martes, marzo 30, 2021

REFLEXIÓN 623. CASTIGO DEL PECADO Y ESPERANZA EN EL ARREPENTIMIENTO (MIQUEAS 7).

Miqueas 7. Arrepentimiento De Israel Y Confesión De Fe: (1-2) Aunque Sion lamenta su pequeñez, su insignificancia (3-4) y la corrupción general, (5-7) pone su confianza no en el hombre, sino en Dios. (8-13) Ella triunfa sobre sus enemigos.

*Las condiciones morales descritas, son tan malas, que no se podía tener confianza en un amigo, un vecino, una esposa que duerme al "lado" o en cualquier miembro de la familia, aun los íntimos. Menos en las autoridades que administraban justicia por dinero. Solo se puede hallar seguridad y confianza en Dios. 

*Fuimos llamados por él, y es el único modelo que debemos tener como referente en nuestro peregrinaje a la Canaán celestial.

Pero aún hay esperanza para Israel. Y las promesas se harán realidad…. Tan seguros estaban los israelitas de su salvación final, que hacían resonar una nota de triunfo sobre el enemigo a quien Dios empleaba para castigar a Israel.

Desde los Versículos 14-17. ES LA ORACION En Procura De Restauración, Y Seguridad Ofrecida Por Dios. La conforta con sus promesas. confundiendo a los enemigos. Y FINALMENTE Se alaban la misericordia y fidelidad de Dios (18-20).

La Profecía de Miqueas termina con una oración para que Dios cumpla sus promesas para su pueblo. Yahweh es representado como el Pastor divino (cf. Sal. 23: 1), que con su vara o "cayado" (Sal. 23: 4) guiará a su pueblo, "tu heredad" (Sal. 28: 9; 95: 7) a buenos pastos (Eze. 34: 11-15).

1 ¡Ay De mí! porque estoy como cuando han recogido los frutos del verano, como cuando han rebuscado después de la vendimia, y no queda racimo para comer; mi alma deseó los primeros frutos. 2 Faltó el misericordioso de la tierra, y ninguno hay recto entre los hombres; todos acechan por sangre; cada cual arma red a su hermano.

3 Para completar la maldad con sus manos, el príncipe demanda, y el juez juzga por recompensa; y el grande habla el antojo de su alma, y lo confirman. 4 El mejor de ellos es como el espino; el más recto, como zarzal; el día de tu castigo viene, el que anunciaron tus atalayas; ahora será su confusión.

5 No creáis en amigo, ni confiéis en príncipe; de la que duerme a tu lado cuídate, no abras tu boca. 6 Porque el hijo deshonra al padre, la hija se levanta contra la madre, la nuera contra su suegra, y los enemigos del hombre son los de su casa. 7 Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá.

8 Tú, enemiga mía, no te alegres de mí, porque aunque caí, me levantaré; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz. 9 La ira de Jehová soportaré, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa y haga mi justicia; él me sacará a luz; veré su justicia. 10 Y Mi enemiga lo verá, y la cubrirá vergüenza; la que me decía: ¿Dónde está Jehová tu Dios? Mis ojos la verán; ahora será hollada como lodo dé las calles. 

11 Viene el día en que se edificarán tus muros; aquel día se extenderán los límites. 12 En ese día vendrán hasta ti desde Asiria y las ciudades fortificadas, y desde las ciudades fortificadas hasta el Río, y de mar a mar, y de monte a monte. 13 Y será asolada la tierra a causa de sus moradores, por el fruto de sus obras.

14 Apacienta tu pueblo con tu cayado, el rebaño de tu heredad, que mora solo en la montaña, en campo fértil; busque pasto en Basán y Galaad, como en el tiempo pasado. 15 Yo les mostraré maravillas como el día que saliste de Egipto. 16 Las naciones verán, y se avergonzarán de todo su poderío; pondrán la mano sobre su boca, ensordecerán sus oídos. 17 Lamerán el polvo como la culebra; como las serpientes de la tierra, temblarán en sus encierros; se volverán amedrentados ante Jehová nuestro Dios, y temerán a causa de ti.

18 ¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. 19 El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados. 20 Cumplirás la verdad a Jacob, y a Abraham la misericordia, que juraste a nuestros padres desde tiempos antiguos. (Miqueas 7).

1. ¡Ay de mí! El que habla parece ser Israel o Sión, o quizá los que se arrepintieron en Israel. Frutos del verano. La aplicación de esta figura podría aclararse en el vers. 2. Así como después de que se cosechan los frutos nada queda en el campo, así también después de la cosecha de mal, no se iba a encontrar ningún justo en Israel. O quizá se represente a Sión como quien viene buscando fruto después de que se ha recogido la cosecha, y no encuentra nada.

2. Faltó. Cf. Jer. 5: 1.

3. Con sus manos. Es oscuro el hebreo de la primera parte de este versículo. La LXX reza: "Preparan sus manos para mal". Recompensa. Aquí se condena el cohecho, un antiguo mal (ver Isa. 1: 23). Lo confirman. El hebreo de esta parte es oscuro. Esta forma verbal sólo aparece aquí, y por lo tanto su significado es dudoso.

4. Espino. Heb. jédeq, que se ha traducido "espinos" en Prov. 15: 19. Las espinas son duras, y pinchan lastimando a todo el que pasa.

5. Ni confiéis. Las condiciones morales descritas en los vers. 5 y 6 son tan malas, que no se podía tener confianza en un amigo, un vecino, una esposa que duerme al "lado" o en cualquier miembro de la familia, aun los íntimos.

6. Deshonra. Jesús citó las palabras de este versículo para describir las condiciones morales de la era cristiana (Mat. 10: 21, 35-36).

7. Mas yo a Jehová miraré. Hablando en nombre de Israel, el profeta expresa fe en Dios a pesar del castigo, y anticipa con confianza la restauración prometida.

8. No te alegres. Tan seguros estaban los israelitas de su salvación final, que hacían resonar una nota de triunfo sobre el enemigo a quien Dios empleaba para castigar a Israel.

9. Soportaré. Este es el lenguaje del verdadero arrepentido. Comprende que en Dios está su única esperanza. No pide que se disminuya su castigo. Sabe que cualquier cosa que haga Dios, será para su bien.

10. ¿Dónde está Jehová? Cf. Isa. 37: 10-13; Joel 2: 17.

 Como lodo. Ver Isa. 10: 6; Zac. 10: 5.

11. Viene el día. Literalmente, "un día". Una seguridad de restauración. 

Límites. Heb. joq, que aunque con frecuencia significa "decreto", también significa "frontera" (BJ) o "límite" (RVR).  En este último caso, es una predicción de que se dilatarían las fronteras de Israel.

12. Fortificadas. Heb. matsor, que con otra vocalización también puede traducirse como "Egipto" (como en la BJ). Asiria y Egipto habían mantenido al pueblo de Dios en cautiverio y esclavitud. Fortificadas hasta el Río. Heb. matsor, que también aquí podría traducirse como "Egipto". El "río" es el Éufrates. De mar a mar. No es claro de qué mares se trata. La expresión indica una amplia expansión. Lo mismo en el caso de la frase "de monte a monte".

13. Asolada. Parece que se trata de la tierra de los paganos. Como resultado de los castigos de Dios al liberar a Israel, muchas zonas quedarían grandemente despobladas.

14. Apacienta tu pueblo. La profecía de Miqueas termina con una oración para que Dios cumpla sus promesas para su pueblo. Yahweh es representado como el Pastor divino (cf. Sal. 23: 1), que con su vara o "cayado" (Sal. 23: 4) guiará a su pueblo, "tu heredad" (Sal. 28: 9; 95: 7) a buenos pastos (Eze. 34: 11-15). Mora sol. Cf. Núm. 23: 9.

Campo fértil. O, "tierra de huertos". Quizá tierra de muy buenos pastos. Basán y Galaad. Quizá se haga referencia a Basán y Galaad debido a sus ricos pastos, tal vez también porque esos territorios al este del Jordán -que habían quedado en poder de Asiria (ver com. 1 Crón. 5: 26)- serían recuperados.

15. Egipto. Dios promete igualar las "maravillas" que acompañaron al éxodo.

16. Verán. Anteriormente el enemigo se había jactado: "¿Dónde está Jehová tu Dios?" (vers. 10). Ahora se invertirían los papeles, los paganos reconocerían el poder de Jehová y se avergonzarían del poder de ellos, del que habían alardeado.

17. Lamerán el polvo. Figura que describe la máxima humillación posible (ver com. Sal. 72:9; cf. Isa. 49:23). Sus encierros. Las cavernas donde los impíos se ocultarían aterrorizados por el Señor.

18. ¿Qué Dios como tú? Miqueas termina su profecía con una nota de alabanza a Dios por su misericordia y fidelidad. Comparar con expresiones similares en Exo. 15:11; Sal. 71:19. Perdonas la maldad. Cf. Exo. 34: 7; Isa. 55: 7. No retuvo. Cf. Sal. 103: 9.

19. Sepultará nuestras iniquidades. Las iniquidades de Israel, que Miqueas había expuesto con pesar, serían generosamente perdonadas. Aunque aquí no se dice explícitamente, la única base del perdón era el arrepentimiento y la reforma. La disciplina del cautiverio tenía el propósito de que se efectuara un reavivamiento espiritual. Esto no sucedió en el caso de la mayoría, y por eso las gloriosas promesas con que Miqueas termina sus profecías nunca se realizaron en la nación de Israel. Por supuesto, hubo individuos que experimentaron la salvadora gracia de Dios y recibieron el perdón aquí prometido. Los cristianos también pueden pedir las bendiciones y por los méritos de la gracia de Cristo sus pecados pueden ser perfectamente perdonados. Para el que persevera hasta el fin, sus pecados nunca más serán mencionados contra él. Si apóstata y se pierde, todos sus pecados estarán frente a él en el día del juicio (ver com. Eze. 18: 21-24).

20. Cumplirás. Cf. Gén. 17: 1-9; 22: 16-18; 28: 13-15; Heb. 6: 13-18. Estas promesas, que debieran haber hallado un glorioso cumplimiento en la simiente literal de Israel, serán ahora cumplidas en la iglesia cristiana, que es la simiente espiritual de Abrahám (Gál. 3: 7, 9, 29; ver pp. 37-38). 4CBA

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COMENTARIOS DE (EGW).

Vers. 2,4. SE TRATABA VERDADERAMENTE DE UN TIEMPO DE GRAN PELIGRO PARA LA NACIÓN ESCOGIDA. Faltaban tan sólo unos años para que las diez tribus del reino de Israel quedasen esparcidas entre las naciones paganas. Y la perspectiva era sombría también en 240 el reino de Judá. Las fuerzas que obraban para el bien disminuían rápidamente y se multiplicaban las fuerzas favorables al mal. El profeta Miqueas, al considerar la situación, se sintió constreñido a exclamar: "Faltó el misericordioso de la tierra, y ninguno hay recto entre los hombres." "El mejor de ellos es como el cambrón; el más recto, como zarzal."(Miq. 7: 2, 4.) Isaías declaró: "Si Jehová de los ejércitos no hubiera hecho que nos quedasen muy cortos residuos, como Sodoma fuéramos y semejantes a Gomorra." (Isa. 1: 9.)

EN TODA ÉPOCA, por amor a los que permanecieron fieles, y también a causa de su infinito amor por los que yerran, Dios fue longánime con los rebeldes, y los instó a abandonar su conducta impía para retornar a él. Mediante los hombres a quienes designara, enseñó a los transgresores el camino de la justicia "renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá."(Isa. 28: 10.)

Y así sucedió durante el reinado de Acaz. Se envió al errante Israel una invitación tras otra para que volviese a ser leal a Jehová. Tiernas eran las súplicas que le dirigían los profetas; y mientras estaban exhortando fervorosamente al pueblo a que se arrepintiese y se reformase, sus palabras dieron fruto para gloria de Dios.

Por medio de Miqueas fue hecha esta súplica admirable: "Oíd ahora lo que dice Jehová: Levántate, pleitea con los montes, y oigan los collados tu voz. Oíd, montes, y fuertes fundamentos de la tierra, el pleito de Jehová: porque tiene Jehová pleito con su pueblo, y altercará con Israel.

"Pueblo mío, ¿qué te he hecho, o en qué te he molestado? Responde contra mí. Porque yo te hice subir de la tierra de Egipto, y de la casa de siervos te redimí; y envié delante de ti a Moisés, y a Aarón, y a María. "Pueblo mío, acuérdate ahora qué aconsejó Balac rey de Moab, y qué le respondió Balaam, hijo de Beor, desde Sittim hasta Gilgal, para que conozcas las justicias de Jehová." (Miq. 6: 1-5.) 241 El Dios a quien servimos es longánime; "porque nunca decayeron sus misericordias." (Lam. 3: 22.) Durante todo el tiempo de gracia, su Espíritu suplica a los hombres para que acepten el don de la vida. "Vivo yo, dice el Señor Jehová, que no quiero la muerte del impío, sino que se torne el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos: ¿y por qué moriréis?"(Eze. 33: 11.) Es el propósito especial de Satanás inducir a los hombres a pecar, y dejarlos luego, sin defensa ni esperanza, pero con temor de ir en busca de perdón. Mas Dios los invita así: "Echen mano esos enemigos de mi fortaleza, y hagan paz conmigo. ¡Sí, que hagan paz conmigo!"(Isa. 27: 5, V.M.) En Cristo han sido tomadas todas las medidas, y se ofrece todo aliento.

Durante la apostasía de Judá e Israel, muchos preguntaban: "¿Con qué prevendré a Jehová, y adoraré al alto Dios? ¿vendré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Agradaráse Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite?" La respuesta es clara y positiva: "Oh hombre, él te ha declarado qué sea lo bueno, y qué pida de ti Jehová: solamente hacer juicio, y amar misericordia, y humillarte para andar con tu Dios." (Miq. 6: 6-8.)

Al insistir en el valor de la piedad práctica, el profeta estaba tan sólo repitiendo el consejo dado a Israel siglos antes. Por medio de Moisés, mientras estaban los israelitas a punto de entrar en la tierra prometida, el Señor les había dicho: "Ahora pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que hayas bien?"(Deut. 10: 12, 13).

De Siglo En Siglo estos consejos fueron repetidos por los siervos de Jehová a los que estaban en peligro de caer en hábitos de formalismo, y de olvidarse de practicar la misericordia. Cuando Cristo mismo, durante su ministerio terrenal, fue interrogado así por un doctor de la ley: "Maestro, ¿cuál es el 242 mandamiento grande en la ley?" le contestó: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente. Este es el primero y el grande mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas." (Mat. 22: 36-40.)

Estas claras expresiones de los profetas y del Maestro mismo deben ser recibidas como voz del Cielo para toda alma. No debemos desperdiciar oportunidad alguna de cumplir actos de misericordia, de tierna prevención y cortesía cristiana en favor de los cargados y oprimidos. Si nos es imposible hacer más, podemos dirigir palabras de aliento y esperanza a los que no conocen a Dios y a quienes podemos alcanzar con más facilidad mediante la simpatía y el amor.

Ricas y abundantes son las promesas hechas a los que se mantienen alerta para ver las oportunidades de infundir gozo y bendición en la vida ajena. "Y si derramares tu alma al hambriento, y saciares el alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el medio día; y Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías hartará tu alma, y engordará tus huesos; y serás como huerta de riego, y como manadero de aguas, cuyas aguas nunca faltan."(Isa. 58: 10, 11.) PR/EGW 239-242.

Vers. 7-9. DIOS HABÍA PREPARADO en verdad el corazón de los hombres principales de Judá para que encabezaran un decidido movimiento de reforma, a fin de detener la marea de la apostasía. Por medio de sus profetas, había enviado a su pueblo escogido mensaje tras mensaje de súplica ferviente, mensajes que habían sido despreciados y rechazados por las diez tribus del reino de Israel, ahora entregadas al enemigo. Pero en Judá quedaba un buen remanente, y a este residuo continuaron dirigiendo sus súplicas los profetas. Oigamos a Isaías instarlo: "Convertíos a aquel contra quien los hijos de Israel profundamente se rebelaron." (Isa. 31: 6.) Escuchemos a Miqueas declarar con confianza: "Yo empero a Jehová esperaré, esperaré al Dios de mi salud: el Dios mío me oirá. Tú, enemiga mía, no te huelgues de mí: porque aunque caí, he de levantarme; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz. La ira de Jehová soportaré, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa y haga mi juicio; él me sacará a luz; veré su justicia." (Miqueas 7: 7-9.)

Estos mensajes y otros parecidos revelaban cuán dispuesto estaba Dios a perdonar y aceptar a aquellos que se tornasen a él con firme propósito en el corazón, y habían infundido esperanza a muchas almas desfallecientes durante los años de obscuridad mientras las puertas del templo permanecían cerradas; y al iniciar los caudillos una reforma, una multitud del pueblo, cansada del dominio del pecado, se manifestaba lista para responder. PR. 247.

DIRIGID a la gente palabras de aliento; elevadla hasta Dios en oración.  Muchos vencidos por la tentación se sienten humillados por sus caídas, y les parece inútil acercarse a Dios; pero este pensamiento es del enemigo.  Cuando han pecado y se sienten incapaces de orar, decidles que es entonces cuando deben orar.  Bien pueden estar avergonzados y profundamente humillados; pero cuando confiesen sus pecados, Aquel que es fiel y justo se los perdonará y los limpiará de toda iniquidad.

No hay nada al parecer tan débil, y no obstante tan invencible, 137 como el alma que siente su insignificancia y confía por completo en los méritos del Salvador.  Mediante la oración, el estudio de su Palabra y el creer que su presencia mora en el corazón, el más débil ser humano puede vincularse con el Cristo vivo, quien lo tendrá de la mano y nunca lo soltará.

Estas preciosas palabras puede hacerlas suyas toda alma que more en Cristo.  Puede decir: "A Jehová esperaré, esperaré al Dios de mi salud: el Dios mío me oirá. Tú, enemiga mía, no te huelgues de mí:  porque aunque caí, he de levantarme; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz...." "El tendrá misericordia de nosotros; él sujetará nuestras iniquidades, y echará en los profundos de la mar todos nuestros pecados." (Miqueas 7:7, 8, 19). Dios ha prometido lo siguiente: "Haré más precioso que el oro fino al varón, y más que el oro de Ophir al hombre." (Isaías 13:12.) "Bien que fuisteis echados entre los tiestos, seréis como las alas de la paloma cubierta de plata, y sus plumas con amarillez de oro." (Salmo 68:13). Aquellos a quienes Cristo más haya perdonado serán los que más le amarán. Estos son los que en el último día estarán más cerca de su trono. "Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes." (Apocalipsis 22:4.) MC 136.137

Si bien es cierto que la inteligencia de los hombres no es capaz de penetrar en los consejos del Eterno, ni de comprender enteramente el modo en que se cumplen sus designios, el hecho de que le resulten tan vagos los mensajes del cielo se debe con frecuencia a algún error o descuido de su parte. A menudo la mente del pueblo -y hasta de los siervos de Dios- es ofuscada por las opiniones humanas, las tradiciones y las falsas enseñanzas de los hombres, de suerte que no alcanzan a comprender más que parcialmente las grandes cosas que Dios reveló en su Palabra. Así les pasó a los discípulos de Cristo, cuando el mismo Señor estaba con ellos en persona. Su espíritu estaba dominado por la creencia popular de que el Mesías sería un príncipe terrenal, que exaltaría a Israel a la altura de un imperio universal, y no pudieron comprender el significado de sus palabras cuando les anunció sus padecimientos y su muerte.

El mismo Cristo los envió con el mensaje: "Se ha cumplido el tiempo, y se ha acercado el reino de Dios: arrepentíos, y creed el evangelio." (S. Marcos 1: 15, V.M.) El mensaje se fundaba en la profecía del capítulo noveno de Daniel. El ángel había declarado que las sesenta y nueve semanas alcanzarían "hasta el Mesías Príncipe," y con grandes esperanzas y gozo anticipado los discípulos anhelaban que se estableciera en Jerusalén el reino del Mesías que debía extenderse por toda la tierra.

Predicaron el mensaje que Cristo les había confiado aun cuando ellos mismos entendían mal su significado. Aunque su mensaje se basaba en Daniel 9:25, no notaron que, según el versículo siguiente del mismo capítulo, el Mesías iba a ser muerto. Desde su más tierna edad la esperanza de su corazón se había cifrado en la gloria de un futuro imperio terrenal, y eso les cegaba la inteligencia con respecto tanto a los datos de la profecía como a las palabras de Cristo.

Cumplieron su deber presentando a la nación judaica el llamamiento misericordioso, y luego, en el momento mismo en que esperaban ver a su Señor ascender al trono de David, le 394 vieron aprehendido como un malhechor, azotado, escarnecido y condenado, y elevado en la cruz del Calvario. ¡Qué desesperación y qué angustia no desgarraron los corazones de esos discípulos durante los días en que su Señor dormía en la tumba!

Cristo había venido al tiempo exacto y en la manera que anunciara la profecía. La declaración de las Escrituras se había cumplido en cada detalle de su ministerio. Había predicado el mensaje de salvación, y "su palabra era con autoridad." Los corazones de sus oyentes habían atestiguado que el mensaje venía del cielo. La Palabra y el Espíritu de Dios confirmaban el carácter divino de la misión de su Hijo.

Los discípulos seguían aferrándose a su amado Maestro con afecto indisoluble. Y sin embargo sus espíritus estaban envueltos en la incertidumbre y la duda. En su angustia no recordaron las palabras de Cristo que aludían a sus padecimientos y a su muerte. Si Jesús de Nazaret hubiese sido el verdadero Mesías, ¿habríanse visto ellos sumidos así en el dolor y el desengaño? Tal era la pregunta que les atormentaba el alma mientras el Salvador descansaba en el sepulcro durante las horas desesperanzadas de aquel sábado que medió entre su muerte y su resurrección. Aunque el tétrico dolor dominaba a estos discípulos de Jesús, no por eso fueron abandonados. El profeta dice: "¡Aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz! . . . El me sacará a luz; veré su justicia." "Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día: lo mismo te son las tinieblas que la luz." Dios había dicho: "Para el recto se levanta luz en medio de tinieblas." "Y conduciré a los ciegos por un camino que no conocen; por senderos que no han conocido los guiaré; tornaré tinieblas en luz delante de ellos, y los caminos torcidos en vías rectas. Estas son mis promesas; las he cumplido, y no las he dejado sin efecto." (Miqueas 7: 8, 9; Salmos 139: 12; 112: 4, V.M.; Isaías 42: 16, V.M.). CS 393.394.

NÓTESE cómo en toda la Palabra de Dios se manifiesta el espíritu de insistencia que suplica a los hombres a que acudan a Cristo.  Debemos aprovechar toda oportunidad, en privado y en público, para presentar todo argumento e insistir con razones de alcance infinito a fin de atraer a los hombres al Salvador.  Con toda nuestra fuerza hemos de instarles para que miren a Jesús y acepten su vida de abnegación y sacrificio.  Debemos mostrarles que esperamos verlos alegrar el corazón de Cristo haciendo uso de cada uno de sus dones para honrar su nombre.

"En esperanza somos salvos." (Romanos 8:24). Hay que inducir a los caídos a que sientan que no es demasiado tarde para ser hombres.  Cristo honró al hombre con su confianza, y así le puso en la obligación de ser fiel a su honor.  Aun a aquellos que habían caído más bajo los trataba con respeto.  Era un dolor continuo para Cristo arrostrar la hostilidad, la depravación y la impureza; pero nunca dijo nada que denotase que su sensibilidad había sido herida u ofendido su gusto refinado.  Cualesquiera que fueran los hábitos viciosos, los fuertes prejuicios o las pasiones despóticas de los seres humanos, siempre les hacía frente con ternura compasiva.  Al participar de su Espíritu, miraremos a todos los hombres como a hermanos, que sufren las mismas tentaciones y pruebas que nosotros, que caen a menudo y se esfuerzan por levantarse, que luchan con desalientos y dificultades, y que anhelan simpatía y ayuda. 123 Entonces los trataremos de tal manera que no los desalentemos ni los rechacemos, sino que despertemos esperanza en sus corazones.  Al ser así alentados, podrán decir con confianza: "Tú, enemiga mía, no te huelgues de mí: porque aunque caí, he de levantarme; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz."  El juzgará mi causa y hará "mi juicio, ... me sacará a luz; veré su justicia." (Miqueas 7:8, 9). Dios "miró sobre todos los moradores de la tierra. El formó el corazón de todos ellos." (Salmo 33:14, 15.)

Al Tratar Nosotros Con Los Tentados y extraviados, nos manda: Considérate "a ti mismo, porque tú no seas también tentado." (Gálatas 6:1.)  Si sentimos nuestras propias flaquezas, nos compadeceremos de las flaquezas ajenas. "Porque, ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido?" (1 Corintios 4:7.)  "Uno es vuestro Maestro; ... y todos vosotros sois hermanos." (S. Mateo 23:8.)  "¿Por qué juzgas a tu hermano? o tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano?" "Así que, no juzguemos más los unos de los otros: antes bien juzgad de no poner tropiezo o escándalo al hermano." (Romanos 14:10,13.)

Es Siempre Humillante que se nos señalen nuestros errores.  Nadie debe amargar tan triste experiencia con censuras innecesarias.  Nadie fue jamás regenerado con oprobios, pero éstos han repelido a muchos y los indujeron a endurecer sus corazones contra todo convencimiento.  La ternura, la mansedumbre y la persuasión pueden salvar al extraviado y cubrir multitud de pecados.

El apóstol Pablo veía la necesidad de reprobar el mal, pero ¡con cuánto cuidado procuraba manifestar que era amigo de los extraviados! ¡Con cuánta ansiedad les explicaba el motivo de su proceder!  Les daba a entender que sentía mucho afligirlos.  Demostraba su confianza y simpatía para con los que luchaban por vencer. MC 122,123.

MÁS DE UN OBRADOR de iniquidad ha excusado su propio pecado señalando la caída de David; pero ¡cuán pocos son los que manifiestan la penitencia y la humildad de David! ¡Cuán pocos soportarían la reprensión y la retribución con la paciencia y la fortaleza que él manifestó!

El había confesado su pecado, y durante muchos años había procurado cumplir su deber como fiel siervo de Dios; había trabajado por la edificación de su reino, y éste había alcanzado bajo su gobierno una fortaleza y una prosperidad nunca logradas antes.  

Había reunido enormes cantidades de material para la construcción de la casa de Dios; y ahora, ¿iba a ser barrido todo el trabajo de su vida? ¿Debían los resultados de muchos años de labor consagrada, la obra del genio, de la devoción y del buen 798 gobierno, pasar a las manos de su hijo traidor y temerario, que no consideraba el honor de Dios ni la prosperidad de Israel? ¡Cuán natural hubiera parecido que David murmurase contra Dios en esta gran aflicción!

Pero él vio en su propio pecado la causa de su dificultad.  Las palabras del profeta Miqueas respiran el espíritu que alentó el corazón de David: "Aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz. La ira de Jehová soportaré, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa y haga mi juicio." (Miq. 7: 8, 9.)

Y el Señor no abandonó a David.  Este capítulo de su experiencia cuando, sufriendo los insultos más crueles y los agravios más severos, se muestra humilde, desinteresado, generoso y sumiso, es uno de los más nobles de toda su historia.  Jamás fue el gobernante de Israel más verdaderamente grande a los ojos del cielo que en esta hora de más profunda humillación exterior.

SI DIOS HUBIERA PERMITIDO QUE DAVID continuase sin reprensión por su pecado, y que permaneciera en paz y prosperidad en su trono mientras estaba violando los preceptos divinos, el escéptico y el infiel habrían tenido alguna excusa para citar la historia de David como un oprobio para la religión de la Biblia.

Pero en la aflicción por la que hizo pasar a David, el Señor muestra que no puede tolerar ni excusar el pecado.  Y la historia de David nos permite ver también los grandes fines que Dios tiene en perspectiva en su manera de tratar con el pecado; nos permite seguir, aun a través de los castigos más tenebrosos, el desenvolvimiento de sus propósitos de misericordia y de beneficencia. Hizo pasar a David bajo la vara, pero no lo destruyó: el horno es para purificar, pero no para consumir.  El Señor dice "Si dejaron sus hijos mi ley, y no anduvieren en mis juicios; si profanaron mis estatutos, y no guardaren mis mandamientos; entonces visitaré con vara su rebelión, y con azotes sus iniquidades.  Mas no quitaré de él mi misericordia, ni falsearé mi verdad." (Sal. 89: 30-33). PP 797,798

EL DÍA DE LIBERACIÓN SE ACERCA. "Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para corroborar a los que tienen corazón perfecto para con él." (2 Crón. 16: 9.) Entre todas las naciones, tribus y lenguas, ve a hombres que oran por luz y conocimiento. Sus almas no están satisfechas, pues han estado alimentándose durante mucho tiempo con cenizas. (Isa. 44: 20.) El enemigo de toda justicia las ha extraviado, y andan a tientas como ciegos. Pero tienen un corazón sincero, y desean conocer un camino mejor. Aunque sumidas en las profundidades del paganismo, y sin conocimiento de la ley de Dios escrita ni de su Hijo Jesús, han revelado de múltiples maneras que su espíritu y su carácter sienten el efecto de un poder divino.

A veces los que no tienen otro conocimiento de Dios que el recibido por operación de la gracia divina, han manifestado bondad hacia sus siervos, protegiéndolos con peligro de su propia vida. El Espíritu Santo está implantando la gracia de Cristo en el corazón de muchos nobles buscadores de la verdad, y despierta sus simpatías en forma que contraría su naturaleza y su educación anterior. La "luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo" (Juan 1: 9), resplandece en su alma; y esta luz, si la siguen, guiará sus pies hacia el 280 reino de Dios. El profeta Miqueas dijo: "Aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz.... Hasta que juzgue mi causa y haga mi juicio él me sacará a luz; veré su justicia." (Miq. 7: 8, 9.)

El plan de salvación trazado por el Cielo es bastante amplio para abarcar todo el mundo. Dios anhela impartir el aliento de vida a la humanidad postrada. Y no permitirá que se quede chasqueado nadie que anhele sinceramente algo superior y más noble que cuanto puede ofrecer el mundo. Envía constantemente sus ángeles a aquellos que, si bien están rodeados por las circunstancias más desalentadoras, oran con fe para que algún poder superior a sí mismos se apodere de ellos y les imparta liberación y paz. De varias maneras Dios se les revelará, y los hará objeto de providencias que establecerán su confianza en Aquel que se dio a sí mismo en rescate por todos, "a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios, y guarden sus mandamientos." (Sal. 78: 7.)

"¿Será quitada la presa al valiente? o ¿libertaráse la cautividad legítima? Así empero dice Jehová: Cierto, la cautividad será quitada al valiente, y la presa del robusto será librada." (Isa. 49: 24, 25.) "Serán vueltos atrás, y en extremo confundidos, los que confían en las esculturas, y dicen a las estatuas de fundición: Vosotros sois nuestros dioses." (Isa. 42: 17.) "Bienaventurado aquel en cuya ayuda es el Dios de Jacob, cuya esperanza es en Jehová su Dios." (Sal. 146: 5.) "Tornaos a la fortaleza, oh presos de esperanza." (Zac. 9: 12.) Para todos los de corazón sincero que viven en tierras paganas, para los que son "rectos" a la vista del Cielo, la luz "resplandeció en las tinieblas." (Sal. 112: 4.) Dios ha declarado: "Y guiaré los ciegos por camino que no sabían, haréles pisar por las sendas que no habían conocido; delante de ellos tornaré las tinieblas en luz, y los rodeos en llanura. Estas cosas les haré, y no los desampararé." (Isa. 42: 16.) PR 280

Vers. 18. "DIOS ES AMOR", está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba. Los hermosos pájaros que llenan el aire de melodías con sus preciosos cantos, las flores exquisitamente matizadas que en su perfección perfuman el aire, los elevados árboles del bosque con su rico follaje de viviente verdor, todos dan testimonio del tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y de su deseo de hacer felices a sus hijos.

La Palabra de Dios revela su carácter. El mismo ha declarado su infinito amor y piedad. Cuando Moisés dijo: "Ruégote me permitas ver tu gloria", Jehová respondió: "Yo haré que pase toda mi benignidad ante tu vista". (Éxodo 33: 18, 19)  Tal es su gloria. Jehová pasó delante de Moisés y clamó: "Jehová, Jehová, Dios compasivo y clemente lento en iras y grande en misericordia y en Fidelidad; que usa de misericordia hasta la milésima generación; que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado". (Éxodo 34: 6, 7)  "Lento en iras y grande en misericordia" (Jonás 4: 2)  "Porque se deleita en la misericordia". (Miqueas 7: 18)  CC 8.

"EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA, DÁNOSLO HOY" La primera mitad de la oración que Jesús nos enseñó tiene que ver con el nombre, el reino y la voluntad de Dios: que sea honrado su nombre, establecido su reino y hecha su voluntad.  Y así, cuando hayamos hecho del servicio de Dios nuestro primer interés, podremos pedir que nuestras propias necesidades sean suplidas y tener la confianza de que lo serán.  Si hemos renunciado al yo y nos hemos entregado a Cristo, somos miembros de la familia de Dios, y todo cuanto hay en la casa del Padre es nuestro.  Se nos ofrecen todos los tesoros de Dios, tanto en el mundo actual como en el venidero.  El ministerio de los ángeles, el don del Espíritu, las labores de los siervos, todas estas cosas son para nosotros.  El mundo, con cuanto contiene, es nuestro en la medida en que pueda beneficiamos.  Aun la enemistad de los malos resultará una bendición, porque nos disciplinará para entrar en los cielos. 

Si somos "de Cristo", "todo" es nuestro. *1 Corintios 3:23, 21. Por ahora somos como hijos que aún no disfrutan de su 95 herencia.  Dios no nos confía nuestro precioso legado, no sea que Satanás nos engañe con sus artificios astutos, como engañó a la primera pareja en el Edén.  Cristo lo guarda seguro para nosotros fuera del alcance del despojador.  Como hijos, recibiremos día tras día lo que necesitamos para el presente. 

Diariamente debemos pedir: "El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy".  No nos desalentemos si no tenemos bastante para mañana.  Su promesa es segura: "Vivirás en la tierra, y en verdad serás alimentado".  Dice David: "Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan".  El mismo Dios que envió los cuervos para dar pan a Elías, cerca del arroyo de Querit, no descuidará a ninguno de sus hijos fieles y abnegados.  Del que anda en la justicia se ha escrito: "Se le dará su pan, y sus aguas serán seguras".  "No serán avergonzados en el mal tiempo, y en los días de hambre serán saciados". "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" El que alivió los cuidados y ansiedades de su madre viuda y lo ayudó a sostener la familia en Nazaret, simpatiza con toda madre en la lucha para proveer alimento a sus hijos.

Quien se compadeció de las multitudes porque “estaban desamparadas y dispersas", *Salmo 37:3 (VV, 1909). 25; Isaías 33:16; Salmo 37:19; Romanos 8:32; Mateo 9:36, sigue teniendo compasión de los pobres que sufren.  Les extiende la mano para bendecirlos, y en la misma plegaria que dio a sus discípulos nos enseña a acordarnos de los pobres.

Al orar: "El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy", pedimos para los demás tanto como para nosotros mismos.  Reconocemos que lo que Dios nos da no es para nosotros solos.  Dios nos lo confía para que alimentemos a los hambrientos.

De su bondad ha hecho provisión para el pobre.  Dice: "Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos. . . Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos".* Salmo 68:10; Lucas 14:12-14.    96

"Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra".  "El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará". *2 Corintios 9:8, 6.

La oración por el pan cotidiano incluye no solamente el alimento para sostener el cuerpo, sino también el pan espiritual que nutrirá el alma para vida eterna.  Nos dice Jesús: "Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece".  "Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre". * Juan 6:27, 51.  Nuestro Salvador es el pan de vida; cuando miramos su amor y lo recibimos en el alma, comemos el pan que desciende del cielo.

Recibimos a Cristo por su Palabra, y se nos da el Espíritu Santo para abrir la Palabra de Dios a nuestro entendimiento y hacer penetrar sus verdades en nuestro corazón.  Hemos de orar día tras día para que, mientras leemos su Palabra, Dios nos envíe su Espíritu con el fin de revelarnos la verdad que fortalecerá nuestras almas para las necesidades del día.

Al enseñarnos a pedir cada día lo que necesitamos, tanto las bendiciones temporales como las espirituales, Dios desea alcanzar un propósito para beneficio nuestro.  Quiere que sintamos cuánto dependemos de su cuidado constante, porque procura atraernos a una comunión íntima con él.  En esta comunión con Cristo, mediante la oración y el estudio de las verdades grandes y preciosas de su Palabra, seremos alimentados como almas con hambre; como almas sedientas seremos refrescados en la fuente de la vida. DMJ 94-96.

Cuando Jesús se refirió a las bendiciones dadas a los gentiles, el fiero orgullo nacional de sus oyentes despertó, y las palabras de él se ahogaron en un tumulto de voces. Esa gente se había jactado de guardar la ley; pero ahora que veía ofendidos sus prejuicios, estaba lista para cometer homicidio. La asamblea se disolvió, y empujando a Jesús, le echó de la sinagoga y de la ciudad. Todos parecían ansiosos de matarle. Le llevaron hasta la orilla de un precipicio, con la intención de despeñarle. Gritos y maldiciones llenaban el aire. 

Algunos le tiraban piedras, cuando repentinamente desapareció de entre ellos. Los mensajeros celestiales que habían estado a su lado en la sinagoga estaban con él en medio de la muchedumbre enfurecida. Le resguardaron de sus enemigos y le condujeron a un lugar seguro. 207 También los ángeles habían protegido a Lot y le habían conducido en salvo de en medio de Sodoma. Así protegieron a Eliseo en la pequeña ciudad de la montaña. Cuando las colinas circundantes estaban ocupadas por caballos y carros del rey de Siria, y por la gran hueste de sus hombres armados, Eliseo contempló las laderas más cercanas cubiertas con los ejércitos de Dios: caballos y carros de fuego en derredor del siervo del Señor. Así, en todas las edades, los ángeles han estado cerca de los fieles que siguieran a Cristo. 

La vasta confederación del mal está desplegada contra todos aquellos que quisieren vencer; pero Cristo quiere que miremos las cosas que no se ven, los ejércitos del cielo acampados en derredor de los que aman a Dios, para librarlos. De qué peligros, vistos o no vistos, hayamos sido salvados por la intervención de los ángeles, no lo sabremos nunca hasta que a la luz de la eternidad veamos las providencias de Dios. Entonces sabremos que toda la familia del cielo estaba interesada en la familia de esta tierra, y que los mensajeros del trono de Dios acompañaban nuestros pasos día tras día. Cuando en la sinagoga Jesús leyó la profecía, se detuvo antes de la especificación final referente a la obra del Mesías. 

Habiendo leído las palabras: "A proclamar año de la buena voluntad de Jehová," omitió la frase: "Y día de venganza del Dios nuestro.'* (Isaías 61:2). Esta frase era tan cierta como la primera de la profecía, y con su silencio Jesús no negó la verdad. Pero sus oyentes se deleitaban en espaciarse en esa última expresión, y deseaban ansiosamente su cumplimiento. Pronunciaban juicios contra los paganos, no discerniendo que su propia culpa era mayor que la de los demás. Ellos mismos estaban en la más profunda necesidad de la misericordia que estaban tan listos para negar a los paganos. Ese día en la sinagoga, cuando Jesús se levantó entre ellos, tuvieron oportunidad de aceptar el llamamiento del cielo. Aquel que "es amador de misericordia,"* (Miqueas 7:18).  Anhelaba salvarlos de la ruina que sus pecados atraían. No iba a abandonarlos sin llamarlos una vez más al arrepentimiento. DTG 206-207

TODA AQUELLA NOCHE Jesús la pasó en oración, y por la mañana volvió al templo. Mientras iba, pasó al lado de un huerto de higueras. Tenía hambre y, "viendo de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó, si quizá hallaría en ella algo; y como vino a ella, nada halló sino hojas; porque no era tiempo de higos." No era tiempo de higos maduros, excepto en ciertas localidades; y acerca de las tierras altas que rodean a Jerusalén, se podía decir con acierto: "No era tiempo de higos." 

Pero en el huerto al cual Jesús se acercó había un árbol que parecía más adelantado que los demás. Estaba ya cubierto de hojas. Es natural en la higuera que aparezcan los frutos antes que se abran las hojas. Por lo tanto, este árbol cubierto de hojas prometía frutos bien desarrollados. Pero su apariencia era engañosa. Al revisar sus ramas, desde la más baja hasta la más alta, Jesús no "halló sino hojas." No era sino engañoso follaje, nada más. 

Cristo pronunció una maldición agostadora. "Nunca más coma nadie fruto de ti para siempre," dijo. A la mañana siguiente, mientras el Salvador y sus discípulos volvían otra 535 vez a la ciudad, las ramas agostadas y las hojas marchitas llamaron su atención. "Maestro --dijo Pedro,-- he aquí la higuera que maldijiste, se ha secado." El acto de Cristo, al maldecir la higuera, había asombrado a los discípulos. Les pareció muy diferente de su proceder y sus obras. 

Con frecuencia le habían oído declarar que no había venido para condenar al mundo, sino para que el mundo pudiese ser salvo por él. Recordaban sus palabras: "El Hijo del hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas."*(Lucas 9:56). Había realizado sus obras maravillosas para restaurar, nunca para destruir. Los discípulos le habían conocido solamente como el Restaurador, el Sanador. Este acto era único. ¿Cuál era su propósito? se preguntaban. 

Dios "es amador de misericordia." "Vivo yo, dice el Señor Jehová, que no quiero la muerte del impío."* (Miqueas 7:18; Ezequiel 33:11). Para él la obra de destrucción y condenación es una "extraña obra."* (Isaías 28:21).

PERO, CON MISERICORDIA Y AMOR, alza el velo de lo futuro y revela a los hombres los resultados de una conducta pecaminosa. La maldición de la higuera era una parábola llevada a los hechos. Ese árbol estéril, que desplegaba su follaje ostentoso a la vista de Cristo, era un símbolo de la nación judía. El Salvador deseaba presentar claramente a sus discípulos la causa y la certidumbre de la suerte de Israel. 

Con este propósito invistió al árbol con cualidades morales y lo hizo exponente de la verdad divina. Los judíos se distinguían de todas las demás naciones porque profesaban obedecer a Dios. Habían sido favorecidos especialmente por él, y aseveraban tener más justicia que los demás pueblos. Pero estaban corrompidos por el amor del mundo y la codicia de las ganancias. Se jactaban de su conocimiento, pero ignoraban los requerimientos de Dios y estaban llenos de hipocresía. 

Como el árbol estéril, extendían sus ramas ostentosas, de apariencia exuberante y hermosas a la vista, pero no daban sino hojas. La religión judía, con su templo magnífico, sus altares sagrados, sus sacerdotes mitrados y ceremonias impresionantes, era hermosa en su apariencia externa, pero carente de humildad, amor y benevolencia. Ningún árbol del huerto tenía fruta, pero los árboles que no tenían hojas no despertaban expectativa ni defraudaban esperanzas. 

Estos árboles representaban a los gentiles. Estaban tan 536 desprovistos de piedad como los judíos; pero no profesaban servir a Dios. No aseveraban jactanciosamente ser buenos. Estaban ciegos respecto de las obras y los caminos de Dios. Para ellos no había llegado aún el tiempo de los frutos. 

Estaban esperando todavía el día que les había de traer luz y esperanza. Los judíos, que habían recibido mayores bendiciones de Dios, eran responsables por el abuso que habían hecho de esos dones. Los privilegios de los que se habían jactado, no hacían sino aumentar su culpabilidad. Jesús había acudido a la higuera con hambre, para hallar alimento. Así también había venido a Israel, anhelante de hallar en él los frutos de la justicia. Les había prodigado sus dones, a fin de que pudiesen llevar frutos para beneficiar al mundo. Les había concedido toda oportunidad y privilegio, y en pago buscaba su simpatía y cooperación en su obra de gracia. 

Anhelaba ver en ellos abnegación y compasión, celo en servir a Dios y una profunda preocupación por la salvación de sus semejantes. Si hubiesen guardado la ley de Dios, habrían hecho la misma obra abnegada que hacía Cristo. Pero el amor hacia Dios y los hombres estaba eclipsado por el orgullo y la suficiencia propia. Se atrajeron la ruina al negarse a servir a otros. No dieron al mundo los tesoros de la verdad que Dios les había confiado. 

Podrían haber leído tanto su pecado como su castigo en el árbol estéril. Marchitada bajo la maldición del Salvador, allí, de pie, seca hasta la raíz, la higuera representaba lo que sería el pueblo judío cuando la gracia de Dios se apartase de él. Por cuanto se negaba a impartir bendiciones, ya no las recibiría. "Te perdiste, oh Israel," dice el Señor. *(Oseas 13:9).

La amonestación que dio Jesús por medio de la higuera es para todos los tiempos. El acto de Cristo, al maldecir el árbol que con su propio poder había creado, se destaca como amonestación a todas las iglesias y todos los cristianos. Nadie puede vivir la ley de Dios sin servir a otros. Pero son muchos los que no viven la vida misericordiosa y abnegada de Cristo. 

Algunos de los que se creen excelentes cristianos no comprenden lo que es servir a Dios. Sus planes y sus estudios tienen por objeto agradarse a sí mismos. Obran solamente con referencia a sí mismos. El tiempo tiene para ellos valor únicamente en la medida en que les permite juntar para sí. Este es su objeto en 537 todos los asuntos de la vida. No obran para otros, sino para sí mismos. 

Dios los creó para vivir en un mundo donde debe cumplirse un servicio abnegado. Los destinó a ayudar a sus semejantes de toda manera posible. Pero el yo asume tan grandes proporciones que no pueden ver otra cosa. No están en contacto con la humanidad. Los que así viven para sí son como la higuera que tenía mucha apariencia, pero no llevaba fruto. Observan la forma de culto, pero sin arrepentimiento ni fe. Profesan honrar la ley de Dios, pero les falta la obediencia. Dicen, pero no hacen. En la sentencia pronunciada sobre la higuera, Cristo demostró cuán abominable es a sus ojos esta vana pretensión. Declaró que el que peca abiertamente es menos culpable que el que profesa servir a Dios pero no lleva fruto para su gloria.  DTG 534-537.

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No es cosa fácil obtener el inestimable tesoro de la vida eterna. Nadie puede hacer esto e ir a la deriva con la corriente del mundo. Ha de salir del mundo, separarse de él, y no tocar lo inmundo. Nadie puede proceder como un mundano sin ser arrastrado por la corriente del mundo. Nadie hará progreso alguno en sentido ascendente sin esfuerzo perseverante. El que quiere vencer tiene que afirmarse en Cristo. No ha de mirar atrás, sino mantener la vista siempre en alto, obteniendo una gracia tras otra. La vigilancia individual es el precio de la seguridad. Satanás está jugando la partida de la vida por nuestra [109] alma. No os inclinéis a su lado ni una pulgada, no sea que obtenga ventaja sobre vosotros.

Si alguna vez alcanzamos el cielo será por ligar nuestras almas a Cristo, apoyarnos en él y romper las ataduras del mundo, sus locuras y sus encantos. Debe haber de nuestra parte una cooperación espiritual con los seres celestiales. Debemos creer, trabajar, orar, velar y esperar. Como hemos sido comprados por el Hijo de Dios, somos su propiedad y cada uno debiera recibir educación en la escuela de Cristo. Tanto docentes como alumnos deben hacer una obra diligente para la eternidad. El fin de todas las cosas está cerca. Se necesitan ahora hombres y mujeres armados y equipados para luchar en favor de Dios.

No es al hombre a quien tenemos que enaltecer sino a Dios, el solo Dios verdadero y vivo. La vida desinteresada, el espíritu generoso y abnegado, la simpatía y el amor de aquellos que ocupan puestos de responsabilidad en nuestras instituciones, debieran tener una influencia purificadora y ennoblecedora que sería elocuente en la realización del bien. Sus palabras en los consejos no provendrían entonces de un espíritu engreído y arrogante, sino que sus discretas virtudes serían más valiosas que el oro. Si el hombre echa mano de la naturaleza divina, procediendo por adición, añadiendo gracia a gracia en la perfección de un carácter cristiano, Dios procederá por multiplicación. Dice él en su Palabra: “Gracia y paz os sea multiplicada en el conocimiento de Dios, y de nuestro Señor Jesús”. 2 Pedro 1:2.

“Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio, y justicia en la tierra: porque estas cosas quiero, dice Jehová”. “Oh, hombre, él te ha declarado qué sea lo bueno, y qué pida de ti Jehová: solamente hacer juicio, y amar misericordia, y humillarte para andar [110] con tu Dios”. “¿Qué Dios como tú, que perdonas la maldad, y olvidas el pecado del resto de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque es amador de misericordia”. “Lavad, limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de ante mis ojos; dejad de hacer lo malo: aprended a hacer bien; buscad juicio, restituid al agraviado, oíd en derecho al huérfano, amparad a la viuda”. Jeremías 9:23, 24; Miqueas 6:8; 7:18; Isaías 1:16, 17.

Estas son las palabras que Dios nos dirige. El pasado se halla en el libro donde todas las cosas están escritas. No podemos tachar lo escrito; pero si escogemos aprender aquellas palabras, el pasado nos enseñará sus lecciones. Al hacer de ese pasado nuestro instructor, debemos hacerlo también nuestro amigo. Al recordar un pasado desagradable, enséñenos éste a no incurrir en el mismo error. Nada se registre en el futuro que luego sea causa de remordimiento. EC 108-110.

La gente que vivía en los días de Cristo hacía mayor ostentación de piedad que la que hacían los judíos de los primeros tiempos, pero estaba todavía más destituida de las dulces gracias del Espíritu de Dios.  Los preciosos frutos del carácter que hicieron tan fragante y hermosa 170 la vida de José, no se manifestaron en la nación judía. Dios en su Hijo había estado buscando fruto y no la había encontrado.  Israel Era Un Estorbo En La Tierra.  Su misma existencia era una maldición; pues ocupaba en la viña el lugar que podía haber servido para un árbol fructífero.  Despojaba al mundo de las bendiciones que Dios se proponía darle.  Los israelitas habían representado mal a Dios entre las naciones.  No eran meramente inútiles, sino un obstáculo decidido.  En gran medida su religión descarriaba a la gente, y obraba la ruina en vez de la salvación.

En la parábola, el viñero no pone objeción a la afirmación de que si el árbol permanecía infructífero debía ser cortado; pero conoce y comparte los intereses del dueño en cuanto a aquel árbol estéril.  Nada podía darle mayor placer que verlo crecer y fructificar.  Responde al deseo del dueño diciendo: "Déjala aún este año, hasta que la excave y estercole.  Y si hiciere fruto, bien". El viñero no rehúsa trabajar por una planta tan poco promisoria.  Está listo a prodigarle más cuidado aún.  Hará más favorable su ambiente y le prodigará la máxima atención. El dueño y el viñero son uno en su interés por la higuera.  Así el Padre y el Hijo eran uno en su amor por el pueblo escogido. Cristo estaba diciendo a sus oyentes que se les concederían mayores oportunidades.  Todo medio que el amor de Dios pudiese idear, sería puesto en práctica a fin de que ellos llegasen a ser árboles de justicia, que produjeran fruto para la bendición del mundo.

Jesús no habló en la parábola acerca del resultado de la obra del viñero.  Su parábola terminó en ese punto. El desenlace dependía de la generación que había oído sus palabras.  A los hombres de esa generación se les dio la solemne amonestación: "Si no, la cortarás después". De ellos dependía el que las palabras irrevocables fuesen pronunciadas. PVGM 170.

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Vers. 18-19. CRISTO REVELÓ A DIOS ANTE LOS DISCÍPULOS. Estudiemos las palabras que Cristo pronunció en el aposento alto, la noche anterior a su crucifixión. Se acercaba su hora de prueba y procuraba consolar a sus discípulos, que iban a ser gravemente tentados y probados. "No se turbe vuestro corazón –les dijo– creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros... "Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. "Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? 

Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras" (Juan 14:8-10). Los discípulos no comprendían aún las palabras de Cristo concernientes (279) a su relación con Dios. Gran parte de su enseñanza resultaba todavía oscura. Habían hecho muchas preguntas que revelaban su ignorancia acerca de la relación que Dios tenía con ellos y acerca de sus intereses presentes y futuros. Cristo deseaba que tuvieran un conocimiento más claro y distinto de Dios. 

"Estas cosas os he hablado en alegorías; la hora viene cuando ya no os hablaré por alegorías, sino que claramente os anunciaré acerca del Padre" (Juan 16:25). Cuando en el día de Pentecostés el Espíritu Santo se derramó sobre los discípulos, comprendieron ellos las verdades que Cristo había expresado en parábolas. Les resultaron claras las enseñanzas que habían sido misterios para ellos. 

La comprensión que obtuvieron del derramamiento del Espíritu Santo los avergonzó de sus teorías fantásticas. Sus suposiciones e interpretaciones eran insensatez cuando se comparaban con el conocimiento de las cosas celestiales que recibieron entonces. Eran guiados por el Espíritu Santo, y la luz resplandecía en su entendimiento que antes estaba oscurecido. Pero los discípulos no habían recibido el cumplimiento total de la promesa de Cristo. 

Recibieron todo el conocimiento de Dios que podían soportar, pero todavía había de llegar el cumplimiento total de la promesa que les había hecho Cristo de que les mostraría claramente el Padre. Así es hoy. Nuestro co­nocimiento de Dios es parcial e imperfecto. 

Cuando termine el conflicto y el Hombre Cristo Jesús re­conozca ante el Padre a sus obreros fieles que en este mundo de pecado testificaron fielmente por él, comprenderán claramente las cosas que son ahora misterios para ellos. Cristo llevó consigo a los atrios celestiales su humanidad glorificada. A los que le reciban, les da poder para llegar a ser hijos de Dios, para que al fin Dios pueda recibirlos como suyos, para que moren con él a través de toda la eternidad. Si durante esta vida son leales a Dios, al fin "verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes" (Apocalipsis 22:4). ¿Qué es la felicidad del (280) cielo si no es ver a Dios? ¿Qué mayor gozo puede obtener el pecador salvado por la gracia de Cristo que el de mirar el rostro de Dios y conocerle como Padre?  8T 278,279.

Vers. 19. Ningún hombre puede de por sí echar las malas huestes que se han posesionado del corazón. Sólo Cristo puede purificar el templo del alma. Pero no forzará la entrada. No viene a los corazones como antaño a su templo, sino que dice: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él." (Apoc. 3:20). El vendrá, no solamente por un día; porque dice: "Habitaré y andaré en ellos. . . y ellos serán mi pueblo." "El sujetará nuestras iniquidades, y echará en los profundos de la mar todos nuestros pecados." (2 Corintios 6:16; Miqueas 7:19).  Su presencia limpiará y santificará el alma, de manera que pueda ser un templo santo para el Señor, y una "morada de Dios, en virtud del Espíritu." (Efesios 2:21,22 VM.). DTG. 133

En la luz radiante que resplandecerá del rostro de Jesús, reconoceremos los rasgos de aquellos a quienes amamos. Cuando Jesús se encontró con sus discípulos les recordó lo que les había dicho antes de su muerte, a saber, que debían cumplirse todas las cosas que estaban escritas acerca de él en la ley de Moisés, en los profetas y los salmos. "Entonces les abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras; y díjoles: Así 745 está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones comenzando de Jerusalem. Y vosotros sois testigos de estas cosas." 

Los discípulos empezaron a comprender la naturaleza y extensión de su obra. Habían de proclamar al mundo las verdades admirables que Cristo les había confiado. Los acontecimientos de su vida, su muerte y resurrección, las profecías que indicaban estos sucesos, el carácter sagrado de la ley de Dios, los misterios del plan de la salvación, el poder de Jesús para remitir los pecados, de todo esto debían ser testigos y darlo a conocer al mundo. Debían proclamar el Evangelio de paz y salvación por el arrepentimiento y el poder del Salvador. "Y como hubo dicho esto, sopló, y díjoles: Tomad el Espíritu Santo: a los que remitiereis los pecados, les son remitidos: a quienes los retuviereis, serán retenidos."

El Espíritu Santo no se había manifestado todavía plenamente; porque Cristo no había sido glorificado todavía. El impartimiento más abundante del Espíritu no sucedió hasta después de la ascensión de Cristo. Mientras no lo recibiesen, no podían los discípulos cumplir la comisión de predicar el Evangelio al mundo. Pero en ese momento el Espíritu les fue dado con un propósito especial. Antes que los discípulos pudiesen cumplir sus deberes oficiales en relación con la iglesia, Cristo sopló su Espíritu sobre ellos. Les confiaba un cometido muy sagrado y quería hacerles entender que sin el Espíritu Santo esta obra no podía hacerse. 

El Espíritu Santo es el aliento de la vida espiritual. El impartimiento del Espíritu es el impartimiento de la vida de Cristo. Comunica al que lo recibe los atributos de Cristo. Únicamente aquellos que han sido así enseñados de Dios, los que experimentan la operación interna del Espíritu y en cuya vida se manifiesta la vida de Cristo, han de destacarse como hombres representativos, que ministren en favor de la iglesia. "A los que remitiereis los pecados --dijo Cristo,-- les son remitidos: a quienes los retuviereis, serán retenidos." Cristo no da aquí a nadie libertad para juzgar a los demás. En el sermón del monte, lo prohibió. Es prerrogativa de Dios. Pero coloca sobre la iglesia organizada una responsabilidad por sus 746 miembros individuales.

La iglesia tiene el deber de amonestar, instruir y si es posible restaurar a aquellos que caigan en el pecado. "Redarguye, reprende, exhorta --dice el Señor,-- con toda paciencia y doctrina."*(2Timoteo 4:2).

Obrad fielmente con los que hacen mal. Amonestad a toda alma que está en peligro. No dejéis que nadie se engañe. Llamad al pecado por su nombre. Declarad lo que Dios ha dicho respecto de la mentira, la violación del sábado, el robo, la idolatría y todo otro mal: "Los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios."*(Gálatas 5:21).

Si persisten en el pecado, el juicio que habéis declarado por la Palabra de Dios es pronunciado sobre ellos en el cielo. Al elegir pecar, niegan a Cristo; la iglesia debe mostrar que no sanciona sus acciones, o ella misma deshonra a su Señor. Debe decir acerca del pecado lo que Dios dice de él. Debe tratar con él como Dios lo indica, y su acción queda ratificada en el cielo. El que desprecia la autoridad de la iglesia desprecia la autoridad de Cristo mismo. Pero el cuadro tiene un aspecto más halagüeño. "A los que remitiereis los pecados, les son remitidos." Dad el mayor relieve a este pensamiento. Al trabajar por los que yerran, dirigid todo ojo a Cristo. 

Tengan los pastores tierno cuidado por el rebaño de la dehesa del Señor. Hablen a los que yerran de la misericordia perdonadora del Salvador. Alienten al pecador a arrepentirse y a creer en Aquel que puede perdonarle. Declaren, sobre la autoridad de la Palabra de Dios: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad."*(1 Juan 1:9). A todos los que se arrepienten se les asegura: "El tendrá misericordia de nosotros; él sujetará nuestras iniquidades, y echará en los profundos de la mar todos nuestros pecados."*(Miqueas 7:19).

Sea el arrepentimiento del pecador aceptado por la iglesia con corazón agradecido. Condúzcase al arrepentido de las tinieblas de la incredulidad a la luz de la fe y de la justicia. Colóquese su mano temblorosa en la mano amante de Jesús. Una remisión tal es ratificada en el cielo. Únicamente en este sentido tiene la iglesia poder para absolver al pecador. La remisión de los pecados puede obtenerse únicamente por los méritos de Cristo. A ningún hombre, a ningún cuerpo de hombres, es dado el poder de librar al alma 747 de la culpabilidad. Cristo encargó a sus discípulos que predicasen la remisión de pecados en su nombre entre todas las naciones; pero ellos mismos no fueron dotados de poder para quitar una sola mancha de pecado. El nombre de Jesús es el único nombre "debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos."*(Hechos 4:12). DTG

Ministerio Hno. Pio


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