martes, marzo 24, 2020

REFLEXIÓN 185. UN SALMO PENITENCIAL (Salmo 51).


El Salmo 51, es un canto de Arrepentimiento, Confesión, Perdón Y Restauración. Donde David, aprende la lección que lo acompañaría para el resto de su vida.

“David lo escribió "después de cometer su gran pecado [con Betsabé], en la angustia del remordimiento y la repugnancia de sí mismo" (Ed 160).  "Es una expresión del arrepentimiento de David, cuando le llegó el mensaje de reprensión de parte de Dios; . . . un himno que había de cantarse en las asambleas públicas de su pueblo . . . [para] que otros se instruyeran por el conocimiento de la triste historia de su caída" (PP 784, 785).  Es una oración en procura de perdón y de santificación mediante el Espíritu Santo.  Acompañan a la petición votos de gratitud por la misericordia de Dios y promesas para el futuro.  Quizá ningún otro pasaje del AT pinte un cuadro tan patético del pecador verdaderamente arrepentido que confía en el poder de Dios para perdonar y restaurar como esta descripción de la reacción de David.  Este salmo debiera estudiarse en relación con 2 Sam. 12: 1-13 y Sal. 32.
El Sal. 51 fue uno de los preferidos de Juan Bunyan.  Poco antes de ser ejecutada (1554), Lady jane Grey recitó este salmo de rodillas ante el cadalso”. 3CBA

1 Ten Piedad De Mí, Oh Dios, 
Conforme A Tu Misericordia;
Conforme a la multitud de tus piedades 
borra mis rebeliones.
2 Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.

3 Porque Yo Reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
4 Contra Ti, Contra Ti Solo He Pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos;
Para que seas reconocido justo en tu palabra, 
Y tenido por puro en tu juicio.

5 HE AQUÍ, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.

6 He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, 
y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.

7 Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.764

8 Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
9 Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.

10 CREA EN MÍ, oh Dios, un corazón limpio, 
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.

11 No me eches de delante de ti,
Y NO QUITES de mí tu santo Espíritu.

12 Vuélveme el gozo de tu salvación,
 Y espíritu noble me sustente.
13 Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, 
Y los pecadores se convertirán a ti.

14 Líbrame de homicidios, Oh Dios,
Dios de mi salvación; Cantará mi lengua tu justicia.

15 Señor, abre mis labios,
Y publicará mi boca tu alabanza.
16 Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto.
17 Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.
18 Haz bien con tu benevolencia a Sión;
Edifica los muros de Jerusalén.
19 Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto u ofrenda del todo quemada; Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar. (Salmo 51)


*LA BIBLIA tiene poco que decir en alabanza de los hombres. Dedica poco espacio a relatar las virtudes hasta de los mejores hombres que jamás hayan vivido. Este silencio no deja de tener su propósito y su lección. Todas las buenas cualidades que poseen los hombres son dones de Dios; realizan sus buenas acciones por la gracia de Dios manifestada en Cristo. Como lo deben todo a Dios, la gloria de cuanto son y hacen le pertenece solo a él; ellos no son sino instrumentos en sus manos. 
Además, según todas las lecciones de la historia bíblica, es peligroso alabar o ensalzar a los hombres; pues si uno llega a perder de vista su total dependencia de Dios, y a confiar en su propia fortaleza, caerá seguramente. El hombre lucha con enemigos que son más fuertes que él. 
“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Efesios 6:12.

ES IMPOSIBLE que nosotros, con nuestra propia fortaleza, sostengamos el conflicto; y todo lo que aleje a nuestra mente de Dios, todo lo que induzca al ensalzamiento o a la dependencia de sí mismo, prepara seguramente nuestra caída. El tenor de la Biblia está destinado a inculcarnos desconfianza en el poder humano y a fomentar nuestra confianza en el poder divino. 
El espíritu de confianza y ensalzamiento de sí mismo fue el que preparó la caída de David. La adulación y las sutiles seducciones del poder y del lujo, no dejaron de tener su efecto sobre él. También las relaciones con las naciones vecinas ejercieron en él una influencia maléfica. Según las costumbres que prevalecían entre los soberanos orientales de aquel entonces, los crímenes que no se toleraban en los súbditos quedaban impunes cuando se trataba del rey; el monarca no estaba obligado a ejercer el mismo dominio sobre sí mismo que el súbdito. Todo esto tendía a aminorar en David el sentido de la perversidad excesiva del pecado. Y en vez de confiar humilde en el poder de Dios, comenzó a confiar en su propia fuerza y sabiduría.  Tan pronto como Satanás pueda separar el alma de Dios, la única fuente de fortaleza, procurará despertar los deseos impíos de la naturaleza carnal del hombre. La obra del enemigo no es abrupta; al principio no es repentina ni sorpresiva; consiste en minar secretamente las fortalezas de los principios. Comienza en cosas aparentemente pequeñas: la negligencia en cuanto a ser fiel a Dios y a depender de él por completo, la tendencia a seguir las costumbres y prácticas del mundo. PP 707, 708.

El texto completo de la caída y arrepentimiento de David está en 2 Samuel Capítulos 11 y 12.

MUCHOS, LEYENDO LA HISTORIA 
DE LA CAÍDA DE DAVID, han preguntado: 
¿Por qué se hizo público este relato? 
¿Por qué consideró Dios conveniente descubrir al mundo este pasaje oscuro de la vida de uno que fue altamente honrado por el cielo?
El profeta, en el reproche que hizo a David, había declarado tocante a su pecado: “Con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová”. A través de las generaciones sucesivas, los incrédulos han señalado el carácter de David y la mancha negra que lleva, y han exclamado en son de triunfo y burla: “¡He aquí el hombre según el corazón de Dios!” Así se ha echado oprobio sobre la religión; Dios y su palabra han sido blasfemados; muchas almas se han endurecido en la incredulidad, y muchos, bajo un manto de piedad, se han envalentonado en el pecado. 

PERO LA HISTORIA DE DAVID no suministra motivos por tolerar el pecado. David fue llamado hombre según el corazón de Dios cuando andaba de acuerdo con su consejo. Cuando pecó, dejó de serlo hasta que, por arrepentimiento, volvió al Señor. La Palabra de Dios manifiesta claramente: “Esto que David había hecho, fue desagradable a los ojos de Jehová”. Y el Señor le dijo a David por medio del profeta: “¿Por qué pues tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? [...] Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada; por cuanto me menospreciaste”.

AUNQUE DAVID SE ARREPINTIÓ DE SU PECADO, y fue perdonado y aceptado por el Señor, cosechó la funesta mies de la siembra que él mismo había sembrado. Los juicios que cayeron sobre él y sobre su casa atestiguan cuanto aborrece Dios al pecado. 

DURANTE UN AÑO ENTERO DESPUÉS DE SU CAÍDA, David vivió en seguridad aparente; no había evidencia externa del desagrado de Dios. Pero la sentencia divina pendía sobre él. Rápida y seguramente se aproximaba el día del juicio y del castigo, que ningún arrepentimiento podía evitar, es decir, la agonía y la vergüenza que ensombrecía toda su vida terrenal. Los que, señalando el ejemplo de David, tratan de aminorar la culpa de sus propios pecados, deben aprender de las lecciones del relato bíblico que el camino de la transgresión es duro. Aunque, como David, se arrepientan de sus caminos impíos, los resultados del pecado, aun en esta vida, serán amargos y difíciles de soportar. 

DIOS QUISO QUE LA HISTORIA DE LA CAÍDA DE DAVID sirva como una advertencia de que aun aquellos a quienes él ha bendecido y favorecido grandemente no han de sentirse seguros ni tampoco descuidar el velar y orar. Así ha resultado para los que con humildad han procurado aprender lo que Dios quiso enseñar con esa lección. De generación en generación, miles han sido así inducidos a darse cuenta de su propio peligro frente al poder tentador del enemigo común. La caída de David, hombre que fue grandemente honrado por el Señor, despertó en ellos la desconfianza de sí mismos. Comprendieron que solamente Dios podía guardarlos por su poder mediante la fe. Sabiendo que en él estaba la fortaleza y la seguridad, temieron dar el primer paso en tierra de Satanás.  Aun antes de que se hubiera dictado la sentencia divina contra David, este ya había comenzado a cosechar el fruto de su transgresión. Su conciencia no tenía paz. En el salmo 32 presenta la agonía que su espíritu soportó entonces... PP 713, 714.

ASÍ EN UN HIMNO SAGRADO QUE DEBÍA CANTARSE EN LAS ASAMBLEAS PÚBLICAS DE SU PUEBLO, en presencia de la corte, los sacerdotes y jueces, los príncipes y guerreros, y que iba a preservar hasta la última generación el conocimiento de su caída, el rey de Israel relató todo lo concerniente a su pecado, su arrepentimiento, y su esperanza de perdón por la misericordia de Dios. En lugar de ocultar la culpa, quiso que otros se instruyeran por el conocimiento de la triste historia de su caída. 

EL ARREPENTIMIENTO DE DAVID fue sincero y profundo. No hizo ningún esfuerzo para aminorar su crimen. Lo que inspiró su oración no fue el deseo de escapar a los castigos con que se le amenazaba. Pero vio la enormidad de su transgresión contra Dios; vio la depravación de su alma y aborreció su pecado. No oró pidiendo perdón solamente, sino también pidiendo pureza de corazón. David no abandonó la lucha en su desesperación. Vio la evidencia de su perdón y aceptación, en la promesa hecha por Dios a los pecadores arrepentidos. 
“Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; 
no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. Vers. 16, 17
Aunque David había caído, el Señor lo levantó. 
Estaba ahora en armonía íntima con Dios 
y en unidad con sus semejantes. 
En el gozo de su liberación cantó: 
“Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad. 
Confesaré mis rebeliones a Jehová [...]
Tu eres mi refugio; me guardarás de la angustia;
con cánticos de liberación me rodearás”. Salmos 32:5-7

MUCHOS MURMURAN CONTRA LO QUE LLAMAN LA INJUSTICIA DE DIOS AL SALVAR A DAVID, cuya culpa era tan grande, después de haber rechazado a Saúl por lo que a ellos les parece ser pecados mucho menos flagrantes. Pero David se humilló y confesó su pecado, en tanto que Saúl menospreció el reproche y endureció su corazón en la impenitencia. 

Este pasaje de la historia de David rebosa de significado para el pecador arrepentido. Es una de las ilustraciones más poderosas que se nos hayan dado de las luchas y las tentaciones de la humanidad, y de un verdadero arrepentimiento hacia Dios y una fe sincera en nuestro Señor Jesucristo. A través de todos los siglos ha resultado ser una fuente de aliento para las almas que, habiendo caído en el pecado, han tenido que luchar bajo el peso agobiador de su culpa. Miles de los hijos de Dios han sido los que, después de haber sido entregados traidoramente al pecado y cuando estaban a punto de desesperar, recordaron como el arrepentimiento sincero y la confesión de David fueron aceptados por Dios, no obstante haber tenido que sufrir las consecuencias de su transgresión; y también cobraron ánimo para arrepentirse y procurar nuevamente andar por los senderos de los mandamientos de Dios. 

QUIENQUIERA QUE BAJO LA REPRENSIÓN DE DIOS HUMILLE SU ALMA con la confesión y el arrepentimiento, tal como lo hizo David, puede estar seguro de que hay esperanza para él. Quienquiera que acepte por la fe las promesas de Dios, hallará perdón. Jamás rechazará el Señor a un alma verdaderamente arrepentida. Él ha dado esta promesa: “¡Que haga conmigo paz!, ¡sí, que haga la paz conmigo!” “Deje el impío su camino y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”. Isaías 27:555:7. PP 716, 717


*LA CAÍDA DE DAVID ES UN LLAMADO A NO DESCUIDAR LA ORACIÓN—Dios quiso que la historia de la caída de David sirviera como una advertencia de que aun aquellos a quienes él ha bendecido y favorecido grandemente no han de sentirse seguros ni tampoco descuidar el velar y orar. Así ha resultado para los que con humildad han procurado aprender lo que Dios quiso enseñar con esa lección. De generación en generación, miles han sido así inducidos a darse cuenta de su propio peligro frente al poder tentador del enemigo común. La caída de David, hombre que fue grandemente honrado por el Señor, despertó en ellos la desconfianza de sí mismos. Comprendieron que sólo Dios podía guardarlos por su poder mediante la fe. Sabiendo que en él estaba la fortaleza y la seguridad, temieron dar el primer paso en tierra de Satanás.—Patriarcas y Profetas, 783, 784

 DIOS RESPONDIÓ LA ORACIÓN DE DAVID. —Una de las más fervientes oraciones registradas en la Palabra de Dios es la de David cuando suplicó: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio”. La respuesta de Dios frente a una oración tal es: Te daré un corazón nuevo. Esta es una obra que ningún hombre finito puede hacer. Los hombres y mujeres deben comenzar por el principio: buscar a Dios con sumo fervor en procura de una verdadera experiencia cristiana. Deben sentir el poder creador del Espíritu Santo. Deben recibir el nuevo corazón, es decir tienen que mantenerlo dócil y tierno por la gracia del cielo. Debe limpiarse el alma del espíritu egoísta. Deben trabajar fervientemente y con humildad de corazón, acudiendo cada uno a Jesús en busca de conducción y valor. Entonces el edificio, debidamente ensamblado, crecerá hasta ser un templo santo en el Señor. 4CBA 1186. 
Ministerio Hno. Pio

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