I. INTRODUCCIÓN
ESTE artículo
estudia el problema fundamental de la interpretación de las porciones
proféticas del AT en lo que atañe a su mensaje al antiguo Israel y a la iglesia
de hoy. Se considera el papel asignado al Israel literal como pueblo escogido
de Dios, la manera en que el plan divino había de cumplirse y el resultado que
finalmente tuvo ese plan, así como también la transferencia final de los
privilegios y responsabilidades del Israel histórico al Israel espiritual, es
decir, a la iglesia cristiana. Para llegar a una interpretación válida de los
mensajes de los profetas del AT es esencial comprender claramente los diversos
aspectos de este problema. Cualquier interpretación que no tome debidamente en
cuenta estos asuntos, viola los principios de la interpretación bíblica.
Pocos pasajes
bíblicos son tan comúnmente mal entendidos, o tal vez interpretados en formas
tan dispares, como los que contienen las promesas divinas formuladas por medio
de los profetas del antiguo Israel. Es
un hecho histórico innegable que hasta hoy la mayor parte de estas predicciones
no se ha cumplido. A fin de explicar este aparente enigma, los comentadores de
la Biblia han propuesto diversas explicaciones:
1. La escuela modernista de interpretación
bíblica niega totalmente la posibilidad de una profecía que se proyecte hacia
el futuro, y afirma que las "predicciones" fueron escritas después de
haberse realizado lo que se había "predicho", o que tales
"predicciones" sólo reflejaban las esperanzas que el profeta y su
pueblo acariciaban para el futuro.
2. La escuela futurista de interpretación
bíblica afirma que muchas de las promesas de restauración y liderazgo mundial
que le fueron formuladas al antiguo Israel, están aún por cumplirse en relación
con el establecimiento del Estado moderno de Israel.
3. El movimiento anglo-israelita enseña que
los pueblos anglosajones son los descendientes de las así llamadas "tribus
perdidas" del reino del norte, y que las promesas se cumplirán en buena
medida en favor de sus descendientes actuales.
4. Una escuela menos definida basa su
interpretación de las partes proféticas del AT en la teoría de que el profeta,
si bien presentaba mensajes a la gente de su época, 28 también a veces se
trasladaba a un futuro distante, de modo que muchas de sus predicciones no se
aplicaban en absoluto al pueblo literal de Israel, sino que eran exclusivamente
para el Israel espiritual o sea la iglesia de hoy. Siguiendo esta
interpretación, algunos han llegado al extremo de proponer una migración
cristiana a Palestina.
5. Por lo general, los adventistas del séptimo día creen que las promesas y
las predicciones dadas por medio de los profetas del AT originalmente se
aplicaron al pueblo de Israel literal, y que éste habría visto su cumplimiento
si hubiera obedecido a Dios y le hubiera sido leal.
Pero las Escrituras, en cambio, registran el hecho de que Israel
desobedeció a Dios y le fue desleal. Por lo tanto, lo que Dios se había
propuesto hacer en favor del mundo por medio del antiguo Israel finalmente lo
realizará por medio de la iglesia que tiene en el mundo hoy, y muchas de las
promesas que originalmente fueron dadas al Israel literal se cumplirán en su
pueblo remanente al final del tiempo.
Los intérpretes
modernistas basan su posición en la suposición a priori de que no es posible
conocer el futuro y desatienden toda evidencia que demuestre lo contrario. Los
futuristas pasan por alto tanto el elemento condicional que se advierte en la
profecía, elemento que fue clara y enfáticamente proclamado por los profetas
mismos, como las declaraciones del NT que afirman que los privilegios y las
responsabilidades del antiguo Israel fueron transferidos a la iglesia por medio
de Cristo. La exposición bíblica que hacen los que apoyan la teoría
anglo-israelita consiste en una mezcla de textos bíblicos, con leyendas,
narraciones folklóricas y especulaciones.
La cuarta escuela de
interpretación puede, a veces, aplicar correctamente a la iglesia de hoy y del
futuro algunos pasajes proféticos del AT, pero no toma en cuenta la aplicación
primaria de estos mensajes a la situación histórica existente entonces, y de
modo muy arbitrario determina que ciertos pasajes escogidos fueron escritos más
o menos exclusivamente para la iglesia de hoy. De un modo u otro, cada uno de
estos intentos de interpretar los mensajes de los profetas del AT soslaya
algunas enseñanzas bíblicas importantes, pasa por alto principios fundamentales
de exégesis y proporciona un cuadro distorsionado de las secciones proféticas.
En la sección siguiente se presentan los principios de interpretación profético que corresponden al número 5, junto con las bases bíblicas en las cuales se apoyan. Esta es la posición adoptada por este Comentario.
II. ISRAEL
COMO PUEBLO ESCOGIDO DE DIOS
Al llamar a Abrahán,
Dios puso en operación un plan definido para que el Mesías viniera al mundo y
para presentar la invitación evangélica a todos los hombres (Gén. 12:1-3; PP
117; PR 273). Dios encontró en Abrahán a un hombre dispuesto a obedecer sin
reservas la voluntad divina (Gén. 26: 5; Heb. 11: 8) y a cultivar en su
descendencia un espíritu similar (Gén. 18: 19). Por eso, de un modo especial,
Abrahán llegó a ser "amigo de Dios" (Sant. 2: 23) y "padre de
todos los creyentes" (Rom. 4: 11). Dios hizo con él un solemne pacto (Gén.
15: 18; 17: 2-7), y su descendencia, el pueblo de Israel, heredó el sagrado
privilegio de ser el representante escogido por Dios en la tierra (Heb. 11: 9;
PP 117) para salvar a toda la raza humana. La salvación vendría "de los
judíos", pues el Mesías sería judío (Juan 4: 22), y vendría por medio de
los judíos, pues ellos serían los mensajeros de salvación a todo el género
humano (Gén. 12: 2-3; 22: 18; Isa. 42: 1, 6; 43: 10; Gál. 3: 8, 16, 18; PVGM
228).
Dios celebró en el
monte Sinaí un pacto con Israel como nación (Exo. 19: 1-8; 24: 3-8; Deut. 7:
6-14; PP 310; DTG 56-57). Las bases del pacto y sus propósitos finales eran los
mismos que los del pacto con Abrahán. El pueblo voluntariamente aceptó 29 a
Dios como su soberano, con lo cual la nación se transformó en una teocracia (PP
397, 653). El santuario se convirtió en la morada de Dios entre ellos (Exo. 25:
8); sus sacerdotes fueron consagrados para ministrar delante de él (Heb. 5: 1;
8: 3); sus servicios proporcionaron una lección objetiva del plan de salvación,
y simbolizaron la venida del Mesías (1 Cor. 5: 7; Col. 2: 16-17; Heb. 9: 1-10;
10: 1-12). El pueblo podía acercarse a Dios personalmente y por medio del
ministerio de un sacerdocio mediador que los representaba ante Dios. Dios
dirigiría a la nación mediante el ministerio de los profetas, sus
representantes designados. Estos "santos hombres de Dios" (2 Ped. 1:
21), de generación en generación instaron a Israel a arrepentirse y a practicar la justicia, y mantuvieron viva la esperanza
mesiánica. Por orden divina, se conservaron siglo tras siglo los sagrados
escritos, e Israel llegó a ser custodio de esos oráculos (Amós 3: 7; Rom. 3:
1-2; cf. PP 118).
El establecimiento
de la monarquía hebrea no afectó los principios básicos de la teocracia (Deut.
17: 14-20; 1 Sam. 8: 7; PP 653). El Estado todavía había de administrarse en el
nombre de Dios y por su autoridad. Aun durante el cautiverio, y más tarde bajo
el dominio extranjero, Israel siguió siendo en teoría una teocracia, si bien en
la práctica no lo fue plenamente. Sólo cuando sus dirigentes formalmente
rechazaron al Mesías y declararon ante Pilato que no tenían "más rey que
César" (Juan 19: 15), la nación de Israel se retiró irrevocablemente de
los alcances del pacto y de la teocracia (DTG 686-687).
Por medio del antiguo Israel, Dios tenía el plan de proporcionar a las naciones de la tierra una revelación viviente de su propio carácter santo (PVGM 228; PR 272-273), y una muestra de las gloriosas alturas que el hombre puede alcanzar cuando coopera con los infinitos propósitos de Dios. Al mismo tiempo permitió que las naciones paganas anduvieran "en sus propios caminos" (Hech. 14: 16), para proporcionar un ejemplo de lo que el hombre puede lograr sin Dios. De este modo, durante más de 1.500 años se llevó a cabo delante del mundo un gran experimento que tenía el propósito de probar los méritos relativos del bien y el mal (PP 324). Finalmente quedó demostrado "ante el universo que, separada de Dios, la humanidad no puede ser elevada", y que "un nuevo elemento de vida y poder tiene que ser impartido por Aquel que hizo el mundo" (DTG 28).
III. EL IDEAL: CÓMO HABÍA DE FUNCIONAR EL PLAN
Dios colocó a su pueblo en Palestina, en la encrucijada del mundo antiguo, y le proporcionó todo lo necesario para que pudiera llegar a ser la mayor nación sobre la faz de la tierra (PVGM 230-231). Se había propuesto exaltarlo "sobre todas las naciones de la tierra" (Deut. 28: 1; PR 272-273), como resultado de lo cual "todas las naciones" reconocerían su superioridad y los llamarían "bienaventurados" (Mal. 3:10, 12). Como recompensa por practicar la justicia y los sabios principios celestiales se les prometió prosperidad sin par, tanto temporal como espiritual (Deut. 4: 6-9; 7: 12-15; 28: 1-14; PR 272-273, 519). Esta prosperidad resultaría de la plena cooperación con la voluntad de Dios revelada por medio de los profetas, y de la bendición divina añadida a los esfuerzos humanos (DTG 751-752; cf. PP 215).
EL ÉXITO DE ISRAEL DEBÍA BASARSE EN LO SIGUIENTE:
1. Santidad de carácter.
(Lev. 19: 2; ver
com. Mat. 5: 48). Sin esto, el pueblo de Israel no estaría en condiciones de
recibir las bendiciones materiales que Dios deseaba concederle. Sin esta
santidad, las muchas ventajas sólo resultarían en perjuicio para ellos y para
otros. Su propio carácter progresivamente debía ser más noble y más elevado y
reflejar siempre más perfectamente los atributos del perfecto carácter 30 de
Dios (Deut. 4: 9; 28: 1, 13-14; 30: 9-10; PVGM 230-231). La prosperidad
espiritual había de preparar el camino para la prosperidad material.
2. Las bendiciones de la salud.
La debilidad y la
enfermedad habrían de desaparecer enteramente de Israel si el pueblo se adhería
estrictamente a los principios del sano vivir (Exo. 15: 26; Deut. 7: 13, 15;
etc.; PP 396-397; PVGM 231).
3. Intelecto superior.
La cooperación con
las leyes naturales que rigen el cuerpo y la mente daría como resultado una fuerza
mental siempre creciente, y el pueblo de Israel recibiría la bendición del
vigor intelectual, de una aguda perspicacia y de un sano juicio. En cuanto a
sabiduría y entendimiento estarían muy por encima de las otras naciones (PR
272). Debían transformarse en una nación de genios intelectuales, y al fin la
debilidad mental no se conocería entre ellos (PP 396; cf. DTG 767; PVGM
230-231).
4. Habilidades para la agricultura y la
ganadería.
Al cooperar el
pueblo con las instrucciones que Dios le daba en cuanto al cultivo del suelo,
la tierra paulatinamente volvería a la fertilidad y la hermosura edénica (Isa.
51: 3); se transformaría en una lección objetiva de los resultados que se
alcanzan al actuar en armonía con las leyes morales y naturales. Finalmente desaparecerían
pestes y enfermedades, inundaciones y sequías, y no habría fracasos en las
cosechas (cf. Deut. 7: 13; 28: 2-8; Mal. 3: 8-11; PVGM 231-232).
5. Artesanía excepcional.
Los hebreos habrían
de adquirir sabiduría y habilidad en todo tipo de artesanía. Demostrarían un
elevado grado de genio inventiva y habilidad como artesanos para fabricar todo
tipo e utensilios y aparatos mecánicos. Los conocimientos técnicos permitirían
que los productos fabricados en Israel fueran superiores a los de todos los otros
(Exo. 31: 2-6; 35: 33, 35; PVGM 230-231).
6. Prosperidad sin par.
"Su obediencia
a la ley de Dios había de presentarlos como maravillas de prosperidad delante
de las naciones del mundo", testigos vivientes de la grandeza y la
majestad de Dios (Deut. 8: 17-18; 28: 11-13; PVGM 230-231; DTG 530).
7. Grandeza nacional.
Dios deseaba
proporcionar a cada individuo y a la nación todas las facilidades para que
llegaran a ser la mayor nación de la tierra (PVGM 230; Deut. 4: 6-8; 7: 6, 14;
28: 1; Jer. 33: 9; Mal. 3: 12; PP 279, 324; Ed 37; DTG 530). Se proponía hacer
de ellos una honra para su nombre y una bendición para las naciones que los
rodeaban (Ed 37; PVGM 228).
Cuando las naciones
de la antigüedad vieran el progreso sin precedentes de los israelitas, se suscitarían
su atención y su interés. "Aun los paganos reconocerían la superioridad de
los que servían y adoraban al Dios viviente" (PVGM 232). Deseando obtener
para sí las mismas bendiciones, preguntarían cómo podrían adquirir también
ellos esas evidentes ventajas materiales. Israel les respondería: "Aceptad
a nuestro Dios como vuestro Dios, amadle y servidle como lo hacemos nosotros, y
él hará lo mismo en favor de vosotros". "Las bendiciones así
aseguradas a Israel se prometen, bajo las mismas condiciones y en el mismo
grado, a toda nación y a todo individuo debajo de los anchos cielos" (PR
367; ver Hech. 10: 34-35; 15: 7-9; Rom. 10: 12-13; etc.). Todas las naciones de
la tierra habían de compartir las bendiciones tan generosamente prodigadas
sobre Israel (PR 274). Este concepto del papel de Israel se reitera vez tras
vez en todo el AT. Dios había de ser glorificado en Israel (Isa. 49: 3) y su
pueblo debía ser testigo suyo (cap. 43: 10; 44: 8), 31 a fin de revelar a los
hombres los principios de su reino (PVGM 228). Ellos habían de publicar sus
alabanzas (cap. 43: 21) y declarar su gloria entre los gentiles (cap. 66: 19),
para ser "luz a las naciones" (cap. 49: 6; 42: 6-7). Todos los
hombres reconocerían que Israel tenía una relación especial con el Dios del cielo
(Deut. 7: 6-14; 28: 10, Jer. 16: 20-21). Al contemplar la "justicia"
de Israel (Isa. 62: 1-2), los gentiles reconocerían que aquéllos eran
"linaje bendito de Jehová" (Isa. 61: 9-10; cf. Mal. 3: 12), y que su
Dios era el único y verdadero Dios (Isa. 45: 14; PP 324). Ante la pregunta de
Israel "¿Qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como
lo está Jehová?", los gentiles responderían: "Ciertamente pueblo
sabio y entendido, nación grande es ésta" (Deut. 4: 7, 6). Al oír hablar
de todas las ventajas con las cuales el Dios de Israel los había bendecido, y
"todo el bien" que les había hecho (Jer. 33: 9), las naciones paganas
admitirían: "Ciertamente mentira poseyeron nuestros padres" (cap. 16:
19).
Las ventajas
materiales gozadas por Israel tenían el propósito de atraer la atención y
captar el interés de los paganos, para quienes las ventajas espirituales menos
evidentes no tenían atractivo natural. Ellos se reunirían y vendrían "de
lejos" (Isa. 49: 18, 12, 6, 8-9, 22; Sal. 102: 22), "desde los
extremos de la tierra" (Jer. 16: 19), a la luz de la verdad que
resplandecería desde el "monte de Jehová" (Isa. 2:3; 60:3; 56:7; cf.
cap. 11:9-10). Las naciones que no habían sabido del verdadero Dios correrían a
Jerusalén por causa de la manifiesta evidencia de las bendiciones divinas que
acompañarían a Israel (cap. 55: 5). De un país extranjero tras otro vendrían
embajadores para descubrir, de ser posible, el gran secreto del éxito de la
nación de Israel, y sus dirigentes tendrían la oportunidad de dirigir los
pensamientos de sus visitantes a la Fuente de todo lo bueno. Su mente debía ser
orientada de lo visible a lo invisible, de lo material a lo espiritual, de lo
temporal a lo eterno. Para una representación gráfica de lo que hubiese sido la
respuesta de un pueblo a la irresistible atracción que hubiera irradiado de un
Israel fiel a Dios, ver Isa. 19: 18-22; Sal. 68: 31.
Los embajadores
gentiles, al regresar a sus países habrían aconsejado a sus compatriotas:
"Vamos a implorar el favor de Jehová, y a buscar a Jehová" (Zac. 8:
21-22; cf. 1 Rey. 8: 41-43). Habrían enviado mensajeros a Israel para decirles:
"Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros"
(Zac. 8: 23). Nación tras nación se habría unido con ellos (Isa. 45: 14),
juntándose con la "familia de Jacob" (cap. 14:1). Finalmente la casa
de Dios en Jerusalén habría llegado a llamarse "casa de oración para todos
los pueblos" (cap. 56: 7), "y . . . en aquel día . . . muchos pueblos
y fuertes naciones" habrían venido "a buscar a Jehová de los
ejércitos en Jerusalén, y a implorar el favor de Jehová" (Zac. 2: 11; 8:
22). Los "hijos de los extranjeros" (1 Rey. 8: 41; ver com. Exo. 12:
19, 43) habrían seguido a Jehová "para servirle" y amar su nombre
(Isa. 56: 6; Zac. 2: 11). Las puertas de Jerusalén habrían estado siempre
abiertas para recibir "las riquezas" entregadas a Israel para ayudar
a convertir a otras naciones y pueblos (Isa. 60: 1-11; Sal. 72: 10; Isa. 45:
14; Hag. 2: 7). Finalmente todas las naciones habrían llamado a Jerusalén:
"Trono de Jehová", y habrían venido a ella para no andar "más
tras la dureza de su malvado corazón" (Jer. 3: 17). "Todos los que .
. . se volvieran de la idolatría al culto del verdadero Dios, habrían de unirse
con el pueblo escogido. A medida que aumentara el número de los israelitas,
éstos habían de ensanchar sus fronteras, hasta que su reino abarcara al
mundo" (PVGM 232-233; cf. Dan. 2: 35). De este modo Israel habría de
florecer, echar renuevos y llenar de fruto la faz del mundo (Isa. 27: 6).
Estas promesas de
prosperidad y éxito debían haber hallado su cumplimiento "en gran medida
durante los siglos que siguieron al regreso de los israelitas de las 32 tierras
de su cautiverio. Dios quería que toda la tierra fuese preparada para el primer
advenimiento de Cristo, así como hoy se está preparando el terreno para su
segunda venida" (PR 519). A pesar del fracaso final de Israel, cuando el
Salvador nació (ver com. Mat. 2: 1) se había extendido por todas partes un
conocimiento, si bien limitado, del verdadero Dios y de la esperanza mesiánica.
Si la nación hubiese sido fiel a su cometido y valorado bien el excelso destino
que Dios le había reservado, toda la tierra hubiera aguardado la venida del
Mesías con intenso deseo. El Mesías habría venido, muerto y resucitado.
Jerusalén se hubiera convertido en un gran centro misionero (PVGM 184), y la
tierra se habría iluminado con la luz de la verdad para realizar así una última
y espectacular exhortación a los que aún no habían aceptado la invitación de la
misericordia divina. La invitación de Dios a las naciones habría sido:
"Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra" (Isa. 45:
22; ver com. Zac. 1: 7).
"Si Jerusalén
hubiese conocido lo que era su privilegio conocer, y hecho caso de la luz que
el cielo le había enviado, podría haberse destacado en la gloria de la
prosperidad, como reina de los reinos.... como poderosa metrópoli de la
tierra" (DTG 529-530), y como noble vid habría llenado de fruto la faz de
la tierra (Isa. 27: 6). "De haberse mantenido Israel como nación fiel al
cielo, Jerusalén habría sido para siempre la elegida de Dios" (CS 21; cf.
PR 32; Jer. 7: 7; 17: 25).
Después de la última
gran exhortación al mundo para que reconociera al verdadero Dios, los que
persistieran en negarse a ser leales a Jehová concebirían el "mal
pensamiento" de sitiar la ciudad de Jerusalén y tomarla por la fuerza,
para apoderarse de las ventajas materiales que Dios había derramado sobre su
pueblo (Eze. 38: 8-12; Jer. 25: 32; Joel 3: 1, 12; Zac. 12: 2-9; 14: 2; cf. Apoc.
17: 13-14, 17). Durante el sitio, los israelitas réprobos habrían sido muertos
por sus enemigos (Zac. 13: 8; 14: 2). En el cuadro profético se representa a
Dios como el que convoca a las naciones en Jerusalén (Joel 3: 1-2; Sof. 3: 6-8;
cf. Eze. 38: 16, 18-23; 39: 1-7). El tiene juicio contra ellas porque se han
rebelado contra su autoridad (Jer. 25: 31-33). Dios las juzgaría (Joel 3: 9-17)
y las destruiría allí (Isa. 34: 1-8; 63: 1-6; 66: 15-18). Cualquier nación o
reino que no sirviera a Israel, perecería (cap. 60: 12). "Habían de ser
desposeídas las naciones que rechazaran el culto y el servicio al verdadero
Dios" (PVGM 232), e Israel heredaría "naciones" (Isa. 54: 3).
De este modo la tierra sería limpiada de los que se oponían a Dios (Zac. 14:12-13). Jehová sería "rey sobre toda la tierra" (vers. 3, 8-9) y su dominio se extendería de "mar a mar, y. . hasta los fines de la tierra" (cap. 9: 9-10). En ese día, dice el pasaje, "todos los que sobrevivieron de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos" (Zac. 14: 16; cf. cap. 9: 7; Isa. 66: 23)
IV. EL FRACASO DE ISRAEL EN REALIZAR EL PLAN DE DIOS
Dios proporcionó a
los israelitas "toda clase de facilidades para que llegaran a ser la más
grande nación de la tierra" (PVGM 231). Cuando produjo "uvas
silvestres" en vez de los frutos maduros del carácter, Dios preguntó:
"¿Qué más podía hacer a mi viña que yo no haya hecho en ella?" (Isa.
5: 1-7). No había otra cosa que Dios pudiera haber hecho en favor de ellos;
pero a pesar de todo fracasaron. Por no "someterse a las restricciones y
mandamientos de Dios", no pudieron "llegar a la alta norma que él
deseaba que ellos alcanzasen", ni recibieron "las bendiciones que él
estaba dispuesto a concederles" (PP 396).
Aquellos israelitas
que se esforzaron por cooperar con la voluntad revelada de Dios, recibieron
personalmente una medida de los beneficios que Dios había 33 prometido a la
nación. Esto ocurrió en el caso de Enoc (Gén. 5: 24), Abrahán (cap. 26: 5), y
José (cap. 39: 2-6; PP 215). Así sucedió con Moisés, de quien se dice que hasta
el día de su muerte "sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su
vigor" (Deut. 34: 7). Lo mismo aconteció con Daniel, "un ejemplo
brillante de lo que el hombre puede llegar a ser, aun en esta vida, si hace de
Dios su fuerza y aprovecha sabiamente las oportunidades y los privilegios que
están a su alcance" (4T 569; ver Dan. 1: 8, 20; PR 360; cf. DTG 767).
Semejantes fueron los casos de Samuel (PP 619-620), Elías (PVGM 242), Juan el
Bautista (ver com. Mat. 3: 4), Juan el discípulo amado (ver com. Mar. 3: 17), y
muchos otros. La vida de Cristo es el ejemplo perfecto del carácter que Dios
quiere que se reproduzca en su pueblo (ver com. Luc. 2: 52). "El ideal que
Dios tiene para sus hijos está por encima del alcance del más elevado
pensamiento humano. El blanco a alcanzarse es la piedad, la semejanza a
Dios" (Ed 16).
La gloriosa era de
David y Salomón señaló lo que podría haber sido el comienzo de la edad de oro
de Israel (PR 22- 23). Un visitante real exclamó en Jerusalén: "Ni aun se
me dijo la mitad" (1 Rey. 10: 1-9). La gloria que caracterizó la primera
etapa del reinado de Salomón se debió en parte a su fidelidad durante ese
tiempo, y en parte, al hecho de que su padre David apreció plenamente los
excelsos privilegios y las responsabilidades de Israel (ver Sal. 51: 10-11;
Isa. 55: 3; cf. Hech. 13: 22).
ANTES DE
QUE LOS ISRAELITAS entraran en la tierra
prometida, DIOS LES ADVIRTIÓ que no
olvidaran que las bendiciones que recibirían si cooperaban con él, serían
regalos divinos (Deut. 8: 7-14), y que no serían, en primera instancia, el
resultado de su propia sabiduría y habilidad (vers. 17-19). Salomón cometió un
gran error cuando no comprendió cuál era el secreto de la prosperidad de Israel
(ver la Introducción al Eclesiastés), y salvo unas pocas y notables
excepciones, tanto los dirigentes como el pueblo se fueron hundiendo más y más,
generación tras generación, hasta sumergirse en la apostasía (Isa. 3: 12; 9:
16; Jer. 5: 1-5; 8: 10; Eze. 22: 23-31; Miq. cap. 3).
El reino se dividió
después de la muerte de Salomón (1 Rey. 11: 33-38). Esa división, aunque
trágica, sirvió para aislar por un tiempo al reino de Judá de la marea de
idolatría que pronto cubrió al reino del norte, a Israel (Ose. 4: 17). A pesar
de los osados y celosos esfuerzos de profetas como Elías, Eliseo, Amós y Oseas,
el reino del norte se deterioró en forma rápida, y finalmente fue llevado al
cautiverio asirio. A los habitantes de esa nación "no se les prometió una
restauración completa de su poder anterior en Palestina" (PR 222).
Si Judá hubiese
permanecido leal a Dios, su cautiverio no hubiera sido necesario (PR 413). Vez tras
vez Dios advirtió a su pueblo que la desobediencia daría por resultado el
cautiverio (Deut. 4: 9; 8: 19; 28: 1-2, 14, 18; Jer. 18: 7-10; 26: 2-6; Zac. 6:
15; etc.). Les anunció que progresivamente disminuiría su fuerza y su prestigio
como nación, hasta que todos fueran llevados cautivos (Deut. 28: 15-68; 2 Crón.
36: 16-17). El propósito de Dios era que el ejemplo de Israel sirviera como
advertencia para Judá (Ose. 1: 7; 4: 15-17; 11: 12; Jer. 3: 3-12; etc.); pero
no aprendió la lección, y poco más de un siglo después su apostasía fue
completa (Jer. 22: 6, 8-9; Eze. 16: 37; 7: 2-15; 12: 3-28; 36: 18-23). El reino
fue destruido (Eze. 21: 25-32), y sus habitantes arrancados de la tierra que
había sido de ellos sólo en virtud de los alcances del pacto (Ose. 9: 3, 15;
Miq. 2: 10 cf. Ose. 2: 6-13). Aprenderían en la adversidad, en el cautiverio en
Babilonia, las lecciones que no habían asimilado durante los años de
prosperidad (Jer. 25: 5-7; 29: 18-19; 30: 11-14; 46: 28; Eze. 20: 25- 38; Miq.
4: 10-12; DTG 20). También impartirían a los paganos babilonios un conocimiento
del verdadero Dios (PR 217-218, 275-276). Con referencia a la dirección
profética durante el cautiverio, ver la p. 599. 34
Dios no abandonó a
su pueblo ni aun durante el cautiverio. Quiso renovar su pacto con él (Jer. 31:
10-38; Eze. 36: 21-38; Zac. 1: 12, 17; 2: 12), incluyendo las bendiciones
respectivas (Jer. 33: 3, 6-26; Eze. 36: 8-15). Todo lo que se había prometido
aún podría cumplirse, si tan sólo le amaban y le servían (Zac. 6: 15; cf. Isa. 54:
7; Eze. 36: 11; 43: 10-11; Miq. 6: 8; Zac. 10: 6). Conforme a su magnánimo
propósito, las promesas del pacto habrían de cumplirse "en gran medida
durante los siglos que siguieron al regreso de los israelitas de las tierras de
su cautiverio. Dios quería que toda la tierra fuese preparada para el primer
advenimiento de Cristo, así como hoy se está preparando el terreno para su
segunda venida" (PR 519).
Es importante
observar que todas las promesas del Antiguo Testamento que anticipaban el
tiempo de la restauración de los judíos fueron dadas antes de su regreso del
cautiverio (Isa. 10: 24-34; 14: 1-7; 27: 12-13; 40: 2; 61: 4-10; Jer. 16:
14-16; 23: 3-8; 25: 11; 29: 10-13; 30: 3-12; 32: 7-27, 37-44; Eze. 34: 11-15;
37; Amós 9: 10-15; Miq. 2: 12-13; etc.). Así comprendió Daniel estas promesas
(Dan. 9: 1-8). Reconoció que el cautiverio confirmaba la "maldición"
que había caído sobre ellos por su desobediencia (vers. 11-12), y que por eso
Jerusalén estaba desolada (vers. 16-19). Entonces vino Gabriel para asegurarle
que su pueblo sería restablecido y que finalmente vendría el Mesías (vers.
24-25). Pero el ángel dijo que el Mesías sería rechazado y que se le quitaría
la vida por causa de las abominaciones de Israel, y Jerusalén y el templo una
vez más quedarían en ruinas (vers. 26-27). Israel, como nación, tendría su
segunda y última oportunidad de cooperar con el plan divino en el lapso
comprendido entre el retorno de Babilonia y el rechazo del Mesías (Jer. 12:
14-17). "Setenta semanas"-O sea 490 años literales- fueron
determinadas para los judíos, "para terminar la prevaricación, y poner fin
al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable" (Dan.
9: 24).
Sin embargo, finalmente se hizo evidente que los judíos nunca alcanzarían la norma que Dios requería de ellos, lo cual Malaquías hace notar con toda claridad (cap. 1: 6, 12; 2: 2, 8-9, 11, 13-14, 17; 3: 7, 13-14; PR 520). El culto rutinario suplantó a la religión sincera (DTG 21; cf. Juan 4: 23-24; 2 Tim. 3: 5). Se respetaban las tradiciones humanas en lugar de la voluntad revelada de Dios (ver com. Mar. 7: 6-9). Lejos de transformarse en la luz del mundo, el pueblo judío "se encerró en sí mismo y se aisló del mundo para salvaguardarse de ser seducidos por la idolatría" (PR 523; cf. Deut. 11: 26-27; Mar. 7: 9). Perdieron de vista el espíritu de la ley por su minucioso apego a la letra de la misma. Olvidaron que Dios aborrece la multiplicación de las formas religiosas externas (Isa. 1: 11-18; Ose. 6: 6; Miq. 6: 7; Mal. 2: 13), y que sólo pide del hombre que haga justicia, ame la misericordia y se humille ante Dios (Miq. 6: 8; cf. Mat. 19: 16-17; 22: 36- 40).Pero en su misericordia, Dios todavía soportó a su pueblo, y a su debido tiempo vino el Mesías (Mal. 3: 1-3; DTG 28). "Si el pueblo le hubiese recibido, Cristo habría evitado a la nación judía su condenación" (PR 526) aun en el último momento. Cuando terminó el período de prueba de los 490 años, la nación judía aún permanecía obstinada e impenitente, y por eso perdió su papel de privilegio como representante de Dios en la tierra.
V. POR QUÉ FRACASÓ ISRAEL
Los israelitas
"no quisieron someterse a las restricciones y a los mandamientos de Dios,
y esto les impidió, en gran parte, llegar a la alta norma que él deseaba que
ellos alcanzasen, y recibir las bendiciones que él estaba dispuesto a
concederles" (PP 396). Albergaban la idea de que eran los predilectos del
cielo (PVGM 236-237), y eran ingratos frente a las oportunidades que tan
bondadosamente Dios les proporcionaba 35 (PVGM 243; cf. 322). Perdieron el
derecho a las bendiciones de Dios porque no cumplieron el propósito divino para
el cual los había convertido en su pueblo escogido, y así se acarrearon su
propia ruina (PVGM 227, 232-233; PR 520).
Cuando vino el
Mesías, los judíos, su propio pueblo, "no le recibieron" (Juan 1:
11). Ciegamente "habían pasado por alto aquellos pasajes que señalaban la
humillación de Cristo en su primer advenimiento y aplicaban mal los que
hablaban de la gloria de su segunda venida. El orgullo oscurecía su visión [ver
Luc. 19: 42]. Interpretaban las profecías de acuerdo con sus deseos
egoístas" (DTG 22; cf. 183, 222), porque sus ambiciosas esperanzas estaban
fijas en la grandeza mundana (DTG 20). Esperaban que el Mesías reinaría como
príncipe temporal (DTG 383; cf. Hech. 1: 6), que sería libertador y vencedor y
que exaltaría a Israel para que dominase a todas las naciones (PR 524; ver com.
Luc. 4: 19). No querían tener parte en nada de lo que Cristo patrocinaba (ver
com. Mat. 3: 2-3; Mar. 3: 14; DTG 210, 355). Afanosamente buscaron el poder del
reino de Cristo, pero no estuvieron dispuestos a dejarse guiar por sus
principios. Se aferraban a las bendiciones materiales que tan generosamente les
ofrecía, pero rehusaron aceptar la gracia espiritual que habría transformado
sus vidas y los hubiera capacitado para ser representantes de Cristo.
Produjeron "uvas silvestres" y no la buena fruta de un carácter
semejante al de Dios (Isa. 5: 1-7; cf. Gál. 5: 19-23); y porque no produjeron
el fruto que de ellos se esperaba, perdieron el derecho de ocupar su puesto en
el plan divino (ver Rom. 11: 20).
Como declinaron
rendirse a Dios para ser sus agentes y llevar la salvación a la raza humana,
los judíos, como nación, se transformaron en agentes de Satanás para la
destrucción de su propia raza (DTG 27). En vez de llegar a ser portaluces para
el mundo, se llenaron de sus tinieblas y reflejaron esta oscuridad. No
realizaron ningún bien positivo. Por el contrario, hicieron un daño
incalculable, y su influencia se transformó en "un sabor de muerte para
muerte" (PVGM 245). "En vista de la luz que habían recibido de Dios,
eran peores que los paganos, a los cuales se creían superiores" (DTG 81;
PVGM 234-235). "Rechazaron la Luz del mundo, y desde ese momento su vida
quedó rodeada de tinieblas como de medianoche" (PR 526).
En estos trágicos
acontecimientos se cumplieron final y totalmente las palabras de Moisés:
"Así como Jehová se gozaba en haceros bien y en multiplicamos, así se
gozará Jehová en arruinaros y en destruimos; y seréis arrancados de sobre la
tierra a la cual entráis para tomar posesión de ella. Y Jehová te esparcirá por
todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo"
(Deut. 28: 63-64). En Deut. 8: 19-20 se puede ver cuán completo y final fue
este rechazo: "Como las naciones que Jehová destruirá delante de vosotros,
así pereceréis, por cuanto no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro
Dios". El rechazo de Jesús por parte de los dirigentes de Israel (cf. Isa.
3: 12; 9: 16) significó la cancelación permanente e irrevocable de su categoría
especial como nación delante de Dios (PVGM 246; cf. Jer. 12: 14-16).
En relación con el cautiverio babilónico, Dios había anunciado específicamente que esta vicisitud no significaría "del todo" una destrucción de Israel como pueblo de Dios (Jer. 4: 27; 5: 18; 46: 28). Pero cuando los judíos rechazaron a Cristo no se les dio tal seguridad de restauración. El regreso actual de los judíos a Palestina y el establecimiento del moderno Estado de Israel no implican una restauración como pueblo de Dios, ni presente, ni futura. Lo que los judíos pueden hacer como nación, ahora o en el futuro, no tiene ninguna relación con las promesas que les fueron hechas. Cuando crucificaron a Cristo perdieron para siempre su posición especial como pueblo escogido de Dios. Cualquier idea de que el regreso de los judíos a su antigua patria, es decir al Estado de Israel, pueda en modo alguno relacionarse con 36 las profecías bíblicas, significa que se ignoran las declaraciones terminantes del AT de que las promesas de Dios hechas a Israel fueron todas condicionales.
VI.
NATURALEZA Y PROPÓSITO DE LA PROFECÍA CONDICIONAL
La palabra de Dios
es segura (Isa. 40: 8; 55: 11; Rom. 11: 29), y finalmente prevalecerá su plan
para salvar al hombre (Isa. 46: 10). En él "no hay mudanza, ni sombra de
variación" (Sant. 1:17). "Es el mismo ayer, hoy, y por los
siglos" (Heb. 13: 8). Su palabra "permanece para siempre" (1
Ped. 1: 25). Los propósitos de Dios prevalecerán finalmente, y el plan de
salvación tendrá éxito a pesar del fracaso de alguna persona o de algún grupo
(PR 520-521). El plan en sí mismo nunca cambia porque Dios nunca cambia; pero
la manera en que se cumple puede mortificarse porque el hombre puede cambiar.
La oscilante voluntad humana es el factor débil e inestable en la profecía
condicional. Dios puede rechazar a una nación o a un grupo de gente y
sustituirlo por otro, si los que fueron llamados primero se niegan a cooperar
con él (Jer. 18: 6-10; cf. Dan. 5: 25-28; Mat. 21: 40-43; 22: 3-10; Luc. 14:
24). En Jonás 3: 3-10 (cf. 2 Rey. 20: 1-5) hay una ilustración de la amenaza de
un castigo que no se produjo. Lo contrario -una bendición prometida que no se
cumplió- puede verse en Exo. 6: 2-8; cf. Núm. 14: 26-34. El pacto con Israel
fracasó, no porque Dios no cumpliera con su parte del convenio, sino porque las
hermosas promesas de Israel se desvanecieron como el rocío matinal (Ose. 6: 4;
13: 3; Heb. 8: 6-7). Debe recordarse que Dios no fuerza la voluntad humana y
que la cooperación de Israel era esencial para el éxito del plan divino para
esa nación.
Las promesas de Dios
están condicionadas por la cooperación y la obediencia del hombre. "Las
promesas y amenazas de Dios son igualmente condicionales" (Ev 504). Vez
tras vez Dios advirtió a Israel que la bendición va de la mano con la
obediencia y que la maldición acompaña a la desobediencia (Deut. 4: 9; 8: 19;
28: 1-2, 13-14; Jer. 18: 6-10; 26: 2-6; Zac. 6: 15; etc.). Era necesaria una
obediencia continua para que permaneciera el favor divino, mientras que la
desobediencia persistente inevitablemente culminaría en el rechazo de la nación
judía como instrumento escogido por Dios para llevar a cabo el plan divino
(Deut. 28: 15-68). Debido al fracaso de los judíos como pueblo escogido de
Dios, muchas de las profecías del AT, sobre todo las que afirman la misión
mundial de Israel y la conversión de los gentiles (ver Gén. 12: 3; Deut. 4:
6-8; Isa. 2: 2-5; 42: 6; 49: 6; 52: 10; 56: 6-7; 60: 1-3; 61: 9; 62: 2; Zac. 2:
11; 8: 22-23; etc.), las que anticipan el descanso eterno en Canaán (Isa. 11:
6-9; 35; 65: 17-25; 66: 20-23; Jer. 17: 25; Eze. 37; 40-48; Zac. 2: 6-12; 14:
4-11), y las que prometen liberación de los enemigos (Isa. 2: 10-21; 4-26; Eze.
38; 39; Joel 3; Sof. 1; 2; Zac. 9: 9-17; 10-14; etc.), nunca se han cumplido ni
podrán cumplirse para la nación judía.
Si Israel hubiera
alcanzado el noble ideal, todas las promesas que dependían de la obediencia
tiempo ha se habrían cumplido. Las predicciones de desgracias nacionales, del
rechazo y la angustia que habrían de seguir a la apostasía, nunca se habrían
realizado. Pero fue por causa de la apostasía por lo que las predicciones de
gloria y honor nacional no pudieron cumplirse. Sin embargo, en vista de que los
propósitos de Dios son inmutables (Sal. 33: 11; Prov. 19: 21; Isa. 46: 10;
Hech. 5: 39; Heb. 6: 17; etc.), el éxito deberá alcanzarse y se alcanzará, pero
por medio del Israel espiritual. Aunque el Israel literal no alcanzó, en
general, su excelso destino, la raza escogida hizo una valiosa contribución,
aunque imperfecta, a la preparación del mundo para el primer advenimiento del
Mesías (ver com. Mat. 2: 1). Además, debe recordarse que, en la carne, el
Mesías era judío, que los primeros cristianos fueron todos judíos y que el
cristianismo surgió del judaísmo.37
VII. EL ISRAEL ESPIRITUAL REEMPLAZA AL ISRAEL LITERAL
Al rechazar
formalmente a Jesús, la nación judía puso fin a su última oportunidad como
instrumento especial de Dios para la salvación del mundo. Según las palabras de
Cristo mismo, fue "finalmente" a los judíos a quienes Dios
"envió a su Hijo", pero ellos lo tomaron, "le echaron fuera de
la viña y le mataron" (Mat. 21: 37-39). Después de esto, Dios dio "su
viña" (Isa. 5: 1-7) "a otros labradores" que le iban a pagar
"el fruto a su tiempo" (ver com. Mat. 21: 41). Cuando se retiró por
última vez del sagrado recinto del templo, Cristo dijo: "Vuestra casa os
es dejada desierta" (Mat. 23: 38). El día anterior había dicho del templo:
"mi casa" (cap. 21: 13), pero en adelante ya no lo consideraría más
como su casa. Jesús mismo pronunció sentencia contra ellos: "Por tanto os
digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que
produzca los frutos de él" (Mat. 21: 43; cf. 1 Ped. 2: 9-10).
En Rom. 9-11 se
habla de la transición del Israel literal e histórico al Israel espiritual.
Aquí Pablo afirma que el rechazo de los judíos no significaba que las promesas
de Dios hubieran fallado (Rom. 9: 6), y explica en seguida que han de hacerse
efectivas por medio del Israel espiritual. Cita a Ose. 2: 23: "Llamaré
pueblo mío al que no era mi pueblo" (Rom. 9: 25-26). El Israel espiritual
incluye tanto a judíos como a gentiles (vers. 24). Pedro concuerda: "En
verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación
se agrada del que le teme y hace justicia" (Hech. 10: 35; cf. cap. 11:
18). Años más tarde Pedro se dirige a "los que en otro tiempo no erais
pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios" (1 Ped. 2: 10), gente que
ahora es "nación santa, pueblo adquirido por Dios" (vers. 9). En Rom.
9: 30-31 Pablo afirma la misma verdad al decir que en el plan divino la iglesia
cristiana ha reemplazado a la nación hebrea. En adelante ya no habrá más
"diferencia entre judío y griego" (cap. 10: 12-13).
Pablo subraya el
hecho de que el rechazo del Israel literal como instrumento escogido por Dios
para la salvación del mundo no significa que los judíos ya no puedan ser salvos
en forma individual (cap. 9: 6; 11: 1-2, 11, 15), porque él mismo es judío
(cap. 9: 3; 10: 1; 11: 1-2); pero han de ser salvos como cristianos, y no como
judíos. Es verdad -dice él- que la nación de Israel tropezó en la "piedra
de tropiezo", que era Jesús (Rom. 9: 32-33; 11: 11; cf. 1 Ped. 2: 6-8; 1
Cor. 1: 23), pero esto no significa que deban caer. "En ninguna
manera", exclama Pablo (Rom. 11: 1, 11, 22). Los judíos según la carne
todavía pueden hallar la salvación si son injertados en el Israel espiritual,
exactamente del mismo modo en que los gentiles deben ser injertados (vers.
23-24). "Todo Israel" está compuesto de judíos y gentiles, y por eso
"todo Israel será salvo" (Rom. 11: 25-26; PR 272). Pablo aclara, más
allá de toda duda, que cuando habla de "Israel" como pueblo escogido
de Dios, emplea el término en este sentido. Dice específicamente que por
"judío" no quiere significar un judío literal, sino el que está
convertido de corazón, sea judío o gentil (cap. 2: 28-29). Todos los que tienen
fe en Cristo son una cosa en el Salvador, y como "simiente"
espiritual de Abrahán, son "herederos según la promesa" (Gál. 3: 9,
28-29).
"Lo que Dios
quiso hacer en favor del mundo por medio de Israel, la nación escogida, lo
realizará finalmente mediante su iglesia que está en la tierra hoy" (PR
526). Las gloriosas promesas que originalmente le fueron hechas al Israel
literal están hallando su cumplimiento hoy en la proclamación del Evangelio a
todos los hombres (PR 277-278; CS 504; Apoc. 14: 6-7). "Las bendiciones
así aseguradas a Israel se prometen, bajo las mismas condiciones y en el mismo
grado, a toda nación y a todo individuo debajo de los anchos cielos" (PR
367; cf. 223). "La iglesia en esta generación ha sido dotada por Dios de
grandes privilegios y bendiciones, y él espera 38 los resultados
correspondientes . . . En la vida de los hijos de Dios, las verdades de su
Palabra han de revelar su gloria y excelencia. Mediante su pueblo, Cristo ha de
manifestar su carácter y los principios de su reino" (PVGM 238). Ahora le
corresponde al Israel espiritual -que antes no era el pueblo de Dios pero que
ahora sí lo es- anunciar "las virtudes de aquel que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable" (1 Ped. 2: 9-10).
Nunca deberíamos
olvidar que "las cosas que se escribieron antes" fueron escritas para
la "enseñanza" de las generaciones futuras, hasta el mismo fin del
tiempo, con el propósito de inspirar paciencia, consuelo y esperanza (Rom. 15:
4). Fueron "escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado
los fines de los siglos" (1 Cor. 10: 11).
Los profetas mismos
no siempre comprendieron con claridad los mensajes que daban con referencia al
futuro distante, a la venida del Mesías (1 Ped. 1: 10-11). Esas reiteradas
predicciones mesiánicas tenían el propósito de elevar la vista de la gente, de
los acontecimientos pasajeros de sus días a la venida del Mesías y al
establecimiento de su eterno reino, para que pudieran considerar las cosas del
tiempo a la luz de la eternidad. Sin embargo, esos mensajes, que entonces
pertenecían al futuro distante, no sólo tenían el propósito de inspirar
paciencia, consuelo y esperanza en el momento de ser pronunciados, sino que
también debían servir para los hombres del tiempo de Cristo como evidencia
confirmatorio de que en realidad él era el Mesías. La profunda convicción de
que se habían cumplido los mensajes de los profetas indujo a muchos a que
creyeran en Cristo como el Hijo de Dios (DTG 720-721, 740). De este modo los
profetas pusieron un firme cimiento para la fe de la iglesia apostólica, e
hicieron así una contribución directa y vital a la fe cristiana.
Por lo tanto, los profetas no sólo ministraron "para sí mismos" y para sus contemporáneos, sino también para todas las personas sinceras de generaciones posteriores (1 Ped. 1: 12). Los que son testigos del cumplimiento de la profecía siempre tienen el privilegio de "recordar" y "creer" (Juan 13: 19; 14: 29; 16: 4). Dios determinó que aquellas profecías que la Inspiración aplica claramente a nuestros días, nos inspiran paciencia, consuelo y la esperanza de que todo lo predicho por esos santos varones de la antigüedad pronto hallará su cumplimiento final y completo.
VIII. CONCLUSIÓN: PRINCIPIOS DE INTERPRETACIÓN
Por lo general, las
promesas y las predicciones del AT estaban dirigidas al Israel literal, y
debían haberse cumplido en relación con esa nación, siempre que ella fuera
obediente. El cumplimiento parcial de la voluntad de Dios determinó que fuera
también parcial el cumplimiento de las promesas que Dios había hecho con
respecto al pacto. Sin embargo, muchas de esas promesas, sobre todo las que se
refieren a la proclamación del Evangelio a las naciones y al establecimiento
del reino mesiánico, no pudieron cumplirse para los judíos debido a su
infidelidad; pero se cumplirán en la iglesia antes de la venida de Cristo,
especialmente en el pueblo remanente de Dios, y también en la tierra nueva.
Cuando los judíos rechazaron
a Jesús como el Mesías, Dios a su vez los rechazó a ellos, y comisionó a la
iglesia cristiana como su instrumento escogido para salvar al mundo (Mat.
28:19-20; 2 Cor. 5: 18-20; 1 Ped. 2: 9-10; etc.). Por lo tanto, las promesas y
los privilegios del pacto fueron todos transferidos permanentemente del Israel
literal al Israel espiritual (Rom. 9: 4; cf. Gál. 3: 27-29; ver com. Deut. 18:
15). Aquellas promesas que todavía no se hubieran cumplido en el Israel
literal, no se cumplirían más, o bien se cumplirían en la iglesia cristiana,
que sería en adelante el Israel 39 espiritual. Las profecías de esta segunda
clase han de cumplirse en principio, pero no necesariamente en todos sus
detalles, debido a que muchos detalles proféticos se refieren exclusivamente a
Israel como una nación literal situada en la tierra de Palestina. La iglesia
cristiana es una "nación" espiritual esparcida por todo el mundo, y
esos detalles evidentemente no pueden aplicarse a ella en el sentido literal en
que se aplicarían al pueblo de Israel. Las profecías de la primera clase no
pueden cumplirse porque eran estrictamente condicionales, y porque por su misma
naturaleza sólo se aplicaban al Israel histórico.
El principio básico
mediante el cual podemos afirmar con certeza cuándo una promesa o profecía
particular del AT, hecha originalmente al Israel literal, halla su cumplimiento
con respecto al Israel espiritual, es cuando un escritor posterior e inspirado
hace tal aplicación de ella. Por ejemplo, la profecía de la batalla de Gog y
Magog (Eze. 38-39) nunca se cumplió en relación con el Israel histórico; pero
Juan el revelador nos asegura que, en principio, aunque no con todos los
detalles (tales como los de Eze. 39: 9-15), esta batalla se efectuará al final
del milenio (Apoc. 20: 7-9). Pero ir más allá de lo que afirma la Inspiración
-ya sea en el contexto inmediato del pasaje en cuestión, en el NT o en los
escritos de Elena de White- equivale a colocar la opinión personal en lugar de
un terminante "Así dice Jehová". En aquellos casos en que la
Inspiración no se ha definido claramente, estamos autorizados para comparar los
diferentes pasajes entre sí, haciendo un esfuerzo por entender más claramente
las ideas del Espíritu. Pero en esto, como en toda exposición bíblica, no
deberíamos afirmar que la Biblia enseña explícitamente lo que sólo es nuestra
opinión particular y limitada, no importa cuán plausible parezca ser. Además,
las profecías del AT deben examinarse en primer lugar a la luz de su aplicación
histórica al Israel literal, antes de intentar hacer una aplicación derivada al
Israel espiritual.
Uno de los
principales propósitos del comentador bíblico es reconstruir el marco histórico
dentro del cual fueron hechas las declaraciones originales de los profetas. El
cristianismo es una religión histórica y sus mensajes inspirados están
arraigados en los cerros y los valles, los desiertos y los ríos del mundo
antiguo; y están ligados a hombres y mujeres de carne y hueso que una vez
vivieron en la tierra. No hay protección más segura contra las vagas
especulaciones de los visionarios religiosos que un claro conocimiento del
contexto histórico de las Escrituras.
Aunque el profeta
miraba lo que acontecía en su derredor, también podía ver mucho más allá de sus
días. De un modo misterioso que sólo Dios conoce, algunas veces las palabras
del profeta debían encontrar su cumplimiento en lo que era entonces un futuro
distante. Algunas veces tenían que ver no sólo con la época en la cual vivía el
profeta, sino también con un día del futuro remoto. Es decir, tenían una
aplicación doble. Del mismo modo, las formas en que Dios trató a los hombres en
las crisis pasadas se citan muchas veces como ejemplos del trato que dará al
mundo en el día final (ver com. Deut. 18: 15). Por ejemplo, los escritores
bíblicos emplean el castigo que sufrieron las ciudades de Sodoma y Gomorra,
ciudades literales de la antigüedad, para describir los castigos que Dios
finalmente traerá sobre todo el mundo.
El estudioso de la
Biblia que desee sacar de ella el mayor provecho posible, en primer lugar
reconstruirá el contexto histórico de cada pasaje; escuchará al profeta que
habla al antiguo Israel, y procurará comprender lo que sus palabras
significaron para la gente que originalmente las escuchó. Pero también
procurará captar el significado que las palabras del profeta puedan tener para
tiempos posteriores, sobre todo para nuestra época. En verdad, esta aplicación
secundaria es para nosotros hoy la más importante. Pero sólo teniendo en cuenta
el marco del contexto histórico 40 original del mensaje se podrá establecer con
certeza su sentido y su valor para nosotros.
Un estudio de los
profetas del AT que consista mayormente en tomar pasajes escogidos de aquí y de
allá, sacándolos de su contexto histórico y aplicándolos arbitrariamente a
nuestros días -como si el profeta hubiera hablado exclusivamente para apoyar
nuestra posición-, está lleno de graves peligros. En verdad, este proceder es
la principal causa de las caprichosas interpretaciones que caracterizan las
enseñanzas de ciertos grupos religiosos.
En esta época,
cuando sopla "todo viento de doctrina", es bueno asegurarse de que la
comprensión de la profecía bíblica descansa sobre un positivo "Así dice
Jehová" (Deut. 29: 29; Isa. 50: 11; Jer. 2: 13; Mat. 7: 24-28; 1 Cor. 2:
4-5, 12-13; Efe. 4: 14; Col. 2: 2-4, 8; 2 Ped. 1: 16; Apoc. 22: 18). Si así lo
hacemos, no caeremos en las explicaciones caprichosas que algunas veces se dan
de ciertas profecías del AT. Tampoco adoptaremos la explicación puramente
literal que presentan algunos expositores referente al retorno del Israel
literal a la Palestina literal para gobernar al mundo durante mil años, antes
de que termine el tiempo de gracia para los seres humanos. También estaremos a
salvo de otras interpretaciones que no son bíblicas, mediante las cuales se
aplican alegóricamente a la iglesia todos los detalles de las promesas que
originalmente fueron dadas al Israel literal. Estas dos posiciones exageradas
distorsionan el sentido evidente de las Escrituras y no permiten que la Iglesia
logre una juiciosa comprensión de los mensajes de los profetas.
COMO
UN ENFOQUE SEGURO PARA ESTUDIAR LOS PASAJES PROFÉTICOS DEL AT, SE SUGIEREN
ESTAS SENCILLAS REGLAS:
1.
Examínese la profecía en su totalidad. Téngase en cuenta quién la presentó, a
quién estaba dirigida y cuáles fueron las circunstancias que la motivaron. Debe
recordarse que, por lo general, la profecía fue dada originalmente con
referencia a las circunstancias históricas que la motivaron. La profecía fue
ordenada por Dios para responder a las necesidades de su pueblo en el momento
cuando fue dada y para recordarle el glorioso destino que como nación le
aguardaba: la venida del Mesías y el establecimiento de su reino eterno.
Descúbrase lo que el mensaje significó para la gente de esa época. (Esta regla
no se aplica a las porciones del libro de Daniel que debían ser cerradas y
selladas, ni a otros pasajes cuya aplicación pudo haber sido limitada por la
Inspiración exclusivamente para nuestros días.)
2.
Obsérvense los aspectos condicionales de la predicción y determínese hasta qué
punto esas condiciones fueron cumplidas, si es que lo fueron.
3. Descúbrase qué aplicación le dan
a esta profecía los autores inspirados posteriores, y sobre esta base
determínese el significado que pueda tener para el pueblo de Dios de este
tiempo.
4.
Recuérdese que la historia del trato de Dios con su pueblo en el pasado ha sido
registrada para beneficio de todas las generaciones posteriores hasta el fin
del tiempo. Nuestro estudio de los mensajes, que fueron originalmente
proclamados por santos varones de la antigüedad a la gente de sus días, no debe
transformarse en un fin en sí mismo, sino en un medio para descubrir la
voluntad de Dios con respecto a los que quieran servirle de todo corazón ahora,
en el final de los siglos. La voz de Dios hoy nos habla claramente mediante los
profetas de antaño.
Si
estas reglas se siguen en forma consecuente, la interpretación que se obtenga
puede aceptarse con confianza. En esta forma el sincero escudriñador de la
verdad encontrará mensajes de inspiración, consuelo y orientación para hoy en
los mensajes inspirados de los profetas de la antigüedad. 41 4CBA/MHP
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