CUANDO Pablo recibió la
orden de comparecer ante Nerón para la vista de su causa, tenía ante sí la perspectiva
de una muerte segura. La gravedad del crimen que se le imputaba y la
generalizada animadversión hacia los cristianos dejaban pocas esperanzas de un
resultado favorable.
ERA
COSTUMBRE DE GRIEGOS Y ROMANOS conceder al acusado el privilegio de emplear a
un abogado para que defendiera su causa ante los tribunales, Por la fuerza
de los argumentos, o gracias a una elocuencia apasionada, o mediante ruegos,
súplicas y lágrimas, el abogado a menudo obtenía un veredicto favorable al
acusado, o si no conseguía eso, lograba aminorar la severidad de la sentencia.
PERO
CUANDO PABLO COMPARECIÓ ANTE NERÓN nadie se aventuró a actuar como su consejero
o abogado;
no había amigo a mano para llevar siquiera un registro de las acusaciones que
se lanzaron contra él, o de los argumentos que presentó para defenderse. Entre
los cristianos en Roma no hubo quien compareciera para apoyarlo en esa hora de
prueba.
EL
ÚNICO INFORME DIGNO de confianza acerca del caso nos lo da Pablo mismo en su
segunda carta a Timoteo: "En mi primera defensa -escribió- ninguno estuvo
a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta. Pero el
Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la
predicación, y que todos los gentiles oyesen. Así fue librado de la boca del
león" (2 Tim. 4:16,17).
¡Pablo
Ante Nerón! ¡Qué Notable Contraste!
EL
ARROGANTE MONARCA ante el cual el hombre de Dios debía responder por su fe,
había llegado a la cima del poder, la autoridad y la riqueza terrenales, pero
asimismo a lo más profundo del crimen 393
y la iniquidad. Su poder y grandeza no tenían rival. Nadie podía poner en
duda su autoridad ni resistir su voluntad. Los reyes colocaban sus coronas a
sus pies. Poderosos ejércitos se ponían en marcha a su mandato, y las insignias
de sus barcos eran emblemas de victoria. Su estatua se levantaba en los
tribunales, y tanto los decretos de los senadores como las sentencias de los
jueces eran sólo el eco de su voluntad. Millones se inclinaban en obediencia a
sus mandatos. El nombre de Nerón hacía temblar al mundo. Incurrir en su
desagrado significaba perder las propiedades, la libertad y la vida; y su enojo
era más temible que la peste.
SIN
DINERO, NI AMIGOS, NI CONSEJEROS, el anciano apóstol compareció ante
Nerón, cuyo aspecto revelaba las vergonzosas pasiones que bullían en su
interior, mientras que el rostro del acusado reflejaba un corazón que estaba en
paz con Dios. La vida de Pablo había transcurrido en la pobreza, la abnegación
y el sufrimiento. A pesar de las constantes falsedades, vituperios y maltrato
con que sus enemigos habían procurado intimidarlo, impávidamente mantuvo enhiesto
el estandarte de la cruz. Como su Maestro, había sido un peregrino sin hogar, y
como él, había vivido para beneficio de la humanidad.
¿Cómo Podía El Antojadizo,
Apasionado Y Libertino Tirano Comprender Ni Estimar El Carácter Y Los Motivos
De Ese Hijo De Dios?
EL
AMPLIO SALÓN ESTABA LLENO DE UNA TURBA ANSIOSA E INQUIETA, que procuraba
avanzar para ver y oír cuanto iba a suceder. Allí estaban los aristócratas y
los plebeyos, los ricos y los pobres, los sabios y los ignorantes, los altivos
y los humildes, todos ellos destituidos del verdadero conocimiento del camino
de vida y salvación.
LOS
JUDÍOS LANZARON CONTRA PABLO sus antiguas acusaciones de sedición y
herejía; y tanto los judíos como los romanos lo culparon de haber instigado el
incendio de la ciudad. Mientras se lanzaban estas acusaciones contra él, Pablo
se mantuvo imperturbable.
LOS
JUECES Y EL PÚBLICO lo miraban sorprendidos. Habían presenciado muchos
procesos y habían visto a muchos criminales; pero nunca habían visto a un
procesado que revelara una tranquilidad tan santa como la del que 394 tenían ahora delante de ellos. La
sagaz mirada de los jueces, acostumbrados a leer en el semblante de los reos,
escrutaban vanamente el rostro de Pablo en busca de alguna prueba de
culpabilidad. Cuando se le concedió la palabra para hablar en defensa propia,
todos escucharon con vivísimo interés.
UNA VEZ MÁS TENÍA PABLO la
ocasión de levantar ante una admirada muchedumbre la bandera de la cruz. Al
contemplar a los circunstantes, judíos, griegos, romanos y extranjeros de
muchos países, su alma se conmovió con el intenso anhelo de lograr su
salvación.
Perdió de vista las circunstancias en que se hallaba, los
peligros que lo rodeaban y su terrible destino, que parecía inminente, Sólo vio
a Jesús, el Mediador, abogando ante Dios en favor de los pecadores.
Con elocuencia y poder sobrehumanos expuso las verdades del
Evangelio.
Presentó a sus oyentes el sacrificio hecho en favor de la raza
caída.
Puso de manifiesto que para redimir al hombre se había pagado un rescate infinito
que se había hecho provisión para que compartiera el trono de Dios. Añadió
que la tierra estaba relacionada con el cielo por medio de los ángeles, y que
todas las acciones de los hombres, buenas o malas, están expuestas ante la
mirada de la justicia Infinita.
TAL
FUE LA DEFENSA DEL ABOGADO DE LA VERDAD. Fiel entre los
infieles, leal entre los desleales, se erguía como representante de Dios y su
voz resonaba como una voz del cielo. No había temor, ni tristeza, ni desaliento
en su palabra ni en su mirada.
Fortalecido
por la convicción de su inocencia, revestido con la armadura de la
verdad, se regocijaba al sentirse hijo de Dios. Sus palabras sonaban como un
clamor de victoria por encima del fragor de la batalla.
DECLARÓ que la causa a la
cual había dedicado su vida era la única que no podía fracasar. Aunque él
pereciera, el Evangelio no perecería. Dios vive y su verdad triunfará, Muchos de
los que lo contemplaron aquel día "vieron su rostro como el rostro de un
ángel" (Hech. 6: 15).
NUNCA
HABÍAN ESCUCHADO LOS CIRCUNSTANTES palabras como 395 aquéllas. Tocaron una cuerda que hizo vibrar el corazón más endurecido.
La verdad clara y convincente desbarató el error. La luz iluminó el
entendimiento de muchos que después siguieron alegremente sus destellos. LAS VERDADES presentadas aquel día iban
a conmover las naciones y perdurar a través de todos los tiempos para influir
en el corazón de los hombres, aun cuando los labios que las pronunciaron
permanecieran silenciosos en la tumba de un mártir.
NUNCA HABÍA OÍDO NERÓN LA VERDAD COMO EN AQUELLA OCASIÓN.
Nunca se le había revelado de tal manera la enorme culpabilidad de su conducta.
La luz del cielo penetró hasta las reconditeces de su alma contaminada por el
pecado, y tembló aterrorizado al pensar en un tribunal ante el cual él, el
gobernante del mundo, habría de comparecer finalmente para que sus hechos recibieran
su justa condenación. Temía al Dios del apóstol, y no se atrevió a dictar
sentencia contra él, pues nadie había podido confirmar sus acusaciones. Un
sentimiento de pavor contuvo por un tiempo su sanguinario espíritu.
Por un momento el cielo se abrió ante el culpable y empedernido
Nerón, y su paz y pureza le parecieron deseables. En ese momento se le
extendió incluso a él la misericordiosa invitación. Pero sólo por un instante
acogió la idea del perdón. Después mandó que llevaran de nuevo a Pablo a la
mazmorra; y mientras se cerraba la puerta tras el mensajero de Dios, al
emperador de Roma se le cerró para siempre la puerta del arrepentimiento. Ningún
resplandor celestial había de penetrar las tinieblas que lo rodeaban. Pronto
iba a sufrir los juicios retributivos de Dios.
NO
MUCHO DESPUÉS DE ESTO, Nerón zarpó para comenzar su
vergonzosa expedición a Grecia, donde se deshonró a sí mismo y a su reino
debido a su vil y degradante frivolidad. Al regresar a Roma con gran pompa, se
rodeó de sus cortesanos y se dedicó a cometer repulsivos actos de libertinaje.
En
medio de la orgía se oyó la noticia
de que había tumulto en las calles. Se envió a un mensajero para que
averiguara qué pasaba, el cual regresó con la 396 aterradora noticia de que Galba, al frente de un ejército,
marchaba rápidamente sobre Roma, que ya había estallado la insurrección en la
ciudad y que las calles estaban llenas de un populacho enardecido, que
amenazaba de muerte al emperador y a todos sus partidarios, y que se acercaba
rápidamente al palacio.
EN
ESE MOMENTO DE PELIGRO, Nerón no
tenía, como el fiel Pablo, un Dios poderoso y compasivo en quien confiar. Temeroso
de los sufrimientos y la posible tortura que podría verse obligado a soportar a
manos de la turba, el infeliz tirano pensó en suicidarse, pero en el momento
crucial le faltó el valor. Presa del terror, huyó vergonzosamente de la ciudad
y buscó refugio en una casa de campo a pocos kilómetros de distancia; pero de
nada le valió. Pronto se descubrió su escondite, y cuando se acercaban los
soldados de caballería que lo perseguían, llamó a un esclavo en su auxilio, y se
infligió una herida mortal. Así pereció el tirano Nerón a la temprana edad de
treinta y dos años. 397
Los Hechos
De Los Apóstoles En La Proclamación
Del
Evangelio De Jesucristo. (EGW). MHP
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