Isaías 6. Presenta la visión
de la gloria divina, vista por el profeta Isaías. Entre otros sucesos, confirma
el llamado del profeta, para seguir llevando adelante su misión profética ante
un pueblo obstinado en el mal.
Vers. 1-8. Isaías ve la gloria del Señor, y queda aterrorizado y se siente indigno, pero es confirmado en su misión profética. Vers. 9-12. Muestra la obstinación del pueblo hacia su ruina. 13 pero a pesar de toda la apostasía, siempre habría un remanente, una simiente santa, que sería salvo.
1 EN EL año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. 2 Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. 3 Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. 4 Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.
5 Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. 6 Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; 7 y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. 8 Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.
9 Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. 10 Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad. 11 Y yo dije: ¿Hasta cuándo, Señor? Y respondió él: Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto; 12 hasta que Jehová haya echado lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de la tierra.
13 Y si quedare aún en ella la décima par te, ésta volverá a ser destruida; pero como el roble y la encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa. (Isaías 6).
1. En El Año. Probablemente el año 7401/739 a. C. Evidentemente
esta fecha es importante. En el año final del largo reinado de Uzías (52 años),
el Señor concedió al joven Isaías una visión que confirmaba su vocación para
que ejerciera la misión profética, y le dio un mensaje de reprensión para
Israel (PR 226-228; 2JT 348-349). Era un tiempo de peligro y crisis. El gran
rey asirio Tiglat-pileser III había
ascendido al trono en 745, y casi
inmediatamente comenzó una serie de campañas que culminaron con la conquista de
buena parte del Asia Occidental (ver p. 130). En 745 luchó contra Babilonia; en
744 invadió el territorio al noreste de Asiria, y entre 743 y 738 realizó
campañas anuales contra el noroeste. En sus anales, Tiglat-pileser menciona con
frecuencia a Azriau de Iauda, al que generalmente se identifica con Azarías
(Uzías) de Judá, quien sin duda era el caudillo de la resistencia contra la
agresión asiria en los países de la región mediterránea del Asia. También se
menciona a Manahem de Israel. Uzías murió mientras Tiglat-pileser dirigía sus
campañas contra los reyes occidentales. El que se había opuesto tan
decididamente a Asiria, había muerto. ¿Cuál sería la suerte de Judá? ¿Todo el
mundo caería presa de las armas asirias? Por causa de sus pecados, el profeso
pueblo de Dios había perdido la protección divina. El poderío asirio parecía
invencible, y aparentemente antes de mucho Judá sería vencido, y Asiria
dominaría al mundo.
Señor sentado sobre un trono. Esta manifestación de la gloria divina acaeció en
una de las visitas de Isaías a los sagrados recintos del templo (PR 228). Dios
tenía el propósito de que Isaías pudiera captar una visión más amplia que la
que le proporcionaba su ambiente. Dios deseaba hacerle saber que, a pesar del
poderío de Asiría, él seguía siendo supremo en su trono, y que bajo su dominio estaban todos los asuntos
terrenales. A Moisés se le concedió una visión similar de Dios (Exo. 24: 10).
Más de cien años antes del tiempo de Isaías, el profeta Micaías había visto a
Jehová sentado en su trono, rodeado de los ejércitos del cielo (1 Rey. 22: 19).
Anteriormente, durante el reinado de Uzías, Amós también vio al Señor,
"que estaba sobre el altar" (Amós 9: 1). Más tarde, durante el
cautiverio babilónico, tanto Daniel (Dan. 7: 9) como Ezequiel (Eze. 1: 1; 10:
1-5) vieron visiones del Señor en su trono. También Juan, en la isla de Patmos,
vio algo similar (Apoc. 4: 1-6). Cuando los peligros asedian al pueblo de Dios,
y las potestades de las tinieblas parecen estar a punto de prevalecer, Dios
invita a con templarlo sentado en su trono, dirigiendo los asuntos del cielo y
la tierra, a fin de que los suyos se reanimen y tengan esperanza (Ed 169).
Sus faldas llenaban el templo. En el momento cuando se le, concedió esta visión,
Isaías estaba orando en el atrio del templo (PR 228). Las puertas del templo
parecieron abrirse ante él, y en el lugar santísimo vio a Dios mismo sentado en
su trono. La palabra hebrea hekal, comúnmente empleada para referirse al
templo, designa a ese lugar como "templo" o "palacio"
del gran Rey del cielo (cf. Sal. 11: 4; 29: 9; Hab. 2: 20). Las
"faldas" son la vestimenta de la infinita gloria de Dios. Juan (cap.
12: 41) aplica esta visión a Cristo.
2. Serafínes. Heb. sérafim, que significa literalmente, "los que queman" o "los que arden". Seis alas. Compárese con Apoc. 4: 8, donde los seres vivientes que Juan vio en derredor del trono también tenían seis alas. Sin embargo, los seres vivientes vistos por Ezequiel, sólo tenían cuatro alas (Eze. 1: 6). Isaías vio que estos ángeles con dos alas se cubrían el rostro, en actitud de homenaje y reverencia delante de Dios, con dos alas se cubrían los pies, y con dos volaban. Ezequiel vio (que los seres vivientes con dos alas se cubrían el cuerpo, mientras extendían las otras dos hacia arriba (Eze. 1: 11).
3. Santo, santo, santo. Los ángeles que rodean el trono de Dios sienten
profundamente el principal atributo divino: la perfecta santidad de carácter.
Los seres vivientes que Juan vio en torno del trono también clamaban:
"Santo, santo, santo es el Señor Dios Todo poderoso" (Apoc. 4: 8).
Dios procuraba impresionar en la mente de Isaías el concepto de su santidad, a
fin de que el profeta siempre colocara ante su pueblo este atributo del
carácter divino, para que pudiera sentirse estimulado a apartarse de sus
pecados y aspirara a la santidad. En el rollo 1QIsª de los Manuscritos del Mar
Muerto (t. I, p. 35; t. IV, p. 128) se omite la palabra "diciendo", y
sólo aparece dos veces la palabra "santo".
Llena de su gloria. Cf. cap. 40: 5. La percepción de la gloria y de la
santidad de Dios induce a los hombres a humillarse ante él. En un tiempo cuando
las tinieblas cubrían la tierra y oscuridad las naciones (cap. 60: 2), Isaías
esperaba la hora cuando la gloria de Dios cubriría toda la tierra.
4. Los quiciales de las puertas. Literalmente, "los umbrales", es decir la piedra horizontal en la cual estaban los orificios dentro de los cuales giraban los pivotes de las puertas. Los cimientos mismos del templo parecían estremecerse ante la voz de Dios. Humo. Como de incienso, que reflejaba la luminosa gloria de Dios. Cf. Exo. 19: 18, donde se describe al monte Sinaí como cubierto de humo y temblando "en gran manera", y Apoc. 15: 8, donde el templo aparece lleno de humo a causa de la gloria de Dios.
5. ¡Ay de mí! Isaías había pronunciado ayes sobre los pecadores
del pueblo de Dios (cap. 5: 8-30). Ahora, lleno de pavor, al encontrarse en la
presencia de un Dios santo, siente profundamente las imperfecciones de su
propio carácter. Pasaremos por la misma experiencia en la medida en que nos
acerquemos a Dios.
Han visto mis ojos. Esta visión de la santidad y gloria de Dios
proporcionó a Isaías una idea de la pecaminosidad e insignificancia del hombre.
Al contemplar a Dios y luego mirarse a sí mismo, comprendió que él no era nada
en comparación con el Eterno. En la presencia del "Santo de Israel"
(cap. 5: 24) vio su culpabilidad. Moisés ocultó su rostro cuando entró en la
presencia de Dios (Exo. 3: 6), y Job se aborreció a sí mismo y se arrepintió en
polvo y ceniza (Job 42: 6).
6. Del altar. El dorado altar del incienso (ver com. Exo. 30: 1-5), el cual era, en esencia, un altar de intercesión (ver com. Exo. 30: 6-8). Juan vio que las plegarias de los corazones de los pecadores arrepentidos eran presentadas con incienso ante el trono de la gracia (Apoc. 8: 3-4).
7. Tocó tus labios. El carbón encendido del altar representaba el poder
refinador y purificador de la gracia divina. También significaba una
transformación del carácter. Desde ese momento, el único gran deseo de Isaías
para su pueblo fue que ellos también pudieran experimentar la misma obra de
purificación y transformación. Nuestra mayor necesidad hoy es que nuestros
labios sean tocados con el santo fuego del altar de Dios.
8. Envíame. La respuesta de Isaías fue inmediata. Como Pablo,
Isaías tenía un gran deseo: que Israel pudiera ser salvo (cf. Rom. 10: 1).
Sabía que el castigo pronto caería sobre el pueblo culpable, y anhelaba que los
israelitas abandonaran sus pecados. A partir de entonces, la única tarea de
Isaías sería la de llevar el mensaje divino de amonestación y esperanza a
Israel, a fin de que pudiera captar la visión del amor y de la santidad de Dios
para ser salvo.
9. Oíd bien. Como muchos otros profetas, Isaías se enfrentaba a
una tarea difícil. Dios le advirtió que el mensaje del cual era portador, en
buena medida sería desoído; que a pesar de todo lo que él pudiera hacer, el
pueblo continuaría andando en sus malos caminos. Su triste destino sería un
aparente fracaso, pero sin duda no mayor del que se manifestó en el ministerio
de Jesús (Mat. 13: 14-15; 171 15; Juan 12: 37-41) y el de Pablo (Hech. 28:
26-27). Repetidas veces se citan estas palabras aplicándolas a los tiempos del
NT. Sin embargo, a Isaías se le había
asegurado que su obra no sería totalmente en vano, porque Dios le reveló que un
remanente sería salvado (cap. 1: 9; 6: 13; 10: 21 ). Por otra parte, Pablo
comprendió que en su tiempo los judíos ya habían hecho su decisión final y
habían dejado de ser el pueblo de Dios (Hech. 28: 26-28; Rom. 9-11).
10. Engruesa El Corazón. "Haz torpe el corazón" (BJ). La percepción
espiritual de Israel sería tan torpe, que no harían caso ni siquiera de los
mensajes más conmovedores que el cielo pudiera enviar. La situación sería
similar a la de Faraón cuando endureció su corazón, y rehusó cumplir con el
mensaje de Dios presentado por medio de Moisés (ver com. Exo. 4: 21). En los
días de Isaías no fue Dios quien cegó los ojos del pueblo o entorpeció su
corazón. Ellos mismos provocaron esa situación por haber rechazado las
advertencias que Dios les enviaba. Con cada rechazo de la verdad, el corazón se
endurece más, y la percepción espiritual se embota más, hasta que al final es
completamente imposible percibir las cosas espirituales. Dios no se deleita con
la muerte de los impíos, y hace todo lo posible para apartarlos de sus malos
caminos, a fin de que puedan vivir y no morir (Eze. 18: 23-32; 33: 11; 1 Tim.
2: 4; 2 Ped. 3: 9).
11. ¿Hasta cuándo, Señor? Isaías afrontaba una lúgubre perspectiva. Le
resultaba difícil creer que la situación que Dios le describía pudiera
perdurar. Después de algún tiempo el pueblo seguramente volvería en sí, y
aceptaría el mensaje divino de salvación y liberación. De aquí su pregunta.
Hasta que las ciudades. La triste respuesta que Isaías recibió de Dios fue
que la situación prevalecería hasta que Judá se hubiera destruido a sí misma.
No había esperanza de arrepentimiento; ni tampoco de supervivencia. Se salvaría
un remanente, y por amor de ese grupo fiel, Isaías tenía que proclamar su
mensaje de salvación. Pero la nación como conjunto rehusaría apartarse de sus
malos caminos, y a la larga, ese rechazo provocaría una ruina total e
irreparable. Las ciudades quedarían deshabitadas y la tierra completamente
abandonada y desolada. El pecado no produce felicidad sino desdicha;
no causa prosperidad sino ruina; no lleva a la vida sino a la muerte.
Esta es la gran lección que los portavoces de Dios han presentado al mundo vez
tras vez (Lev. 26: 31-33; Isa. 1: 20; 5: 9; 14: 17, 20; Jer. 4: 7, 20, 23-27;
7: 34; 9: 11; 26: 6, 18; Miq. 3: 12; etc.).
12. Haya Echado Lejos. Se refiere al cautiverio venidero. Primero, mediante Asiria, en los días de Isaías; después, un siglo más tarde, por medio de Babilonia, el pueblo sería llevado a países extraños. Esto había sido predicho por Moisés, en forma condicional, antes de que Israel hubiera entrado en la tierra prometida (Lev. 26: 33; Deut. 4: 26-28; 28: 64). Lugares abandonados. Esa tierra que Dios había querido que floreciera como una rosa sería desolada y abandonada por sus habitantes. En vez de prosperidad, habría ruina.
13. La décima parte. Puesto que algunos detalles del hebreo del vers. 13 no son muy claros, es difícil traducir e interpretar correctamente este pasaje. La traducción literal es la siguiente: "Y todavía en ella [en la tierra; vers. 12] una décima parte y ella [ la tierra o la décima parte] volverá y será para quemar como terebinto o como encina que al cortar [queda] tronco en ella [en la tierra, en la décima parte, o según algunas versiones en ellos, es decir en el terebinto y la encina] semilla santa el tronco de ella". El sentido básico del versículo es claro. En los vers. 11-12 se describe la desolación de Judá a causa del cautiverio babilónico. Aunque la tierra quedara totalmente desolada, esto no significaría el fin de Israel como nación (Jer. 4: 27; 5: 10, 18; 30: 11; 46: 28). Se levantaría otra vez. El cuadro desalentador de un pueblo que persistía en su perversidad, ciego y sordo a los mensajes que Isaías había de presentarle hasta que fuera arrastrado al cautiverio, se mezcla aquí con la promesa de que la tierra no quedaría totalmente abandonada para siempre, y que el propósito que Dios había tenido para con su pueblo se cumpliría (PR 229-230). Compárese esto con el nombre del primogénito de Isaías, Sear-jasub, que significa literalmente "un remanente volverá". La idea de que un "remanente" volvería aparece vez tras vez en todo el libro (cap. 4: 2-3; 10: 21; etc.). No debe asignársela ningún significado especial al hecho de que lo que quedaría sería una "décima parte" del original. En la Biblia se habla del número diez como de un número pequeño, a veces indefinido. Por ello, la décima parte sería un número pequeño.
Como el roble. Las palabras hebreas que se traducen como
"roble" y "encina" se refieren a cualquier árbol grande,
aunque también pueden significar los árboles relacionados con el culto. También
se ha pensado que el "roble" sería más bien el "terebinto",
árbol del cual se extrae la trementina.
Aunque no quedara de ese árbol más que un tocón, brotaría un nuevo
árbol. Por lo tanto, el mensaje era de estímulo y esperanza. La misión de
Isaías no habría de ser del todo vana. Al final se salvaría un remanente.
Simiente santa. La última parte de este versículo dice así en la BJ:
"En cuya tala queda un tocón: semilla santa será su tocón". En ese
tronco subsistiría vida, y ésta finalmente brotaría otra vez y llegaría a ser
un nuevo árbol. En el AT se emplea repetidas veces la figura del árbol para
representar al pueblo de Dios (Isa. 65: 22; Jer. 17: 8; cf. Dan. 4: 14, 23). De
esa "simiente santa" se levantaría un nuevo y glorioso Israel. 4CBA/Ministerio
Hno. Pio
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