sábado, agosto 22, 2020

REFLEXIÓN 355. CON PROMESAS Y AMENAZAS A JUDÁ, SE LE EXHORTA AL ARREPENTIMIENTO. (ISAÍAS 1:16-20).

Isaías 1:16-20. Dios les ofrece recomenzar con su pueblo. Y les pide decidir sobre las dos opciones que le pone: Entre el bienestar y la muerte por la espada... 

16 Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; 17 aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. 18 Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. 19 Si quisierais y oyereis, comeréis el bien de la tierra; 20 si no quisierais y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho. (Isaías 1). 

16. Lavaos. El pecado da por resultado contaminación moral y decadencia espiritual. Cuando David pecó, su ruego fue: "Lávame, y seré más blanco que la nieve" (Sal. 51: 7). Reconoció la contaminación del pecado y pidió a Dios un corazón limpio (vers. 10); y su ruego fue escuchado. Cada pecador necesita purificación moral; su corazón debe ser limpiado de la corrupción moral. Dios quiere limpiar de toda iniquidad el corazón del pecador (Jer. 4: 14); lo exhorta a que limpie sus manos de impiedad (Sant. 4: 8). Promete escribir la ley divina en el corazón humano (Jer. 31: 33) y limpiar al hombre de toda injusticia (1 Juan 1: 9). Isaías instó a Jerusalén a que se pusiera sus vestiduras hermosas, porque se acercaba el momento cuando lo inmundo ya no entraría más allí (Isa. 52: 1). Juan afirmó que ninguna cosa inmunda entraría en la Santa Ciudad (Apoc. 21: 27). Isaías procuraba enseñar a Israel que Dios, el "Santo de Israel", exige que su pueblo sea santo.

Dejad de hacer lo malo. Dios pidió a su pueblo que abandonara el pecado. Él era santo, y ellos también debían ser santos. El mal debe ser eliminado de la vida de cada hijo de Dios. El pecado no existirá en la atmósfera pura del cielo, y todos los que entren allí llevarán las vestiduras de justicia.

17. Aprended a hacer el bien. Los que sirvan a Dios aborrecerán el mal y amarán el bien (Amós 5: 15). El ser pasivamente "buenos" -es decir abstenerse de malas acciones- no basta para el cristiano. La piedad es un principio activo, y el cultivo de la rectitud es la más segura garantía contra la iniquidad. No importa cuáles puedan haber sido sus inclinaciones anteriores, la persona se propondrá no sólo dejar de hacer lo malo, sino que también se esforzará sinceramente para hacer lo mejor que pueda. Para alcanzar esta meta, necesitará tanto firmeza de propósito como ayuda del cielo. Los hombres no nacen a la vida cristiana con un carácter perfecto, sino que deben aprender, lentamente y con dificultad, a marchar por los caminos de Dios. Mediante estudio, y diligencia, paciencia y perseverancia, determinación y práctica, con el tiempo podrán adquirir hábitos de vida correcta. Todo aquel que ahora hace el bien ya ha pasado por el lento y difícil proceso de aprender a hacer el bien. Nadie ha aprendido verdaderamente a hacer el bien hasta que la rectitud se haya hecho habitual en él.

Juicio. Es decir, "lo justo" (BJ). Restituid al agraviado. Mejor, "enderezad la opresión" o "vindicad el mal" (BJ). En Israel muchos sufrían bajo la opresión de sus prójimos. Los que amaban a Dios tenían el deber de corregir esta situación. Debían refrenar al opresor y aliviar al oprimido. Haced justicia al huérfano. Los que aman el bien defenderán la causa del huérfano y procurarán que se le haga justicia.

Amparad a la viuda. "Defended la causa141 de la viuda" (BC). Los pobres y los necesitados, los desvalidos y los oprimidos necesitan alivio con urgencia. Los caudillos del profeso pueblo de Dios se aprovechaban de estos desvalidos para enriquecerse a sus expensas. Esa situación debía ser corregida. El verdadero amor y la simpatía tenían que manifestarse en los esfuerzos por corregir el mal y establecer justicia para todos. Ninguna religión merece tal nombre si no se enfrenta a los problemas de esta vida y hace que los hombres estén en armonía con los principios del reino de los cielos. La religión que en la práctica consiste en impresionantes ceremonias, pero que no toma en cuenta las necesidades de los huérfanos y de las viudas, carece de sentido. Ver com. Sant. 1: 27.

18. Venid luego.  "Venid y entendámonos" (NC). En este pasaje Dios invita a los hombres a que se encuentren con él, a fin de tratar libre y francamente sus problemas. El Señor no es un juez desconsiderado, ni un tirano arbitrario, sino un padre bondadoso y un amigo. Dios se interesa en las cosas que afectan al hombre, y se preocupa por el bienestar humano. Todas las advertencias divinas son dadas para el bien del hombre. Esto es lo que él anhela que el hombre crea y comprenda. Difícilmente podría concebirse una manifestación más atrayente del maravilloso amor y gran bondad de Dios, que la que se encuentra en esta misericordiosa invitación a estar 'a cuentas" con el Señor del cielo y de la tierra. Dios es razonable, y desea que los hombres comprendan que para provecho de ellos desea que abandonen el pecado y anden por sendas de justicia. El hombre fue dotado de la capacidad de razonar para que la empleara, y la mejor forma de usar este don es descubrir cuáles son los beneficios de la obediencia y las angustias de la transgresión.

Si vuestros pecados. El peor de los pecadores puede hallar consuelo y esperanza en esta promesa. En este pasaje Dios nos asegura que, no importa cuán culpables podamos haber sido en lo pasado ni cuán consumado haya sido nuestro pecado, todavía él puede devolvernos la pureza y la santidad. Esta promesa no sólo tiene que ver con los resultados del pecado, sino con el pecado mismo. Este puede ser erradicado y eliminado por completo de la vida. Con la ayuda de Dios, el pecador puede lograr el dominio completo de todas sus flaquezas (ver com. 1 Juan 1: 9).

19. Si quisierais y oyereis. "Si aceptáis obedecer" (BJ). En este pasaje Isaías expone el fruto de la obediencia. Una vida de gozo y bienaventuranza es el resultado natural de la obediencia a las leyes de Dios, porque Dios no puede bendecir a los que no se esfuerzan al máximo. Los gozos celestiales no son dones otorgados arbitrariamente por Dios a los que le siguen, sino el resultado natural de cumplir con sus requerimientos. Dios coloca delante del hombre los caminos de justicia, porque éstos son los caminos correctos y los que traen consigo bendición.

Comeréis. Esta promesa se aplica tanto a este mundo como al venidero. La cosecha de la obediencia se recoge no sólo en el cielo sino también en la tierra (ver com. Mat. 19: 29). Antes de que los israelitas entraran en la tierra prometida, Moisés les presentó las bendiciones que serían de ellos si caminaban en las sendas del Señor (Deut. 28: 1-13). Isaías destaca que esas bendiciones no se habían realizado debido a que Israel no obedeció las órdenes del Señor. Ahora Dios les asegura que esas bendiciones todavía podían ser de ellos si se arrepentían e iban por las sendas de justicia.

20. Si no quisierais. No es un decreto arbitrario de Dios el que condena al pecador. Este tan sólo cosecha lo que él mismo ha sembrado. Así como las bendiciones acompañan la vida piadosa, así también la desdicha marcha con la impiedad. Cuando los hombres infringen los mandamientos de Dios, la muerte es el resultado inevitable. Esta es sencillamente la consecuencia de la ley natural de causa y efecto. Cuando Israel se apartó de Dios, inevitablemente entró en -el camino que llevaba a la ruina. Moisés había señalado claramente esta verdad antes de que Israel entrara en la tierra prometida (Deut. 28: 15-68). Cuando los seres humanos se rebelan contra Dios y se niegan a obedecer su ley, automáticamente abren la puerta a la destrucción. Toda persona tiene su destino enteramente en sus manos. Está en su poder el determinar si su futuro será feliz o desdichado. Isaías presentó ante el pueblo de Dios la gran verdad de que, en última instancia, el pecado ocasiona su propia destrucción. La iniquidad nunca podrá servir de base para la dicha y la bienaventuranza eternas. En el sentido más estricto de la palabra, los pecadores se destruyen a sí mismos.

La boca de Jehová lo ha dicho. Dios ha predicho los resultados inevitables del pecado, pero esto dista mucho de ser un decreto arbitrario. Dios no se complace en la muerte del impío (Eze. 18:23, 31-32; 33:11), pero conociendo el resultado inevitable del pecado, advierte al hombre exactamente cuáles serán los resultados de la desobediencia (Ose. 13: 9; 14: 1; Rom. 6: 21, 23; Sant. 1:15; 2 Ped. 3: 9). 4CBA/Ministerio Hno. Pio


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