ARTÍCULOS GENERALES
I. Introducción. El adjetivo "medieval" se refiere al período histórico comúnmente conocido como la Edad Media, ubicado entre los tiempos de la antigüedad y los modernos.
Los historiadores consideran generalmente la caída del Imperio Romano de Occidente (476 d.C.) como el suceso histórico que señala la terminación de la Edad Antigua, y el Renacimiento y la Reforma como los movimientos que marcan el comienzo de la Edad Moderna. Nuestro propósito es proporcionar un marco histórico para el estudio de aquellas porciones de las diversas cadenas proféticas del Apocalipsis que corresponden con este período de la historia. Lo mismo se aplica al capítulo siguiente: "Desde la Reforma en adelante". En cuanto al período anterior de la historia de la iglesia, ver t. VI, pp. 19-72, y en cuanto a la iglesia de la Reforma y tiempos más recientes, ver t. Vll, pp. 44-85.
Decadencia Del Imperio Romano.- La
decadencia y caída del Imperio Romano abarca un período de varios siglos. El
brillante reinado de Augusto, el primer emperador (27 a. C.-14 d. C.; ver t.
VI, pp. 74-77), señaló la edad de oro de la historia romana. Con unas pocas
excepciones notables, como Trajano (98-117 d. C.), Adriano (117-138). Marco
Aurelio (161-180), Diocleciano (284-305), Constantino (306-337) y Teodosio
(379-395), los emperadores desde Augusto hasta Rómulo Augústulo (depuesto en
476) fueron poco más que mediocres, y la historia del imperio a través de casi
toda su duración de unos cinco siglos, especialmente desde Marco Aurelio en
adelante, es el registro de una declinación gradual. Hacia fines del siglo III
d. C. el proceso de desintegración se había acentuado mucho. Es cierto que las
reformas y la reorganización del imperio efectuadas por Constantino (ver pp.
20-23) sirvieron para detener por un tiempo la tendencia descendente; pero
desde allí en adelante el proceso de desintegración continuó con un ritmo de
creciente rapidez. Y con el siglo IV comenzó la larga serie de invasiones de
los bárbaros del norte (ver pp. 23-24), que aceleraron mucho el proceso.
Aunque el último emperador de Occidente fue
depuesto en 476 DC, también había habido emperadores en el Oriente desde el
momento cuando Constantino, trasladó la sede del gobierno de Roma a
Constantinopla, en el año 330. El Imperio Romano de Oriente continuó en
realidad durante casi mil años más, hasta 1453 DC. El año 476 es la fecha
tradicional para la caída de la Roma antigua, con lo que comienza la Edad
Media; pero es evidente que los tiempos medievales también podrían contarse
a 20 partir de cualquiera
de varios acontecimientos significativos, ya sea antes o después de ese
año. Por eso algunos han considerado el reinado de Constantino el
Grande, el primero de una larga sucesión de emperadores cristianos nominales,
como un límite apropiado entre la Edad Antigua y la Edad Media;
y en vista de que el capítulo titulado "La Iglesia
Cristiana Primitiva", del t. VI, se ocupa de los sucesos ocurridos
aproximadamente hasta el reinado de Constantino, este capítulo seguirá el curso
de los acontecimientos desde los días de Constantino en adelante. Otros
sugieren el reinado de Justiniano el Grande (527-565) como el punto divisorio
entre la historia antigua y la medieval; sin embargo, debe destacarse que por
lo general los historiadores consideran el pontificado del papa Gregorio Magno
(590-604; ver p. 27) como el momento más apropiado para iniciar el comienzo
de la Edad Media. Las dos instituciones más significativas de la
Europa occidental durante el período del medioevo, a partir del año 800, fueron
la Iglesia Católica Romana y el Santo Imperio Romano.
Evolución De La Iglesia.- A medida que el Imperio Romano decaía gradualmente, la iglesia se extendía y aumentaba su poder. Cuando la iglesia fue establecida por su Fundador Divino se caracterizaba por una admirable pureza de vida y claridad de doctrinas (ver com. Apoc. 2:2-6). Tenía una organización relativamente sencilla y eficaz que contrastaba con el complejo sistema monárquico que caracterizó al papado medieval.
El cristianismo comenzó como una secta proscrita, rechazada y
hostilizada por los judíos, despreciada y vilipendiada por los paganos cultos y
perseguida intermitentemente por un gobierno pagano que estaba dispuesto a
exterminarla. A pesar de todo, el cristianismo crecía en número, en extensión
(ver mapas frente a p. 289 en t. VI, y frente a pp. 33, 193 en t. Vll) y en la
estimación de las personas pensadoras. Ver t. IV, pp. 861-864 y t. VI, pp.
62-63.
En el siglo III la iglesia comenzó a tener sus
propios edificios para el culto, y aunque no era reconocida legalmente comenzó
a ser dueña de propiedades. Su organización se hizo más compleja. Los ancianos
que presidían en las congregaciones de las grandes ciudades alcanzaron una
jerarquía especial como "supervisores", y después como obispos dominantes
que ejercían una autoridad eclesiástica creciente (ver t. VI, pp. 39-44).
Cuando algunas disputas por asuntos doctrinales dividieron la iglesia y
comenzaron a formarse sectas, se consideró a los obispos como modelos de
ortodoxia, y cada uno comenzó a buscar en sus antecesores precedentes para
interpretar y aplicar las tradiciones de la iglesia. A medida que aumentaban
las controversias doctrinales se iba debilitando la confianza en la Biblia como
la única expresión de fe y doctrina, y se recurría más y más a la tradición. A
medida que la iglesia se extendía tomaba prestados a veces consciente, a veces
inconscientemente de los paganos que iba dominando, doctrinas y ritos
enteramente desconocidos en la iglesia apostólica, que se convertían en parte
de la vida de la iglesia (ver t. VI, pp. 65-68). La iglesia se consolidaba y
extendía; pero internamente comenzó a perder su sencillez y pureza apostólicas,
y aun antes de que fuera reconocida legalmente se habían echado los fundamentos
para el desarrollo de la iglesia orgullosa y materialista de la Edad Media.
7CBA
II. SURGIMIENTO DEL PAPADO (313-590 d. C.)
Constantino Y El Cristianismo.- Cuando
Constantino el Grande se convirtió en emperador en el año 311, el imperio se
hallaba aquejado por un sistema administrativo difícil de manejar, un ejército
desorganizado y una economía que desfallecía. Además, la moral de la
población multilingüe, de orígenes y costumbres múltiples, 21 estaba
en bancarrota ética y espiritualmente. La estrategia política de Constantino,
gobernante de amplia visión, fue la de movilizar la población del imperio para
reconstruir sus instituciones y lograr una unidad de la cual no había
disfrutado en los últimos dos siglos.
Comenzó a reorganizar el ejército, a fortalecer la
vida económica del imperio y a buscar el remedio para los males sociales,
morales y espirituales de la población. Procurando salvar la integridad del
imperio, trató por todos los medios de unificar al pueblo, y uno de los
recursos que utilizó fue su intento de cristianizar el Imperio Romano. Se ha
debatido si verdaderamente Constantino se convirtió al cristianismo, como lo
sugieren la visión que pretendió haber visto antes de la victoria del puente
Milvio y la estatua de sí mismo con cruz en mano que poco después hizo levantar
en Roma, o si permaneció pagano, como lo indicaría su conducta.
En todo caso, Constantino favoreció a los
cristianos con una serie de leyes, a partir del año 311 cuando junto con
Galerio y Licinio les dio a aquéllos permiso de rogar a su dios en favor del bienestar
del emperador. En el año 313, junto con Licinio proclamó el edicto de Milán,
por el cual se daba libertad religiosa a todos los ciudadanos del imperio, pero
que especialmente beneficiaba a los cristianos. Con todo, el propósito de este
edicto era egoísta: Constantino quería recibir los beneficios de las oraciones
de todos los fieles a sus dioses, entre ellos el Dios de los cristianos. Más
tarde eximió al clero cristiano del servicio militar y de los impuestos a la
propiedad (313 d. C.). Abolió en 315 diversas costumbres paganas que resultaban
ofensivas a los cristianos y facilitó la emancipación de los esclavos
cristianos.
En el año 321 promulgó la primera ley dominical, que mandaba que todos se abstuvieran de trabajar en día domingo. Si bien ya hacía más de siglo y medio que buena parte de los cristianos de Occidente observaban el domingo, esta ley no hacía necesariamente del domingo un día santo cristiano. Más bien era otro indicio del gran afán de lograr unidad en el imperio.
Los adoradores del sol y de Mitra también respetaban el día
domingo. Por esto, la gran mayoría de los ciudadanos de Roma podía
fácilmente ponerse de acuerdo en un día común de descanso. Ver t.VI, pp.
49-53.
En el año 323, Constantino derrotó a Licinio y se
convirtió en emperador único. Desde esta fecha puede decirse que el
cristianismo conquistó al Imperio Romano. Constantino se hizo rodear de
cristianos, otorgó enormes sumas de dinero para construir templos cristianos, e
hizo educar como cristiano a su hijo Crispo. Parece haberle preocupado
grandemente el que la aristocracia romana se resistiera a aceptar el
cristianismo y en el año 325 exhortó a todos los ciudadanos a hacerse
cristianos. Sin embargo, Constantino siguió con sus intrigas
políticas y asesinatos, y sólo se bautizó como cristiano poco antes de morir en
el año 337 d. C.
Como emperador, Constantino era pontífice máximo
del culto pagano del Estado. Era natural que, al cristianizarse el imperio, pensara
que debía ser el dirigente de la iglesia cristiana. Además, su gran afán de
lograr la unidad en su imperio y sus dotes administrativas lo inducían a querer
dominar también este aspecto de la sociedad. Y los cristianos, cansados por la
persecución de Diocleciano y felices de recibir los privilegios que les
brindaba ahora el Estado, le concedieron a Constantino más autoridad en asuntos
eclesiásticos de la que convenía que tuviera un emperador que no era ni
siquiera bautizado.
En esta nueva relación de la Iglesia con el Estado,
los cristianos se estaban apartando de la tradicional política cristiana de no
dejarse envolver en asuntos políticos. Hasta ahora los cristianos no
habían ejercido el poder político. Con frecuencia habían sido perseguidos por
las autoridades civiles y religiosas. En estos asuntos se 22 habían
guiado por la instrucción de Jesús de darle a César lo que era de César (Mat.
22:2l), respetando a los magistrados como instituidos por autoridad divina
(Rom. 13:1-4). Y cuando las autoridades les habían exigido transgredir los
mandatos de su religión, habían repetido vez tras vez la admonición de Pedro:
"Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech. 5:29).
Tertuliano (c. 200 d. C.) escribió en su Apologeticus que la libertad religiosa
era uno de los derechos inalienables del hombre. También afirmó que los
cristianos no tenían por qué adorar al emperador, pero que hacían algo más
útil: oraban por él. Como un siglo después, Lactancio, uno de los padres de la
iglesia latina y maestro del hijo de Constantino, subrayaba la providencia
divina que había llevado a Constantino a ocupar el más alto puesto del imperio.
Con todo, Constantino no hizo del cristianismo la
religión del Estado; pero sí, en algunos aspectos, una rama o división del Estado. La
iglesia aceptó estos aparentes beneficios con agradecimiento, y no se dio
cuenta de los peligros que acarreaban consigo hasta que se presentó el dilema
de quién debía dirigir a la iglesia: sus propios líderes o el Estado que se
había entrometido en los asuntos de la iglesia.
La muerte de Constantino puso de manifiesto lo que
fue siempre una debilidad de la constitución romana: la falta de una
disposición establecida para la sucesión imperial. El gobierno del imperio pasó
a manos de los tres hijos de Constantino: uno tomó la parte occidental; otro,
la central; y el tercero, la oriental. El imperio no fue oficialmente dividido;
pero sí lo fue su administración, siguiéndose el ejemplo de Diocleciano,
predecesor de Constantino, de una distribución ineficaz. De los tres hijos de
Constantino, uno era arriano (ver p. 25); y la iglesia del occidente, muy
adversa al arrianismo, soportó sólo durante un tiempo el gobierno de un
emperador arriano.
Compromiso y apostasía.- Durante
el reinado de Constantino, como también más tarde, la iglesia, aliviada de su
preocupación en cuanto a su relación con el Estado que la había perseguido, se
vio envuelta en una sucesión de controversias doctrinales que cristalizaron en
dogmas apoyados con frecuencia mucho más por la tradición, la filosofía y las
prácticas paganas, que por las Escrituras. El cristianismo se convirtió
entonces en un sistema fundado en credos. La iglesia aparentemente había
alcanzado éxito delante de los hombres; pero a la vista de Dios había
apostatado. El paganismo se había cristianizado; pero simultáneamente el
cristianismo había absorbido muchísimos elementos de origen pagano. La iglesia
parecía ante el mundo que había triunfado; pero no fue así. El
emperador Juliano, sobrino de Constantino, llamado "el apóstata"
porque dejó el cristianismo, se propuso resucitar el paganismo. Se dice que
cuando estaba moribundo a causa de heridas recibidas en una batalla, exclamó:
"Venciste, Galileo". Cuando lo dijo no comprendía que la corrupción
de los seguidores del Galileo era lo que había hecho que él se apartara de
Jesús, a quien él llamaba "Galileo".
Agustín (354-430), el teólogo de Hipona, cerca de
Cartago, osadamente tomó y magnificó la enseñanza de Orígenes de Alejandría
(siglos II-III), quien sostenía que, para triunfar, la iglesia ya no necesitaba
esperar que el mundo terminara con un cataclismo debido a la segunda venida de
Cristo. Agustín enseñaba que la iglesia debía esperar una victoria gradual
porque es la victoriosa "ciudad de Dios" en la tierra, vencedora de
la "ciudad" satánica de este mundo (ver p. 23). La cristalización de
este triunfo se convirtió en la esperanza y el propósito de una iglesia que
apostataba continuamente y se transformaba en un gran sistema
eclesiástico-político. Desde entonces ésta ha sido siempre su
meta. La iglesia se convirtió más y más en la institución que
infundía esperanza a los hombres a medida que declinaba el imperio. 23
Los decretos de Constantino y la forma activa en
que apoyó a la religión no detuvieron la fatal enfermedad que estaba
carcomiendo el corazón mismo de Roma. Continuaba la decadencia política,
económica, social y moral. No hay una causa aislada que pueda explicar la caída
de Roma. Se desmoronó principalmente como resultado de la decadencia interna.
La Infiltración De Los Bárbaros.- Durante
siglos las tribus bárbaras del norte habían estado observando a Roma, más allá
de sus fronteras, asombrados por su riqueza y por las comodidades que
disfrutaba su pueblo. En las guerras fronterizas de Roma fueron tomados cautivos
grupos numerosos de guerreros de las tribus del norte, quienes fueron vendidos
como esclavos y usados como gladiadores en el circo, o como soldados auxiliares
en el ejército de Roma. Esos hombres regresaban a sus hogares contando
historias de la riqueza de Roma, y los bárbaros comenzaron a desear compartir
dichas riquezas. Los bárbaros veteranos de legiones auxiliares se establecieron
como guarniciones a lo largo de las fronteras para detener los ataques de sus
propios coterráneos que intentaban cruzar los límites. A medida que aumentaba
más y más la presión de esas tribus, grupos de guerreros se juntaban alrededor
de un jefe, y familias y clanes, y finalmente tribus enteras, irrumpieron a
través de las fronteras. Roma pudo durante algún tiempo absorber tales
inmigrantes estableciéndolos en tierras baldías para aumentar la muy disminuida
obra de mano. Algunos líderes de esas tribus teutónicas, también llamadas
germánicas, ocasionalmente obtenían poder político en el imperio, y comenzaron
a casarse con los nativos a pesar de que había leyes que prohibían tales
matrimonios. Así comenzó a formarse a comienzos del siglo IV una nueva cultura
romano-teutónica al oeste del Adriático y en el valle del Danubio.
Las Invasiones De Los Bárbaros.- La
infiltración pacífica de los germanos fue seguida por las invasiones. Tribus
enteras procedentes del norte cruzaban las fronteras y penetraban en el
imperio. A veces seguían los valles de los ríos y parecía que lo inundaban
todo. Los invasores germanos llegaban no para ver sino para poseer, y cuando
sus propósitos eran resistidos, combatían, saqueaban y destruían. No
sólo fueron sitiadas las ciudades de las provincias, sino que aun Roma fue
atacada. En el año 430, mientras Agustín estudiaba el gran tema de su libro La
ciudad de Dios, los vándalos cercaban a Cartago, en el norte de África. A los
habitantes del Imperio Romano les costaba creer que Roma y otras grandes
ciudades estuvieran siendo atacadas.
Los visigodos, que ya eran cristianos arrianos,
penetraron en Italia y saquearon a Roma (410), después se trasladaron cruzando
el litoral norte del Mediterráneo e invadieron las Galias (Francia), y
finalmente entraron en España, donde establecieron un reino; sin embargo, ese
reino no pudo sobrevivir a una posterior invasión de los musulmanes del norte
de África (711-719), y de sus ruinas emergió la España actual. Parte de la
tribu de los suevos permaneció en Suabia (o Suevia); los demás cruzaron las
Galias (406) y ocuparon el rincón noroeste de la península ibérica, donde se estableció
el fundamento de lo que es ahora Portugal. Los burgundios, que también eran
cristianos arrianos, emigraron a Suiza y también ocuparon el valle del Ródano
en las Galias. La "Canción de los Nibelungos" es un poema épico que
narra sus luchas. Los alamanes pasaron por lo que ahora es Alemania,
y se establecieron en la zona occidental. Los francos, pueblo pagano germánico,
ocuparon las Galias, donde pronto aceptaron el cristianismo católico romano.
Los anglos, sajones y jutungos cruzaron el mar del Norte saliendo de las islas
Frisias, de Holanda y Dinamarca, desembarcaron en Bretaña, rechazaron a los
habitantes británicos y establecieron los fundamentos de la monarquía inglesa
(c. 450-455). Ellos también se hicieron 24 católicos.
Los lombardos cruzaron los Alpes y entraron en Italia (568), donde fueron una
verdadera pesadilla para los gobernantes bizantinos de Italia y para los papas
de Roma. También se incorporaron a la iglesia romana.
Otros pueblos también participaron en este proceso
histórico. Los vándalos arrianos, que precedieron a los visigodos,
cruzaron las Galias y entraron en España (409); después cruzaron el estrecho de
Gibraltar, penetraron en el norte del África y prosiguieron hacia el este
ocupando las prósperas ciudades (430), centros de cultura de la colonización de
Roma. El norte del África era un centro de cristianismo católico romano; pero
los vándalos, dados a la persecución, decidieron que los católicos romanos se
convirtieran a la fe arriana. Los resultados fueron muy tristes para los
cristianos católicos romanos que no estaban en condiciones de defenderse en esa
región. El emperador Justiniano, cuya sede estaba en Constantinopla, pero que
tenía a todo el Imperio bajo su dominio nominal, finalmente envió ejércitos al
norte del África, y hacia el año 534 venció completamente a la raza vándala.
Así fue desarraigado, debido a la influencia de la iglesia de Roma, uno de los
"diez cuernos" de Daniel, símbolo de las tribus germánicas de la
Europa occidental (ver com. Dan. 7:8).
En el siglo V, antes de que los lombardos entraran
en Italia (568), muchos germanos de las diversas tribus del norte se habían
convertido en auxiliares del ejército romano que estaba en las proximidades de
Roma. Odoacro, un caudillo de esas tribus germánicas, fue nombrado general de
los auxiliares. El emperador Nepote fue enviado al exilio en el año
475, y Orestes, el rebelde vencedor, dio el trono imperial a Rómulo Augústulo,
hijo de Nepote, de 14 años de edad. Orestes provocó un motín entre sus mercenarios
porque no accedió a la petición de ellos de que se les entregara un tercio de
Italia. Entonces Odoacro se hizo cargo de la situación; el 23 de agosto de 476
fue proclamado rey, y Orestes fue encarcelado y decapitado. Augústulo fue
depuesto del trono, pero se le preservó la vida. Esta revolución,
que ocurrió en el año 476 d. C., suele considerarse como el punto final del
Imperio Romano de Occidente.
Debe destacarse que Odoacro no pretendió ser
emperador, ni tampoco lo hizo ninguno de los reyes germanos de esa época. Odoacro
tomó las diversas insignias del gobierno imperial que encontró en Roma, y las
envió a Constantinopla con el mensaje de que él no las usaría ni tampoco ningún
otro, pues no habría otra vez nadie que gobernara como emperador en el Occidente. Desde
entonces el emperador de Oriente fue el gobernante nominal de todo el Imperio
Romano.
Pero Odoacro y sus seguidores arrianos pronto
entraron en pugna con las autoridades católicas romanas y más tarde con las
hordas invasoras de los ostrogodos procedentes del este, las cuales ocuparon a
Italia bajo la dirección de Teodorico. Después de menos de veinte años del
gobierno hérulo-rugio de Odoacro, éste fue muerto por Teodorico, y los
ostrogodos quedaron como amos absolutos de la situación. Los ostrogodos arrianos
tuvieron dificultades con el poder católico romano en los años de los sucesores
de Teodorico. Entonces Justiniano, emperador en Constantinopla, vino en ayuda
de la Iglesia Católica, cuyo obispo él ya había reconocido como "cabeza de
todas las iglesias". Poco antes había conquistado a los vándalos, y
entonces envió sus ejércitos a Italia, los cuales combatieron contra los
ostrogodos durante veinte años. En el año 538 los ostrogodos fueron expulsados
de Roma, la que ocuparon después sólo transitoriamente, y alrededor del año 554
dejaron de existir como pueblo. Así llegó a su fin la 25 tercera
y última de las tribus que les fue imposible vivir en paz con la iglesia de
Roma. Ver com. Dan. 7:8.
Las tribus que quedaron llegaron a ser precursoras
de las naciones europeas actuales. O se convirtieron del paganismo al
catolicismo romano, o dejaron el arrianismo para aceptar el catolicismo.
Conversión De Las Tribus Bárbaras.- En
Inglaterra, los anglos y sajones, que habían entrado en el imperio como
paganos, se convirtieron en católicos romanos alrededor del año 600 d. C. Los
francos, que entraron como paganos en la actual Francia, se convirtieron en
católicos romanos antes del año 500 d. C. Los alamanes entraron en Alemania
siendo paganos, y se hicieron católicos romanos aproximadamente al mismo tiempo
que los francos. Los burgundios entraron en Suiza y la Francia burgundia (el
valle del Ródano) como arrianos cristianos, y aceptaron el catolicismo romano
alrededor del año 520 d. C. Los lombardos entraron en el norte de Italia siendo
paganos, y se convirtieron en católicos romanos alrededor del año 600 d. C. Los
suevos, una rama de la tribu germánica que dio su nombre a Suabia en Alemania,
entraron en Portugal siendo cristianos, y se convirtieron al catolicismo romano
alrededor del año 575 d. C. Los visigodos también entraron en España como
arrianos, y se volvieron católicos romanos poco más o menos en ese mismo
tiempo. Las tres principales tribus que desaparecieron fueron: los
hérulo-rugios, en Roma, en los días de Odarco; los ostrogodos los reemplazaron,
y también desaparecieron de Italia alrededor del año 554 d. C.; y los vándalos
arrianos del norte del África, que fueron destruidos en el año 534. Cada una de
estas tres tribus resistió al catolicismo romano, y cada una fue destruida como
nación.
El Arrianismo.- La
herejía arriana (ver t. V, p. 892; com. Dan. 7:8) fue un problema para el
catolicismo romano y el papado más en el nivel político-eclesiástico que en el
espiritual y teológico. Los arrianos declaraban que tenían sólo un Dios, el
Padre, y aceptaban a Jesús como a un ser creado, que había pasado a ser divino.
Esta enseñanza era presentada como mucho más simple que el trinitarismo, y por
eso las tribus paganas germánicas habían aceptado más fácilmente el arrianismo.
(Los aspectos teológicos del arrianismo son tratados en la sección IV).
Sin embargo, la rama arriana del cristianismo nunca
perfeccionó una organización eclesiástica completa, como lo hizo el catolicismo
romano en la jerarquía papal, y parece haberle faltado la agresividad misionera
de la Iglesia Católica Romana de los siglos IV, V y VI. El catolicismo romano
sufrió sus máximas dificultades con la agresiva herejía arriana cuando ocuparon
el trono los hijos de Constantino, uno de los cuales era arriano. Esto sucedió
a mediados del siglo IV, cuando, en una ocasión, un obispo de Roma en realidad
fue inducido a aprobar la enseñanza arriana. El arrianismo continuó con más
empuje en el Oriente, y debilitó por un tiempo a la Iglesia Griega Ortodoxa.
Cesaropapismo Griego Ortodoxo.- A
diferencia de la iglesia de Occidente (Roma), la Iglesia Católica de habla
griega, que más tarde se llamó Iglesia Griega Ortodoxa, se debilitó por su
lucha contra el arrianismo y por una cantidad de graves controversias
teológicas que no perturbaron particularmente al Occidente (ver pp. 30-31).
Otra dificultad que experimentó la Iglesia Griega surgió de sus relaciones con
los emperadores romanos de Oriente, con sede en Constantinopla. El gobierno
imperial del Oriente por lo general dominó a la Iglesia Griega
Ortodoxa. Aunque muchos de los emperadores orientales fueron
débiles, la iglesia nunca pudo desarrollar sus actividades independientemente
del gobierno, sino que existió dentro de una relación con el Estado que ha sido
llamada cesaropapismo (o cesarismo). Este vocablo describe una íntima unión de
la iglesia y el Estado, en la cual el emperador 26 tiene
una gran influencia en los asuntos eclesiásticos. La sucesión de emperadores no
fue seriamente interrumpida en el Oriente como lo fue en el Occidente, y el
patriarca de Constantinopla nunca pudo alcanzar el nivel del poder que logró el
papa en el Occidente. Otro elemento divisivo consistió en que la ortodoxia
oriental siempre reconoció a varios patriarcas, iguales en jerarquía, y así
privó al patriarca de Constantinopla de un completo poder eclesiástico.
El Poder Papal Llena El Vacío Político.- Fue
en el aspecto político donde la Iglesia Católica Romana tuvo dificultades con
los arrianos germanos. El Imperio de occidente sufrió una grave crisis
económica en el período de Constantino y de sus mediatos sucesores. Hubo
inundaciones, sequías, guerras locales y problemas de puestos y de escasez de
trabajadores, que resultaron en un quebrantamiento de la economía agrícola, y
como resultado miles de hectáreas de tierra quedaron sin cultivar. El comercio
del Mediterráneo fue gravemente estorbado por la guerra, especialmente por la
piratería de los vándalos merodeadores del norte de África.
El costo de sostener una burocracia incompetente y
sobornable había llegado a ser tan enorme, que se hizo necesario imponer
elevados impuestos a comunidades enteras. Las autoridades municipales eran las
responsables de cobrar esas gravosas torsiones, y cuando no podían hacerlo eran
sometidas a severos castigos; por lo tanto, frecuentemente huían de las
ciudades y se convertían en fugitivos en remotos distritos rurales, en donde a
menudo se sometían a la protección de los ricos propietarios de tierras que aún
quedaban. Este fue en el aspecto económico el comienzo del feudalismo.
Esta situación permitió que los germanos se
infiltraran en masa en el Imperio Romano Occidental. La población sufría
penurias económicas a manos del gobierno, por lo cual resistió muy poco la
llegada de los germanos; y aun llegó a abrigar la esperanza de que con el
colapso del gobierno central y la formación de administraciones locales creadas
por los condes germanos, se podría disfrutar de cierto alivio económico y
político.
La situación constituía, por supuesto, un problema
para la Iglesia Católica Romana y sus obispos. Con el colapso de las
autoridades provinciales y municipales, los obispos católicos quedaron en
muchos casos como los dignatarios más influyentes, y gente recurría a ellos en
busca de liderazgo. En más de una ocasión el obispo servía como alcalde o
gobernador provincial, y de vez en cuando hasta se hacía cargo de las fuerzas
armadas locales. Los caudillos de las tribus germanas invasoras tentaban el
título de condes, y por esta razón se convirtieron en rivales políticos y
religiosos de los obispos católicos romanos. En muchos casos las dificultades
finalmente se resolvían con la cooperación del obispo y del conde. Llegó a
convertirse en una práctica común el celebrar concilios provinciales mixtos, en
los cuales participan juntos los obispos y los nobles. En esos concilios se
trataban problemas eclesiásticos, políticos y económicos. La vida y la política
romanas del Occidente gradualmente convirtieron en la vida y la política
romano-germánicas. La cultura asumió, pues, un nuevo cariz. La
destrucción o conversión de las tribus germanas arrianas, eliminó también
algunas de las causas de diferencia. Gradualmente se fue reconociendo una
división de poder y de influencia, y comenzó a emerger la cultura europea
occidental de una combinación de las culturas germana y latina.
Debe señalarse que en gran medida fue la iglesia la
que preservó aquellos elementos de la antigua cultura romana que sobrevivieron
a la confusión, la rapiña y la destrucción de los siglos V y VI. Podría decirse
que en general, sólo en los monasterios se conservó la luz del conocimiento.
Los alemanes siguieron como dirigentes políticos. En muchos casos también
fueron los obispos y abades de los monasterios, 27 aunque
eso no ocurrió con tanta frecuencia en Italia. Los dirigentes de las tribus
alemanas se convirtieron en "reyes", incluso de grupos de provincias
romanas. Estos dirigentes nunca tomaron para sí el título de emperador, pero su
lealtad para con el emperador romano de Constantinopla era tan sólo
nominal. Naturalmente los obispos y abades buscaban en los reyes
alemanes el liderazgo político. Pero al mismo tiempo, junto con los obispos
romanos que quedaban, buscaban la dirección del papa de Roma en asuntos
eclesiásticos.
El hecho de que no hubiera emperador en el
Occidente después de ser expulsado del trono Rómulo Augústulo en 476 d. C.,
evidentemente dio al papado una inmejorable oportunidad para ocupar la vacante
que se produjo. El fundamento de las pretensiones que tenía la iglesia para
ocupar el poder fue, en realidad, el traslado de la capital del imperio de Roma
a Constantinopla, hecho por Constantino, lo cual dejó un gran vacío en
Occidente. Un monje de fines del siglo VIII tomó este traslado de la capital
imperial como base para redactar un documento que tituló la Donación de
Constantino, en el cual se afirma que éste había dejado en herencia al papa no
sólo la autoridad eclesiástica en Occidente sino un amplio poder político y
posesiones, lo que lo convertiría virtualmente en el gobernante de Occidente. Y
esto fue lo que realmente pretendieron ser los papas durante la Edad Media.
7CBA
III. LOS COMIENZOS DE LA EDAD MEDIA (590-800 d. C.)
Surgimiento Del Papado Monárquico.- El
siglo VI presenció un notable aumento del poder papal. El papado era débil y
estaba dominado por el emperador Justiniano, de Constantinopla, el que había
ordenado la destrucción de los vándalos en el norte del África y de los
ostrogodos en Italia. La eliminación de esas dos tribus germánicas fue lo que
abrió el camino, en gran medida, para el desarrollo del poder papal, y lo que
preparó el terreno para el grandioso pontificado del papa Gregorio, llamado
"Magno", de 590 a 604.
Gregorio sistematizó el ritual de la iglesia y
promovió el monasticismo, que gradualmente alcanzó popularidad en el Occidente,
aunque todavía era visto con cierto recelo. Este papa se interesó mucho en la
actividad misionera, y fue quien envió en 597 al monje italiano Agustín a Bretaña
para que introdujera el catolicismo romano; pero el cristianismo ya se había
arraigado firmemente mucho antes en Bretaña. Gregorio organizó tropas para la
defensa de la ciudad de Roma contra los lombardos, quienes eran una espina para
el papado y al mismo tiempo una verdadera amenaza para su poder. Virtualmente
se convirtió en el gobernante civil de Roma y sus
territorios circundantes, sustituyendo prácticamente al débil exarca
de Ravena, quien debía gobernar a Italia en nombre de los emperadores bizantinos.
Desde esa época el papado continuó aumentando su poder a pesar de que hubo
algunos papas débiles; entretanto, la influencia del emperador de
Constantinopla disminuía continuamente en Occidente, y finalmente se
desvaneció. La diferencia entre el cristianismo occidental o latino y el
oriental o griego, se acentuaba más y más.
El Monasticismo.- Los
cinco siglos que comienzan a partir de mediados del siglo VI han sido llamados
"la edad monástica", porque los miembros de las órdenes religiosas
llegaron a representar un segmento grande e influyente en la sociedad. Los
monasterios prepararon dirigentes que ejercieron una influencia moduladora en
Europa y ayudaron a fortalecer el papado.
Monasticismo significa vivir solo o aislado. Este
enclaustramiento se ha practicado desde antes del establecimiento del
cristianismo; generalmente lo buscan aquellos que desean cultivar la vida
íntima en reclusión y ascetismo. En la Edad Media 28 comenzó
a ser practicado por individuos que se apartaban de la sociedad en un intento
por practicar el cristianismo en un plano más elevado del que se esperaba de
los miembros corrientes de la iglesia. En el siglo IV ya algunos comenzaron a
apartarse a los desiertos, pero no tanto para huir del mundo como de las
iglesias que, según ellos, se habían mundanalizado; al comienzo se retiraron
cerca de Alejandría, Egipto, y pronto en otros lugares. Los ermitaños llegaron
a ser en poco tiempo tan numerosos, que se juntaban en comunidades y comenzaron
a establecer reglas de conducta, con horas fijas para la devoción, las comidas,
el estudio y el trabajo. Estos monjes pronto constituyeron un poderoso
ejército, el cual la iglesia fue suficientemente sabia como para retener dentro
de su esfera de influencia antes que perderlos calificándolos de cismáticos.
El movimiento monástico se extendió rápidamente en
el cristianismo, apartando a muchos hombres de la vida económica, social y
familiar. Se extendió en el Occidente latino, y en el siglo VI Benito
(Benedicto) de Nursia redactó un reglamento monástico práctico, adaptado a las
condiciones occidentales. Andando el tiempo se fundaron a lo largo y ancho de
Europa occidental numerosos monasterios que seguían el reglamento de Benito
(benedictino); sin embargo, este reglamento era virtualmente el único vínculo
entre ellos, pues cada monasterio era autónomo. Los votos de pobreza,
obediencia y celibato debían, presumiblemente, ser mantenidos por todas las
órdenes.
Su influencia se hizo sentir más allá de los
claustros, no sólo en la enseñanza religiosa, sino también en los círculos
administrativos, económicos y políticos. Puede decirse en términos
generales que fue casi únicamente en los monasterios y bajo el cuidado de los
monjes, en donde se conservó la luz del conocimiento y se protegió la literatura
antigua por el trabajo de los monjes copistas. Pero el aumento de la
influencia, la riqueza y el poder produjo abusos y corrupción entre los monjes
y los clérigos, lo cual hizo necesarias las reformas introducidas por la orden
cluniacense (Cluny) y otras más (ver p. 32).
Surgimiento Del Islamismo.- Casi
un siglo después de la muerte del emperador Justiniano, el Imperio Romano de
Oriente tuvo que enfrentarse a un peligroso enemigo: el Islam. Mahoma era un
comerciante árabe casi desconocido y poco educado. En sus continuos viajes se
relacionaba con judíos y cristianos, y por lo menos leyó un poco las Escrituras
hebreas (AT) y quizá el NT. Mahoma llegó a la conclusión de que el
animismo supersticioso de los árabes era un error, y que sólo había un Dios a quien
exclusivamente le correspondía ser adorado. Entonces comenzó a creer que él era
el profeta de Dios, perteneciente a un largo linaje en el que estaban incluidos
los profetas hebreos y Jesús de Nazaret, de los cuales él (Mahoma) era el mayor
y el maestro más claro de la verdad.
El Islam declaró la soberanía plena de su Dios,
Alá, pero no reconocía ninguna expiación por el pecado ni tenía sacerdocio. No
había salvador. La voluntad de Alá era suprema, y los que vivían una vida de
obediencia a esa voluntad podrían anticipar el gozo de las bellezas y los
placeres del paraíso celestial.
Mahoma tuvo que enfrentarse a una intensa oposición
cuando comenzó a predicar; pero ganó algunos adeptos. El nacimiento histórico
del mahometismo data de la hégira o fuga de Mahoma, de La Meca a Medina, lo
cual ocurrió en 622 d. C. Esta es la fecha desde la cual se computa toda la
cronología musulmana.
Después de la muerte de Mahoma, el Islam comenzó a
adquirir la fuerza de un gran movimiento político y militar. El animismo
primitivo de los árabes desapareció como religión, señal de que la gente del
desierto estaba madura para una nueva vida religiosa. El Islam se propagó luego
entre las tribus del desierto como si hubiera 29 tenido
alas, y los árabes demostraron que eran adeptos fanáticos de la nueva fe. El
liderazgo de Mahoma, pero no su pretendido don profético, fue transmitido,
cuando murió, a algunos de sus parientes varones, los califas, quienes se
convirtieron en gobernantes temporales y espirituales del creciente poderío
musulmán.
El crecimiento de esta asombrosa fuerza tuvo lugar
precisamente en el tiempo cuando la Roma oriental estaba debilitada por
costosas y sangrientas guerras con el nuevo Imperio Persa. En el 628, sólo seis
años después de la hégira, el emperador Heraclio finalmente pudo derrotar a los
persas; por lo tanto, fue una Roma oriental debilitada la que hizo frente a los
ataques de los furibundos y celosos árabes islámicos, los cuales avanzaron
hacia el norte y atacaron simultáneamente a Palestina, Siria y el Imperio Persa.
La capital persa cayó en 636; Jerusalén se rindió en 637; luego se produjo la
caída de Antioquía de Siria, y Egipto fue conquistado en 640.
Los musulmanes construyeron entonces una gran
flota, y avanzaron hacia el oeste conquistando provincia tras provincia del
norte de África y llenando el vacío parcial que se había producido por la
extinción de los vándalos; mientras tanto, tribus de origen eslavo, procedentes
del norte, habían invadido los Balcanes y el valle del Danubio. El Imperio
Romano de Oriente se encontró, pues, terriblemente presionado por todas partes.
Los musulmanes continuaron su marcha hacia el
oeste, atravesaron el norte del África y cruzaron el estrecho de Gibraltar en
711. Como los visigodos estaban divididos por discordias internas y políticamente
desorganizados, los musulmanes pudieron conquistar toda España en dos años,
excepto la costa montañosa de Vizcaya, donde los vascos mantuvieron su
independencia. Los musulmanes cruzaron los Pirineos en 732 e invadieron las
Galias (Francia); pero fueron contenidos y derrotados por Carlos Martel, un
jefe franco, en una sangrienta batalla que se libró cerca de Poitiers, y se
retiraron con graves pérdidas.
Francia, Campeona De La Causa Del Papado.- Carlos
Martel fundó lo que fue virtualmente una nueva dinastía en Francia. Los francos
se habían establecido en la Galia romana más de dos siglos antes, presididos
por su caudillo tribal Clodoveo, que los hizo aceptar el catolicismo romano.
Cuando Clodoveo murió el país ya había sido dividido entre sus hijos, y más
tarde entre los sucesores de éstos, quienes gobernaron sus pequeños reinos en
medio de continuas y pequeñas guerras civiles y de sangrienta violencia. El
linaje de los merovingios, descendientes de Clodoveo, se debilitó. Carlos
Martel era el principal dignatario o "alcalde" del palacio. El había
dirigido las fuerzas de los francos en conquistas que no sólo habían
consolidado su reino, sino que les habían permitido adueñarse de una gran parte
del este y del sur de Alemania. Con la derrota de los musulmanes Carlos Martel
consolidó la seguridad del sur de Francia.
Carlos Martel no tuvo en cuenta los derechos de los
últimos miembros de la casa de los merovingios, y dispuso que sus propios hijos
fueran los gobernantes del imperio franco. Pipino, su hijo, que llegó a ser el
único gobernante del reino franco, se dio el título de rey en 752 y lo llevó
hasta su muerte en 768. Uno de los actos de su reinado fue una reforma del
clero franco, la cual fue posible por medio de Bonifacio, monje de Inglaterra que
llegó a ser arzobispo de la iglesia franca y misionero entre los germanos que
seguían siendo paganos.
Un hecho importante del reinado de Pipino fue su
invasión a Italia y derrota de los lombardos. Cuando Pipino manifestó su
intención de penetrar en Italia, el papa Esteban II, como reconocimiento de su
evidente propósito de liberar al papado de la presión de los lombardos,
legitimó sus pretensiones a la realeza coronándolo como rey de los francos.
Pipino derrotó a los lombardos, le devolvió a Esteban su 30 lugar
en la ciudad de Roma, dio al papa las propiedades que reclamaba, y después le
concedió todos los territorios que los lombardos le habían quitado al exarca de
Ravena, que había estado gobernando a Italia como representante del emperador
de Constantinopla. Esta Donación de Pipino -como se la llama- señala el
comienzo de los Estados de la Iglesia en la Edad Media.
IV. LA ALTA EDAD MEDIA (800-1216 D. C.)
Carlomagno.- Un
hijo de Pipino, Carlos, conocido en la historia como Carlomagno, fue quien
completó la expansión del imperio franco y consolidó la Europa medieval.
Carlomagno mantuvo bajo su dominio a los alamanes y a las regiones de Turingia
y Baviera. Terminó de vencer a los lombardos de Italia, de cuya
corona de hierro se apoderó, y venció a los sajones germanos. También desalojó
a los musulmanes de la región de los Pirineos. Carlomagno hizo que la
organización política interna de su imperio alcanzara un alto grado de
eficiencia; para lograrlo nombró condes en cada zona y organizó delegaciones o
misiones anuales, cada una constituida por un conde y un obispo que iban de un
lugar a otro en gira de inspección para poner en orden las cosas en nombre de
Carlomagno. Este procedimiento dio como resultado una nueva reforma en la
iglesia de los francos. Carlomagno también prestó atención a la educación, cuya
condición era deplorable.
Carlomagno fue a Italia a fines del año 800, pues
el papa León III se encontraba en serias dificultades con algunos de sus
enemigos personales. Carlomagno investigó el caso y puso de nuevo a León en su
trono papal de la ciudad de Roma. El rey y su séquito, junto con el papa y su
comitiva, asistieron el día de Navidad a un servicio religioso en la antigua
iglesia que ocupaba el terreno donde está ahora la catedral de San Pedro.
Cuando terminó el servicio religioso el papa se acercó a Carlomagno, que estaba
arrodillado, le colocó una diadema en la cabeza y lo declaró Carlos Augusto,
emperador de los romanos.
Se duda de que Carlomagno hubiera hecho planes para
que eso sucediera; pero sí es muy probable que estuviera pensando en el momento
de tomar dicho título. Habían transcurrido 324 años desde que el último rey
occidental había lucido el título de emperador de los romanos. Desde el año 800
hubo casi sin interrupción un emperador romano, por lo menos nominalmente,
hasta que Napoleón depuso el último en 1806. Sin embargo, existían en realidad
dos imperios, el oriental y el occidental, y no dos partes de un imperio como
había sido anteriormente.
La Controversia De Los Iconoclastas.- Las
controversias religiosas también contribuyeron a este proceso de separación
entre el Oriente y el Occidente. La discusión quizá más prolongada e intensa
fue la que giró en torno de la naturaleza de Jesucristo. Este debate se trata
más ampliamente en el t. V, pp. 889-894; sin embargo, es significativo que
estas grandes controversias teológicas no afectaran a la iglesia occidental
(ver t. IV, p. 862). El cristianismo del Occidente no fue dividido por ninguna
divergencia importante de origen teológico. Roma pudo avanzar por el sendero de
una enseñanza doctrinal definida durante esos siglos, y condujo por la senda de
la ortodoxia romana a las iglesias que había ayudado a fundar en la Europa
occidental. El hecho de que el Oriente estuviera dividido por disputas y que
éstas se resolvieran en los términos establecidos por los griegos, sirvió para
aumentar más la separación entre el Oriente y el Occidente.
La división se acentuó con el estallido de la
controversia con los iconoclastas o "destructores de imágenes". Como
ya se dijo, durante los siglos VIII y IX la mitad oriental del Imperio Romano
estuvo envuelta en una terrible lucha contra la propagación 31 del
Islam. Los musulmanes eran decididamente monoteístas, e insistían fanáticamente
en que no hay sino un Dios, Alá. Esto producía, por supuesto, un
rotundo rechazo de cualquier clase de estatua, imagen o cuadro que se empleara
en el culto religioso. El Islam concordaba en esto con el judaísmo, que
interpretaba el segundo mandamiento del Decálogo mosaico como una prohibición
de cualquier representación gráfica o material de la Deidad.
Las controversias acerca de la naturaleza de Cristo
como el unigénito Hijo de Dios, que habían dividido al cristianismo oriental,
presentaban un inquietante contraste con el sencillo monoteísmo del Islam; y
más aún: desde el siglo III en adelante se había intensificado el uso de
cuadros e imágenes de Jesús en las iglesias. Esas representaciones gráficas al
principio se usaron para fomentar la devoción de los cristianos sencillos que
no podían leer por sí mismos las Escrituras; pero gradualmente se fue
cultivando la práctica de venerar esas imágenes, y rápidamente aumentó en las
iglesias el número de diversas imágenes de Jesús, de la Virgen María y de los
santos, y se hizo común el espectáculo de cristianos arrodillados en oración
delante de esas estatuas.
Todo esto horrorizaba a los mahometanos, y cuando
conquistaban las provincias cada vez que encontraban oportunidad destruían las
imágenes, porque consideraban que era su deber hacerlo. En la iglesia oriental
también había muchos que lamentaban profundamente la impotencia del
cristianismo para hacer frente a este desafío del Islam; y por eso se desarrolló
un fuerte movimiento dentro de la iglesia para eliminar toda clase de imágenes
de Jesús. Los que promovían este movimiento llegaron a ser llamados
iconoclastas, y como tales no sólo se sentían satisfechos con disputar a la
Iglesia el derecho de tener imágenes, sino que a veces las destruían.
Esta disputa se tornó tan grave durante el siglo
VIII, que fue convocado un segundo Concilio de Nicea, en 787 d. C., para
decidir quién tenía la razón. ¿Debía continuarse o no usando imágenes en la
iglesia? ¿Debía haber o no cuadros de ellas? La iglesia occidental ya se había
definido por medio de una declaración del papa Esteban III, en el sentido de
que la iglesia deseaba que continuara el uso de las imágenes. Cuando se reunió
el concilio fue condenada la iconoclastia, los obispos iconoclastas o se sometieron
o fueron depuestos, y se restauró el culto a las imágenes. Sin embargo, este
concilio no terminó con la controversia, y finalmente la Iglesia Griega
Ortodoxa decidió usar exclusivamente representaciones bidimensionales,
eliminando así las estatuas (tridimensionales). En los templos ortodoxos rusos
y griegos se ven cuadros de Cristo, pero no estatuas; no sucede así en la
Iglesia Católica Romana.
Cisma entre el Oriente y el Occidente.- Se
ha destacado que en los primeros siglos debido a diferencias de idioma, de
cultura, de conceptos teológicos y de puntos de vista doctrinales, los sectores
oriental y occidental de la iglesia se habían separado gradualmente. Esta
tendencia se aceleró con el virtual fin de la influencia del emperador de
Oriente en Occidente, especialmente después que dicho emperador tuvo que
dedicar toda su atención y energías a contener la difusión del islamismo. La
controversia de los iconoclastas ayudó a ampliar la brecha, y en el siglo XI se
acentuaron otras diferencias, tanto en la interpretación ritual como teológico.
Entre éstas estuvieron la cuestión de si se debía usar levadura en el pan
sacramental (la iglesia de Occidente sostenía que sí debía usarse), de si se
debía ayunar en el día sábado (la iglesia oriental sostenía que no debía
hacerse), y si el clero debía casarse (la iglesia occidental tomó la posición
de que no debía hacerlo). Estas diferencias, y otras de menor importancia,
pronto se agudizaron. El patriarca de Constantinopla y el papa de Roma se
lanzaban recíprocamente anatemas. La crisis llegó al máximo en 32 el
año 1054: el patriarca y el papa se excomulgaron mutuamente. Ese cisma separó a
la iglesia oriental de la occidental.*
División Del Imperio De Carlomagno.- También
deben tomarse en cuenta los grandes cambios ocurridos por el año 800, en el que
una vez fuera el Imperio Romano. La mitad oriental del imperio era
de habla griega y de pensamiento griego, aunque todavía se consideraba
esencialmente romana. Su territorio era mucho menor, pues por el norte lo
presionaban los eslavos y por el este y sur las hordas islámicas. Todo el norte
del África, que una vez fuera un centro de cultura latina, estaba en manos de
los musulmanes, como también lo estaba España. El latín, que una vez se habló
en todo el Occidente, degeneraba gradualmente y comenzaron a formarse las
lenguas romances: italiano, francés, español, etc. Los lombardos germanos y los
francos todavía usaban sus dialectos teutónicos. Carlomagno, el nuevo emperador
romano occidental, gobernaba el norte de Italia y el territorio comprendido
entre el norte de España, Francia, Bélgica y Holanda hasta los límites de
Dinamarca; y hacia el este, aproximadamente hasta el río Elba. La cultura
romana y el latín fueron preservados por la iglesia, la sucesora de la antigua
Roma tanto cultural como políticamente.
Carlomagno cometió antes de morir el error político
de dividir el gobierno del imperio entre sus tres hijos. Su intención era que
un hijo gobernara la zona central, que aproximadamente abarcaba la región de
los Países Bajos, al oeste del Rin, Lorena e Italia; otro gobernaría Alemania,
la cual se convirtió en la base del llamado Santo Imperio Romano Germánico; y
al tercero le legó Francia y el norte de España. Esta triple división, que no
permaneció debido a la muerte prematura de dos de los hijos del emperador, fue
de todos modos el fundamento para las fronteras nacionales de la Europa
medieval; pero también se produjeron rivalidades, disputas y conflictos que
mantuvieron agitada a la Europa occidental.
La reforma de la iglesia causada por la abadía de
Cluny.- La sede papal fue ocupada en los siglos IX y X por
hombres débiles y con frecuencia impíos. La iglesia decaía, y la vida
espiritual y moral estaba trágicamente deteriorada. El nivel cultural era muy
bajo. Los sucesores de Carlomagno restauraron el título de emperador romano y
se unieron mediante vínculos matrimoniales con la casa imperial de
Constantinopla, y por un tiempo se tuvo la impresión de que el antiguo Imperio
Romano sería restaurado y reunificado, pero no fue así. Se intentó restaurar el
prestigio del papado, y varios obispos alemanes que demostraron ser hábiles
administradores ocuparon el trono papal en Roma. Esto hizo que el papado
estuviera por un tiempo bajo la supervisión del poder imperial germano.
A mediados del siglo XI surgió en Francia un
notable movimiento en favor de la reforma de la iglesia. Comenzó en la abadía
benedictina de Cluny, a 18 km. al noroeste de Macon, Francia. El abad de
Cluny estableció un estricto reglamento para su monasterio; desde entonces
salieron de ese lugar hombres consagrados, cuyo propósito era purificar la
iglesia. Esos reformadores fueron ganando posiciones de influencia en diversas
partes de la Europa occidental, y finalmente llegaron a dominar la iglesia.
La reforma de Cluny tenía un programa
definido. Insistía principalmente en una reforma de la vida
monástica, que se había deteriorado. El monasterio tenía derecho, por supuesto,
a exigir una reforma únicamente a nivel monástico; pero a medida que sus
alumnos salían y ocupaban lugares de influencia en la iglesia, la reforma
alcanzó un programa más amplio: exigía un cambio total en la vida del 33 clero,
que las propiedades de la iglesia fueran administradas para el bien de la
Iglesia y no de los que la administraban. Los reformadores pedían, para lograr
esos fines, que la iglesia fuera liberada del control de los reyes y de la
nobleza porque, después de todo, no eran más que laicos, y también pedían pleno
apoyo a los derechos de la iglesia.
Puesto que la mayoría de los obispos y abades de la
iglesia, que ejercían gran influencia política, eran de sangre noble, fue
necesario que los reyes y los duques consiguieran que se nombrara para altos
cargos eclesiásticos a hombres que cooperaran con ellos en la administración de
sus reinos y ducados: Por eso llegó a ser común que los obispos y los abades
fueran nombrados por el imperio y sus representantes, y los reformadores de
Cluny insistían en que esta costumbre debía cesar. La investidura de obispos y
abades debía estar bajo la autoridad del papa y depender de sus representantes
sin la intervención de la aristocracia laica.
Los reformadores de Cluny condenaban, por lo tanto,
el crimen de la simonía (la compra de cargos eclesiásticos) y el nombramiento
de una persona para un cargo religioso por disposición de los laicos y no por
intervención de los eclesiásticos. Tales metas significaban nada
menos que una reorganización completa de todo el sistema de sucesiones y
nombramientos dentro de la iglesia, y hacía peligrar las muchas complicaciones
políticas que manejaban los clérigos a su antojo. Esto también implicaba el
manejo de las inmensas propiedades de la iglesia, ampliamente dispersas y con
frecuencia sometidas a un régimen feudal. Se estima que esas propiedades
alcanzaban en el siglo XI aproximadamente a un tercio de la riqueza en bienes
raíces de la Europa occidental. En resumen, la reforma de Cluny significaba una
verdadera revolución.
A pesar de la amplia influencia de esta reforma
persistieron grandes abusos y aun se hicieron más manifiestos; esto indujo a
los fieles miembros de iglesia a empeñarse en persistentes esfuerzos para
lograr una reforma genuina y completa. El continuo rechazo por parte de las
autoridades eclesiásticas más encumbradas, que no permitió que se corrigieran esos
abusos, fue lo que más tarde convenció a Martín Lutero, como antes a Wyclef,
Hus, Jerónimo y otros reformadores, de que el papado no tenía autoridad divina
para regir las vidas y las conciencias de los hombres.
La Polémica De Las Investiduras.- La
lucha entre la iglesia y el Estado en cuanto a las líneas de conducta
presentadas por los monjes de Cluny, se conoce como "la polémica de las
investiduras". Enrique III (1039-1056), emperador del Santo Imperio Romano
Germánico, procuró con afán que se elevara el nivel de la vida de la iglesia.
Logró llegar a un acuerdo con los poderosos nobles germanos, o a dominarlos, y
al mismo tiempo mantuvo la paz en Italia. Dio pasos decisivos para
reformar a la iglesia y puso como papas a algunos clérigos alemanes. No se opuso
a la reforma de Cluny, quizá porque no se dio cuenta de su desafío al poder
real y ducal.
Su hijo, quien más tarde fue Enrique IV, tenía sólo
cinco años cuando Enrique III murió en 1056. El gobierno imperial pasó a manos
de regentes, la reina y algunos de los nobles alemanes. Enrique IV estuvo
durante un tiempo bajo la tutela de su madre; pero más tarde sus tutores fueron
dos arzobispos alemanes políticamente poderosos. Probablemente por eso sabía
más de intrigas políticas que de las cosas nobles de la vida cuando fue
coronado como monarca de Alemania a los 15 años de edad. Esto sucedió en 1066,
el mismo año en que Guillermo el Conquistador, animado por el papado, cruzaba
el canal de la Mancha y derrotaba al último de los reyes sajones de Inglaterra.
Los poderosos nobles alemanes se sentían inquietos por estar bajo un monarca
tan joven, y desde el mismo comienzo de su activo gobierno el problema de
Enrique fue mantener a esos indóciles nobles del imperio bajo cierta 34 sujeción.
Naturalmente procuraba colocar a sus amigos en cargos de poder y también
deseaba que los que lo apoyaban ocuparan altos cargos eclesiásticos. Por eso
cuando se le presentaba la oportunidad nombraba tanto laicos como eclesiásticos
para fortalecerse políticamente. Esto concordaba plenamente con lo que se había
hecho por décadas, hasta por siglos; pero era contrario al programa de los
reformadores de Cluny, quienes adquirían más poder.
El movimiento de reforma alcanzó mayor significado
cuando algunos funcionarios papales participaron en él. Entre ellos se destacó
Hildebrando, un diácono de la ciudad de Roma; era un lombardo de amplia visión,
de voluntad persistente y notable dedicación a lo que vislumbraba que
fortalecía los intereses de la iglesia. Apoyaba de todo corazón la reforma de
Cluny, y hasta puede ser que pasara un corto lapso en ese monasterio. Como era
diácono, colaboraba con los papas reinantes para fortalecer la iglesia en todas
las formas, y sin duda fue un agente activo en las manipulaciones papales
durante varios años antes de que fuera nombrado papa. Durante su diaconado se
instituyó el sistema de que el papa fuera elegido por el colegio de cardenales,
y que se discontinuara el desordenado método de nombrarlo por aclamación del
pueblo, como se había hecho hasta entonces.
Hildebrando fue elegido papa en 1073, y tomó el
nombre de Gregorio VII. Enrique IV era entonces un joven de 22 años que
trabajaba activamente para consolidar su dominio sobre el imperio. El nuevo
papa se dirigió bondadosamente al joven monarca con la evidente esperanza de
que lo considerara como a un padre y consejero; pero esa amistosa relación se
deterioró poco a poco. Enrique no estaba dispuesto a que el papa determinara
quién debía ocupar los obispados alemanes, y finalmente desafió al papa. Entonces,
Gregorio Vll excomulgó a Enrique IV. La aplicación del entredicho sobre Enrique
IV significaba que todos los nobles y obispos alemanes que se oponían al
programa del joven monarca aprovecharían la excomunión como una excusa para
repudiarlo como emperador y colocar a otro en su lugar.
Esta combinación de circunstancias propició el
famoso episodio de Canossa, que hasta el día de hoy es difícil de analizar y
evaluar. La excomunión fue decretada en 1076. Enrique comprendió la amenaza que
ese entredicho representaba para su futura carrera y acompañado por dos obispos
alemanes cruzó los Alpes en lo más crudo del invierno con la esperanza de
llegar a algún arreglo con Gregorio. Pero Gregorio había partido para Alemania,
pues los nobles le habían pedido que fuera para que se preparara la elección de
un nuevo emperador. Gregorio había viajado hasta el castillo toscano de
Canossa, y allí llegó Enrique para pedirle una audiencia. El papa no estaba
seguro de lo que debía hacer o decir. Sabía que Enrique era incapaz como
gobernante y que ahora tenía la oportunidad de desplazarlo; pero, por otro
lado, si Enrique estaba sinceramente arrepentido, su deber como papa era
absolverlo. Esta vacilación hizo que Gregorio mantuviera a Enrique esperando
tres días fuera de los portones del castillo en el frío de enero, el mes más
crudo del invierno europeo. Finalmente le concedió audiencia al arrepentido
Enrique, y cuando el monarca se arrodilló delante de él, lo absolvió.
Gregorio regresó a Roma porque comprendió que era
inútil continuar su viaje a Alemania en ese momento debido al giro que habían
tomado los acontecimientos. Enrique regresó a Alemania, llevó a feliz término
su conflicto con los nobles y se restableció como monarca; sin embargo, su
gobierno siempre fue perturbado y nunca logró una verdadera paz con
Gregorio. Enrique expulsó a Gregorio de Roma antes de que éste
muriera, y en su lugar colocó a un antipapa, el cual, a su vez, coronó a
Enrique como emperador. Gregorio murió en el exilio. Se afirma que dijo 35:
"He amado la justicia y he odiado la iniquidad; por eso muero en el
exilio".
Enrique V, hijo de Enrique IV, continuó con la
disputa sobre las investiduras, pero finalmente en el año 1122, se llegó a un
arreglo conocido como el concordato de Worms. Según los términos de ese
convenio, el papa de Roma, o su representante, debía nombrar obispos para que
ocuparan las vacantes, pero con la aprobación del monarca correspondiente. Un
legado papal debía investir al obispo con su autoridad eclesiástica y su
insignia, y un representante del emperador le concedía la investidura con sus
poderes seculares. Esto fue sólo una componenda, ya que tuvo eficacia como un
recurso transitorio que sólo logró una paz intranquila, pues, en realidad, se
produjeron graves luchas entre la iglesia y el Estado. La cuestión significaba
más que determinar si la iglesia debía verse libre de la dominación del Estado.
Como aquélla representaba el factor espiritual, pretendía tener una autoridad
superior, pues hablaba en nombre de Dios. Debía, pues, decidirse si la iglesia
dominaría al Estado, o si ambos debían proseguir juntos mientras la iglesia
continuaba poseyendo grandes recursos materiales, lo cual le permitía una
inmensa influencia política. Sucedió lógicamente lo que era de prever: cuando
los gobernantes eran débiles y el papa fuerte, dominaba la iglesia; y cuando
sucedía lo opuesto, el brazo secular podía ejercer el poder mayor. Como
resultado sufrieron tanto la iglesia como el Estado, y también se perjudicaron
la paz y el progreso de la Europa occidental.
Aunque el Santo Imperio Romano Germánico incluyó
diversas zonas de la Europa occidental durante diversos períodos de su
historia, su centro de gravedad siempre estuvo al norte de los Alpes, en los
Estados germánicos. La rivalidad política entre el papa y el emperador debido a
la disputa sobre las investiduras, fue un factor importante en el éxito de la
Reforma, pues muchos de los príncipes alemanes, por motivos ya políticos, ya
religiosos, demostraron ser ardientes y eficaces paladines de la gran revolución
contra Roma.
Las Cruzadas.- El
movimiento de las cruzadas es un extraño fenómeno de la Edad Media, que debe
ser entendido teniendo en cuenta el feudalismo y las órdenes de caballería
medievales. La razón aparente de las cruzadas fue rescatar a Palestina de las
manos de los infieles musulmanes. Palestina siempre había sido considerada por
los cristianos como la Tierra Santa. Constantino se había preocupado
por preservar los lugares santos de la antigua tierra de Israel, y Carlomagno
había hecho todo lo posible para proteger los sitios sagrados de esa tierra
reverenciada, que había sido invadida por el Islam sólo unos pocos años antes
de su reinado.
La marea árabe de invasores musulmanes
prácticamente se había extinguido a comienzos del siglo X; pero el siglo XI vio
la irrupción de una diferente clase de hombres: del este vinieron oleadas de
turcos selyúcidas, los cuales entraron en contacto con el Islam y lo aceptaron
con extremo fervor. Invadieron la antigua Persia y el valle de Mesopotamia, y
después cruzaron el Asia Menor, la moderna Turquía, que no había caído antes en
manos musulmanas. Los turcos estaban virtualmente en las puertas de
Constantinopla. Esto ocurrió en 1071, dos años antes de que Hildebrando fuera
entronizado como el papa Gregorio Vll. Alrededor de este mismo tiempo los
turcos selyúcidas invadieron a Palestina y tomaron a Jerusalén.
El emperador romano de Oriente buscó entonces la
ayuda de Occidente, y el papa Gregorio comenzó a hacer los debidos planes;
pero, por supuesto, la ayuda para el imperio de Oriente con sede en
Constantinopla, no era lo único que movía a Gregorio. En el siglo XI habían
aumentado mucho las peregrinaciones a los lugares santos de Palestina; pero la
presencia de los turcos selyúcidas había impedido esas empresas religiosas.
Cuando comenzó a fermentar en Occidente la idea de atacar a 36 los
turcos, los planes del papa Gregorio eran: despejar el camino para las
peregrinaciones, liberar los lugares sagrados del Oriente y humillar al
patriarca de Constantinopla, en respuesta a las súplicas del emperador romano
de Oriente.
Pero Enrique IV mantenía ocupado a Gregorio, y
no fue sino hasta 1095 que se hizo algo definido, cuando el papa
Urbano II convocó un concilio en Clermont, Francia. El Oriente presionaba
pidiendo ayuda. Los caudillos turcos habían comenzado a luchar entre sí. Las
peregrinaciones encontraban cada vez más obstáculos. Además, sufría el comercio
occidental con el Oriente, y había otro problema que el papa debía resolver:
continuaban sin tregua las pequeñas guerras entre los nobles feudales de la
Europa occidental. Se derramaba sangre y castillos y pueblos estaban siendo
destruidos con la consiguiente perturbación de la paz en los distritos rurales
y en la agricultura. En Clermont el papa exhortó con franqueza a los nobles de
la Europa occidental a dejar de luchar entre sí y dedicar sus energías bélicas
a los propósitos más nobles de liberar los santos lugares de Palestina del vil
dominio de los musulmanes. La idea fue abrazada con fanática energía. "¡Dios
lo quiere!", exclamó la muchedumbre.
Esta Cruzada Que Se Originó En Clermont Fue La
Primera, y en muchos sentidos la que tuvo más éxito. No
fue la cruzada de un rey. Miembros de la pequeña nobleza dirigieron a los
grandes grupos de caballeros que constituyeron un ejército para rescatar los
lugares santos de Palestina. Millares de guerreros europeos tomaban la cruz, se
reunían en lugares convenidos y marchaban hacia el este por diferentes caminos.
Al pasar por Constantinopla, recibieron la bienvenida del emperador,
reorganizaron sus ejércitos y prosiguieron hacia el este, al Asia Menor, donde
derrotaron a los turcos. Luego se volvieron hacia el sur, penetraron en Siria,
donde tomaron ciudad tras ciudad mientras seguían su marcha, y finalmente
llegaron a la ciudad de Jerusalén, la que fue rescatada de las fuerzas de los
infieles en 1099. Esto sucedió después de un corto y sangriento
asedio, y el enemigo murió a filo de espada sin misericordia. Al fin se
estableció el reino de Jerusalén, el cual duró unos 100 años. En el antiguo
reino de Siria se fundaron tres principados. Los principados orientales de los
francos fueron organizados siguiendo un modelo feudal, y todos los nobles
gobernantes juraron fidelidad al emperador Miguel de Constantinopla, lo cual
fue un motivo de dificultades futuras.
Medio siglo después los
turcos recuperaron algunos de los territorios que habían perdido ante los
cruzados, y se organizó la segunda cruzada debido a la predicación ferviente
del famoso clérigo Bernardo de Claraval.
La Segunda Cruzada Fue Una Cruzada De Reyes.
La presidieron Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania. Esta cruzada,
considerada como un fracaso, comenzó en 1147 y terminó desastrosamente en 1148.
Una generación más tarde surgió en Egipto un gran
caudillo sarraceno, Saladino. Era éste un gran caballero del Islam, pero se
indignó porque los francos de Jerusalén violaron una tregua, y entonces dio
comienzo a una jihad o guerra santa contra los cruzados o reino de Jerusalén.
Atacó fuertemente a Jerusalén y después un corto asedio cayó de nuevo en manos
de los musulmanes en el último trimestre de 1187.
El Resultado Inmediato Fue La Declaración De La
Tercera Cruzada (1189-1192), considerada
como peculiar, pues fue promovida mediante la aprobación de un gran concilio de
la iglesia y como resultado del profundo sentimiento reinante en Europa, de que
Dios había permitido que Jerusalén cayera nuevamente en manos de los infieles
para castigarla por sus pecados. El emperador Federico Barbarroja avanzó hacia
el este con una gran fuerza de caballeros alemanes, quienes, a pesar de sus
esfuerzos, perecieron casi todos en las derrotas sufridas después de que
el 37 emperador se
ahogó en forma accidental en el este de Asia Menor. Ricardo I de Inglaterra y
Felipe Augusto de Francia comandaron importantes contingentes en esta cruzada y
lograron sitiar diversos lugares en Palestina; pero a pesar del magnífico
liderazgo de la cruzada y de su cuidadosa organización, se logró muy poco. La
mayor parte de los tres años que pasaron dichos reyes en Palestina, transcurrió
entre escaramuzas y treguas con Saladino. El resultado fue el reconocimiento de
los derechos mutuos en ciertas ciudades de Palestina y el privilegio que se
concedía a los cristianos para que pudieran hacer sus peregrinaciones a los
lugares santos de Jerusalén; sin embargo, la ciudad quedó en manos de Saladino.
La Cuarta Cruzada (1202-1204), que
siguió poco después de la tercera, fue de todas, excepto la primera, la que
tuvo más éxito en cuanto al objetivo al cual fue dirigida; pero también fue la
que trajo más funestas consecuencias. Esta cruzada, concebida y financiada por
la poderosa y mercantil república de Venecia, se apartó de la meta original en
Palestina y atacó a otro Estado cristiano: el Imperio Romano de Oriente, cuya
capital era Constantinopla. La cuarta cruzada tuvo lugar durante el pontificado
del papa Inocencio III (1198-1216), uno de los papas más inteligentes y
destacados. No se puede dudar de que el papa sabía que esta cruzada finalmente
atacaría a Constantinopla; lo que no se puede saber con certeza es si él dio su
consentimiento. Los ejércitos occidentales tomaron a Constantinopla
en 1204, algo que los turcos no habían podido hacer, y el Imperio Romano Griego
se convirtió por un tiempo en un reino latino. Hubo posteriormente otras
cruzadas, todas las cuales significaron fracasos; pero ninguna fue tan
desdeñable como ésta. No proporcionó ninguna ganancia verdadera al Occidente, y
debilitó de tal manera al ya desfalleciente Imperio de Oriente, que en 1453,
250 años después, Constantinopla, el último bastión cristiano en el Oriente,
cayó en manos de sus enemigos islámicos, esta vez los turcos otomanos; y
Constantinopla se convirtió en la capital del islamismo. En
respuesta, 40 años más tarde, en 1492, los españoles expulsaron de España a los
últimos moros.
V. LA PARTE FINAL DE LA EDAD MEDIA (1216-1517 D.
C.)
La Alta Marea Del Poder Papal.- Inocencio
III se ocupó, además de las cruzadas, en otras actividades políticas. El
monarca Federico Barbarroja tuvo como sucesor en el trono a Enrique VI, casado
con Constancia, heredera del reino de Sicilia que los normandos del sur de
Italia habían rescatado del poder de los musulmanes. Esto significó que toda
Alemania y toda Italia quedaran unidas bajo el Santo Imperio Romano Germánico,
un poderoso imperio que se esperaba que sería gobernado por el niño Federico
II, hijo de Enrique. Enrique VI murió pronto, y se produjo una lucha por el
trono entre Felipe, hermano de Enrique, y un noble alemán de nombre Otón. El
papa Inocencio III mantuvo el equilibrio del poder en todo este conflicto, y en
realidad fue virtualmente el emperador. Finalmente, Otón fue reconocido como el
gobernante. Más tarde Federico II llegó a ser emperador, y sostuvo una continua
lucha con una sucesión de papas hasta que murió en 1250. Esta contienda por el
poder debilitó tanto al imperio como al papado.
Inocencio III hizo más que dominar el Santo Imperio
Romano Germánico. Obligó al rey Alfonso IX, de León, a que pusiera en orden sus
asuntos matrimoniales, pues de lo contrario sería excomulgado. Mantuvo a raya
al atrevido rey Felipe Augusto, de Francia. Dirigió la ira papal contra el rey
Juan de Inglaterra, y en realidad recibió de éste el reino de Inglaterra como
una donación, y después se lo devolvió como una propiedad feudal del papado.
Este fue el rey Juan de quien los barones 38 ingleses
consiguieron en Runnymede, en 1215, la famosa Carta Magna, cuya primera
disposición es que la Iglesia de Inglaterra sería libre. Inocencio
III también contribuyó a la evolución teológica de la Iglesia Romana, y
consiguió que el Cuarto Concilio de Letrán (1215) aprobase la doctrina de la
transubstanciación como un dogma de la iglesia.
Inocencio III autorizó y bendijo en 1208 una
sangrienta cruzada contra los albigenses del sur de Francia, donde la cultura,
la literatura y las artes, así como un progreso religioso independiente, habían
alcanzado niveles excepcionales. Como resultado de esa cruzada los albigenses
fueron raídos sin misericordia.
La Inquisición.- A
consecuencia de todo lo dicho y también de la falta de unidad doctrinal, más el
surgimiento de sectas disidentes, surgió la intolerante y perseguidora
institución conocida como el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. En
los siglos anteriores los obispos tenían la función de descubrir las herejías,
y cada uno debía actuar a la cabeza de un tribunal inquisitorial episcopal;
pero ese trabajo había sido hecho con indiferencia, y las herejías, los cismas
y las divisiones sectarias desmentían la unidad que la iglesia siempre había
anhelado y proclamaba a toda voz.
La Inquisición papal se ideó, pues, para ocupar el
lugar de la función episcopal. Gregorio IX, estimulado por el celo de las
cruzadas, desafiado por el atrevido sectarismo demostrado por los albigenses, y
con el ejemplo de disciplina autoritaria dado por Inocencio III, estableció
formalmente en 1229 el Tribunal del Santo Oficio de la
Inquisición. Este instrumento de tortura y odio perseguía a todos los que eran
sospechosos de herejía ante la iglesia, y cuando les probaba su culpabilidad
los entregaba al Estado para ser castigados con prisión o para que murieran en
la hoguera.
El Reavivamiento Del Conocimiento.- Este
tenebroso período de persecución también fue paradójicamente un período de
esclarecimiento intelectual. Mucho de esto se debió al Islam, que contribuyó grandemente
al renacimiento intelectual de la Europa de Occidente. Con el colapso del
gobierno imperial romano occidental a mediados del siglo V, que coincidió con
la invasión de los inteligentes aunque ignorantes bárbaros, la cultura
occidental sufrió un eclipse paralelo con el colapso económico de ese entonces.
La cristiandad occidental había vivido durante siglos en una profunda y
supersticiosa ignorancia alumbrada muy temporal y superficialmente por una
reaparición del conocimiento en la era de Carlomagno. Por lo tanto, los siglos
que se extienden desde mediados del siglo V hasta mediados del siglo X a veces
son llamados la Edad Oscura intelectual. Hubo oscuridad espiritual y moral, y
también cultural. Algunos prolongan la duración de la Edad Oscura hasta el
tiempo de la Reforma, debido a que el papado aplastó a los disidentes y la
libertad religiosa durante ese tiempo. Espiritualmente fue, sin duda, un
período tenebroso. Pero si se prolonga la aplicación de ese término se pasan
por alto los grandes reavivamientos la cultura que aparecieron después del
siglo X.
Hubo varios reavivamientos de la cultura, algunos
generales, otros locales. De todos éstos el surgimiento del interés intelectual
en el siglo XII fue un notable anticipo del gran Renacimiento humanístico de
los siglos XIV y XV, que preparó el camino para la Reforma.
Las principales causas del reavivamiento del
conocimiento fueron cuatro: (1) la fertilidad natural de la mente europea
occidental; (2) la pequeña corriente de cultura greco-latina que el clero
católico romano había mantenido fluyendo silenciosamente, principalmente en los
monasterios; (3) una pequeña dosis de conocimiento griego, proporcionado por
eruditos que huyeron de la invasión de los turcos 39 otomanos;
(4) y, principalmente, la influencia del Islam. Cuando los árabes conquistaron
la Roma oriental y el norte del África, estaban hambrientos de conocimiento, y
quedaron admirados ante la riqueza de cultura greco-romana y persa que cayó en
sus manos. Se apoderaron de ella, le dieron nueva vida, la adaptaron a su modo
árabe e islámico de pensar, y la hicieron suya. El resultado fue una brillante
civilización islámica que irradió especialmente desde Bagdad, junto al río
Tigris, y desde Córdoba, en España. También contribuyeron los judíos, que
tenían mucho en común con los árabes.
Los pueblos cristianos de la Europa occidental al
principio consideraron con desconfianza esta cultura de los musulmanes, como si
hubiera sido una especie de magia; pero gradualmente a través de España y
debido a la influencia de las primeras cruzadas, esa cultura halló eco en la
mente occidental. La educación greco-romana revivificada fue presentada al
Occidente con un ropaje islámico. El conocimiento matemático, médico y
científico que de esa forma ganó Occidente, fue mucho y práctico; pero la
transferencia al Occidente de la filosofía antigua, principalmente
aristotélica, fue lo que suscitó el interés de la cristiandad occidental y aun
afectó la teología católica romana. Ese reavívamiento intelectual culminó en el
gran Renacimiento de los siglos XIV y XV. El Renacimiento hizo una gran
contribución a la Reforma, estimulando a los hombres para que pensaran por sí
mismos, demostrando que la Iglesia Católica Romana estaba lejos de ser el único
custodio del conocimiento, y guiando a los hombres piadosos para que estudiaran
las Escrituras en sus idiomas originales.
Decadencia Papal Y Cisma.- Un
siglo después de los días de Inocencio III, era evidente que el papado había
entrado en un período de declinación que parecía presagiar su muerte. El papa
Bonifacio VIII (1294-1303) llegó al trono en un tiempo cuando las naciones,
movidas por la fuerza de un nuevo nacionalismo, se enfrentaban mutuamente en
las fronteras de Europa. Inglaterra y Francia reñían guerras intermitentes debido
a ciertas posesiones feudales inglesas en Francia, y un poderoso rey francés
nuevamente desafiaba a un papa, esta vez procurando exigir impuestos al clero.
El papa Bonifacio VIII se esforzó por tratar con los reyes como lo había hecho
Inocencio III; pero los tiempos ya no eran los mismos ni tampoco las
personalidades, y fracasó. El resultado fue que sucesivos papas fueron
dominados por una Francia fuerte, y que desde 1305 hasta 1378 los pontífices
fueran franceses, los cuales gobernaban una Iglesia Romana mutilada desde
Aviñón, una pequeña posesión papal feudal del sur de
Francia. Durante ese período -conocido en la historia eclesiástica
como el cautiverio babilónico- la ciudad de Roma se redujo a las proporciones
de un pueblo pequeño, cuya población se estimó en determinado momento en menos
de 20.000 habitantes.
La terminación del cautiverio babilónico del papado
trajo una preocupación aún mayor para la Iglesia Católica y para
Europa. Un papa fue elegido, se comprometió a gobernar desde Roma, y
así lo hizo; pero simultáneamente, un papa francés insistía en reinar desde
Aviñón. Dos papas gobernaban entonces lo que Bonifacio VIII, 75 años antes,
había llamado orgullosamente "una sola iglesia santa". Esa división
se llama "el gran cisma". Cuando el Concilio de Pisa en 1409 procuró
acabar con el cisma eligiendo a un papa y deponiendo a los papas rivales, la
situación se tornó aún peor, pues entonces tres papas pretendían tener derecho
a la cátedra de San Pedro. El problema finalmente fue resuelto por el Concilio
de Constanza (1414-1417), en donde se depuso a los tres papas rivales y se
eligió a un solo pontífice.
Otro asunto que decidió el Concilio de Constanza
fue ordenar que se quemara a los dos reformadores checos, Hus y Jerónimo, lo
cual fue hecho por los servidores del emperador a 40 pesar
de que se había expedido previamente un salvoconducto imperial que amparaba a
Hus y a Jerónimo. Después el papado estuvo en manos de hombres mucho más
preocupados por las artes humanísticas y por la literatura que estaba
fomentando el Renacimiento, que por la salvación de las almas o el bienestar de
la iglesia. El hostil desafío de la Reforma fue lo único que hizo que llegaran
al trono pontificio papas con algún sentido de responsabilidad espiritual. El
llamado "cautiverio babilónico" de la iglesia y el Gran Cisma de
Occidente desenmascararon ante toda la Europa occidental la debilidad y la
corrupción de la iglesia, y así prepararon el camino para la trascendental
Reforma que siguió en el siglo XVI.
Órdenes Religiosas.- Ya
se hizo referencia a la gran influencia del sistema monástico de Cluny y a la
reforma que fomentó. El sistema monástico fue siempre un problema para la
iglesia, que nunca sabía cuándo algún monasterio podría adoptar posiciones
extremas y aun separarse.
En el siglo XII aparecieron muchos movimientos de
reforma que enseñaban la pobreza voluntaria y un retorno a la fe pura y
sencilla, y denunciaban no sólo las prácticas sino también muchas de las
doctrinas de la iglesia (ver sección siguiente). Algunos predicaban sin
autorización de la iglesia y distribuían las Escrituras en los idiomas
vernáculos, y no en la versión oficial en latín.
La reacción de la iglesia hacia la mayor parte de
esos grupos disidentes fue no sólo excomulgarlos como herejes sino también prohibirles
la traducción de las Escrituras y su uso en los idiomas vernáculos, castigar a
los disidentes y en algunos casos lanzar contra ellos una cruzada de
exterminio, como la de los albigenses en Francia. Otra reacción de la iglesia
fue la creación de nuevas órdenes clericales para combatir la herejía,
utilizando las mismas tácticas de predicadores itinerantes y trabajando entre
la gente para convertir o confundir a los herejes, instruir a los fieles y
ayudar a los necesitados.
A comienzos del siglo XIII se desarrolló una nueva
clase de orden religiosa que no estaba confinada a los monasterios. Un hombre
llamado Domingo, procedente de Castilla la Vieja, había visto en el sur de
Francia las vidas piadosas y pacíficas de los albigenses, y exhortó a sus amigos
para que junto con él vivieran vidas igualmente buenas dentro de la iglesia y
para beneficio de ésta. Su propuesta fue aprobada por el papa, y así nació la
orden de los dominicos (o dominicanos). Esa orden prestó mucha atención a la
educación y se encargó, en gran medida, de la obra de la Inquisición.
En ese mismo tiempo, Francisco de Asís, joven
italiano, hijo de un rico comerciante, perturbado por la enorme riqueza de la
iglesia y atraído por los votos de pobreza de los monjes, decidió renunciar a
su derecho a la fortuna de su familia, abandonó su posición social y se dedicó
a una humilde vida de servicio en favor de los pobres y los necesitados.
Invitó, entonces, al papa, a los obispos y a los laicos ricos para que se
unieran con él en su abnegación.
La idea de que la iglesia debía renunciar a todas
sus posesiones materiales, como un remedio para todos sus propios males y como
solución para sus dificultades con el Estado y con la sociedad feudal, no era
nueva. El emperador Enrique V lo había propuesto al papado, pero éste había
rechazado la idea, y ahora también rechazó lo que le proponía Francisco de
Asís. Francisco estuvo a punto de separarse de la iglesia mundana
que se proponía corregir, con lo que se atrajo la ira de ella. Savonarola,
de Florencia, fue torturado, ahorcado y quemado más tarde (1498) por sus
esfuerzos de reforma algo similares. Pero Francisco quedó dentro de
la iglesia, y con la aprobación del papa estableció la orden franciscana para
que sirviera fuera de los límites del monasterio, aunque bajo reglas monásticas
y dedicada a obras de bien y de caridad. 41
Primeros Movimientos De Reforma.- La
idea de la pobreza voluntaria por amor a Cristo y los intentos por restaurar el
cristianismo puro y sencillo del NT, habían tenido consecuencias de largo
alcance. Algunos grupos de "hombres pobres" del siglo XII, como los
seguidores de Arnoldo de Brescia (1100-1155) y Pedro Valdo, de Lyon, Francia
(c. 1173), terminaron desafiando a todo el sistema papal, y en algunos casos
llamando a la iglesia Babilonia y al papa anticristo.
Todos estos movimientos eran, en realidad, parte de
un fermento de disensión que durante siglos había desafiado la jactanciosa
unidad de la iglesia. En el norte de Italia estaban los patarinos (c. 1056),
quienes atacaban la inmoralidad de los clérigos. Estaban los pasagianos, una
extraña secta que andaba por Lombardía amonestando a todos a que abrazaran el
Evangelio puro. Los sabatati tenían una costumbre muy singular: usaban zapatos
de madera (sabots) con el símbolo de una cruz como señal de su secta. Los
cátaros, literalmente "los puros" (relacionados con los bogomiles,
procedentes de Bulgaria), vivían en Lombardía en el siglo XI; pero se
esparcieron por toda Europa occidental, y de ellos salió un grupo llamado los
albigenses, que vivieron en el sur de Francia. Aunque algunos de estos grupos
eran parcialmente heréticos en lo que se refiere a doctrinas, la pureza de sus
vidas despertaba la admiración del pueblo y la ira de los clérigos de vida
fácil. Los albigenses fueron aniquilados por una cruzada lanzada contra ellos
en 1208.
Los más destacados de todos los grupos disidentes,
y que aún sobreviven en el norte de Italia, fueron los valdenses. Cuando Pedro
Valdo y sus seguidores fueron expulsados de Lyon, Francia, se establecieron en
Lombardía, en el norte de Italia. Allí se unieron a otros grupos de disidentes
más antiguos, y nutrieron la ya sembrada semilla de la disidencia. Estos
valdenses francoitalianos se extendieron por Suiza, Alemania, Austria, Bohemia,
Moravia y otras regiones de Europa. Sus enseñanzas, conocidas por los escritos
de sus oponentes católicos, eran completamente ortodoxas, o sea que estaban en
armonía con el Credo de los apóstoles; pero como no obedecían a la autoridad de
la Iglesia Católica eran clasificados como herejes. La intensa persecución que
se lanzó contra ellos los redujo gradualmente al estado en que se encuentran
ahora en las montañas del norte de Italia, al oeste de Turín.
Los valdenses tenían "barbas" o pastores
que atendían a las congregaciones y viajaban como misioneros y supervisores.
Celebraban la cena de la comunión en forma más sencilla que la misa, y no
creían en la doctrina de la transubstanciación. Eran conocidos por
su fe en la Biblia como la Palabra de Dios, y distribuían copias manuscritas de
ella en la lengua del pueblo. Los valdenses rechazaban la invocación
a María y a los santos, desaprobaban los juramentos y la pena de muerte, e
ignoraban la prohibición papal de que predicaran. Algunos rechazaban la
doctrina del purgatorio. Tampoco creían en los días santos de la iglesia,
aunque la mayor parte de ellos guardaban el domingo. Los valdenses saludaron
con regocijo los comienzos de la Reforma y unieron sus fuerzas con los
protestantes de Francia y Suiza. Esto produjo, por supuesto, la más terrible
persecución de los gobernantes franceses e italianos durante un siglo o más,
hasta que finalmente les fue concedida la libertad religiosa por el duque de
Saboya en 1694. Los valdenses forman parte actualmente de la familia
presbiteriana de iglesias.
Hus y Jerónimo comenzaron a enseñar doctrinas de la
Reforma en la ciudad morava de Praga, en los últimos años del siglo XIV. Esta
predicación les costó la vida, pero dio comienzo al movimiento de reforma
utraquista (comunión con ambas especies), al movimiento taborista y a la Unitas
Fratrum o Fraternidad bohemia, o Fraternidad checa. Estos grupos estuvieron
cerca de ganarse a todos los checos, moravos y eslovacos. Los ejércitos
imperiales lanzaron guerras contra ellos; pero no 42 pudieron
extinguir el fuego evangélico que habían iniciado. Los Países Bajos
fueron despertados en el siglo XV, pues los Hermanos de la Vida Común, un
movimiento semimonástico de hombres de espíritu contemplativo y pietista,
comenzaron a hablar en una nueva forma de la fe y del Evangelio.
Todos estos movimientos, dentro o fuera de la iglesia popular, intentaban en diferentes maneras restaurar el Evangelio típico del cristianismo. El combustible para la Reforma ya estaba puesto. Ahora sólo faltaba que las chispas saltaran en el momento oportuno de una personalidad escogida para que comenzara el incendio de un gran despertar espiritual. Las mentes y las almas de la gente estaban esperando la liberación y el descanso que traería la Reforma. (7CBA) MHP
Bibliografía
Atiya, A. S. A History of Eastern
Christianity. New York:
Millwood, 1980. Este reconocido estudio de las iglesias ortodoxas no
griegas fue escrito por un cristiano copto. Se incluye la historia
de los coptos, los maronitas, las iglesias de Antioquía, Armenia, el sur de
India y otras. La obra contiene numerosas referencias y una selecta
bibliografía.
Bainton, Roland H. The Medieval Church. Princeton, New jersey: Van Nostrand, 1962.
Beet, William Ernest. The Medieval
Papacy and Other Essays. Londres: C. H. Kelly, 1914.
The Cambridge Medieval History. Editada
por H. M. Gwatkin, J. P Whitney, y otros (8 t.). New York: Cambridge University Press, 1987.
Coulton, G., ed. Life in the Middle
Ages. Seleccionada, traducida y comentada por G. G.
Coulton. New York: The Macmillan
Company, 193 l.
Deanesly, Margaret. A History of the
Medieval Church, 590-1500. 9ª. ed. Londres: Methuen, 1969.
Flick, Alexander Clarence. The Decline
of the Medieval Church (2 t.). New York: Burt
Franklin, 1967. La revisión de 1967 se basa en el original de 1930. Esta
obra presenta un detallado estudio de la iglesia medieval a partir del siglo
XIII. Proporciona una mina de información además de una amplia
bibliografía.
Gibbon, Edward. The History of the Decline and Fall
of the Roman Empire. Editada por J. B.
Bury (7 t.). Londres: Methuen & Co., Ltd., 1896-1900.
González, Justo L. Historia del pensamiento
cristiano (3 t.). Buenos Aires: Methopress, 1965. La serie de tres
tomos, escrita en castellano por un autor latinoamericano, narra el desarrollo
del pensamiento cristiano a través de los siglos. La obra ha sido
traducida al inglés y es considerada como libro de consulta básico por su
seriedad y por la sencillez de su presentación. El t. 2 abarca desde
Agustín hasta los albores del Renacimiento y el humanismo.
Harnack, Adolf. History of
Dogma. Traducida de la 3ª. ed. en
alemán (7 t.). Gloucester, Mass.: Peter
Smith, 1976.
Hefele, Charles Joseph. History of the
Councils of the Church. De documentos
originales. Edimburgo: T. & T. Clark, 1872-1896.
Jackson, E J. Foakes. An Introduction to the History of Christianity, A.
D. 590-1314. New York: The Macmillan Company, 1921.
Kempf, Friedrich; Beck, Hans-Georg; Ewig, Eugen;
Jungman, Josef Andreas. Handbook of Church History. T. 3: The Church
in the Age of Feudalism, editado por Hubert Jedin y John Dolan. New
York: Herder and Herder, 1969. Parte de una importante historia eclesiástica
(10 t.), esta obra describe en detalle la iglesia del medioevo.
Knowles, David y Dimitri Obolensky. The Middle
Ages. The Christian Centuries (t. 2). New York: Paulist Press, 1978.
Kruger, Gustav. The Papacy, The Idea and
Its Exponents. Traducida por E M.
S. Batchelor and C. A. Miles. Londres: T. F. Unwin, 1909.
Lagarde, André. Ver Turmel, Joseph. 43
Lea, Henry Charles. A History of the
Inquisition of the Middle Ages (3 t.). New
York: Harper and Brothers, 1888.
Menéndez y Pelayo, Marcelino. Historia
de los heterodoxos españoles. Buenos Aires: Editorial Glem, 1945. Los
4 t. de esta obra del reconocido literato español presentan en forma detallada,
desde el punto de vista católico, la historia de las herejías en
España. El t. 2 abarca desde el siglo IX hasta el XV.
Meyendorff, John. The Orthodox Church: Its Past and
its Role in the World Today. Edición revisada.
New York: St. Vladimir's Seminary Press, 1981. Escrita por un autor
ortodoxo, esta obra narra la historia de la iglesia ortodoxa griega, desde sus
comienzos.
Paetow, Louis John. A Guide to the Study
of Medieval Church. Ed. rev. New York: F. S. Crofts &
Co., 193 l.
Schaff, Philip. History of the Christian
Church (7 t. en 8). New York: Charles Scribner´s Sons, 1892-1910.
Seeberg, Reinhold. Manual de historia de
las doctrinas (2 t.). Buenos Aires: Casa Bautista de Publicaciones,
1967. Traducida del alemán, esta obra es considerada como uno de los
mejores resúmenes de la historia de la doctrina cristiana a través de los
siglos. El segundo tomo abarca desde el siglo VII hasta después
de la Reforma.
Shotwell, James T., y Loomis, Louis
Ropes. The See of Peter. New York: Columbia University
Press, 1927.
Southern, Richard W. Western Society and the Church
in the Middle Ages. Harmondsworth, Inglaterra: Penguin Books, 1970.
Thatcher, Oliver J., y McNeal, Edgar H. A Source
Book for Medieval History. New York: Charles Scribner's Sons, 1905.
Turberville, A. S. Medieval Heresy and the
Inquisition. Londres: Hamdem,
1964. Contiene una presentación equilibrada de los movimientos, las
intrigas, y las persecuciones de los herejes de la Edad Media.
[Turmet, Joseph.] The Latin Church in the Middle Ages, por André Lagarde [seudónimo]. Traducido por Archibald Alexander. New York: Charles Scribner's Sons, 1915. 44
No hay comentarios:
Publicar un comentario