1 Juan 1.
INTRODUCCIÓN, 1:1-4.
A. Declaración de haber tenido trato personal
con Cristo, el Verbo de vida, 1:1-3 p. p.
B. Propósito al escribir la
epístola, 1:3 ú. p.-4.
1°. Fomentar la comunión con los cristianos,
con Dios y Cristo, 1:3 ú. p.
2°. Producir plenitud de gozo,
1:4.
“Descripción de la persona de Cristo,
en quien tenemos vida eterna
mediante la comunión con el Padre”.
LOS REQUISITOS PARA TENER COMUNIÓN
CON DIOS Y EL HOMBRE, 1:5-10.
A. Caminar en la luz, 1:5-7.
B. Confesión de los pecados,
1:8-10.
"La santidad de vida, testifica la verdad
de nuestra comunión y profesión de fe.
Y la seguridad de que nuestros Pecados
son perdonados por la muerte de Cristo".
1 LO QUE era desde el principio,
lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado,
y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida, 2 (porque la vida fue
manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna,
la cual era con el Padre, y se nos manifestó);
3 lo que hemos visto y oído, eso
os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y
nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.
4 Estas cosas os escribimos, para
que vuestro gozo sea cumplido.
5 Este es el mensaje que hemos
oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. 6
Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no
practicamos la verdad; 7 pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos
comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo
pecado.
8 Si decimos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. 9 Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad. 10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él
mentiroso, y su palabra no está en nosotros. (1 Juan 1).
1. Lo que era. Estas palabras iniciales de la epístola pueden
recibir dos interpretaciones debido a que el pronombre ho, que se traduce
"lo que", es neutro, y podría referirse a: (1) al testimonio
referente a la revelación del Verbo de vida, o (2) al Verbo de vida (Cristo). El
estilo de Juan hace más probable la segunda interpretación (cf. Juan 4:22;
6:37, donde los pronombres neutros se refieren a personas). En cuanto a la
flexión verbal "era" (en), ver com. Juan 1:1.
Desde el principio. Juan comienza su Evangelio con
las palabras "En el principio", y su primera epístola con la expresión
"desde el principio". La diferencia es significativa. En el Evangelio
se destaca que el Verbo ya existía en el tiempo del " principio";
aquí se conforma con afirmar que el Verbo ha estado existiendo desde el tiempo
del "principio".
El Evangelio enfoca el principio
y antes de él; la epístola enfoca el principio y después de él. También es
posible una interpretación más limitada refiriendo estas palabras al principio
de la era cristiana (cf. com. cap. 2:7), pero una comparación con Juan 1:1-3
concede aquí poco apoyo a esta limitación. En cuanto a "principio",
ver com. Juan 1:1.
Lo que hemos oído. Juan defiende desde el comienzo
lo que está a punto de escribir acerca de Aquel a quien él y sus compañeros
habían realmente oído, y rebate las afirmaciones de los que negaban la realidad
de la encarnación. Así establece las bases de su autoridad y de su exhortación
a sus lectores. ¡Nadie podría negar que albergaba preciosos recuerdos cuando
pensaba en la voz amada que había escuchado con tanto interés hacía mucho en
Palestina! El plural "hemos" en estos versículos iniciales podría
interpretarse como una característica de estilo o como una referencia al autor
y a sus compañeros (cf. com. cap. 4:6). El uso del pretérito perfecto
"hemos oído", sugiere que los recuerdos aún perduraban en él.
Lo que hemos visto. Aquí también se aplica el comentario de "lo que hemos oído".
La flexión verbal que se traduce "hemos visto" (del verbo horáÇ), significa el acto de ver físicamente.
Y para que
no haya duda alguna en cuanto a la realidad de sus experiencias, el escritor
añade el pleonasmo "con nuestros ojos". No deja, pues, lugar para que
se dude de que realmente vio al "Verbo".
Hemos contemplado. Gr. theáomai, "ver
atentamente", "contemplar". Esta misma flexión verbal se ha traducido
como "vimos" en Juan 1:14 al tratar el mismo tema: la contemplación
del Verbo encarnado. Lo natural es interpretar estas palabras y las que siguen
como una afirmación de que el apóstol había contemplado las escenas históricas
de la vida terrenal de Cristo.
Palparon. Gr. ps'lafáÇ, "ir a tientas", "tantear", "palpar", de psáll (o psa), "tocar"
(ver com. Hech. 17:27).
El mismo verbo se usa en Luc. 24:39 (ver el comentario
respectivo), cuando Jesús invitó a Tomás a que lo tocara. Juan podría estar
refiriéndose en particular a ese momento y quizá a otros hechos similares. Sería
difícil concebir una forma más clara para afirmar que el autor y sus compañeros
habían tenido una relación personal con el Verbo hecho carne, refutando así las
diversas herejías que decían que no fue real la existencia de Cristo en la
tierra (ver pp. 643-644).
Tocante al Verbo. El apóstol no pretende tratar todos los aspectos concernientes al Verbo, pero en su epístola declara (vers. 3) verdades basadas en su experiencia personal (vers. 1-3) con el Verbo. En cuanto al "Verbo" (ho lógos), ver com. Juan 1:1.
El uso de
"Verbo" (lógos) para referirse a Jesucristo, es peculiar del cuarto
Evangelio (Juan 1:1,14), de esta epístola (cap. 1:1; 5:7) y del Apocalipsis
(Apoc. 19:13), y es una prueba en favor de un autor común de los tres libros.
De vida. Literalm ente "de la vida". La presencia
del artículo indica que se habla de una vida específica, no una vida
cualquiera. Si se analizan los escritos de Juan, se ve con claridad que la vida
de la cual habla este autor es la vida eterna, la vida de Dios y en Dios.
2. Porque la vida. Mejor, "y la vida"
(BC). La palabra "vida" del vers. 1 proporciona una base para lo que
se dice de la "vida" en el vers. 2, que es un paréntesis, una
digresión del hilo principal del tema. La sintaxis de los vers. 1-3 es
complicada. El pensamiento queda en suspenso hasta el vers. 3, donde el autor
resume su exposición con una conclusión abarcante. Sin embargo "la
vida" en el paréntesis del vers. 2 se refiere principalmente a la vida de
Cristo que fue revelada en su encarnación.
Fue manifestada. Gr. faneróÇ, "hacer
saber", "hacer visible", "poner de manifiesto",
"mostrar". Juan a menudo usa el verbo faneróÇ (nueve veces en el
Evangelio y seis veces en la epístola). Esta manifestación de la vida corresponde
con el "Verbo" que "fue hecho carne" de Juan 1:14, y se
refiere a la encarnación que vieron los moradores de la tierra que contemplaron
su gloria.
Varias de las palabras favoritas
de Juan aparecen en los vers. 1-3, aunque a veces las traducciones oscurecen la
precisión de la palabra original. Arj', "principio", aparece 23 veces
en los escritos del apóstol (principio 21 veces en la RVR); zÇ'
"vida", 64 veces ("vida", 55 veces en la RVR); marturé,
"dar testimonio" y "testificar", 47 veces (37 veces en la
RVR).
Hemos visto. El apóstol no sólo había visto y oído
"tocante" al Verbo de vida (vers. 1) sino que también había percibido
su significado como "vida" (ver com. Juan 1:4).
Testificamos. Juan no se contentó con contemplar a Cristo;
también se sintió impulsado a "testificar" de lo que había visto (cf.
com. Hech. 1:8).
Anunciamos. Gr. apaggéll, "ser portador de nuevas",
"proclamar", "declarar".
La vida eterna. La asociación de "vida" con "eterna" se presenta 23 veces en los escritos de Juan.
El apóstol
piensa en términos de eternidad, y destaca la naturaleza eterna de su amado
Señor y de la vida que anticipa compartir con él (ver com. Juan 3:16).
Con el Padre. Gr. pros ton patéra (ver com. "con Dios",
en Juan 1:1). La palabra pros, "con". expresa la proximidad del Verbo
con el Padre y al mismo tiempo deja en claro su personalidad separada. Aunque
Juan no ha mencionado todavía al Hijo por nombre, su uso del calificativo
"Padre" implica la filiación del Verbo y prepara el camino para la
identificación plena del Verbo como Jesucristo en 1Juan 1:3.
Se nos manifestó. El autor está lleno de reverente respeto al comprender el privilegio que se le concedió de ver a Aquel que había estado con el Padre desde la eternidad.
El esplendor de la revelación nunca se
oscurece en la mente de Juan, sino que permanece en el centro de su visión
espiritual (cf. Juan 1:14,18).
3. Lo que hemos visto. Una repetición retórica (vers.
1-2) para dar énfasis y recapitular todo lo que previamente se ha dicho. La
importancia de este énfasis en el conocimiento personal que el autor tenía de
Jesús, difícilmente puede ser exagerado teniendo en cuenta que uno de los
propósitos de la epístola es oponerse a las primeras manifestaciones del
gnosticismo (ver pp. 643-644).
Comunión. Gr. koinÇnía (ver com. Hech. 2:42). Implica
compartir mutuamente, ya sea que el compañerismo sea entre iguales, como el
caso de los hermanos en la fe, o entre seres de jerarquía diferente, como es
entre Dios y el hombre (cf. Hech. 2:42; 2Cor. 8:4; Gál. 2:9; Fil. 2:1; etc.).
El apóstol desea en este caso que
sus lectores compartan las mismas bendiciones espirituales que él disfruta
mediante un conocimiento del Padre y del Hijo. Hacer que otros puedan participar
de esta comunión es uno de los principales propósitos de la epístola.
La palabra "comunión"
hace resonar una de las notas claves del primer capítulo. El que verdaderamente
conoce a Cristo siempre deseará que otros compartan ese bendito compañerismo. "Tan
pronto como viene uno a Cristo, nace en el corazón un vivo deseo de hacer
conocer a otros cuán precioso amigo ha encontrado en Jesús" (CC 77).
Los que así trabajan para otros
ayudan a contestar la oración del Salvador, "que sean uno, así como nosotros
somos uno" (Juan 17:22).
Nuestra comunión. Literalmente "la comunión la
nuestra"; es decir, la comunión que existe entre Juan y la Deidad. El
cristiano se convierte en un vínculo de unión entre el cielo y la tierra. Con
una mano se aferra de su conocimiento de Dios mediante Cristo, y con la otra
toma a los que no conocen a Dios; en esa forma se convierte en un eslabón
viviente entre el Padre y sus hijos extraviados.
Su Hijo Jesucristo. Juan identifica al Verbo con
Cristo. El calificativo compuesto -Jesús y Cristo- muestra que Juan está
considerando tanto el aspecto humano como el divino de la vida del Hijo (ver
com. Mat. 1:1; Fil. 2:5; cf. com. 1Juan 3:23). Sólo mediante el Hijo es posible
tener comunión con el Padre. Únicamente el Hijo puede revelar a Dios a los
hombres (cf. com. Juan 1:18).
4. Estas cosas. Es decir, el contenido de la
epístola, que incluye lo que ya ha sido escrito en los vers. 1-3 y lo que el
autor tiene el propósito de escribir en el resto de la carta.
Os. La evidencia textual se inclina (cf. p. 10) por el texto "nosotros escribimos".
La oración entonces diría: "Y estas
cosas escribimos" (BC).
Vuestro. La evidencia textual favorece (cf. p. 10) el texto "nuestro" (BJ, BA, BC).
El paralelismo con Juan 16:24 sugiere
"vuestro". El parecido entre las dos palabras es tal que fácilmente
podría introducirse un error de copia. Cualquiera de los dos es lógico. Juan
escribe para que el gozo de sus lectores sea completo. También escribe para
que, compartiendo con ellos, su propio gozo sea completo.
Gozo. El resultado natural de la comunión con Cristo (ver
com. Rom. 14:17).
Cumplido. O "completo" (BJ, BA). Jesús había
expresado la misma razón para hablar de "estas cosas" a sus
discípulos (Juan 15:11), y las palabras del discípulo amado bien pueden haber
sido un eco de las palabras de su Maestro.
El cumplimiento del gozo es un
tema frecuente en los escritos de Juan (Juan 3:29; 15:11; 16:24; 17:13; 2 Juan
12).
La religión cristiana es una
religión de gozo (ver com. Juan 18:11).
Así termina la breve introducción
de la epístola. Juan, que personalmente había conocido a Cristo, deseaba
compartir su conocimiento con sus lectores para que pudieran participar de la
misma comunión que él ya disfrutaba con el Padre y el Hijo. Al expresar este
amante deseo, Juan afirma la divinidad, la eternidad y la encarnación -y por lo
tanto la humanidad- del Hijo. Transmite este maravilloso conocimiento con un
lenguaje que es sencillo pero enfático, para que los lectores contemporáneos
del apóstol -y también los de nuestros días- no tuvieran ninguna duda acerca
del fundamento de la fe cristiana y la naturaleza de la obra de Jesucristo. De
esta manera refuta con eficacia la enseñanza gnóstica sin siquiera mencionarla.
5. Hemos oído de él. Mejor "de parte de él",
es decir, procedente de Dios o quizá de Cristo. Juan deseaba dejar en claro que
no había inventado ni descubierto el mensaje que estaba por transcurrir a sus
lectores, sino que lo había recibido del Señor, ya fuera directamente o por
revelación.
Anunciamos. Gr. anaggéllÇ, "anunciar", "hacer
conocer", "descubrir", vocablo diferente del que se usa en los
vers. 2 y 3 (apaggéllÇ), que también se traduce como "anunciar". AnaggéllÇ sugiere llevar las noticias hasta
el que las recibe o de vuelta a él, mientras que apaggéllÇ destaca el origen de
la noticia, es decir de dónde proviene.
Dios es luz. La ausencia en el texto griego del artículo
"la" delante del vocablo traducido "luz", especifica que
"luz" es una fase o una cualidad de la naturaleza de Dios (cf. com.
cap. 4:8). Compárese con la luz como un atributo de Cristo en Juan 1:7-9.
La luz se relaciona íntimamente
en la Biblia con la Deidad. Cuando el Señor inició la creación, la luz fue el
primer elemento que creó (Gén. 1:3).
Las manifestaciones divinas generalmente están acompañadas por una gloria inefable (Exo. 19:16-18; Deut. 33:2; Isa. 33:14; Hab. 3:3-5; Heb. 12:29; etc.).
Dios es descrito como
"luz perpetua" (Isa. 60:19-20) y como quien mora "en luz
inaccesible" (1Tim. 6:16). Estas manifestaciones físicas son simbólicas de
la pureza moral y la perfecta santidad que distingue el carácter de Dios (ver
com. "gloria" [dóxa], Juan
1:14; Rom. 3:23; 1Cor. 11:7).
Una de las más notables
cualidades de la luz es su poder para disipar las tinieblas. Dios manifiesta
esta cualidad en el plano supremo, el espiritual, en un grado superlativo: ante
sus ojos no puede existir la oscuridad del pecado (Hab. 1:13).
No hay ningunas tinieblas en él. Literalmente "tiniebla en él no hay ninguna".
La doble negación excluye enfáticamente la presencia de cualquier elemento de tinieblas en la naturaleza de Dios.
Es típico que Juan
presente una afirmación categórica como "Dios es luz", y que luego la
refuerce con un contraste de lo opuesto (cf. vers. 6,8; cap. 2:4; Juan 1:3,20;
10:28). Hay una razón inmediata para el énfasis de la declaración de Juan.
La teoría Gnóstica
afirmaba que el bien y el mal eran contrarios que mutuamente se necesitaban, y
que ambos habían emanado de la misma fuente divina: Dios.
Esta doctrina tuvo sus orígenes en el filósofo griego Heráclito (535-475 a. C.).
Sin embargo, si Dios es
completa y enteramente "luz", sin la más pequeña mezcla de tinieblas,
entonces el gnosticismo (ver t. VI, pp. 57-58) estaba enseñando algo opuesto a
la naturaleza de Dios y debía ser rechazado por los que aceptaban las palabras
del apóstol.
En los escritos de Juan
"tinieblas" (skótos o skotía) es la antítesis de "luz", así
como en las epístolas de Pablo pecado es la antítesis de justicia (Rom. 6:18-19)
y "carne" de "Espíritu" (cap. 8:1). Ver Juan 12:35,46; com.
Juan 1:5; 8:12.
6. Si decimos. Para lograr que lo escucharan los que necesitaban
su consejo, el apóstol suaviza algunos de sus reproches implícitos haciéndolos hipotéticos
(cf. vers. 8,10; etc.) y se incluye a sí mismo en la afirmación. Sin duda
comprendía que muchos pretendían tener comunión con el Padre, pero procedían en
contra de la voluntad divina; sin embargo, usa un lenguaje amable con la
esperanza de no chocar con sus lectores.
Tenemos comunión. Ver com. vers. 3. La pretensión
de tener comunión con Dios debe ser demostrada por sus resultados prácticos. Estos
se manifestarán en la vida mediante pensamiento y acción, oración y obras (MC
410). Experimentar la presencia de Dios; es estar siempre consciente de su
proximidad mediante el Espíritu Santo.
Cada pensamiento, cada palabra, cada acto, reflejan la experiencia de su amante presencia y reconocimiento de que él lo ve todo.
Hemos aprendido a amar a Dios. Sabemos que él siempre nos
amó, y estamos agradecidos por su protección (Sal. 139:1-12; Jer. 31:3).
Así como un niño desliza con toda
confianza su mano dentro de la de su padre cuando se aproxima al peligro, y la
mantiene así aun después de que haya pasado todo, de la misma manera el hijo de
Dios camina con su Padre celestial. Esa es la verdadera "comunión con
él".
Andamos. Gr. peripatéÇ (ver com. Efe. 2:2; Fil. 3:17).
Tinieblas. Gr. skótos (ver com. vers. 5). Nada puede
reproducirse en las tinieblas, excepto ciertas formas inferiores de vida que
tienden a hacer más sombrías las tinieblas. La podredumbre prolifera
rápidamente si no llega hasta ella la luz purificadora. Los ojos que se han
acostumbrado a la oscuridad, no pueden reaccionar ante la luz. Lo mismo sucede
con el alma: la oscuridad del pecado impide el crecimiento espiritual y el
pecado continuo destruye la percepción espiritual. Sin embargo, los hombres
están tan aferrados al pecado, que buscan las tinieblas para pecar de manera
más completa (Juan 3:19-20).
Mentimos. Juan pone de relieve la hipocresía de los que
profesan seguir el camino de la luz, pero voluntariamente andan en tinieblas. Si
Dios es luz (vers. 5), todos los que tienen comunión con él también deben andar
en la luz. Por eso cualquiera que pretende tener comunión con el Padre y sin
embargo anda en tinieblas, tiene que estar mintiendo. Su pretensión de tener
comunión con Dios demuestra que, a lo menos en cierta medida, conoce la luz;
pero las tinieblas que lo rodean prueban que está alejado de la luz por
ignorancia o que, deliberadamente, la ha rechazado.
No practicamos la verdad. Otro ejemplo de la manera en que Juan repite una afirmación -"mentimos"- con su negación equivalente -"no practicamos la verdad"- (com. vers. 5).
La idea de
"practicar la verdad" es peculiar de Juan (ver com. Juan 3:21; cf.
com. cap. 8:32). En cuanto a "verdad" (alétheia), ver com. Juan 1:14.
Además de mentir con sus palabras, los que andan "en tinieblas"
tampoco practican la verdad en su conducta.
El pecado se expresa primero como
un pensamiento, pero por lo general el pensamiento se convierte en un hecho. Cuando
la conducta diaria llega al punto de rechazar el hábito de asistir a la
iglesia, es una demostración de que se ha cortado la comunión con Dios. Cuando
la religión deja de ser una práctica cotidiana, se elimina a Dios de la vida
diaria y, en cambio, se da lugar a las tinieblas.
7. Pero si andamos. Aquí se presenta el lado
positivo. Juan no deja a su grey en la desesperación, sino que se ocupa de los
aspectos positivos de la vida cristiana para animar a sus hijos espirituales y
para expresar su confianza en ellos.
Él está en luz. Constantemente Dios está
circundado de la luz que irradia de sí mismo. Lo mejor que el cristiano puede
hacer es caminar en los rayos de luz que se reflejan de Dios. Así como un viajero sigue la luz del guía a
lo largo del camino oscuro y desconocido, así también el hijo de Dios debe
seguir en el camino de la vida la luz que procede del Señor (2Cor. 4:6; Efe.
5:8; cf. com. Prov. 4:18).
Unos con otros. Si andamos en la luz, andamos con
Dios, de quien brilla la luz, y tenemos comunión no sólo con él sino también
con todos los que están siguiendo al Señor. Si servimos al mismo Dios, y
creemos las mismas verdades, y seguimos las mismas instrucciones en la senda de
la vida, no podemos menos que caminar en unidad. La más tenue señal de mala
voluntad entre nosotros y nuestros hermanos en la fe, debe impulsarnos a
examinar nuestra conducta para estar seguros de que no nos estamos apartando
del sendero iluminado de la vida (cf. com. cap. 4:20).
Y la sangre. La última oración de este versículo es de ninguna
manera una idea posterior, pues la experiencia que aquí se está íntimamente
relacionada con "en la luz". Juan reconoce que aun los que tienen
comunión con Dios continúan necesitando ser limpiados del pecado, y por eso
asegura al cristiano que Dios ya se ha anticipado a esa necesidad y
proporcionado el remedio. En cuanto al
significado de "sangre" para ser limpio de pecado, ver com. Rom.
3:25; 5:9; cf. com. Juan 6:53.
Jesucristo. La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto
"Jesús". Así lo traducen la (BJ, BA y NC). Pero como Juan con
frecuencia usa en sus epístolas la palabra "Jesucristo", o habla de
Jesús como "el Cristo" o "el Hijo de Dios" (cap. 4:15; 5:1,5),
muchos prefieren la variante Jesucristo. En su Evangelio a menudo habla de
Jesús como el Verbo encarnado; pero aquí piensa particularmente en el Salvador
divino-humano, Jesucristo. En cuanto al título "Jesucristo", ver com.
Mat. 1:1.
Su Hijo. Esta identificación adicional de Jesús destaca la
magnitud del sacrificio que proporcionó la sangre purificadora: provino del
Hijo de Dios. En cuanto a la filiación divina de Cristo, ver com. Luc. 1:35.
Limpia. Gr. katharízÇ, "limpiar",
"purificar", verbo usado en los Evangelios para la
"limpieza" de un leproso (Mat. 8:2; Luc. 4:27; etc.) y, en otros
pasajes, para quedar limpio de pecado o de la culpabilidad del pecado (2Cor.
7:1; Efe. 5:26; Heb. 9:14; etc.).
La limpieza a que se refiere Juan
no es la que ocurre en el primer arrepentimiento y confesión, en el comienzo de
la vida cristiana y que precede a la comunión con Dios. Aquí habla de la
limpieza que continúa a través de toda la vida terrenal y que es parte del proceso
de santificación (ver com. Rom. 6:19; 1Tes. 4:3).
Jamás nadie, excepto Cristo, ha
vivido una vida sin pecado (ver com. Juan 8:46; 1Ped. 2:22); por eso los
hombres continuamente necesitan de la sangre de Cristo para ser limpiados de sus
pecados (ver com. 1 Juan 2:1-2).
El autor se incluye entre los que necesitan esa limpieza. Los que caminan más cerca de Dios, en la gloria de la luz divina, comprenden mejor su propia pecaminosidad.
(Cap. 1:8,10; HAp 448-449; CS 522-527).
Todo pecado. En cuanto al "pecado", ver com. cap. 3:4.
8. Si decimos. O "cuando decimos". Ver com. vers. 6.
No tenemos pecado. Juan no especifica si había
algunos que públicamente pretendían ser perfectos, o si se trataba de una
actitud implícita; pero capta la existencia de esa pretensión y muestra su
peligro. El uso que hace del verbo en presente muestra que los que contaban en
sí mismos pretendían para sí una justicia presente y continua que en realidad
no habían alcanzado. No negaban que habían pecado antes, pero ahora decían literalmente:
"no tenemos pecado". En este respecto contrastaban agudamente con los
genuinamente justos, quienes reconocen su pecaminosidad y necesidad de limpieza
(vers. 7). Sólo Cristo puede afirmar que está libre de pecado (ver com. vers.
7). En cuanto a "pecado", ver com. cap. 3:4.
Nos engañamos. Ver com. Mat. 18:12. Como nos engañamos a nosotros
mismos, no podemos culpar a nadie más. La pretensión de no tener pecado es un
ensalzamiento del yo, una resurrección del hombre viejo, un acto de orgullo, de
pecado, por lo tanto es una contradicción propia característica del que se
engaña a sí mismo. No está dispuesto a admitir su pecaminosidad, y por eso su
engañoso corazón inventa incontables maneras de declarar su inocencia. El poder
penetrante de la Palabra de Dios es lo único que puede revelar la verdadera
condición del corazón; sólo entonces es cuando la mente está dispuesta a
aceptar ese veredicto (Jer. 17:9; Heb. 4:12).
La verdad no está en nosotros. Ver com. vers. 6. El autor,
después de una afirmación positiva, añade la negación equivalente (cf. vers.
5-6). El que deliberadamente rechaza lo correcto y acepta una falsedad,
especialmente una que lo hace sentirse superior a otros y sin necesidad del
Salvador, nunca puede estar seguro de que alguna vez se sentirá de nuevo
dispuesto a discernir la diferencia entre lo falso y lo correcto, o que podrá
hacerlo (cf. com. Mat. 12:31).
A menos que tal persona
rápidamente vuelva a la senda anterior, donde humildemente pueda recibir la luz
de la verdad, se apartará por un camino que sólo puede terminar en condenación
y muerte. No importa cuán profundo sea el conocimiento de otros aspectos de la
verdad, un error en este sentido hará inútil todo otro conocimiento.
9. Confesamos. Gr. homologéÇ, "decir la misma cosa", "reconocer", "confesar"
(ver com. Rom. 10:9); de homós,
"igual", y légÇ, "decir".
Pecados. Gr. hamartía (ver com. cap. 3:4).
Las palabras de Juan muestran que se daba cuenta de que los cristianos sinceros a veces caen en el pecado (cf. com. cap. 2:1) También es claro que está hablando de actos específicos de pecado, y no de pecado como un principio maligno presente en la vida. Por lo tanto, la confesión debe ser más especifica que la simple admisión de que se ha pecado.
El reconocimiento de la naturaleza precisa de un pecado y
la comprensión de los factores que han llevado a cometerlo, son esenciales para
la confesión y para adquirir la fuerza necesaria a fin de resistir una
tentación similar cuando reaparezca (5T 639).
No estar dispuestos a ser
específicos podría revelar la ausencia del verdadero arrepentimiento y la falta
de un deseo real de todo lo que implica el perdón (CC 40).
En cuanto a la estrecha relación
que existe entre la confesión y el arrepentimiento, ver com. Eze. 18:30; 5T
640.
El contexto da a entender que el autor espera que la confesión sea hecha a Dios, pues sólo él "es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad"; por lo tanto, no se necesita un intercesor humano, ningún sacerdote, para que nos absuelva de pecado. Acudimos a Dios no únicamente porque sólo él puede "limpiarnos" sino porque hemos pecado contra él.
Esta verdad se
implica a todo pecado. Si el pecado es también contra alguna persona, entonces
la confesión debe hacerse a esa persona y también a Dios (5T 645-646; DTG 751).
Los alcances de la confesión deben medirse por los alcances del daño causado
por nuestro mal proceder (cf. com. Prov. 28:13).
Él es fiel. El único elemento de incertidumbre en el proceso de
la confesión y del perdón está en el pecador. Si el hombre confiesa de verdad,
es seguro el perdón del Señor.
La fidelidad es una de las más
destacadas cualidades del Señor (1Cor. 1:9; 10:13; 1Tes. 5:24; 2Tim. 2:13; Heb.
10:23). Juan realza aquí la fidelidad de Dios para otorgar el perdón (cf. com. Exo.
34:6-7; Miq. 7:19).
¡Con cuánta frecuencia se
renuncia a la paz por dudar de la fidelidad de Dios! Satanás hace todo lo que puede para
quebrantar nuestra fe en el solícito interés que el Señor tiene en nosotros
como individuos (DMJ 95).
Se siente satisfecho de que
creamos que Dios cuida de muchos o de la mayoría de sus hijos siempre y cuando
pueda inducirnos a dudar de que él cuida en forma personal de nosotros. Siempre
necesitamos recordar el poder divino que impedirá que caigamos (Jud. 24); y si caemos
por no recurrir a ese poder, debemos acudir, arrepentidos, ante el trono de la
misericordia y de la gracia en busca de perdón (cf. Heb. 4:16; 1Juan 2:1).
Justo. Gr. díkaios, "justo" o "recto"
(ver com. Mat. 1:19). Dios es un juez justo, y su justicia es más evidente si
se contrasta con "toda" nuestra "maldad [adikía]. Felizmente
para nosotros su justicia está atemperada con misericordia.
Perdonar. Gr. afi'mi, verbo usado en el NT con diversos significados: "enviar", "despedir", "irse", "Perdonar"; sin embargo, cuando se usa en relación con "pecado", uniformemente se traduce como "perdonar" (ver com. Mat. 6:12; 26:28).
La fidelidad y la justicia de Dios se manifiestan más
completamente dentro del ámbito del perdón. En cuanto al perdón, ver com. 2Crón.
7:14; Sal. 32:1; Hech. 3:19.
Nuestros pecados. Es decir, los pecados específicos que hemos confesado.
El Señor está listo a perdonar al pecador arrepentido,
pero perdonar no significa de ninguna manera tolerar. Los pecados confesados
son quitados por el Cordero de Dios (Juan 1:29).
El bondadoso amor de Dios acepta
al pecador arrepentido, le quita el pecado que confiesa y aparece delante del
Señor cubierto con la perfecta vida de Cristo (Col. 3:3, 9-10; PVGM 252-254). El
pecado ha desaparecido, la condición del pecador es la de un hombre nuevo en
Cristo Jesús.
Y limpiarnos. La frase "limpiarnos de toda maldad"
puede entenderse como relacionada con "perdonar nuestros pecados", o
como que presenta un proceso distinto del perdón, y que viene después de él. Ambas
ideas son correctas cuando se aplican al diario vivir del cristiano. Todo
pecado mancha, y cuando el pecador es perdonado queda limpio de los pecados que
le han sido perdonados. Cuando David confesó su gran pecado, oró: "Crea en
mí, oh Dios, un corazón limpio" (Sal. 51:10).
El propósito del Señor es limpiar al pecador arrepentido de toda maldad. El pide perfección moral de sus hijos (ver com. Mat. 5:48), y ha provisto lo necesario para que cada pecado pueda ser resistido con éxito, y vencido (ver com. Rom. 8:1-4).
Mientras vivamos habrá nuevas victorias que ganar y nuevas alturas que escalar.
Esta limpieza
cotidiana del pecado y el crecimiento en la gracia, se llama santificación (ver
com. Rom. 6:19).
El primer paso redentor que Dios
obra en favor del pecador, cuando éste acepta a Cristo y se aparta de su
pecado, se llama justificación (ver com. Rom. 5:1). Es posible ver esos dos
procesos en las palabras de Juan, pero no se puede saber si el apóstol pensaba
en la distinción entre esos pasos en la salvación. Es más probable que
estuviera pensando en la limpieza que acompaña al perdón, aunque sus palabras
pueden tener una aplicación más amplia.
De toda maldad. Esta declaración abarcante aclara
cuán completamente está Dios dispuesto a eliminar la maldad de los que han
confesado sus pecados y han sido perdonados; pero el pecador debe cooperar con
Dios abandonando el pecado. Si se sigue el plan bíblico, la limpieza será
completa.
Es necesario vigilar
cuidadosamente en oración para impedir que renazcan los antiguos hábitos de
pensamiento y conducta (Rom. 6:11-13; 1Cor. 9:27). La acción de la voluntad es
decisiva, pero la voluntad es débil y vacilante hasta que Cristo la limpie y
fortalezca. El corazón engañoso con frecuencia tiene un anhelo oculto propenso
a sus antiguos hábitos de vida, y presenta muchas excusas para justificar una
continua complacencia de esos hábitos. Para no caer en el pecado es
imprescindible estar continuamente alerta frente al peligro, y también se
necesita una renovación diaria de los buenos propósitos (CC 52), pues el ciclo
no puede hacer nada por la persona a menos que acepte la gracia y el poder de
Cristo para erradicar cada deseo pecaminoso y cada mala tendencia de su vida.
Ver com. 1Juan 3:6-10; Jud. 24.
10. No hemos pecado. Esta es la tercera y específicamente la más falsa de las pretensiones a la santidad (cf. vers. 6, 8). En el vers. 6 se habla del pensamiento ilusorio de mantener comunión con Dios mientras se anda en tinieblas.
Es fácil pretender esto; es difícil refutar esta pretensión. En el vers. 8 se menciona la ilusiva pretensión de poseer un corazón sin pecado; también es difícil probar lo contrario. Sin embargo, aquí Juan dice que algunos afirman que no han cometido ningún acto pecaminoso.
Esa
pretensión no es verdad, pues todos hemos pecado (Rom. 3:23). La epístola está
dirigida a cristianos que tendrían que saber bien lo que era el pecado, y por
esta razón Juan se refiere claramente a la conducta después de la conversión.
Le hacemos a él mentiroso. La consecuencia de la mencionada
pretensión de no haber cometido ningún pecado, se presenta de acuerdo con el
patrón seguido en los vers. 6 y 8, donde los resultados se expresan tanto
positiva como negativamente; pero aquí se usan palabras más graves. La
pretensión de mantener comunión con Dios nos convierte en mentirosos (vers. 6).
Pensar que no tenemos pecados significa que nos estamos extraviando (vers. 8);
pero la pretensión de que no hemos pecado, convierte a Dios en mentiroso. No es
que una pretensión humana pueda afectar la perfección divina, sino que si
semejante pretensión -no tener pecado- fuera verdadera, estaría en
contradicción con las claras afirmaciones de la Palabra de Dios.
Su Palabra. La referencia no es a Cristo -el Verbo de vida- sino a la palabra pronunciada o escrita por Dios como el vehículo mediante el cual se transmite su verdad (vers. 8). Esta Palabra es verdad (Juan 17:17), y no puede estar dentro de los que contradicen sus evidentes declaraciones. Si los seres humanos no aceptan el testimonio de Dios, si niegan la validez de la descripción que él hace de la condición de ellos, están cerrando la puerta a su Palabra y ella no puede morar más en sus corazones.
La Palabra inspirada es el medio ordenado por Dios para revelar al hombre su verdadera condición y para salvarlo a fin de que no sea engañado creyendo que no tiene pecado. Por lo tanto, cada cristiano debe ser un estudiante diligente de la Palabra; debe aprender de memoria las verdades de la Biblia para fortalecer su mente con la Palabra vivificante.
Sus preciosas promesas serán su apoyo en tiempos de pruebas y dificultades, y su instrucción en justicia nos conducirá al Salvador y nos preparará para recibir su carácter santo (2 Tim. 3:16-17).
Si tenemos la Palabra de Dios en nuestro corazón, no
pecaremos más voluntariamente contra el Señor (Sal. 119:11); sin embargo, no
pretenderemos que ya hemos alcanzado la santificación completa y
definitivamente (cf. CS 676-677). 7CBA
COMENTARIOS DE EGW
1,3. HAp 443. EXISTEN
EN ESTOS ÚLTIMOS DÍAS 443 MALES SEMEJANTES a
los que amenazaban la prosperidad de la iglesia primitiva; y las enseñanzas del
apóstol Juan acerca de estos puntos deben considerarse con cuidadosa atención.
"Debéis tener amor," es el clamor que se oye por doquiera,
especialmente de parte de quienes se dicen santos. Pero el amor verdadero es
demasiado puro para cubrir un pecado no confesado. Aunque debemos amar a las
almas por las cuales Cristo murió, no debemos transigir con el mal. No debemos
unirnos con los rebeldes y llamar a eso amor. Dios requiere de su pueblo en
esta época del mundo, que se mantenga de parte de lo justo tan firmemente como
lo hizo Juan cuando se opuso a los errores que destruían las almas.
EL
APÓSTOL ENSEÑÓ que al mismo tiempo que
manifestamos cortesía cristiana, estamos autorizados a tratar con el pecado y
los pecadores en términos claros: que tal proceder no está en desacuerdo con el
amor verdadero. "Cualquiera que hace pecado -escribió,- traspasa
también la ley; pues el pecado es transgresión de la ley. Y sabéis que él
apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Cualquiera que
permanece en él, no peca; cualquiera que peca, no le ha visto, ni le ha conocido."
COMO
TESTIGO DE CRISTO, JUAN no entró en
controversias ni en fastidiosas disputas. Declaró lo que sabía, lo que había
visto y oído. Estuvo asociado íntimamente con Cristo, oyó sus enseñanzas y fue
testigo de sus poderosos milagros. Pocos pudieron ver las bellezas del carácter
de Cristo como Juan las vio. Para él las tinieblas habían pasado; sobre él
brillaba la luz verdadera. Su testimonio acerca de la vida y
muerte del Señor era claro y eficaz. Hablaba con un corazón que rebosaba de
amor hacia su Salvador; y ningún poder podía detener sus palabras.
"Lo
que era desde el principio -declaró,- lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que hemos mirado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo
de vida, . . . lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que 444 también
vosotros tengáis comunión con nosotros: y nuestra comunión verdaderamente es
con el Padre, y con su Hijo Jesucristo."
ASIMISMO puede
todo creyente estar capacitado, por medio de su propia experiencia, para
afirmar "que Dios es verdadero." (Juan 3:33.) Puede testificar de lo
que ha visto, oído y sentido del poder de Cristo. 445
1-3. HAp 454. MÁS DE MEDIO SIGLO Había Pasado Desde La
Organización De La Iglesia Cristiana. Durante ese
tiempo se había manifestado una oposición constante al mensaje evangélico. Sus
enemigos no habían cejado en sus esfuerzos, y finalmente lograron la
cooperación del emperador romano en su lucha contra los cristianos.
DURANTE
LA TERRIBLE PERSECUCIÓN QUE SIGUIÓ, EL
APÓSTOL JUAN hizo mucho para confirmar y fortalecer la fe de los
creyentes. Dio un testimonio que sus adversarios no pudieron contradecir, y que
ayudó a sus hermanos a afrontar con valor y lealtad las pruebas que les
sobrevinieron. Cuando la fe de los cristianos parecía vacilar ante la terrible
oposición que debían soportar, el anciano y probado siervo de Jesús les repetía
con poder y elocuencia la historia del Salvador crucificado y resucitado.
Sostuvo firmemente su fe, y de sus labios brotó siempre el mismo mensaje
alentador: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos
visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado, y palparon nuestras manos tocante
al Verbo de vida, . . . lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos." (1
Juan 1:1-3.)
JUAN
VIVIÓ HASTA SER MUY ANCIANO. Fue testigo
de la destrucción de Jerusalén y de la ruina del majestuoso templo. Como último
sobreviviente de los discípulos que estuvieron íntimamente relacionados con el
Salvador, su mensaje tenía gran influencia cuando manifestaba que Jesús era el
Mesías, el Redentor del mundo. Nadie podía dudar de su sinceridad, y mediante
sus enseñanzas muchos fueron inducidos a salir de la incredulidad. 455
5. CS 530. El mundo está
entregado a la sensualidad. "La concupiscencia de la carne, y la
concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida" gobiernan las masas
del pueblo. Pero los discípulos de Cristo son llamados a una vida santa.
"Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo
inmundo." A la luz de la Palabra de Dios, se justifica el aserto de que la
santificación que no produce este completo desprendimiento de los deseos y
placeres pecaminosos del mundo, no puede ser verdadera.
A aquellos que cumplen con las condiciones: "Salid de en medio de ellos, y apartaos, . . . y no toquéis lo inmundo," se refiere la promesa de Dios: "Yo os recibiré, y seré a vosotros Padre, y vosotros me seréis a mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso." (2 Corintios 6: 17, 18.)
Es privilegio y deber de todo
cristiano tener grande y bendita experiencia de las cosas de Dios. "Yo soy
la luz del mundo -dice Jesús:- el que me sigue, no andará en tinieblas, mas
tendrá la lumbre de la vida." (Juan 8:12.) "La senda de los justos es
como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto."
(Proverbios 4: 18.)
Cada paso que se da en fe y
obediencia pone al alma en relación más íntima con la luz del mundo, en 530 quien "no hay ningunas
tinieblas." Los rayos luminosos del Sol de Justicia brillan sobre los
siervos de Dios, y éstos deben reflejarlos. Así como las estrellas nos hablan
de una gran luz en el cielo, con cuya gloria resplandecen, así también los
cristianos deben mostrar que hay en el trono del universo un Dios cuyo carácter
es digno de alabanza e imitación. Las gracias de su Espíritu, su pureza y
santidad, se manifestarán en sus testigos.
En su carta a los Colosenses, San
Pablo enumera las abundantes bendiciones concedidas a los hijos de Dios.
"No cesamos -dice- de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del
conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría y espiritual inteligencia; para
que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda
buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios: corroborados de toda
fortaleza, conforme a la potencia de su gloria, para toda tolerancia y largura
de ánimo con gozo." (Colosenses 1: 9-11.)
Escribe además respecto a su
deseo de que los hermanos de Éfeso logren comprender la grandeza de los
privilegios del cristiano. Les expone en el lenguaje más claro el maravilloso
conocimiento y poder que pueden poseer como hijos e hijas del Altísimo. De
ellos estaba el que fueran "fortalecidos con poder, por medio de su
Espíritu, en el hombre interior," y "arraigados y cimentados en
amor," para poder "comprender, con todos los santos, cuál sea la
anchura, y la longitud, y la altura y la profundidad y conocer el amor de
Cristo, que sobrepuja a todo conocimiento." Pero la oración del apóstol
alcanza al apogeo del privilegio cuando ruega que sean "llenos de ello,
hasta la medida de toda la plenitud de Dios." (Efesios 3: 16-19, V.M.)
Así se ponen de manifiesto las
alturas de la perfección que podemos alcanzar por la fe en las promesas de
nuestro Padre celestial, cuando cumplimos con lo que él requiere de nosotros.
Por los méritos de Cristo tenemos acceso al trono del poder infinito. "El
que aun a su propio Hijo no perdonó, antes 531
le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las
cosas?" (Romanos 8:32.) El Padre dio a su Hijo su Espíritu sin medida, y
nosotros podemos participar también de su plenitud. Jesús dice: "Pues si
vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más
vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que lo pidieren de
él?" (Lucas 11:13.) "Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo
haré." "Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea
cumplido." (Juan 14:14; 16:24.)
6-8. ECFP 89. La Vida De Fe. A veces un profundo sentimiento de nuestra indignidad estre- mecerá nuestra alma con una conmoción de terror; pero esto no es una evidencia de que Dios ha cambiado hacia nosotros, o nosotros hacia Dios.
No debe hacerse ningún esfuerzo para
hacer que el alma alcance cierta intensidad de emoción. Podemos hoy no sentir
la paz y el gozo que sentimos ayer; pero por la fe debemos asirnos de la mano
de Cristo, y confiar en él tan plenamente en las tinieblas como en la luz.
Satanás puede susurrar: “Eres
muy pecador para que Cristo te salve”. Aun cuando reconozcáis que sois
verdaderamente pecadores e indignos, debéis hacer frente al tentador con el
clamor: “En virtud de la expiación, yo reclamo a Cristo como mi Salvador. No
confío en mis propios méritos, sino en la preciosa sangre de Jesús, que me
limpia. En esta circunstancia aferro mi alma impotente a Cristo”. La vida
cristiana debe ser una vida de fe viva y constante. Una confianza que no se
rinde, una firme dependencia de Cristo, traerá paz y seguridad al alma.
8-10. HAp 449. ESCRIBAN
LOS ÁNGELES LA HISTORIA DE LAS SANTAS CONTIENDAS y
conflictos del pueblo de Dios y registren sus oraciones y lágrimas; pero no sea
Dios deshonrado por la declaración hecha por 449 labios
humanos: No tengo pecado; soy santo. Nunca pronunciarán los labios santificados
tan presuntuosas palabras.
EL
APÓSTOL PABLO FUE ARREBATADO AL TERCER CIELO, y
vio y oyó cosas que no podían referirse, y aun así su modesta declaración es:
"No que ya haya alcanzado, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo."
(Fil. 3:12.)
PODÍAN
ÁNGELES DEL CIELO REGISTRAR LAS VICTORIAS DE PABLO mientras
proseguía la buena carrera de la fe. Podía el cielo regocijarse en su resuelto
andar ascendente, mientras él, teniendo el galardón a la vista, consideraba
todas las otras cosas como basura. Los ángeles se regocijaban al contar sus
triunfos, pero Pablo no se jactaba de sus victorias. La actitud de ese apóstol
es la que debe asumir cada discípulo de Cristo que anhele progresar en la lucha
por la corona inmortal.
MIREN
EN EL ESPEJO DE LA LEY DE DIOS los que se
sienten inclinados a hacer una elevada profesión de santidad. Cuando vean la
amplitud de sus exigencias y comprendan cómo ella discierne los pensamientos e
intentos del corazón, no se jactaran de su impecabilidad.
"Si dijéremos - dice Juan, sin separarse de
sus hermanos- que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros." "Si
dijéramos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso, y su palabra no, está
en nosotros." "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo
para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad."
(1Juan 1:8,10,9.)
HAY
QUIENES PROFESAN SANTIDAD, quienes
declaran que están completamente con el Señor, quienes pretenden tener derecho
a las promesas de Dios, mientras rehúsan prestar obediencia a sus mandamientos.
Dichos transgresores de la ley quieren recibir todas las cosas que fueron
prometidas a los hijos de Dios; pero eso es presunción de su parte, por
cuanto Juan nos dice que el verdadero amor a Dios será
revelado mediante la obediencia a todos sus mandamientos. No basta creer la
teoría de la verdad, hacer una profesión de fe en Cristo, creer que Jesús no es
un impostor, y que la religión de la Biblia no es una 450 fábula
por arte compuesta. "El que dice, Yo le he conocido, y no guarda
sus mandamientos -escribió Juan-, el tal es mentiroso, y no hay verdad en él,
mas el que guarda su palabra, la caridad de Dios está verdaderamente perfecta
en él: por esto sabemos que estamos en él." "El que guarda sus
mandamientos, está en él, y él en él." (1 Juan 2:4,5; 3:24.)
Ministerio Hno. Pio
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