pecar.
Ø
El
vela sobre ti, tembloroso hijo de Dios.
¿Estás tentado? Él te librará.
¿Eres débil? Él te fortalecerá.
¿Eres ignorante? Te iluminará.
¿Estás herido? Te sanará.
El Señor "cuenta
el número de las estrellas;" y sin embargo, "sana a los quebrantados de corazón, y liga sus heridas."*
(Salmos 147:4,3). "Venid a mí," es su invitación. Cualesquiera
que sean nuestras ansiedades y pruebas, presentemos nuestro caso ante el Señor.
Nuestro espíritu será fortalecido para poder resistir. Se nos abrirá el camino
para librarnos de estorbos y dificultades. Cuanto más débiles e impotentes nos
reconozcamos, tanto más fuertes llegaremos a ser en su fortaleza. Cuanto más
pesadas nuestras cargas, más bienaventurado el descanso que hallaremos al
echarlas sobre el que las puede llevar.
EL DESCANSO QUE CRISTO OFRECE
depende de ciertas condiciones, pero éstas están claramente especificadas. Son
tales que todos pueden cumplirlas. Él nos dice exactamente cómo se ha de hallar
su descanso. "Llevad mi yugo sobre
vosotros," dice Jesús. El yugo es un instrumento de servicio. Se enyuga
a los bueyes para el trabajo, y el yugo es esencial para que puedan trabajar
eficazmente. Por esta ilustración, Cristo nos enseña que somos llamados a
servir mientras dure la vida. Hemos de tomar sobre nosotros su yugo, a fin de
ser colaboradores con él. El yugo que nos liga al servicio es la ley de Dios.
LA GRAN LEY DE AMOR REVELADA EN EL EDÉN,
proclamada en el Sinaí, y en el nuevo pacto escrita en el corazón, es la que
liga al obrero humano a la voluntad de Dios. Si fuésemos abandonados a nuestras
propias inclinaciones para ir adonde nos condujese nuestra voluntad, caeríamos
en las filas de Satanás y llegaríamos a poseer sus atributos. Por lo tanto,
Dios nos encierra en su voluntad, que es alta, noble y elevadora. El desea que
asumamos con paciencia y sabiduría los deberes de servirle. El yugo de este
servicio lo llevó Cristo mismo como humano. Él dijo: "Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley
está en medio de mi corazón."* (Salmos 40:8 VM.). "He descendido del
cielo, 297 no para hacer mi voluntad, más la voluntad del que me envió." (Juan
6:38).
EL AMOR HACIA DIOS, EL CELO POR SU GLORIA, Y EL AMOR POR LA
HUMANIDAD CAÍDA, trajeron a Jesús a esta tierra para
sufrir y morir. Tal fue el poder que rigió en su vida. Y él nos invita a
adoptar este principio. Son muchos aquellos cuyo corazón se conduele bajo una
carga de congojas, porque tratan de alcanzar la norma del mundo. Han elegido su
servicio, aceptado sus perplejidades, adoptado sus costumbres. Así su carácter
queda mancillado y su vida convertida en carga agobiadora. A fin de satisfacer
la ambición y los deseos mundanales, hieren la conciencia y traen sobre sí una
carga adicional de remordimiento. La congoja continua desgasta las fuerzas
vitales.
NUESTRO SEÑOR desea que pongan a un
lado ese yugo de servidumbre. Los invita a aceptar su yugo, y dice: "Mi
yugo es fácil, y ligera mi carga." Los invita a buscar primeramente el
reino de Dios y su justicia, y les promete que todas las cosas que les sean
necesarias para esta vida les serán añadidas. La congoja es ciega, y no puede
discernir lo futuro; pero Jesús ve el fin desde el principio. En toda
dificultad, tiene un camino preparado para traer alivio. Nuestro Padre
celestial tiene, para proveernos de lo que necesitamos, mil maneras de las cuales
no sabemos nada. Los que aceptan el principio de dar al servicio y la honra de
Dios el lugar supremo, verán desvanecerse las perplejidades y percibirán una
clara senda delante de sus pies.
"APRENDED DE MÍ -dice Jesús,- que soy manso y humilde
de corazón; y hallaréis descanso." Debemos entrar en la
escuela de Cristo, aprender de su mansedumbre y humildad. La redención es aquel
proceso por el cual el alma se prepara para el cielo. Esa preparación significa
conocer a Cristo. Significa emanciparse de ideas, costumbres y prácticas que se
adquirieron en la escuela del príncipe de las tinieblas. El alma debe ser
librada de todo lo que se opone a la lealtad a Dios. En el corazón de Cristo,
donde reinaba perfecta armonía con Dios, había perfecta paz. Nunca le halagaban
los aplausos, ni le deprimían las censuras o el chasco.
EN MEDIO DE LA MAYOR OPOSICIÓN O EL TRATO MÁS CRUEL, SEGUÍA
DE BUEN ÁNIMO. Pero muchos de los que profesan
seguirle tienen un corazón ansioso y angustiado porque temen confiarse a Dios.
No se entregan 298 completamente a él, porque rehúyen las consecuencias que una
entrega tal puede significar. A menos que se rindan así a él, no podrán hallar
paz. El amor a sí mismo es lo que trae inquietud. Cuando hayamos nacido de lo
alto, habrá en nosotros el mismo sentir que hubo en Jesús, el sentir que le
indujo a humillarse a fin de que pudiésemos ser salvos. Entonces no buscaremos
el puesto más elevado. Desearemos sentarnos a los pies de Jesús y aprender de
él. Comprenderemos que el valor de nuestra obra no consiste en hacer
ostentación y ruido en el mundo, ni en ser activos y celosos en nuestra propia
fuerza. El valor de nuestra obra está en proporción con el impartimiento del
Espíritu Santo. La confianza en Dios trae otras santas cualidades mentales, de
manera que en la paciencia podemos poseer nuestras almas.
EL YUGO SE COLOCA SOBRE LOS BUEYES
para ayudarles a arrastrar la carga, para aliviar esa carga. Así también sucede
con el yugo de Cristo. Cuando nuestra voluntad esté absorbida en la voluntad de
Dios, y empleemos sus dones para beneficiar a otros, hallaremos liviana la
carga de la vida. El que anda en el camino de los mandamientos de Dios, anda en
compañía de Cristo, y en su amor el corazón descansa. Cuando Moisés oró: "Ruégote que me muestres ahora tu
camino, para que te conozca," el Señor le contestó: "Mi rostro irá
contigo, y te haré descansar." Y por los profetas fue dado el mensaje:
"Así dijo Jehová: Paraos en los
caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino,
y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma."* (Éxodo 33:13,14;
Jeremías 6:16). Y él dice:
"¡Ojalá miraras tú a mis mandamientos! fuera entonces tu paz como un río,
y tu justicia como las ondas de la mar." * (Isaías 48:18).
Los que
aceptan la palabra de Cristo al pie de la letra, y entregan su alma a su
custodia, y su vida para que él la ordene, hallarán paz y quietud. Ninguna cosa
del mundo puede entristecerlos cuando Jesús los alegra con su presencia. En la
perfecta aquiescencia hay descanso perfecto. El Señor dice: "Tú le
guardarás en completa paz, cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti se ha
confiado."* (Isaías 26:3).
NUESTRA VIDA PUEDE PARECER ENREDADA,
pero al confiarnos al sabio Artífice Maestro, él desentrañará el modelo de vida
y carácter que sea para su propia gloria. Y ese carácter que expresa la gloria
-o carácter- 299 de Cristo, será recibido en el Paraíso de Dios Los miembros de
una raza renovada andarán con él en vestiduras blancas porque son dignos. A
medida que entramos por Jesús en el descanso, empezamos aquí a disfrutar del
cielo. Respondemos a su invitación: Venid, aprended de mí, y al venir así
comenzamos la vida eterna.
EL CIELO CONSISTE EN ACERCARSE INCESANTEMENTE A DIOS POR
CRISTO. Cuanto más tiempo estemos en el cielo de la felicidad,
tanto más de la gloria se abrirá ante nosotros; y cuanto más conozcamos a Dios,
tanto más intensa será nuestra felicidad. A medida que andamos con Jesús en
esta vida, podemos estar llenos de su amor, satisfechos con su presencia. Podemos
recibir aquí todo lo que la naturaleza humana puede soportar. Pero, ¿qué es
esto comparado con lo que nos espera más allá?
Allí "están
delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo: y el que está
sentado en el trono tenderá su pabellón sobre ellos. No tendrán más hambre, ni
sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni otro ningún calor. Porque el Cordero
que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes vivas de
aguas: y Dios limpiará toda lágrima de los ojos de ellos."* (Apocalipsis
7:15-17). 300
(Este capítulo 34. Está basado en San Mateo 11:28-30).
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