jueves, diciembre 23, 2021

REFLEXIÓN 960. PRÓLOGO/ LAS CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS: Saludo, Introducción: La Visión De Cristo (APOCALIPSIS 1).

Apocalipsis 1 

I. PRÓLOGO, 1: 1-3.

II. LAS CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS, 1:4-20.

A. Saludo, 1:4-8.

“Juan Escribe El Apocalipsis A Las Siete Iglesias En Asia,

Representadas Por Los Siete Candeleros De Oro”.

“La Segunda Venida De Cristo”.

B. Introducción: La Visión De Cristo, 1:9-20.

“Su Glorioso Poder Y Majestad”.

1 LA REVELACION de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, 2 que ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas las cosas que ha visto.

3 Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca.

4 Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono; 5 y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, 6 y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.

7 He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén. 8 Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

9 Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. 10 Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, 11 que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último.

Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.

12 Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, 13 Y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. 14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; 15 y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. 16 Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.

17 Cuando le vi, caí como muerto a sus pies.  Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; 18 y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.

19 Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas. 20 El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias. (Apocalipsis 1).

1. Revelación. Gr. apokálupsis, "descubrimiento" (ver p. 733). "La revelación de Jesucristo" puede considerarse como el título que Juan le dio a este libro.

Este título niega categóricamente el concepto de que el Apocalipsis es un libro sellado y por lo tanto no puede ser entendido. Contiene un mensaje que Dios se propuso que sus "siervos" en la tierra deberían oír y guardar (vers. 3), y no podrían hacerlo a menos que primero lo entendiesen.

De Jesucristo. Tanto en griego como en español estas palabras pueden significar que el Apocalipsis es una revelación que se origina en Jesús o que lo revela a él. 

El contexto parece implicar que la primera interpretación es en este caso la principal, porque es la revelación "que Dios le dio, para manifestar a sus siervos".

Al mismo tiempo debe recordarse la verdad del segundo significado, porque este libro revela a Jesús en su obra celestial después de su ascensión.

En este sentido el Apocalipsis en realidad complementa a los Evangelios. Estos registran el ministerio de Jesús en la tierra; el Apocalipsis revela su obra en el plan de la redención a partir de ese tiempo. Cf. cap. 19:10. En cuanto a los nombres de Jesús y Cristo, ver com. Mat. 1:1.

Le dio. Desde la entrada del pecado toda comunicación entre el cielo y la tierra ha sido por medio de Cristo (PP 382).

Siervos. Gr. dóulos, "esclavo" (ver com. Rom. 1:1). Los primeros cristianos a menudo se designaban a sí mismos como "esclavos".

Que deben suceder pronto. El pensamiento de que los diversos acontecimientos predichos en el libro del Apocalipsis debían suceder en un futuro cercano se declara específicamente siete veces: "Las cosas que deben suceder pronto" (cap. 1:1; 22:6), "el tiempo está cerca" (cap. 1:3) y "He aquí [o 'ciertamente'] yo vengo pronto" (cap. 3:11; 22:7,12,20). También hay referencias indirectas a la misma idea (cap. 6:11; 12:12; 17:10).

La respuesta personal de Juan a estas declaraciones del pronto cumplimiento del propósito divino fue: "Amén; sí, ven, Señor Jesús" (cap. 22:20). Por lo tanto, el concepto de la inminencia del regreso de Jesús se halla explícito e implícito a través de todo el libro.

La segunda venida de Cristo es el gran acontecimiento culminante del antiquísimo conflicto entre el bien y el mal que comenzó cuando Lucifer puso en tela de juicio el carácter y el gobierno de Dios.  Las declaraciones en el Apocalipsis y en otros pasajes bíblicos respecto a la inminencia del retorno de Cristo, deben entenderse dentro de los límites de este gran conflicto.

Dios podría haber aniquilado con toda justicia a Lucifer cuando con obstinada impenitencia persistió en su rebelión; pero la sabiduría divina difirió la exterminación del mal hasta que la naturaleza y los resultados del pecado se hiciesen plenamente visibles para los habitantes del universo (PP 21-23).

En cualquiera de los diversos momentos cruciales de la historia de este mundo, la justicia divina podría haber pregonado " ¡Hecho está!", y Cristo podría haber venido para inaugurar su reino de justicia. Hace mucho tiempo que podría haber culminado sus planes para la redención de este mundo. Así como se ofreció a Israel la oportunidad de preparar el camino para el reino eterno de Dios en la tierra cuando ese pueblo se estableció en la tierra prometida, y nuevamente cuando volvió de su destierro en Babilonia, así también le dio a la iglesia de los tiempos apostólicos el privilegio de completar la comisión evangélica.

Otra oportunidad semejante llegó con el gran despertar del segundo advenimiento en el siglo XIX. Pero en todos esos casos, el pueblo escogido de Dios no supo aprovechar la oportunidad que le fue ofrecida con tanta bondad.

El movimiento adventista, animado por el consejo inspirado, esperaba que Cristo viniese muy pronto después de 1844. Cuando Jesús aún no había aparecido a fines del siglo, se recordó repetidas veces a los creyentes adventistas que el Señor podría haber venido antes de ese tiempo (3JT 73; 8T 115-116; 3JT 297; DTG 587-588; CS 511).

Cuando se le pidió a Elena G. de White que explicara por qué el tiempo había continuado más de lo que sus primeros testimonios parecían indicar, respondió: "¿Cómo es el caso del testimonio de Cristo y de sus discípulos? ¿Estaban engañados?... Los ángeles de Dios en sus mensajes para los hombres representan el tiempo como muy corto... ¿Pero ha fallado la Palabra de Dios?

¡Nunca! Debe recordarse que las promesas y las amenazas son igualmente condicionales" (1MS 76-77).

Por lo tanto, es claro que aunque la segunda venida de Cristo no depende de ninguna condición, las repetidas declaraciones de las Escrituras de que su venida era inminente estaban condicionadas por la respuesta de la iglesia a la exhortación de que terminara la obra de predicar el Evangelio en su generación. No ha fallado la Palabra de Dios que declaró hace siglos que el día de Cristo "se acerca" (Rom. 13:12).

Jesús hubiera venido muy pronto si la iglesia hubiese hecho la obra que se le encomendó.

La iglesia no tenía derecho a esperar a su Señor porque no había cumplido con las condiciones. Ver Ev 503-505.

De modo que las declaraciones del ángel del Apocalipsis a Juan respecto a la inminencia del regreso de Cristo para poner fin al reinado del pecado, deben ser entendidas como una expresión de la voluntad de Dios y de su propósito. Dios nunca ha pensado en demorar la consumación del plan de salvación; siempre ha expresado su voluntad de que el regreso de nuestro Señor no se retarde mucho.

Estas declaraciones no deben entenderse en términos de la presciencia de Dios de que habría una demora tal, ni tampoco a la luz de la perspectiva histórica de lo que en realidad ha sucedido en la historia del mundo desde ese tiempo.

Es verdad que Dios sabía de antemano que la venida de Cristo sería demorada unos dos mil años; pero cuando envió sus mensajes a la iglesia por intermedio de los apóstoles, expresó esos mensajes en términos de su voluntad y propósito respecto a dicho acontecimiento para que su pueblo estuviese informado de que, en la providencia divina, no había necesidad de una demora.

Por consiguiente, las siete declaraciones del Apocalipsis respecto a la proximidad de la venida de Cristo deben entenderse como una expresión de la voluntad y el propósito de Dios, como promesas expresadas condicionalmente, y no como declaraciones basadas en el conocimiento previo de Dios.

En este hecho debe hallarse sin duda la armonía entre los pasajes que exhortan a estar preparados para la pronta venida de Cristo y aquellos períodos proféticos que revelan cuán distante se halla en realidad el día de nuestro Señor Jesucristo.

La declaró. Gr. semáinÇ, "señalar", "indicar", "dar señal"; "declaró", "explicó".

Ángel. Gr. ággelos, "mensajero". Los ángeles frecuentemente cumplen la función de ser portadores de revelaciones divinas (cf. Dan. 8:16; 9:21; Luc. 1:19, 26, etc.).

Este ángel ha sido identificado como Gabriel (ver com. Luc. 1:19).

Juan. Es decir, Juan el apóstol (ver pp. 733-738; cf. com. Mar. 3:17).

El Apocalipsis es el único libro de Juan en el que éste se identifica por nombre.

 (Ver t. V, p. 869; cf. 2Juan 1; 3Juan 1).

2. Ha dado testimonio. Mejor "dio testimonio". Gr. marturéÇ, "dar testimonio", "testificar". El pretérito (emartúr'sen) muestra que el autor se refiere a lo que está por escribir desde el punto de vista de sus lectores, para quienes la acción ya sería algo pasado cuando recibieran el mensaje.

Las epístolas de Pablo (ver com. Gál. 6:11; Fil. 2:25) presentan numerosos ejemplos de este uso del pretérito; lo mismo se ve en escritos de autores griegos y romanos antiguos.

Esta costumbre se consideraba como un acto de cortesía para el lector.

Juan declara que es testigo, que da testimonio de todo lo que Dios te había revelado.

Palabra. Gr. lógos, "palabra", "declaración", "mensaje", "oráculo" (ver com. Juan 1:1).

De Dios. Es decir, que se origina en Dios, o es hablada por Dios.

Juan se refiere a "la revelación de Jesucristo, que Dios le dio" (vers. 1). "La palabra de Dios", "el testimonio de Jesús", y "todas las cosas que ha visto", se refieren a lo mismo: a "la revelación" del vers. 1.

El testimonio de Jesucristo. Puede referirse a que el libro del Apocalipsis es un mensaje proveniente de Jesús o acerca de Jesús (ver com. vers. 1).

El contexto favorece la primera interpretación; pero, por supuesto, es ambas cosas.

Los vers. 1 y 2 tipifican un típico paralelismo invertido, en el cual las líneas primera y cuarta son paralelas, y la segunda es paralela a la tercera:

"La revelación de Jesucristo, que Dios le dio...

La palabra de Dios.... del testimonio de Jesucristo".

Ha visto. Mejor "vio". Vocablos que significan comunicación y percepción visual, aparecen 73 veces en el Apocalipsis; y palabras que denotan comunicación y percepción auditiva, 38 veces.

El Apocalipsis es un informe real de lo que Juan vio y oyó mientras estaba en visión.

3. Bienaventurado. Gr. makários, "feliz" (ver com. Mat. 5:3). Algunos sugieren que aquí puede haber una alusión a Luc. 11:28.

El que lee. Sin duda es una referencia en primer lugar a la persona que se escogía en la iglesia antigua para leer en público los escritos sagrados. Juan anticipa la lectura pública del libro que ahora dirige a "las siete iglesias que están en Asia" (vers. 4), en la presencia de los miembros reunidos de cada congregación (cf. Col. 4:16; 1 Tes. 5:27).

Esta práctica cristiana refleja la costumbre judía de leer "la ley y los profetas" en la sinagoga cada sábado (Hech. 13:15,27; 15:21; etc.; ver t. V, pp. 59-60). La orden implícita de que se leyera el Apocalipsis en las iglesias de Asia sugiere que sus mensajes eran aplicables a la iglesia en los días de Juan (ver com. Apoc. 1:11).

Los que oyen. Osea los miembros de iglesia. Nótese que hay sólo un lector en cada iglesia, pero hay muchos que "oyen" lo que se lee. La bendición que acompañaba la lectura del Apocalipsis en las "siete iglesias" de la provincia romana de Asia, pertenece a todos los cristianos que leen este libro con el deseo de comprender más perfectamente las verdades que allí se registran.

Esta profecía. La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto "la profecía". Algunos sugieren que Juan pide aquí específicamente que se le dé igual oportunidad a la lectura del Apocalipsis como a los libros proféticos del AT, los cuales se leían en la sinagoga cada sábado.

Aunque la palabra "profecía", como se usa en la Biblia, se refiere a un mensaje específico de Dios, sea cual fuere su naturaleza (ver com. Rom. 12:6), el libro de Apocalipsis puede ser llamado acertadamente una profecía en el sentido más estricto porque es una predicción de acontecimientos futuros.

Guardan. La flexión del verbo en griego implica la observancia habitual de las admoniciones de este libro como una norma de vida. Ver com. Mat. 7:21-24.

Escritas. Mejor "han sido escritas", con el sentido de que "permanecen escritas".

Tiempo. Gr. kairós, "tiempo", con el significado de un momento particular, una ocasión propicia, un tiempo establecido de antemano para un acontecimiento particular.

 (Ver com. Mar. 1:15).  

Este "tiempo" que "está cerca" es el tiempo para el cumplimiento de "las cosas en ella escritas", "las cosas que deben suceder pronto" de Apoc. 1:1 (ver este com.).

La inminencia de esos acontecimientos es el motivo para observar atentamente "las palabras de esta profecía". Por lo tanto, el Apocalipsis es de importancia muy especial para los que creen que "el tiempo" de la venida de Cristo "está cerca". Compárese con la Nota Adicional de Romanos 13.

Está cerca. Como vivimos en los últimos momentos del "tiempo", las profecías del Apocalipsis tienen una importancia capital para nosotros. "Especialmente Daniel y Apocalipsis deben recibir atención como nunca antes en la historia de nuestra obra" (TM 112). "Los solemnes mensajes que en el Apocalipsis se dieron en su orden, deben ocupar el primer lugar en el pensamiento de los hijos de Dios" (3JT 279).

"Al libro de Daniel se le quita el sello en la revelación que se le hace a Juan" (TM 115). Mientras que el libro de Daniel presenta a grandes rasgos los sucesos de los últimos días, el libro de Apocalipsis da vívidos detalles acerca de dichos sucesos, de los cuales ahora se declara que están "cerca".

4. Juan. Ver com. vers.1. El hecho de que el escritor no sienta la necesidad de una mayor identificación, demuestra que era bien conocido en las iglesias "en Asia".

Es también un testimonio de la autenticidad del libro porque es de esperar que otro escritor que no fuera Juan, a quien los creyentes "en Asia" conocían por este nombre, pretendiera tener autoridad y poder. 

La sencillez con que el escritor se refiere a sí mismo coincide con la humilde actitud del escritor del Evangelio de Juan (ver t. V, p. 869).

A las siete iglesias. Desde aquí hasta el fin del cap. 3, el Apocalipsis se parece por su forma a una carta antigua, o más bien a una serie de cartas. Esta sección epistolar es una introducción al resto del libro, que se caracteriza por una sucesión de visiones dramáticas.

Para un comentario sobre el uso del número "siete" en el Apocalipsis y acerca de las siete iglesias, ver com. cap. 1:11.

Asia. Es decir, la provincia romana de Asia, territorio de unos 500 km de este a oeste y 420 km de norte a sur, en la parte occidental de Asia Menor, en la actual república de Turquía (ver t. VI, mapa frente a p. 33).

En los tiempos helenísticos esa región se transformó en el importante reino de Pérgamo, destacado centro de la cultura helenística. En cuanto a las circunstancias en que Pérgamo se convirtió en la provincia romana de Asia, ver t. V, p. 37.

Asia siguió siendo un centro importante 

de la cultura greco-romana en los tiempos del NT.

Pablo pasó muchos meses allí (Hech. 18:19-21; 19:1,10), y el éxito de sus labores en esa región es evidente porque tres de sus epístolas fueron dirigidas a los cristianos que vivían en ese territorio (Efesios, Colosenses, Filemón).

Su primera Epístola a Timoteo, que estaba entonces a cargo de la iglesia de Éfeso y tal vez de las iglesias de toda la provincia, es una prueba de que allí había una comunidad cristiana bien establecida. Pablo era el apóstol de los gentiles, y es probable que los miembros de estas iglesias de la provincia romana de Asia fueran en su mayoría gentiles.

Después de que la congregación cristiana de Jerusalén fue esparcida poco antes de 70 d.C., parece que Asia aumentó en importancia como centro del cristianismo. Sin duda se debió a la presencia y dirección del apóstol Juan quien, según la tradición, residía en Éfeso y viajaba por la región circundante, "aquí para nombrar obispos, allí para poner en orden iglesias enteras, y allá para ordenar a los que eran indicados por el Espíritu" (Clemente de Alejandría, ¿Quién es el rico que se salvará? xlii). Esta declaración parece reflejar una relación íntima entre el apóstol y las iglesias de Asia.

Gracia y paz. Ver com. Rom. 1:7; 2Cor. 1:2. Se ha sugerido que este saludo derivó de una combinación del saludo común griego jáirein, "salud" (como en Sant. 1:1), y el saludo hebreo shalom, en su equivalente griego eir'en', "paz". Jáirein probablemente tiene relación con járis, "gracia", el término más religioso que se usa aquí. "Gracia" y "paz" aparecen comúnmente en los saludos de las antiguas epístolas cristianas, y juntas sin duda constituyen una forma característica de saludo de la iglesia apostólica (Rom. 1:7; 1Cor. 1:3; 2Cor. 1:2; Gál. 1:3; Efe. 1:2; Fil. 1:2; Col. 1:2; 1Tes. 1:1; 2Tes. 1:2; 1Tim. 1:2; 2Tim. 1:2; Tito 1:4; File. 3; 1Ped. 1:2; 2Ped. 1:2; 2Juan 3).

Del que es. Gr. ho Çn, "el que es", expresión sin duda tomada de Exo. 3:14 según la LXX, donde se usa para traducir el nombre divino YO SOY.

Esta expresión implica, como en hebreo, existencia de Dios sin límite alguno de tiempo. El texto griego presenta un error gramatical, pues a la preposición apó, "de parte de", "del", debe seguir el caso genitivo y no el nominativo, que se usa aquí. Sin embargo, esto no demuestra que Juan ignoraba la gramática; su negativa de declinar en griego la palabra que representa al Ser divino quizá fue una manera sutil de destacar la absoluta inmutabilidad de Dios. Por el contexto de los vers. 4 y 5 es claro que la frase en cuestión se refiere al Padre.

Que era. Dios ha existido desde toda la eternidad (Sal. 90:2).

Que ha de venir. O "el que viene". La tríada "que es", "que era" y "que ha de venir" indica que la tercera frase es un sustituto futuro del verbo, que equivale a decir "que será". Se ha sugerido que también se refiere a la segunda venida de Cristo. Esta interpretación, verbalmente posible, no concuerda con el contexto, el cual muestra que éste no era el pensamiento del autor.

La referencia al Padre expone su eternidad y declara que el mismo Ser que ahora continuamente existe, siempre ha existido y siempre existirá. La existencia personal de Dios trasciende al tiempo, pero una eternidad infinita sólo puede ser expresada en palabras humanas por medio de términos limitados y temporales como los que aquí emplea Juan.

Siete Espíritus. En cuanto al significado del número "siete" en el Apocalipsis, ver com. vers. 11. Estos siete espíritus también se describen como siete lámparas de fuego (cap. 4:5) y como los siete ojos del Cordero (cap. 5:6).

La relación de los "siete espíritus" con el Padre y con Cristo, como que también fueran la fuente de la gracia y paz del cristiano, implica que representan al Espíritu Santo. 

El nombre de "siete" tal vez es una expresión simbólica de su perfección, y también puede implicar la variedad de dones por medio de los cuales obra en los seres humanos (1Cor. 12:4-11; cf. Apoc. 3:1).

Delante de su trono. Es decir, delante del trono "del que es, y que era y que ha de venir". Esta posición tal vez signifique disposición para un servicio inmediato. 

Ver com. cap. 4:2-5.

5. Jesucristo. Ver com. vers. 1. Los otros miembros de la Deidad ya han sido mencionados en el vers. 4.

Testigo fiel. En el texto griego este título está en aposición con "Jesucristo", que aparece en el caso genitivo-ablativo. 

Normalmente estas palabras deberían estar en el mismo caso; sin embargo quedan, como el título divino para el Padre (ver com. vers. 4), aquí en caso nominativo, sin cambio ninguno. Algunos sugieren que Juan implica así la divinidad de Cristo y su igualdad con el Padre (ver Nota Adicional de Juan 1).

Cristo es el "testigo fiel" porque es el representante perfecto del carácter, la mente y la voluntad de Dios delante de la humanidad (ver com. Juan 1:1,14). Su vida sin pecado en la tierra y su muerte como sacrificio testifican de la santidad del Padre y de su amor (Juan 14:10; ver com. cap. 3:16).

Primogénito. Gr. prÇtótokos, "primogénito" 

(ver com. Mat. 1:25; Rom. 8:29; cf. com. Juan 1:14). 

Jesús no fue cronológicamente el primero que resucitó de entre los muertos, pero puede considerarse como el primero en el sentido de que todos los que resucitaron antes y después de él, fueron liberados de las ataduras de la muerte sólo en virtud del triunfo de Cristo sobre el sepulcro. 

Su poder para poner su vida y para volverla a tomar (Juan 10:18) lo coloca en una posición superior a todos los otros hombres que hayan salido alguna vez de la tumba, y lo caracteriza como el origen de toda vida (Rom. 14:9; 1Cor. 15:12-23; ver com. Juan 1:4, 7-9). Este título, como el que sigue, refleja el pensamiento de Sal. 89:27.

Soberano. O "gobernante". Este mundo pertenece legítimamente a Cristo. Cristo triunfó sobre el pecado y recobró la heredad que perdió Adán, y es el gobernante legítimo de la humanidad (Col. 2:15; cf. Col. 1:20; Apoc. 11:15).

En el día final todos los seres humanos lo reconocerán como tal (Apoc. 5:13). Pero ya sea que se lo reconozca o no, Cristo ha tomado el dominio de los asuntos terrenales para el cumplimiento de su propósito eterno (ver com. Dan. 4:17).

El plan de la redención, que se ha convertido en una verdad histórica mediante su vida, muerte y resurrección, ha ido avanzando paso tras paso hacia el gran día del triunfo definitivo. Ver Apoc. 19:15-16.

Que nos amó. La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto "que nos ama" (BJ, BA, BC). El amor de Dios, revelado en Jesucristo, es ahora un hecho histórico; pero él "nos ama" ahora tanto como cuando entregó la dádiva suprema de su Hijo.

Lavó. La evidencia textual favorece la variante "soltó"; "libertó" (BA). Esta diferencia sin duda surgió por la similitud entre las palabras griegas lóuÇ, "lavar", y lúÇ, "soltar". 

Ser "soltado" de los pecados es ser libertado del castigo y del poder del pecado.

 (Ver com. Juan 3:16; Rom. 6:16-18, 21-22).

Con su sangre. O "por su sangre", es decir por la muerte de Cristo en la cruz. Fue un sacrificio vicario (ver com. Isa. 53:4-6; cf. DTG 16).

6. Reyes y sacerdotes. La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto "un reino, sacerdotes" (BC), quizá una alusión a Exo. 19:6 (cf. Apoc. 5:10). Cristo ha constituido a su iglesia en un "reino" y a sus miembros individuales en sacerdotes. Ser miembro del reino es ser "sacerdote". Compárese con el "real sacerdocio" de 1Ped. 2:9. 

Los que han aceptado la salvación en Cristo, constituyen un reino cuyo rey es Cristo. Es una referencia al reino de la gracia divina en los corazones de los seres humanos (ver com. Mat. 4:17).

Un sacerdote puede ser considerado como uno que presenta ofrendas a Dios (cf. Heb. 5:1; 8:3), y en este sentido todo cristiano tiene el privilegio de presentar "sacrificios espirituales" -oración, intercesión, acción de gracias, gloria- a Dios (1Ped. 2:5,9).

Como cada cristiano es un sacerdote, puede acercarse a Dios personalmente, sin la mediación de otro ser humano, y también acercarse -interceder- por otros. Cristo es nuestro mediador (1Tim. 2:5), nuestro gran "sumo sacerdote", y por medio de él tenemos el privilegio de llegarnos "confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (Heb. 4:15-16).

A él sea gloria. Literalmente "a él la gloria" (BJ, BC, NC), es decir, a Cristo (vers. 5). 

El artículo definido que acompaña al sustantivo sugiere una gloria específica, quizá la gloria total. Para un comentario sobre dóxa, la palabra que se traduce "gloria", 

ver com. Rom. 3:23.

Imperio. El atribuirle "imperio" a Cristo es reconocerlo como el gobernante legítimo del universo. Después de la resurrección recibió "toda potestad... en el cielo y en la tierra" (ver com. Mat. 28:18). Cristo merece la alabanza siempre continua de la humanidad como agradecimiento por su triunfo sobre el pecado y la muerte (Col. 2:15).

Satanás había puesto en tela de juicio el derecho de Cristo a la "gloria" y al "imperio", pero éstos pertenecen legítimamente a Cristo. Con esta doxología o atribución de alabanza, termina Juan el saludo en su carta (Apoc. 1:4-6).

Por los siglos de los siglos. Gr. eis tóus aiÇnás tÇn aiÇnÇn, "para los siglos de los siglos" y por lo tanto, "para siempre". En cuanto a la palabra aiÇn, ver com. Mat. 13:39. Juan no percibe límite alguno de tiempo al derecho de Cristo a la "gloria e imperio".

Amén. Ver com. Mat. 5:18.

7. He aquí que viene. Después de terminar el saludo en el vers. 6, Juan anuncia el tema del Apocalipsis: la segunda venida de Cristo. 

Esta es la meta hacia la cual se mueve todo lo demás. Es significativo que Juan use el tiempo presente, "que viene", con lo cual destaca la certeza del acontecimiento, quizá también su inminencia (ver com. vers. 1).

Con las nubes. Ver com. Hech. 1:9-11.

Traspasaron. Gr. ekkentéÇ. Esta palabra la usa Juan en su Evangelio (cap. 19:37) cuando cita a Zac. 12:10. Los traductores de la LXX sin duda se equivocaron al leer en Zac. 12:10 la palabra hebrea daqaru, "traspasaron", como raqadu, "danzaron en triunfo", y así la tradujeron al griego. El Evangelio de Juan es el único en donde se registra que el costado de Jesús fue herido por un lanzazo (Juan 19:31-37).

Este punto de similitud entre los dos libros es una evidencia indirecta de que el Apocalipsis fue escrito por la misma mano que redactó el cuarto Evangelio. Aunque Juan sin duda escribe en griego, no tiene en cuenta la LXX en ambos casos, y da una traducción correcta del hebreo.

La afirmación de Apoc. 1:7 claramente implica que los responsables de la muerte de Cristo serán levantados de entre los muertos para presenciar su venida en gloria.

 (Ver com. Dan. 12:2).

Durante su enjuiciamiento Jesús advirtió a los dirigentes judíos en cuanto a este temible suceso (Mat. 26:64).

Lamentación. Literalmente "se cortarán", referencia a la costumbre antigua de cortar o herir el cuerpo como señal de tristeza. En sentido figurado, como aquí, describe el dolor más bien que la acción física de herirse el cuerpo. Refleja el remordimiento que se apoderará de los impíos (ver com. Jer. 8:20).

8. Yo soy. Gr. egÇ eimí (ver com. Juan 6:20).

El Alfa y la Omega. La primera letra y la última del alfabeto griego; es como si dijéramos: "desde la A hasta la Z". La frase indica integridad, plenitud, y tiene el mismo significado que "el principio y el fin, el primero y el último" (cap. 22:13).

En este caso el que habla es "el Señor, el que es y que era y que ha de venir", identificado como Dios el Padre (ver com. cap 1:4); sin embargo, en los vers. 11-18 la expresión "el Alfa y la Omega" se identifica claramente con Cristo, quien también declara que es "el primero y el último".

En el cap. 22:13 la frase "el Alfa y la Omega" se refiere a Cristo, lo que es evidente por el vers. 16. El Padre y el Hijo comparten estos atributos eternos.

 (Ver Nota Adicional de Juan 1).

Principio y fin. La evidencia textual favorece (cf. p. 10) la omisión de estas palabras aquí y en el vers. 11, pero su inclusión en el cap. 22:13 está establecida.

El Señor. La evidencia textual establece (cf. p. 10) 

el texto "Señor Dios" (BJ, BA, BC, NC).

Que es. Ver com. vers. 4.

Todopoderoso. Gr. pantokrátÇr, "omnipotente". El título se repite con frecuencia en el Apocalipsis (cap. 4:8; 11:17; 15:3; 16:7,14; 19:6,15; 21:22).

En Ose. 12:5 (LXX) se usa pantokrátÇr para traducir la palabra hebrea tseba'oth, "ejércitos", comúnmente usada con Yahweh como un apelativo de Dios.

 (Ver t. 1, p. 182).

Este título recalca la omnipotencia de Dios.

Cf. 1Sam. 1:11; Isa. 1:9; Jer. 2:19; Amós 9:5.

9. Yo Juan. Ver pp. 733-738.

Copartícipe vuestro en la tribulación. Sin duda Juan no era el único que sufría persecución en ese tiempo.

El reino. Es decir, el reino de la gracia divina (ver com. Mat. 4:17). "Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hech. 14: 22).

Paciencia. La raíz del vocablo quiere decir "permanecer debajo". "Paciencia" indica aquí "aguante", "perseverancia", el ejercicio del dominio propio para poder soportar una situación difícil, cuando con sólo negar la fe se podría evitar la presión de la persecución. Los cristianos tienen en Cristo fuerza suficiente para "aguantar" "en Jesús". Ver com. Rom. 2:7; Apoc. 14:12.

De Jesucristo. La evidencia textual favorece (cf. p. 10) el texto "en Jesús" (BJ, BA, BC, NC). La paciencia es una relación vital con él.

Estaba. Mejor "vine a estar", lo que implica que Patmos no era el lugar de residencia permanente de Juan, sino que las circunstancias lo habían llevado hasta allí.

Patmos. Islita del mar Egeo, a unos 80 km al suroeste de Efeso. Mide unos 15 km de norte a sur, y unos 10 km de este a oeste en su parte más ancha. Patmos es rocosa y árida; su costa, sumamente irregular, forma muchas ensenadas. Plinio escribió en el año 77 d. C., que la isla se usaba como una colonia penal (Historia natural iv. 12. 23). Esto explica la declaración de Juan de que era "copartícipe... en la tribulación". 

El apóstol estaba en Patmos como preso de los romanos (ver pp. 86-90).

Victorino de Petavio (m. c. 303 d. C.) declaró unos dos siglos más tarde acerca del Apocalipsis: "Cuando Juan dijo estas cosas estaba en la isla de Patmos, condenado a trabajar en las minas [en latín metallum] por el césar Domiciano"

 (Comentario sobre Apocalipsis, com. cap. 10:11). 

La palabra latina metallum puede referirse tanto a una cantera como a una mina, pero como Patmos tiene canteras y no hay vestigios de que hubiera tenido minas, es probable que quiso decir lo primero. La declaración de Plinio de que Patmos era una colonia penal, es la de un contemporáneo de Juan bien informado, mientras que la de Victorino, aunque probable, debe clasificarse como una tradición.

Por causa de la palabra. El texto griego no apoya la opinión de que esta frase significa que Juan estaba en Patmos con el fin de recibir y registrar las visiones que allí le serían dadas (ver com. vers. 2). Las frases "palabra de Dios" y "testimonio de [respecto a] Jesucristo" se refieren a su testimonio inspirado a favor del Evangelio durante más de medio siglo. Este había sido el único propósito que motivaba la vida de Juan. Durante los amargos días de persecución en tiempo de Domiciano, su intrépido testimonio fue la causa de que lo desterraran a Patmos (ver pp. 738-739).

10. En el Espíritu. Literalmente "en espíritu", que puede significar "en estado de éxtasis". Juan se abstrajo de las cosas terrenales; sólo estaba consciente de las impresiones que le llegaban del Espíritu Santo. La percepción natural de los sentidos fue sustituida completamente por una percepción espiritual.

Día Del Señor. Gr. Kuriak' h'méra. Se han hecho varios intentos para explicar esta frase, que sólo aparece aquí en las Escrituras. 

Algunos intérpretes la hacen equivaler con "el día de Jehová", de los profetas del AT (Joel 2:11,31; Sof. 1:14; Mal. 4:5; cf. Hech. 2:20). 

Puede concederse que estas palabras podrían tener tal interpretación si se toman aisladamente. Los que así las explican, destacan que el Apocalipsis centra la atención en el gran día final del Señor y en los acontecimientos que conducen a él.

 (Ver com. Apoc. 1:1).

Estar "en el Espíritu en el día del Señor" quizá pudiera entenderse como que significa ser arrebatado en visión a través del tiempo para presenciar acontecimientos relacionados con el día del Señor.

Sin embargo, hay razones para rechazar esta interpretación.

EN PRIMER LUGAR, cuando la frase "día del Señor" claramente designa el gran día de Dios, el texto griego siempre dice h'méra tou kuríou o h'méra kúriou. 

(1 Cor. 5:5; 2Cor. 1:14; 1Tes. 5:2; 2Ped. 3:10).

EN SEGUNDO LUGAR, el contexto (Apoc. 1: 9-10) sugiere que el "día del Señor" se refiere al tiempo cuando Juan contempló la visión y no al tema de la visión. De modo que Juan da su ubicación: "la isla llamada Patmos" (vers. 9); la razón por la cual está allí: "por causa de las palabras de Dios" (vers. 9), y su estado durante la visión: "en el Espíritu". Todas estas frases tienen que ver con las circunstancias en las cuales le fue dada la visión, y es lógico concluir que la cuarta también coincide al dar el tiempo específico de la revelación. La mayoría de los expositores apoyan esta conclusión.

Aunque la expresión kuriak' heméra es única en la Escritura, tiene una larga historia en el griego postbíblico. Como forma abreviada, kuriak' es un término común en los escritos de los padres de la iglesia para designar al primer día de la semana, y en el griego moderno kuriaké es el nombre del domingo. Su equivalente latino dominica dies designa el mismo día, y ha pasado a varios idiomas modernos como domingo, y en francés como dimanche. Por eso muchos eruditos sostienen que kuriak' h'méra en este pasaje también se refiere al domingo, y que Juan no sólo recibió su visión en este día, sino que también lo reconoció como "el día del Señor" quizá porque en ese día Cristo resucitó de los muertos.

Hay razones negativas y positivas para rechazar esta interpretación. En primer lugar está el reconocido principio del método histórico; es decir, que una alusión debe ser interpretada solamente por medio de evidencias anteriores a ella o contemporáneas con ella, y no por datos históricos de un período posterior. Este principio tiene mucha importancia en el problema del significado de la expresión "día del Señor" tal como aparece en este pasaje.

Aunque este término es frecuente en los padres de la iglesia para indicar el domingo, la primera evidencia decisiva de tal uso no aparece sino hasta fines del siglo II en el libro apócrifo Evangelio según Pedro (9, 12), donde el día de la resurrección de Cristo se denomina "día del Señor".

Como este documento fue escrito por lo menos tres cuartos de siglo después de que Juan escribió el Apocalipsis, no puede presentarse como una prueba de que la frase "día del Señor" en el tiempo de Juan se refería al domingo. Podrían citarse numerosos ejemplos para mostrar la rapidez con que las palabras pueden cambiar de significado. Por lo tanto, el significado de "día del Señor" se determina mejor en este caso recurriendo a las Escrituras antes que a la literatura posterior.

En cuanto al aspecto positivo de esta cuestión, está el hecho de que aunque la Escritura en ninguna parte indica que el domingo tiene alguna relación religiosa con el Señor, repetidas veces reconoce que el séptimo día, el sábado, es el día especial del Señor.

Se nos dice que Dios bendijo y santificó el séptimo día (Gén. 2:3); lo constituyó como recordativo de su obra de creación (Exo. 20: 11); lo llamó específicamente "mi día santo" (Isa. 58:13); y Jesús se proclamó como "Señor aún del día de reposo [sábado]" (Mar. 2:28), en el sentido de que como Señor de los hombres era también Señor de lo que fue hecho para el hombre: el sábado.

De manera que cuando se interpreta la frase "día del Señor" de acuerdo con pruebas anteriores y contemporáneas del tiempo de Juan, se concluye que hay sólo un día al cual puede referirse, y ése es el sábado, el séptimo día. 

Ver 2JT 411; HAp 464.

Los descubrimientos arqueológicos han proyectado más luz sobre la expresión kuriak' h'méra.  Papiros e inscripciones del período imperial de la historia romana, hallados en Egipto y Asia Menor, emplean la palabra kuriakós (el masculino de kuriak') para referirse a la tesorería y el servicio imperial. Esto es comprensible, pues el emperador romano a menudo era llamado en griego el kúrios, "señor", y por consiguiente su tesorería y servicio eran la "tesorería del señor" y "el servicio del señor".

Por lo tanto kuriakós era una palabra familiar en el idioma oficial romano para las cosas relacionadas con el emperador. Una de esas inscripciones procede de una época tan antigua como lo es el año 68 d. C. De manera que es claro que este uso de kuriakós era corriente en el tiempo de Juan.

 (Ver Adolf Deissmann, Light From the Ancient East, pp. 357-361).

En esta misma inscripción aparece una referencia a un día al que se le dio el nombre de la emperatriz Julia, o Livia como es mejor conocida.

En otras inscripciones de Egipto y de Asia Menor aparece con frecuencia el término sebast', el equivalente griego de Augustus, como nombre de un día. Sin duda éstas son referencias a días especiales en honor del emperador (ver Deissmann, loc. cit.).

Algunos han sugerido que la expresión kuriak' h'méra, como la usa Juan, también se refiere a un día imperial; pero esto parece dudoso por dos razones. Primero: aunque había días imperiales y el término kuriakós se usaba para otras cosas relativas al emperador, aún no se ha encontrado ningún caso en que kuriak' se hubiera aplicado a un día imperial.

Esto, por supuesto, no es una prueba final, porque es un argumento basado en el silencio. Pero el segundo argumento que puede esgrimirse contra la identificación de kuriak' h'méra de Juan con un día imperial, parece ser concluyente: se sabe que tanto los judíos del siglo I (ver Josefo, Guerra vii. 101), como los cristianos, por lo menos en el siglo II (ver Martirio de Policarpo 8), se negaron a llamar al César kúrios, "señor".

Por lo tanto, llega a ser extremadamente difícil pensar que Juan se hubiera referido a un día imperial como el "día del Señor", especialmente en sin tiempo cuando él y sus hermanos cristianos eran terriblemente perseguidos por negarse a adorar al emperador (ver pp. 738-740).

Es más probable que Juan escogiera la expresión kuriak' h'méra para referirse al sábado, como un medio sutil de proclamar el hecho de que así como el emperador tenía días especiales dedicados en su honor, así también el Señor de Juan, por amor de quien ahora sufría, también tenía su día especial. 

Para un estudio del origen de la observancia del día domingo y de la designación del domingo como "día del Señor", ver com. Dan. 7:25 y HAp 464-465.

Algunos estudiosos han sugerido que kuriak' h'méra debe entenderse como "domingo de pascua". Esta frase se usó posteriormente para designar a la fiesta anual que recordaba la resurrección de Jesús. Sin embargo, esta explicación no necesariamente se aplica al siglo I. Por lo tanto, no sirve para aclarar este pasaje.

Como de trompeta. La comparación con una trompeta indica la intensidad de la voz.

11. Yo soy el Alfa. Ver com. vers. 8. De acuerdo a los vers. 17 y 18 es claro que estos títulos se aplican en este caso específicamente a Cristo; sin embargo, la evidencia textual establece (cf. p. 10) la omisión de las palabras "Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último". Están omitidas en la BJ, BA, BC y NC.

En los vers. 4-10 Juan dirige a las siete iglesias su propia declaración introductoria de las circunstancias en las cuales le fue dado el Apocalipsis. Comenzando con el vers. 11 presenta la autorización que recibió directamente de Cristo para escribir el Apocalipsis. Es apropiado que así lo hiciera, porque ésta es "la revelación de Jesucristo" (vers. 1). La revelación empieza con el vers. 11.

Un libro. Gr. biblíon, "libro", generalmente e hojas de papiro, el tipo de libro más común en los días de Juan. Ver t. V, p. 114.

Lo que ves. La comunicación visual y la percepción predominan en el Apocalipsis (ver com. vers. 2). Juan vio visiones, escenas panorámicas simbólicas, las que describe tan plena y exactamente como es posible hacerlo dentro de los límites que impone el lenguaje humano. Muchos de esos símbolos superan a las palabras y las experiencias humanas.

Al apóstol a veces le faltan palabras para describir apropiadamente lo que ve, como por ejemplo cuando contempla el trono de Dios (cap. 4:3,6). Sin embargo, a través del Apocalipsis la grandeza de la forma en que Dios dirige el universo, la intensidad del gran conflicto entre Cristo y Satanás y la gloria del triunfo final, se describen más vívida y magníficamente que en otras partes de las Escrituras.

Las siete iglesias. El orden en que se enumeran las iglesias aquí y en los cap. 2 y 3, representa el orden geográfico en que viajaba un mensajero que llevaba una carta desde Patmos a esas siete ciudades de la provincia de Asia. 

Hay más información acerca de la geografia de las siete iglesias en las pp. 91-106 y en el t. VI. Se puede saber más acerca de cada una de estas iglesias en los mensajes particulares dirigidos a ellas en los cap. 2 y 3.

Las siete iglesias son la primera de una serie de "sietes" 

que se hallan en el Apocalipsis: 

siete espíritus (vers. 4), siete candeleros (vers. 12), 

siete estrellas (vers. 16), siete lámparas de fuego (cap. 4:5), 

un libro con siete sellos (cap. 5:1), los siete cuernos y siete ojos del Cordero (cap. 5:6), 

siete ángeles con siete trompetas (cap. 8:2), siete truenos (cap. 10:4),

 un dragón con siete cabezas y siete coronas (cap. 12:3), 

una bestia con siete cabezas (cap. 13:1), 

siete ángeles que tienen las siete copas que contienen las siete últimas plagas (cap. 15:1,7) y la bestia con siete cabezas, que se dice que también son siete montes y siete reyes.

 (Cap. 17:3, 9-10).

Este uso repetido del número siete con tantos símbolos diferentes, significa que esa cifra también debe entenderse en sentido simbólico. A través de toda la Escritura el número siete, cuando se usa simbólicamente, por lo general representa plenitud, perfección.

Por lo tanto, cuando se aplica a las siete iglesias es de esperarse que tenga un propósito definido. Había más de siete iglesias en la provincia de Asia, pues dos iglesias de esa región -la de Colosas y la de Hierápolis- también se mencionan en el NT (Col. 1:2; 4:13). Por consiguiente, es razonable deducir que el Señor escogió a las siete iglesias que aquí se nombran porque eran y serían típicas de la condición de toda la iglesia en los tiempos apostólicos y también a través de toda la era cristiana.

 (Ver p. 742; cf. HAp 466-467).

Los mensajes a las siete iglesias eran aplicables a condiciones específicas de la iglesia en los días de Juan. Si no hubiese sido así, estos mensajes hubieran desconcertado y desanimado a los cristianos de las iglesias de Asia cuando los leyeran.

 (Ver com. Apoc. 1:3).

Juan hubiera resultado ser entonces un falso profeta si los mensajes que dirigía a sus iglesias no hubiesen revelado la verdadera condición de esas congregaciones y no hubieran sido adecuados para sus necesidades espirituales.

 Estos mensajes fueron enviados en una época en que los cristianos de Asia estaban sufriendo una gran tribulación (ver pp. 738-740), y su firme reproche, alentador consuelo y gloriosas promesas, deben haber tenido el propósito de responder a esas necesidades (ver HAp 462-470).

Si las iglesias cristianas de Asia aceptaban y prestaban atención a estos mensajes, estarían preparadas espiritualmente para comprender el drama del gran conflicto descrito en el resto del Apocalipsis, y para mantener una esperanza firme en el triunfo final de Cristo y de su iglesia.

Aunque los diversos mensajes a las siete iglesias tuvieron que haberse aplicado en primer lugar a las iglesias de Asia de los días de Juan, también se aplicarían a la historia futura de la iglesia (ver p. 742).

Un estudio de la historia revela que estos mensajes ciertamente son aplicables de una manera especial a siete períodos o épocas que abarcan la historia de la iglesia hasta el fin del tiempo.

Como ya lo hicimos notar, el número siete implica plenitud, y por esa razón también parece razonable entender que estos mensajes en cierta medida describen a toda la iglesia en cualquier momento de su historia, pues sin duda cada congregación a través de la historia cristiana podría hallar que se describían sus características y necesidades en uno o más de estos mensajes. Por lo tanto, puede decirse que tienen triple aplicación: universal, local (en los días de Juan) e histórica (o en períodos sucesivos). Un escritor cristiano de alrededor del año 200 d. C. afirmó: "Juan escribe a las siete iglesias, y sin embargo, habla a todas" (Texto latino en S. P. Tregelles, ed., Canon Muriatorianus, p. 19).

Por ejemplo, el mensaje a la iglesia de Laodicea es particularmente apropiado para la iglesia de hoy, sin embargo, los mensajes a las otras iglesias también contienen palabras de admonición con las cuales ella puede beneficiarse (ver 2JT 125, 187, 210, 255; 8T 98-99).

12. Ver la voz. Es decir, ver quién le hablaba.

Candeleros. Gr. lujnía, "portalámparas". La vela, tal como se conoce hoy, generalmente no se usaba en los tiempos antiguos. Las lámparas solían tener forma de una taza poco profunda en la cual se ponía aceite y se insertaba una mecha. Por lo tanto, los "candeleros" que vio Juan sin duda eran portalámparas en los cuales se colocaban las lámparas.

En el vers. 20 se declara que estos candeleros representan a las siete iglesias, y por lo tanto a toda la iglesia (ver com. vers. 11). El hecho de que sean de oro parece indicar cuán preciosa es la iglesia a la vista de Dios. 

Juan ve a Cristo que camina en medio de ellos (vers. 13-18), lo que indica su presencia continua en medio de la iglesia (ver Mat. 28:20; cf. Col. 1:18).

Esta referencia a siete candeleros de oro recuerda al candelero de siete brazos del lugar santo del santuario terrenal (Exo. 25: 31-37).

Sin embargo, es obvio que son diferentes, porque Juan vio a Cristo que andaba entre ellos (Apoc. 1:13; 2:1). Se dice específicamente que estos "siete candeleros" representan a iglesias en la tierra, y por lo tanto no deben ser considerados como el equivalente celestial del candelero de siete brazos del antiguo santuario terrenal.

13. Hijo del Hombre. Gr. huiós anthropou. El texto griego no tiene el artículo definido. Es una traducción exacta del kebar 'enash arameo (ver com. Dan. 7:13), y parece tener aquí el mismo significado. Lo que se comenta de kebar 'enash se puede, por lo tanto, aplicar a huiós anthrÇpou, pues sabemos por Apoc. 1:11,18 que Aquel a quien se hace referencia, como en Dan. 7:13, es a Cristo.

El título "el Hijo del Hombre", con el artículo definido, se usa más de 80 veces para referirse a Cristo en el NT, mientras que la expresión "Hijo del Hombre", sin el artículo definido, se usa para él en el NT en griego sólo en otros dos casos: en Apoc. 14:14, que es una clara alusión a Dan. 7:13, y en Juan 5:27, donde se recalca la humanidad de Jesús.

Si se aplica el mismo principio como en el caso de kebar 'enash (ver com. Dan. 7:13), llegamos a la conclusión de que Juan está contemplando aquí a Cristo en visión por primera vez. ¿Quién es este ser glorioso? No tiene la forma de un ángel ni de otro ser celestial, sino de un hombre. Su forma es humana a pesar de su deslumbrante brillo.

Aunque Juan escribió el Apocalipsis en griego, su manera de expresarse a menudo es la de su arameo materno (el idioma que hablaban los judíos de Palestina en tiempos del NT). Esto puede verse en sus expresiones idiomáticas, y es posible que huiós anthrópou "hijo de hombre", sea una de éstas. Si es así, "hijo de hombre" significaría simplemente "ser humano", "hombre" (ver com. Dan. 7:13). 

Los "hijos de la resurrección" (Luc. 20:36) son simplemente personas resucitadas, e "hijos del reino" (Mat. 8:12) son, de la misma manera, personas aptas para el reino.

 Así también "los que están de bodas" (Mar. 2:19) son los convidados a las bodas; los "hijos de este siglo" (Luc. 16:8) son los que viven para este mundo; los "hijos de ira" (Efe. 2:3) son los que se acarrean el castigo a causa de sus malas obras, y los "hijos de Belial" (1 Rey. 21:10, RVA, margen) son personas malvadas, despreciables.

Cuando el Cristo glorificado se manifestó a Juan con esplendor celestial, todavía se le presentó con la semejanza de un ser humano. Aunque Cristo es eternamente preexistente en su condición de segunda persona de la Deidad y siempre lo será, tomó sobre sí la humanidad para toda la eternidad futura (ver t. V, pp. 894-896).

 ¡Qué consuelo es saber que nuestro Señor, que ascendió y fue glorificado, es aún nuestro hermano en la humanidad y, sin embargo, también es Dios! Para una mejor comprensión de este pasaje, ver Problems in Bible Translation, pp. 241-243.

Hasta los pies. Un vestido largo es símbolo de dignidad.

14. Blancos como blanca lana. Juan trata en vano de hallar palabras para describir exactamente lo que contempla en visión. La blancura del cabello de Aquel que aparece en visión le recuerda a primera vista la blancura de la lana; pero no bien lo ha escrito cuando piensa en algo aún más blanco: la nieve, y la añade para lograr una descripción más perfecta. A su mente quizá también acudió la descripción de Dan. 7:9.

Llama de fuego. O una "llama ardiente", lo que hace resaltar el brillo de su rostro y la intensidad de su mirada.

15. Bronce bruñido. Gr. jalkolíbanon, una sustancia de identificación incierta. Quizá un metal parecido al oro, lustroso y radiante.

Refulgente. O "como encendido o acrisolado en horno". Los pies se parecían al bronce que ha sido sometido a un calor intenso.

Muchas aguas. En los días de Juan el estruendo del océano y el estrépito del trueno eran los sonidos más fuertes e intensos que conocía el hombre. Su profundidad y majestad aún no han sido sobrepujados como símbolos de la voz del Creador.

16. Su diestra. La mano de Dios representa aquí su poder para sostener.

Siete estrellas. Símbolo que representa a los "ángeles" o mensajeros enviados a las siete iglesias (ver com. vers. 20).

Salía. La flexión del verbo en griego implica una acción continua. El poder de Cristo obra constantemente.

Espada aguda de dos filos. Gr. romfáia dístomos, literalmente "espada de dos bocas".

La romfáia era una espada grande y pesada de dos filos. Es la palabra que usa la LXX para describir la espada que Dios colocó en la entrada del Edén (ver com. Gén. 3:24) y la espada de Goliat (1Sam. 17:51).

La frase "espada de dos bocas" es sin duda un semitismo aunque aparece en griego ya en el siglo V a. C. en las piezas teatrales de Eurípides; sin embargo, se encuentra mucho antes en el AT, donde la frase equivalente en hebreo es pi jéreb, "boca de espada" (Gén. 34:26; 2Sam. 15-14). 

Cuando el autor de jueces cuenta la historia de Aod, dice literalmente: "y Aod se hizo para sí una espada, y para ella dos bocas" (Juec. 3:16). Y en Prov. 5:4 también se habla de una jereb pioth, "una espada de bocas", traducida como "espada de dos filos".

Esta interesante figura de dicción puede derivarse o del pensamiento de que la espada de un hombre devora -el filo es su boca- a sus enemigos (ver 2Sam. 11:25; Isa. 1:20; Jer. 2:30), o por la forma de ciertas espadas antiguas cuyos mangos parecían la cabeza de un animal, de cuya boca salía la hoja del arma.

Juan repite el símbolo en los cap. 2:12,16; 19:15,21.

El significado es que como sale de la boca de Cristo, es un instrumento de castigo divino. En este versículo parece mejor entenderlo con el mismo sentido: como símbolo de la autoridad de Cristo para juzgar, y, especialmente, de su poder para ejecutar el castigo. "Una espada aguda de dos filos" implica cuán penetrantes son sus decisiones y la eficacia de sus castigos.

Como el sol. El sol es la luz más brillante que conoce normalmente el hombre.

17. Como muerto. El primer efecto sobre los que recibían una visión de un ser divino revestido con toda la gloria del cielo era privados de su fuerza física (Eze. 1:28; 3:23; Dan. 8:17; 10:7-10; Hech. 9:4; cf. Isa. 1:5). 

Compárese con el caso de Daniel (ver com. cap. 10:7-10). "persona que recibía ese honor quedaba completamente anonadada por el sentimiento de su propia debilidad e indignidad. Un estudio del estado físico del profeta en visión, lo hace E D. Nichol en su obra Ellen G. White and her Critics, pp. 51-61.

Otros ejemplos de la reacción emotiva de Juan ante lo que vio en visión aparecen en Apoc. 5:4; 17:6. 

Juan cayó dos veces en adoración a los pies de un ángel 

(cap. 19:10; 22:8).

No temas. Después de que un profeta perdía su fuerza natural, era fortalecido sobrenaturalmente, por lo general mediante el toque de una mano (Eze. 2:1-2; 3:24; Dan. 8:18; 10:8-12, 19; cf. Isa. 6:6- 7). A menudo un visitante celestial pronunciaba la orden: "No temas", para calmar los temores que espontáneamente surgían del corazón humano frente a un ser tal (Juec. 6:22-23; 13:20-22; Mat. 28:5; Luc. 1:13,30; 2:10).

El primero y el último. Ver com. vers. 8. 

Esta expresión es sin duda una cita de Isa. 44:6; es una traducción directa del texto hebreo y no una cita de la LXX, como en el vers. 8.

18. El que vivo. Gr. ho zÇn "el Viviente", indudablemente el término común del AT 'El jai, "Dios viviente" (Jos. 3:10; etc.). 

La flexión del verbo implica una vida continua, permanente. Esta declaración tiene un significado especial porque Cristo había estado muerto. "En Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra" (DTG 489; ver 729). "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres" (ver com. Juan 1:4).

Estuve muerto. Literalmente "llegué a estar muerto", una referencia a la crucifixión. Una clara indicación de que Aquel que apareció a Juan en visión era Cristo.

Vivo. Gr. zón eimí, "viviendo estoy", es decir, tengo vida continua, vida que no termina, vida autoexistente (ver t. V, pp. 894-896; ver com. Juan 5:26). 

A pesar de la muerte que Cristo sufrió por la raza humana, sigue siendo "el que vive" porque es Dios. "La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vida eterna" (DTG 489). Ver com. Apoc. 1:5. Eimí, "Yo soy", implica existencia continua y contrasta notablemente con egenóm'n, "estuve", "llegué a estar" muerto.

Por los siglos de los siglos. Ver com. vers. 6.

Amén. La evidencia textual establece (cf. p.10) la omisión de esta palabra.

Llaves. Las llaves son un símbolo de poder, autoridad. Cf. com. Mat. 16:19; Luc. 11:52.

Hades. Gr. Hád's, "la morada de los muertos", "el sepulcro" (ver com. Mat. 11:23). 

La resurrección de Cristo es la garantía de que los justos se levantarán "en la resurrección en el día postrero" (Juan 11: 24) para vida eterna (ver com. Juan 11:25; Apoc. 1:5).

19. Escribe. Se repite la orden del vers. 11.

Has visto. Lo que ha visto en visión hasta ese momento (vers. 10-18).

Las que son. Algunos sostienen que esta frase describe la situación histórica de ese momento, particularmente en lo que se refería a la iglesia. Creen que en contraste con "las cosas que has visto" -la visión de Cristo (vers. 10-18)-, "las que son, y las que han de ser después de éstas" se refieren a los verdaderos sucesos históricos presentados simbólicamente.

Otros sostienen que "las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas", simplemente se refieren a las cosas que Juan ya había visto en visión, lo que estaba viendo y lo que vería en el futuro (cf. vers. 11).

20. Misterio. Gr. must'rion, "secreto", misterio"; deriva de una palabra que describe al que ha sido iniciado en una religión (ver com. Rom. 11:25). 

La palabra "misterio", como la usaban originalmente los cristianos, no significaba algo que no podía ser entendido, como se entiende hoy, sino algo que sólo podían entenderlo los iniciados, es decir los que tenían el derecho de saber. 

Por eso Cristo les dijo a sus discípulos que les era "dado saber los misterios del reino de los cielos", pero no a las multitudes (ver com. Mat. 13:11). 

Pablo habla de la resurrección como de un "misterio" (1Cor. 15:51), y con frecuencia también se refiere en la misma forma al plan de salvación mismo (ver com. Rom. 16:25-26).

Los antecedentes judíos de esta expresión aparecen en un pasaje del Manual de disciplina de los esenios de Qumrán (ver t. V, p. 92-93), donde dice al hablar de la salvación: "La luz de mi corazón penetra en el misterio que ha de ser" (1QS xi. 3; en Millar Burrows, The Dead Sea Scrols, p. 387). La palabra "misterio" aparece repetidas veces en el documento citado. Esta expresión también era común en las religiones paganas basadas en misterios.

"Misterio" se aplica aquí a las siete "estrellas", símbolo que hasta este momento no se ha explicado; pero ahora este símbolo se denomina "misterio" porque la interpretación está a punto de ser dada a conocen Por lo tanto, en el libro del Apocalipsis un "misterio" es un símbolo oculto que está por ser explicado a los que están dispuestos a "guardar" (ver com. vers. 3) las cosas reveladas en este libro (cf. cap. 17:7,9), o a uno a quien Dios decide darlas a conocen Los símbolos del Apocalipsis también son llamados "señales" (ver com. cap. 12:1 y 15:1).

Siete estrellas. Ver com. vers. 11,16. 

Este versículo es un puente que une los vers. 12-19 

con los mensajes de los cap. 2 y 3. 

Explica los símbolos de los vers. 12 y 16 

y prepara el camino para los mensajes a las diferentes iglesias.

Ángeles. Gr. ággelos, "mensajero", ya sea celestial o humano. Aggelos se aplica a seres humanos en Mat. 11:10; Mar. 1:2; Luc. 7:24, 27; 9:52; cf. 2Cor 12:7.  

Se ha sugerido que los "ángeles" de las siete iglesias son sus respectivos ancianos o supervisores del tiempo de Juan, y que el Señor les dirige los mensajes para que los transmitan a sus respectivas congregaciones. Sin embargo, con la posible excepción de los "ángeles" de las siete iglesias, la palabra ággelos no se refiere a seres humanos en los 75 casos en que Juan la usa en el Apocalipsis los "ángeles" con los dirigentes de las iglesias (cf. OE 1314- HAp 468).

Siete candeleros. ver com. vers. 12.

Siete iglesias. Ver com. vers. 4, 11. (7CBA).

COMENTARIOS DE EGW

1,3. HAp 466.

10-13. HAp 464.

11; 18-20. HAp 467.

14-17. HAp 465.

EN LOS DÍAS DE LOS APÓSTOLES, los creyentes cristianos estaban llenos de celo y entusiasmo. Tan incansablemente trabajaban por su Maestro que, en un tiempo relativamente corto, a pesar de la terrible oposición, el Evangelio del reino se divulgó en todas las partes habitadas de la tierra. El celo manifestado en ese tiempo por los seguidores de Jesús fue registrado por la pluma inspirada como estímulo para los creyentes de todas las épocas.

DE LA IGLESIA DE ÉFESO, que el Señor Jesús usó como símbolo de toda la iglesia cristiana de los días apostólicos, el Testigo fiel y verdadero declara: "Yo sé tus obras y tu trabajo y paciencia; y que tú no puedes sufrir los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado por mi nombre, y no has desfallecido." (Apoc. 2:2,3-)

Al principio, la iglesia de Éfeso se distinguía por su sencillez y fervor. Los creyentes trataban seriamente de obedecer cada palabra de Dios, y sus vidas revelaban un firme y sincero amor a Cristo. Se regocijaban en hacer la voluntad de Dios porque el Salvador moraba constantemente en sus corazones. Llenos de amor para con su Redentor, su más alto propósito era ganar almas para él. No pensaron en atesorar para sí el precioso tesoro de la gracia de Cristo. Sentían la importancia de su vocación y, cargados con el mensaje: "Sobre la tierra paz; entre los hombres buena voluntad," ardían en deseos de llevar las buenas nuevas de la salvación a los rincones más remotos de la tierra. Y el mundo conoció que ellos habían estado con Jesús. Pecadores arrepentidos, perdonados, limpiados y santificados se allegaron a Dios por medio de su Hijo. 463

LOS MIEMBROS DE LA IGLESIA estaban unidos en sentimiento y acción. El amor a Cristo era la cadena de oro que los unía. Progresaban en un conocimiento del Señor cada vez más perfecto, y en sus vidas se revelaba el gozo y la paz de Cristo. Visitaban a los huérfanos y a las viudas en su aflicción, y se guardaban sin mancha del mundo, pues comprendían que de no hacerlo, estarían contradiciendo su profesión y negando a su Redentor.

LA OBRA SE LLEVABA ADELANTE EN CADA CIUDAD. Se convertían almas y a su vez éstas sentían que era su deber hablar a otros acerca del inestimable tesoro que habían recibido. No podían descansar hasta que la luz que había iluminado sus mentes brillara sobre otros. Multitudes de incrédulos se enteraron de las razones de la esperanza cristiana. Se hacían fervientes e inspiradas súplicas personales a los errantes, a los perdidos y a los que, aunque profesaban conocer la verdad, eran más amadores de los placeres que de Dios.

PERO DESPUÉS DE UN TIEMPO EL CELO DE LOS CREYENTES COMENZÓ A DISMINUIR, y su amor hacia Dios y su amor mutuo decreció. La frialdad penetró en la iglesia. Algunos se olvidaron de la manera maravillosa en que habían recibido la verdad. Uno tras otro, los viejos portaestandartes cayeron en su puesto. Algunos de los obreros más jóvenes, que podrían haber sobrellevado las cargas de los soldados de vanguardia, y así haberse preparado para dirigir sabiamente la obra, se habían cansado de las verdades tan a menudo repetidas. En su deseo de algo novedoso y sorprendente, intentaron introducir nuevas fases de doctrina, más placenteras para muchas mentes, pero en desarmonía con los principios fundamentales del Evangelio. A causa de su confianza en sí mismos y su ceguera espiritual no pudieron discernir que esos sofismas serían causa de que muchos pusieran en duda las experiencias anteriores, y así producirían confusión e incredulidad.

AL INSISTIRSE EN ESAS DOCTRINAS FALSAS Y APARECER DIFERENCIAS, la vista de muchos fue desviada de Jesús, como el autor y consumador 464 de su fe. La discusión de asuntos de doctrina sin importancia, y la contemplación de agradables fábulas de invención humana, ocuparon el tiempo que debiera haberse dedicado a predicar el Evangelio. Las multitudes que podrían haberse convencido y convertido por la fiel presentación de la verdad, quedaban desprevenidas. La piedad menguaba rápidamente y Satanás parecía estar a punto de dominar a los que decían seguir a Cristo.

FUE EN ESA HORA CRÍTICA DE LA HISTORIA DE LA IGLESIA cuando Juan fue sentenciado al destierro. Nunca antes había necesitado la iglesia su voz como ahora. Casi todos sus anteriores asociados en el ministerio habían sufrido el martirio. El remanente de los creyentes sufría una terrible oposición. Según todas las apariencias, no estaba distante el día cuando los enemigos de la iglesia de Cristo triunfarían.

PERO LA MANO DEL SEÑOR se movía invisiblemente en las tinieblas. En la providencia de Dios, Juan fue colocado en un lugar donde Cristo podía darle una maravillosa revelación de sí mismo y de la verdad divina para la iluminación de las iglesias.

LOS ENEMIGOS DE LA VERDAD confiaban que al mantener a Juan en el destierro, silenciarían para siempre la voz de un fiel testigo de Dios; pero en Patmos, el discípulo recibió un mensaje cuya influencia continuaría fortaleciendo a la iglesia hasta el fin del tiempo. Aunque no se libraron de la responsabilidad de su mala acción, los que desterraron a Juan llegaron a ser instrumentos en las manos de Dios para realizar los propósitos del Cielo; y el mismo esfuerzo para extinguir la luz destacó vívidamente la verdad.

FUE EN UN SÁBADO CUANDO LA GLORIA DEL SEÑOR se manifestó al desterrado apóstol. Juan observaba el sábado tan reverentemente en Patmos como cuando predicaba al pueblo de las aldeas y ciudades de Judea. Se aplicaba las preciosas promesas que fueron dadas respecto a ese día. "Yo fui en Espíritu en el día del Señor -escribió Juan,- y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alpha y Omega, el 465 primero y el último. . . . Y me volví a ver la voz que hablaba conmigo: y vuelto, vi siete candeleros de oro; y en medio de los siete candeleros, uno semejante al Hijo del hombre." (Apoc. 1:10-13.)

FUE RICAMENTE FAVORECIDO EL DISCÍPULO AMADO. Había visto a su Maestro en el Getsemaní con su rostro marcado con el sudor de sangre de su agonía; "tan desfigurado, era su aspecto más que el de cualquier hombre, y su forma más que la de los hijos de Adam." (Isa. 52:14, V.M.) Le había visto en manos de los soldados romanos, vestido con el viejo manto purpúreo y coronado de espinas. Le había visto pendiendo de la cruz del Calvario, siendo objeto de cruel burla y abuso. Ahora se le permite contemplar una vez más a su Señor. Pero, ¡cuán distinta es su apariencia! Ya no es varón de dolores, despreciado y humillado por los hombres. Lleva vestiduras de brillantez celestial. "Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; y sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al latón fino, ardientes como en un horno." (Apoc. 1:14,15.) Su voz era como el estruendo de muchas aguas. Su rostro brillaba como el sol. En su mano tenía siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos, emblema del poder de su palabra.

Patmos resplandeció con la gloria del Señor resucitado. "Y cuando yo le vi -escribió Juan,- caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas," (Apoc. 1.17.)

JUAN FUE FORTALECIDO PARA VIVIR EN LA PRESENCIA DE SU SEÑOR GLORIFICADO. Entonces ante sus maravillados ojos fueron abiertas las glorias del cielo. Le fue permitido ver el trono de Dios y, mirando más allá de los conflictos de la tierra, contemplar la hueste de los redimidos con sus vestiduras blancas. Oyó la música de los ángeles del cielo, y los cantos de triunfo de los que habían vencido por la sangre del Cordero y la palabra de su testimonio. En la revelación que vio se desarrolló una escena tras otra de conmovedor interés en la experiencia del 466 pueblo de Dios, y la historia de la iglesia fue predicha hasta el mismo fin del tiempo. En figuras y símbolos, se le presentaron a Juan asuntos de gran importancia, que él debía registrar para que los hijos de Dios que vivían en su tiempo y los que vivieran en siglos futuros pudieran tener una comprensión inteligente de los peligros y conflictos que los esperaban.

ESA REVELACIÓN fue dada para la orientación y el aliento de la iglesia durante la dispensación cristiana. Y sin embargo ha habido maestros religiosos que declararon que es un libro sellado y que sus secretos no pueden explicarse. Como resultado, muchos han dejado de lado el registro profético y rehusado dedicar tiempo al estudio de sus misterios. Pero Dios no desea que su pueblo considere así ese libro. Es "la revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder presto." "Bienaventurado el que lee -dijo el Señor,- y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas: porque el tiempo está cerca." (Apoc. 1:1,3.) "Porque yo protesto a cualquiera que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios pondrá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitaré su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad, y de las cosas que están escritas en este libro. El que da testimonio de estas cosas, dice: Ciertamente, vengo en breve." (Apoc. 22: 18-20.)

EN EL APOCALIPSIS ESTÁN REVELADAS 

LAS COSAS PROFUNDAS DE DIOS. 

El nombre mismo que fue dado a sus páginas inspiradas: El Apocalipsis o Revelación, contradice la afirmación de que es un libro sellado. 

Una revelación es algo revelado. El Señor mismo reveló a su siervo los misterios contenidos en dicho libro y es su propósito que estén abiertos al estudio de todos.

SUS VERDADES se dirigen tanto a los que viven en los últimos días de la historia de esta tierra como a los que vivían los días de Juan.

Algunas de las escenas descritas en esa profecía pertenecen al pasado,

Otras se están cumpliendo ahora; 467

Algunas tienen que ver con el fin del gran conflicto entre los poderes de las tinieblas y el Príncipe del cielo,

Y Otras Revelan los triunfos y alegrías de los redimidos en la tierra nueva.

NADIE PIENSE QUE AL NO PODER EXPLICAR EL SIGNIFICADO de cada el significado de cada símbolo del Apocalipsis, es inútil seguir escudriñando el libro en un esfuerzo de conocer el significado de la verdad que contiene. El que reveló esos misterios a Juan dará al Investigador diligente de la verdad un goce anticipado de las cosas celestiales.

LOS QUE TENGAN SUS CORAZONES ABIERTOS para la recepción de la verdad, serán capacitados para entender sus enseñanzas, y se les otorgará la bendición prometida a los que "oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas."

EN EL APOCALIPSIS todos los libros de la Biblia se encuentran y terminan. En él está el complemento del libro de Daniel. Uno es una profecía, el otro una revelación.

EL LIBRO QUE FUE SELLADO NO FUE EL APOCALIPSIS, sino aquella porción de la profecía de Daniel que se refiere a los últimos días. El ángel ordenó: "Tú empero Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin." (Dan. 12:4.)

FUE CRISTO QUIEN ORDENÓ AL APÓSTOL QUE ESCRIBIERA LO QUE LE IBA A SER REVELADO. "Escribe en un libro lo que ves -le mandó,- y envíalo a las siete iglesias que están en Asia; a Éfeso, y a Esmirna, y a Pérgamo, y a Tiatira, y a Sardis, Y a Filadelfia, y  a Laodicea." "Yo soy . . . el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos. . . Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas: el misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y los siete candeleros de oro. Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias; y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias." (Apoc. 1:11, 17-20.)

LOS NOMBRES de éstas son un símbolo de la iglesia en diferentes períodos de la era cristiana.

EL NÚMERO SIETE indica algo completo, y significa que los mensajes se extienden hasta el fin del tiempo,

MIENTRAS QUE LOS SÍMBOLOS USADOS revelan la condición de la iglesia en diferentes períodos de la historia. 468

5-6. CS 468. LA OBRA MEDIADORA DE CRISTO en favor del hombre se presenta en esta hermosa profecía de Zacarías relativa a Aquel "cuyo nombre es El Vástago." 

El profeta dice: "Sí, edificará el Templo de Jehová, y llevará sobre sí la gloria; y se sentará y reinará sobre su trono, siendo Sacerdote sobre su trono; y el consejo de la paz estará entre los dos." (Zacarías 6:12,13, V.M.)

"Sí, edificará el Templo de Jehová." Por su sacrificio y su mediación, Cristo es el fundamento y el edificador de la iglesia de Dios. El apóstol Pablo le señala como "la piedra principal del ángulo: en la cual todo el edificio, bien trabado consigo mismo, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien -dice- vosotros también sois edificados juntamente, para ser morada de Dios, en virtud del Espíritu." (Efesios 2:20-22, V.M.)

"Y llevará sobre sí la gloria." Es a Cristo a quien pertenece la gloria de la redención de la raza caída. Por toda la eternidad, el canto de los redimidos será: "A Aquel que nos ama, y nos ha lavado de nuestros pecados en su misma sangre, . . . a él sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos." (Apocalipsis 1:5, 6, V.M.)

"Y se sentará y reinará sobre su trono, siendo Sacerdote sobre su trono." No todavía "sobre el trono de su gloria;" el reino de gloria no le ha sido dado aún. Solo cuando su obra mediadora haya terminado, "le dará el Señor Dios el trono de David su padre," un reino del que "no habrá fin." (S. Lucas 1: 32, 33.) Como sacerdote, Cristo está sentado ahora con el Padre en su trono. (Apocalipsis 3: 21.) En el trono, en compañía 469 del Dios eterno que existe por sí mismo, está Aquel que "ha llevado nuestros padecimientos, y con nuestros dolores . . . se cargó," quien fue "tentado en todo punto, así como nosotros, mas sin pecado," para que pudiese "también socorrer a los que son tentados." "Si alguno pecare, abogado tenemos para con el Padre, a saber, a Jesucristo el justo. "  (Isaías 53: 4; Hebreos 4:15; 2:18; 1Juan 2:1 V.M.) Su intercesión es la de un cuerpo traspasado y quebrantado y de una vida inmaculada. Las manos heridas, el costado abierto, los pies desgarrados, abogan en favor del hombre caído, cuya redención fue comprada a tan infinito precio.

7. CS 346. *CUANDO EL SEÑOR ESTUVO A PUNTO DE SEPARARSE DE SUS DISCÍPULOS, los consoló en su aflicción asegurándoles que volvería: "¡No se turbe vuestro corazón! . . . En la casa de mi Padre muchas moradas hay; . . . voy a prepararos el lugar. Y si yo fuere y os preparare el lugar, vendré otra vez, y os recibiré conmigo." "Cuando el Hijo del hombre vendrá en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria; y delante de él serán juntadas todas las naciones." (Juan 14:1-3; Mateo 25:31, 32 V.M.)

Los ángeles que estuvieron en el Monte de los Olivos después de la ascensión de Cristo, repitieron a los discípulos la promesa de volver que él les hiciera: "Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros arriba al cielo, así vendrá del mismo modo que le habéis visto ir al cielo." Y el apóstol Pablo, hablando por inspiración, asegura: "El Señor mismo descenderá del cielo con mandato soberano, con la voz del arcángel y con trompeta de Dios." El profeta de Patmos dice: "¡He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá!" (Hechos 1:11; 1Tesalonicenses 4:16; Apocalipsis 1:7, V.M.) 

En torno de su venida se agrupan las glorias de "la restauración de todas las cosas, de la cual habló Dios por boca de sus santos profetas, que ha habido desde la antigüedad." Entonces será quebrantado el poder del mal que tanto tiempo duró; "¡el reino del mundo" vendrá "a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará para siempre jamás!" "¡Será manifestada la gloria de Jehová, y la verá toda carne juntamente!" "Jehová hará crecer justicia y alabanza en presencia de todas las naciones." El "será corona de gloria y diadema de hermosura para el resto de su pueblo." (Hechos 3:21; Apocalipsis 11:15; Isaías 40:5; 61:11; 28:5, V.M.)

Entonces el reino de paz del Mesías esperado por tan largo tiempo, será establecido por toda la tierra. "Jehová ha consolado a Sión, ha consolado todas sus desolaciones; y ha convertido su desierto en un Edén, y su soledad en jardín de Jehová." "La gloria del Líbano le será dada, la hermosura del 347 Carmelo y de Sarón." "Ya no serás llamada Azuba [Dejada], y tu tierra en adelante no será llamada Asolamiento; sino que serás llamada Héfzi-ba [mi deleite en ella], y tu tierra, Beúla [Casada]." "De la manera que el novio se regocija sobre la novia, así tu Dios se regocijará sobre ti." (Isaías 51:3; 35:2; 62:4,5 V.M.)

La venida del Señor ha sido en todo tiempo la esperanza de sus verdaderos discípulos. La promesa que hizo el Salvador al despedirse en el Monte de los Olivos, de que volvería, iluminó el porvenir para sus discípulos al llenar sus corazones de una alegría y una esperanza que las penas no podían apagar ni las pruebas disminuir. Entre los sufrimientos y las persecuciones, "el aparecimiento en gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo" era la "esperanza bienaventurada."

DTG 771. AL LLEGAR AL MONTE DE LAS OLIVAS, Jesús condujo al grupo a través de la cumbre, hasta llegar cerca de Betania. Allí se detuvo y los discípulos le rodearon. Rayos de luz parecían irradiar de su semblante mientras los miraba con amor. No los reprendió por sus faltas y fracasos; las últimas palabras que oyeron de los labios del Señor fueron palabras de la más profunda ternura.

CON LAS MANOS EXTENDIDAS PARA BENDECIRLOS, como si quisiera asegurarles su cuidado protector, ascendió lentamente de entre ellos, atraído hacia el cielo por un poder más fuerte que cualquier atracción terrenal. Y mientras él 771 subía, los discípulos, llenos de reverente asombro y esforzando la vista, miraban para alcanzar la última vislumbre de su Salvador que ascendía. Una nube de gloria le ocultó de su vista; y llegaron hasta ellos las palabras: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo," mientras la nube formada por un carro de ángeles le recibía. Al mismo tiempo, flotaban hasta ellos los más dulces y gozosos acordes del coro celestial.

MIENTRAS LOS DISCÍPULOS ESTABAN TODAVÍA MIRANDO HACIA ARRIBA, se dirigieron a ellos unas voces que parecían como la música más melodiosa. Se dieron vuelta, y vieron a dos ángeles en forma de hombres que les hablaron diciendo: "Varones Galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? este mismo Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo."

ESTOS ÁNGELES pertenecían al grupo que había estado esperando en una nube resplandeciente para escoltar a Jesús hasta su hogar celestial. Eran los más exaltados de la hueste angélica, los dos que habían ido a la tumba en ocasión de la resurrección de Cristo y habían estado con él durante toda su vida en la tierra. Todo el cielo había esperado con impaciencia el fin de la estada de Jesús en un mundo afligido por la maldición del pecado. Ahora había llegado el momento en que el universo celestial iba a recibir a su Rey. ¡Cuánto anhelarían los dos ángeles unirse a la hueste que daba la bienvenida a Jesús! Pero por simpatía y amor hacia aquellos a quienes había dejado atrás, se quedaron para consolarlos. "¿No son todos ellos espíritus ministradores, enviados para hacer servicio a favor de los que han de heredar la salvación?" (Hebreos 1:14, VM.).

Cristo Había Ascendido Al Cielo En Forma Humana. Los Discípulos Habían Contemplado La Nube Que Le Recibió.

EL MISMO JESÚS QUE HABÍA ANDADO, hablado y orado con ellos; que había quebrado el pan con ellos; que había estado con ellos en sus barcos sobre el lago; y que ese mismo día había subido con ellos hasta la cumbre del monte de las Olivas, el mismo Jesús había ido a participar del trono de su Padre. Y los ángeles les habían asegurado que este mismo Jesús a quien habían visto subir al cielo, vendría otra vez como había ascendido.

VENDRÁ "con las nubes, y todo ojo le verá." "El mismo Señor con aclamación, 772 con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán." "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria."*(Apocalipsis 1:7; 1Tesalonicenses 4:16; Mateo 25:31).

ASÍ SE CUMPLIRÁ LA PROMESA que el Señor hizo a sus discípulos: "Y si me fuere, y os aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo: para que donde yo estoy, vosotros también estéis.". (Juan 14:3).

9. HAp 456. NUEVAMENTE la mano de la persecución cayó pesadamente 456 sobre el apóstol. Por decreto del emperador, fue desterrado a la isla de Patmos, condenado "por la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo." (Apoc. 1:9.) Sus enemigos pensaron que allí no se haría sentir más su influencia, y que finalmente moriría de penurias y angustia.

PATMOS, una isla árida y rocosa del mar Egeo, había sido escogida por las autoridades romanas para desterrar allí a los criminales; pero para el siervo de Dios esa lóbrega residencia llegó a ser la puerta del cielo. Allí, alejado de las bulliciosas actividades de la vida, y de sus intensas labores de años anteriores, disfrutó de la compañía de Dios, de Cristo y de los ángeles del cielo, y de ellos recibió instrucciones para guiar a la iglesia de todo tiempo futuro. Le fueron bosquejados los acontecimientos que se verificarían en las últimas escenas de la historia del mundo; y allí escribió las visiones que recibió de Dios. Cuando su voz no pudiera testificar más de Aquel a quien amó y sirvió, los mensajes que se le dieron en aquella costa estéril iban a alumbrar como una lámpara encendida, anunciando el seguro propósito del Señor acerca de cada nación de la tierra.

ENTRE LOS RISCOS Y ROCAS DE PATMOS, JUAN mantuvo comunión con su Hacedor. Repasó su vida pasada, y, al pensar en las bendiciones que había recibido, la paz llenó su corazón. Había vivido la vida de un cristiano, y podía decir con fe: "Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida." (1 Juan 3: 14.) No así el emperador que le había desterrado. Este podía mirar hacia atrás y ver únicamente campos de batalla y matanza, hogares desolados, viudas y huérfanos llorando: el fruto de su ambicioso deseo de preeminencia.

EN SU AISLADO HOGAR, JUAN estaba en condiciones, como nunca antes, de estudiar más de cerca las manifestaciones del poder divino, conforme están registradas en el libro de la naturaleza y en las páginas de la inspiración. Para él era motivo de regocijo meditar en la obra de la creación y adorar al divino Arquitecto. En años anteriores sus ojos habían observado 457 colinas cubiertas de bosques, verdes valles, llanuras llenas de frutales; y en las hermosuras de la naturaleza siempre había sido su alegría rastrear la sabiduría y la pericia del Creador. Ahora estaba rodeado por escenas que a muchos les hubiesen parecido lóbregas y sin interés; pero para Juan era distinto. Aunque sus alrededores parecían desolados y áridos, el cielo azul que se extendía sobre él era tan brillante y hermoso como el de su amada Jerusalén. En las desiertas y escarpadas rocas, en los misterios de la profundidad, en las glorias del firmamento, leía importantes lecciones. Todo daba testimonio del poder y la gloria de Dios.

EN TODO su derredor el apóstol observaba vestigios del diluvio que había inundado la tierra porque sus habitantes se habían aventurado a transgredir la ley de Dios. Las rocas sacadas de las profundidades del mar y de la tierra por la irrupción de las aguas, le recordaban vívidamente los terrores de aquella terrible manifestación de la ira de Dios. En la voz de muchas aguas, en que un abismo llamaba a otro, el profeta oía la voz de su Creador. El mar, azotado por la furia de vientos despiadados, representaba para él la ira de un Dios ofendido. Las poderosas olas, en su terrible conmoción, contenidas por límites señalados por una mano invisible, le hablaban del control de un poder infinito. Y en contraste se daba cuenta de la fragilidad e insensatez de los mortales, los cuales, a pesar de ser gusanos del polvo, se glorían en su supuesta sabiduría y fuerza, y ponen sus corazones contra el Rey del universo, como si Dios fuera semejante a uno de ellos.

AL MIRAR LAS ROCAS Recordaba A Cristo: La Roca De Su Fortaleza, a cuyo abrigo podía refugiarse sin temor. Del apóstol desterrado en la rocosa Patmos subían los más ardientes anhelos de su alma por Dios, las más fervientes oraciones.

LA HISTORIA DE JUAN nos proporciona una notable ilustración de cómo Dios puede usar a los obreros de edad. Cuando Juan fue desterrado a la isla de Patmos, muchos le consideraban incapaz de continuar en el servicio, y como una caña vieja y 458 quebrada, propensa a caer en cualquier momento. Pero el Señor juzgó conveniente usarle todavía.

Ministerio Hno. Pio


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