Apocalipsis 1
I. PRÓLOGO, 1: 1-3.
II. LAS CARTAS A
LAS SIETE IGLESIAS, 1:4-20.
A. Saludo, 1:4-8.
“Juan Escribe El Apocalipsis A
Las Siete Iglesias En Asia,
Representadas Por Los Siete
Candeleros De Oro”.
“La Segunda Venida De Cristo”.
B. Introducción: La
Visión De Cristo, 1:9-20.
“Su Glorioso Poder Y Majestad”.
1 LA REVELACION de Jesucristo,
que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder
pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, 2 que
ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de
todas las cosas que ha visto.
3 Bienaventurado el que lee, y
los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella
escritas; porque el tiempo está cerca.
4 Juan, a las siete iglesias que
están en Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir,
y de los siete espíritus que están delante de su trono; 5 y de Jesucristo el
testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la
tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, 6 y nos
hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos
de los siglos. Amén.
7 He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le
traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí,
amén. 8 Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y
que era y que ha de venir, el Todopoderoso.
9 Yo Juan, vuestro hermano, y
copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de
Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y
el testimonio de Jesucristo. 10 Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y
oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, 11 que decía: Yo soy el Alfa y
la Omega, el primero y el último.
Escribe en un libro lo que ves, y
envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo,
Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
12 Y me volví para ver la voz que
hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, 13 Y en medio de los
siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que
llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. 14 Su cabeza
y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama
de fuego; 15 y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un
horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. 16 Tenía en su diestra siete
estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como
el sol cuando resplandece en su fuerza.
17 Cuando le vi, caí como muerto
a sus pies. Y él puso su diestra sobre
mí, diciéndome: No temas; yo soy el
primero y el último; 18 y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo
por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del
Hades.
19 Escribe las cosas que has
visto, y las que son, y las que han de ser después de estas. 20 El misterio de
las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de
oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete
candeleros que has visto, son las siete iglesias. (Apocalipsis 1).
1. Revelación. Gr. apokálupsis, "descubrimiento" (ver p.
733). "La revelación de Jesucristo" puede considerarse como el título
que Juan le dio a este libro.
Este título niega categóricamente
el concepto de que el Apocalipsis es un libro sellado y por lo tanto no puede
ser entendido. Contiene un mensaje que Dios se propuso que sus
"siervos" en la tierra deberían oír y guardar (vers. 3), y no podrían
hacerlo a menos que primero lo entendiesen.
De Jesucristo. Tanto en griego como en español estas palabras pueden significar que el Apocalipsis es una revelación que se origina en Jesús o que lo revela a él.
El contexto parece implicar que la primera interpretación es en
este caso la principal, porque es la revelación "que Dios le dio, para
manifestar a sus siervos".
Al mismo tiempo debe recordarse
la verdad del segundo significado, porque este libro revela a Jesús en su obra
celestial después de su ascensión.
En este sentido el Apocalipsis en
realidad complementa a los Evangelios. Estos registran el ministerio de Jesús
en la tierra; el Apocalipsis revela su obra en el plan de la redención a partir
de ese tiempo. Cf. cap. 19:10. En cuanto a los nombres de Jesús y Cristo, ver
com. Mat. 1:1.
Le dio. Desde la entrada del pecado toda comunicación entre
el cielo y la tierra ha sido por medio de Cristo (PP 382).
Siervos. Gr. dóulos, "esclavo" (ver com. Rom. 1:1). Los primeros cristianos a menudo
se designaban a sí mismos como "esclavos".
Que deben suceder pronto. El pensamiento de que los
diversos acontecimientos predichos en el libro del Apocalipsis debían suceder
en un futuro cercano se declara específicamente siete veces: "Las cosas que
deben suceder pronto" (cap. 1:1; 22:6), "el tiempo está cerca"
(cap. 1:3) y "He aquí [o 'ciertamente'] yo vengo pronto" (cap. 3:11;
22:7,12,20). También hay referencias indirectas a la misma idea (cap. 6:11;
12:12; 17:10).
La respuesta personal de Juan a
estas declaraciones del pronto cumplimiento del propósito divino fue:
"Amén; sí, ven, Señor Jesús" (cap. 22:20). Por lo tanto, el concepto
de la inminencia del regreso de Jesús se halla explícito e implícito a través
de todo el libro.
La segunda venida de Cristo es el
gran acontecimiento culminante del antiquísimo conflicto entre el bien y el mal
que comenzó cuando Lucifer puso en tela de juicio el carácter y el gobierno de
Dios. Las declaraciones en el
Apocalipsis y en otros pasajes bíblicos respecto a la inminencia del retorno de
Cristo, deben entenderse dentro de los límites de este gran conflicto.
Dios podría haber aniquilado con
toda justicia a Lucifer cuando con obstinada impenitencia persistió en su
rebelión; pero la sabiduría divina difirió la exterminación del mal hasta que
la naturaleza y los resultados del pecado se hiciesen plenamente visibles para
los habitantes del universo (PP 21-23).
En cualquiera de los diversos
momentos cruciales de la historia de este mundo, la justicia divina podría
haber pregonado " ¡Hecho está!", y Cristo podría haber venido para inaugurar
su reino de justicia. Hace mucho tiempo que podría haber culminado sus planes
para la redención de este mundo. Así como se ofreció a Israel la oportunidad de
preparar el camino para el reino eterno de Dios en la tierra cuando ese pueblo
se estableció en la tierra prometida, y nuevamente cuando volvió de su
destierro en Babilonia, así también le dio a la iglesia de los tiempos
apostólicos el privilegio de completar la comisión evangélica.
Otra oportunidad semejante llegó
con el gran despertar del segundo advenimiento en el siglo XIX. Pero en todos
esos casos, el pueblo escogido de Dios no supo aprovechar la oportunidad que le
fue ofrecida con tanta bondad.
El movimiento adventista, animado
por el consejo inspirado, esperaba que Cristo viniese muy pronto después de
1844. Cuando Jesús aún no había aparecido a fines del siglo, se recordó
repetidas veces a los creyentes adventistas que el Señor podría haber venido
antes de ese tiempo (3JT 73; 8T 115-116; 3JT 297; DTG 587-588; CS 511).
Cuando se le pidió a Elena G. de
White que explicara por qué el tiempo había continuado más de lo que sus
primeros testimonios parecían indicar, respondió: "¿Cómo es el caso del
testimonio de Cristo y de sus discípulos? ¿Estaban engañados?... Los ángeles de
Dios en sus mensajes para los hombres representan el tiempo como muy corto...
¿Pero ha fallado la Palabra de Dios?
¡Nunca! Debe recordarse que las promesas y las amenazas son igualmente condicionales" (1MS 76-77).
Por lo tanto, es claro que aunque
la segunda venida de Cristo no depende de ninguna condición, las repetidas declaraciones
de las Escrituras de que su venida era inminente estaban condicionadas por la
respuesta de la iglesia a la exhortación de que terminara la obra de predicar el
Evangelio en su generación. No ha fallado la Palabra de Dios que declaró hace
siglos que el día de Cristo "se acerca" (Rom. 13:12).
Jesús hubiera venido muy pronto
si la iglesia hubiese hecho la obra que se le encomendó.
La iglesia no tenía derecho a
esperar a su Señor porque no había cumplido con las condiciones. Ver Ev
503-505.
De modo que las declaraciones del
ángel del Apocalipsis a Juan respecto a la inminencia del regreso de Cristo
para poner fin al reinado del pecado, deben ser entendidas como una expresión
de la voluntad de Dios y de su propósito. Dios nunca ha pensado en demorar la
consumación del plan de salvación; siempre ha expresado su voluntad de que el
regreso de nuestro Señor no se retarde mucho.
Estas declaraciones no deben
entenderse en términos de la presciencia de Dios de que habría una demora tal,
ni tampoco a la luz de la perspectiva histórica de lo que en realidad ha
sucedido en la historia del mundo desde ese tiempo.
Es verdad que Dios sabía de
antemano que la venida de Cristo sería demorada unos dos mil años; pero cuando
envió sus mensajes a la iglesia por intermedio de los apóstoles, expresó esos
mensajes en términos de su voluntad y propósito respecto a dicho acontecimiento
para que su pueblo estuviese informado de que, en la providencia divina, no había
necesidad de una demora.
Por consiguiente, las siete
declaraciones del Apocalipsis respecto a la proximidad de la venida de Cristo
deben entenderse como una expresión de la voluntad y el propósito de Dios, como
promesas expresadas condicionalmente, y no como declaraciones basadas en el
conocimiento previo de Dios.
En este hecho debe hallarse sin
duda la armonía entre los pasajes que exhortan a estar preparados para la
pronta venida de Cristo y aquellos períodos proféticos que revelan cuán
distante se halla en realidad el día de nuestro Señor Jesucristo.
La declaró. Gr. semáinÇ, "señalar",
"indicar", "dar señal"; "declaró",
"explicó".
Ángel. Gr. ággelos, "mensajero". Los ángeles
frecuentemente cumplen la función de ser portadores de revelaciones divinas
(cf. Dan. 8:16; 9:21; Luc. 1:19, 26, etc.).
Este ángel ha sido identificado como
Gabriel (ver com. Luc. 1:19).
Juan. Es decir, Juan el apóstol (ver pp. 733-738; cf.
com. Mar. 3:17).
El Apocalipsis es el único libro de Juan en el que éste se identifica por nombre.
(Ver t. V, p. 869; cf. 2Juan 1;
3Juan 1).
2. Ha dado testimonio. Mejor "dio testimonio".
Gr. marturéÇ, "dar testimonio", "testificar". El pretérito
(emartúr'sen) muestra que el autor se refiere a lo que está por escribir desde
el punto de vista de sus lectores, para quienes la acción ya sería algo pasado
cuando recibieran el mensaje.
Las epístolas de Pablo (ver com. Gál.
6:11; Fil. 2:25) presentan numerosos ejemplos de este uso del pretérito; lo
mismo se ve en escritos de autores griegos y romanos antiguos.
Esta costumbre se consideraba
como un acto de cortesía para el lector.
Juan declara que es testigo, que
da testimonio de todo lo que Dios te había revelado.
Palabra. Gr. lógos, "palabra",
"declaración", "mensaje", "oráculo" (ver com.
Juan 1:1).
De Dios. Es decir, que se origina en Dios, o es hablada por
Dios.
Juan se refiere a "la
revelación de Jesucristo, que Dios le dio" (vers. 1). "La palabra de
Dios", "el testimonio de Jesús", y "todas las cosas que ha
visto", se refieren a lo mismo: a "la revelación" del vers. 1.
El testimonio de Jesucristo. Puede referirse a que el libro
del Apocalipsis es un mensaje proveniente de Jesús o acerca de Jesús (ver com.
vers. 1).
El contexto favorece la primera
interpretación; pero, por supuesto, es ambas cosas.
Los vers. 1 y 2 tipifican un
típico paralelismo invertido, en el cual las líneas primera y cuarta son
paralelas, y la segunda es paralela a la tercera:
"La revelación de Jesucristo,
que Dios le dio...
La palabra de Dios.... del
testimonio de Jesucristo".
Ha visto. Mejor "vio". Vocablos que significan
comunicación y percepción visual, aparecen 73 veces en el Apocalipsis; y
palabras que denotan comunicación y percepción auditiva, 38 veces.
El Apocalipsis es un informe real
de lo que Juan vio y oyó mientras estaba en visión.
3. Bienaventurado. Gr. makários, "feliz"
(ver com. Mat. 5:3). Algunos sugieren que aquí puede haber una alusión a Luc.
11:28.
El que lee. Sin duda es una referencia en primer lugar a la
persona que se escogía en la iglesia antigua para leer en público los escritos
sagrados. Juan anticipa la lectura pública del libro que ahora dirige a
"las siete iglesias que están en Asia" (vers. 4), en la presencia de
los miembros reunidos de cada congregación (cf. Col. 4:16; 1 Tes. 5:27).
Esta práctica cristiana refleja
la costumbre judía de leer "la ley y los profetas" en la sinagoga
cada sábado (Hech. 13:15,27; 15:21; etc.; ver t. V, pp. 59-60). La orden
implícita de que se leyera el Apocalipsis en las iglesias de Asia sugiere que
sus mensajes eran aplicables a la iglesia en los días de Juan (ver com. Apoc.
1:11).
Los que oyen. Osea los miembros de iglesia. Nótese que hay sólo
un lector en cada iglesia, pero hay muchos que "oyen" lo que se
lee. La bendición que acompañaba la
lectura del Apocalipsis en las "siete iglesias" de la provincia
romana de Asia, pertenece a todos los cristianos que leen este libro con el
deseo de comprender más perfectamente las verdades que allí se registran.
Esta profecía. La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto
"la profecía". Algunos sugieren que Juan pide aquí específicamente
que se le dé igual oportunidad a la lectura del Apocalipsis como a los libros
proféticos del AT, los cuales se leían en la sinagoga cada sábado.
Aunque la palabra
"profecía", como se usa en la Biblia, se refiere a un mensaje
específico de Dios, sea cual fuere su naturaleza (ver com. Rom. 12:6), el libro
de Apocalipsis puede ser llamado acertadamente una profecía en el sentido más
estricto porque es una predicción de acontecimientos futuros.
Guardan. La flexión del verbo en griego implica la
observancia habitual de las admoniciones de este libro como una norma de vida.
Ver com. Mat. 7:21-24.
Escritas. Mejor "han sido escritas", con el sentido
de que "permanecen escritas".
Tiempo. Gr. kairós, "tiempo", con el significado de un momento particular, una ocasión propicia, un tiempo establecido de antemano para un acontecimiento particular.
(Ver com. Mar. 1:15).
Este "tiempo" que "está
cerca" es el tiempo para el cumplimiento de "las cosas en ella
escritas", "las cosas que deben suceder pronto" de Apoc. 1:1
(ver este com.).
La inminencia de esos
acontecimientos es el motivo para observar atentamente "las palabras de
esta profecía". Por lo tanto, el Apocalipsis es de importancia muy
especial para los que creen que "el tiempo" de la venida de Cristo
"está cerca". Compárese con la Nota Adicional de Romanos 13.
Está cerca. Como vivimos en los últimos momentos del
"tiempo", las profecías del Apocalipsis tienen una importancia
capital para nosotros. "Especialmente Daniel y Apocalipsis deben recibir
atención como nunca antes en la historia de nuestra obra" (TM 112). "Los
solemnes mensajes que en el Apocalipsis se dieron en su orden, deben ocupar el
primer lugar en el pensamiento de los hijos de Dios" (3JT 279).
"Al libro de Daniel se le
quita el sello en la revelación que se le hace a Juan" (TM 115). Mientras
que el libro de Daniel presenta a grandes rasgos los sucesos de los últimos
días, el libro de Apocalipsis da vívidos detalles acerca de dichos sucesos, de
los cuales ahora se declara que están "cerca".
4. Juan. Ver com. vers.1. El hecho de que el escritor no
sienta la necesidad de una mayor identificación, demuestra que era bien conocido
en las iglesias "en Asia".
Es también un testimonio de la autenticidad del libro porque es de esperar que otro escritor que no fuera Juan, a quien los creyentes "en Asia" conocían por este nombre, pretendiera tener autoridad y poder.
La
sencillez con que el escritor se refiere a sí mismo coincide con la humilde
actitud del escritor del Evangelio de Juan (ver t. V, p. 869).
A las siete iglesias. Desde aquí hasta el fin del cap.
3, el Apocalipsis se parece por su forma a una carta antigua, o más bien a una
serie de cartas. Esta sección epistolar es una introducción al resto del libro,
que se caracteriza por una sucesión de visiones dramáticas.
Para un comentario sobre el uso
del número "siete" en el Apocalipsis y acerca de las siete iglesias,
ver com. cap. 1:11.
Asia. Es decir, la provincia romana de Asia, territorio
de unos 500 km de este a oeste y 420 km de norte a sur, en la parte occidental
de Asia Menor, en la actual república de Turquía (ver t. VI, mapa frente a p.
33).
En los tiempos helenísticos esa
región se transformó en el importante reino de Pérgamo, destacado centro de la
cultura helenística. En cuanto a las circunstancias en que Pérgamo se convirtió
en la provincia romana de Asia, ver t. V, p. 37.
Asia siguió siendo un centro importante
de la cultura greco-romana en los tiempos del NT.
Pablo pasó muchos meses allí
(Hech. 18:19-21; 19:1,10), y el éxito de sus labores en esa región es evidente
porque tres de sus epístolas fueron dirigidas a los cristianos que vivían en
ese territorio (Efesios, Colosenses, Filemón).
Su primera Epístola a Timoteo,
que estaba entonces a cargo de la iglesia de Éfeso y tal vez de las iglesias de
toda la provincia, es una prueba de que allí había una comunidad cristiana bien
establecida. Pablo era el apóstol de los gentiles, y es probable que los
miembros de estas iglesias de la provincia romana de Asia fueran en su mayoría
gentiles.
Después de que la congregación
cristiana de Jerusalén fue esparcida poco antes de 70 d.C., parece que Asia
aumentó en importancia como centro del cristianismo. Sin duda se debió a la
presencia y dirección del apóstol Juan quien, según la tradición, residía en Éfeso
y viajaba por la región circundante, "aquí para nombrar obispos, allí para
poner en orden iglesias enteras, y allá para ordenar a los que eran indicados
por el Espíritu" (Clemente de Alejandría, ¿Quién es el rico que se
salvará? xlii). Esta declaración parece reflejar una relación íntima entre el
apóstol y las iglesias de Asia.
Gracia y paz. Ver com. Rom. 1:7; 2Cor. 1:2. Se ha sugerido que
este saludo derivó de una combinación del saludo común griego jáirein,
"salud" (como en Sant. 1:1), y el saludo hebreo shalom, en su
equivalente griego eir'en', "paz". Jáirein probablemente tiene
relación con járis, "gracia", el término más religioso que se usa
aquí. "Gracia" y "paz" aparecen comúnmente en los saludos
de las antiguas epístolas cristianas, y juntas sin duda constituyen una forma
característica de saludo de la iglesia apostólica (Rom. 1:7; 1Cor. 1:3; 2Cor.
1:2; Gál. 1:3; Efe. 1:2; Fil. 1:2; Col. 1:2; 1Tes. 1:1; 2Tes. 1:2; 1Tim. 1:2; 2Tim.
1:2; Tito 1:4; File. 3; 1Ped. 1:2; 2Ped. 1:2; 2Juan 3).
Del que es. Gr. ho Çn, "el que es", expresión sin
duda tomada de Exo. 3:14 según la LXX, donde se usa para traducir el nombre
divino YO SOY.
Esta expresión implica, como en
hebreo, existencia de Dios sin límite alguno de tiempo. El texto griego
presenta un error gramatical, pues a la preposición apó, "de parte
de", "del", debe seguir el caso genitivo y no el nominativo, que
se usa aquí. Sin embargo, esto no demuestra que Juan ignoraba la gramática; su
negativa de declinar en griego la palabra que representa al Ser divino quizá
fue una manera sutil de destacar la absoluta inmutabilidad de Dios. Por el
contexto de los vers. 4 y 5 es claro que la frase en cuestión se refiere al
Padre.
Que era. Dios ha existido desde toda la eternidad (Sal.
90:2).
Que ha de venir. O "el que viene". La
tríada "que es", "que era" y "que ha de venir"
indica que la tercera frase es un sustituto futuro del verbo, que equivale a
decir "que será". Se ha sugerido que también se refiere a la segunda
venida de Cristo. Esta interpretación, verbalmente posible, no concuerda con el
contexto, el cual muestra que éste no era el pensamiento del autor.
La referencia al Padre expone su
eternidad y declara que el mismo Ser que ahora continuamente existe, siempre ha
existido y siempre existirá. La existencia personal de Dios trasciende al
tiempo, pero una eternidad infinita sólo puede ser expresada en palabras
humanas por medio de términos limitados y temporales como los que aquí emplea
Juan.
Siete Espíritus. En cuanto al significado del
número "siete" en el Apocalipsis, ver com. vers. 11. Estos siete
espíritus también se describen como siete lámparas de fuego (cap. 4:5) y como
los siete ojos del Cordero (cap. 5:6).
La relación de los "siete espíritus" con el Padre y con Cristo, como que también fueran la fuente de la gracia y paz del cristiano, implica que representan al Espíritu Santo.
El
nombre de "siete" tal vez es una expresión simbólica de su
perfección, y también puede implicar la variedad de dones por medio de los
cuales obra en los seres humanos (1Cor. 12:4-11; cf. Apoc. 3:1).
Delante de su trono. Es decir, delante del trono "del que es, y que era y que ha de venir". Esta posición tal vez signifique disposición para un servicio inmediato.
Ver com. cap. 4:2-5.
5. Jesucristo. Ver com. vers. 1. Los otros miembros de la Deidad
ya han sido mencionados en el vers. 4.
Testigo fiel. En el texto griego este título está en aposición con "Jesucristo", que aparece en el caso genitivo-ablativo.
Normalmente
estas palabras deberían estar en el mismo caso; sin embargo quedan, como el
título divino para el Padre (ver com. vers. 4), aquí en caso nominativo, sin
cambio ninguno. Algunos sugieren que Juan implica así la divinidad de Cristo y
su igualdad con el Padre (ver Nota Adicional de Juan 1).
Cristo es el
"testigo fiel" porque es el representante perfecto del carácter, la
mente y la voluntad de Dios delante de la humanidad (ver com. Juan 1:1,14). Su
vida sin pecado en la tierra y su muerte como sacrificio testifican de la
santidad del Padre y de su amor (Juan 14:10; ver com. cap. 3:16).
Primogénito. Gr. prÇtótokos, "primogénito"
(ver com. Mat. 1:25; Rom. 8:29; cf. com. Juan 1:14).
Jesús no fue cronológicamente el primero que resucitó de entre los muertos, pero puede considerarse como el primero en el sentido de que todos los que resucitaron antes y después de él, fueron liberados de las ataduras de la muerte sólo en virtud del triunfo de Cristo sobre el sepulcro.
Su poder para poner su vida y para
volverla a tomar (Juan 10:18) lo coloca en una posición superior a todos los
otros hombres que hayan salido alguna vez de la tumba, y lo caracteriza como el
origen de toda vida (Rom. 14:9; 1Cor. 15:12-23; ver com. Juan 1:4, 7-9). Este
título, como el que sigue, refleja el pensamiento de Sal. 89:27.
Soberano. O "gobernante". Este mundo pertenece
legítimamente a Cristo. Cristo triunfó sobre el pecado y recobró la heredad que
perdió Adán, y es el gobernante legítimo de la humanidad (Col. 2:15; cf. Col.
1:20; Apoc. 11:15).
En el día final todos los seres
humanos lo reconocerán como tal (Apoc. 5:13). Pero ya sea que se lo reconozca o
no, Cristo ha tomado el dominio de los asuntos terrenales para el cumplimiento
de su propósito eterno (ver com. Dan. 4:17).
El plan de la redención, que se
ha convertido en una verdad histórica mediante su vida, muerte y resurrección,
ha ido avanzando paso tras paso hacia el gran día del triunfo definitivo. Ver
Apoc. 19:15-16.
Que nos amó. La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto
"que nos ama" (BJ, BA, BC). El amor de Dios, revelado en Jesucristo,
es ahora un hecho histórico; pero él "nos ama" ahora tanto como
cuando entregó la dádiva suprema de su Hijo.
Lavó. La evidencia textual favorece la variante "soltó"; "libertó" (BA). Esta diferencia sin duda surgió por la similitud entre las palabras griegas lóuÇ, "lavar", y lúÇ, "soltar".
Ser "soltado" de los pecados es ser libertado del castigo y del poder del pecado.
(Ver com. Juan 3:16; Rom. 6:16-18, 21-22).
Con su sangre. O "por su sangre", es decir por la muerte
de Cristo en la cruz. Fue un sacrificio vicario (ver com. Isa. 53:4-6; cf. DTG
16).
6. Reyes y sacerdotes. La evidencia textual establece (cf. p. 10) el texto "un reino, sacerdotes" (BC), quizá una alusión a Exo. 19:6 (cf. Apoc. 5:10). Cristo ha constituido a su iglesia en un "reino" y a sus miembros individuales en sacerdotes. Ser miembro del reino es ser "sacerdote". Compárese con el "real sacerdocio" de 1Ped. 2:9.
Los que han aceptado la salvación en Cristo,
constituyen un reino cuyo rey es Cristo. Es una referencia al reino de la
gracia divina en los corazones de los seres humanos (ver com. Mat. 4:17).
Un sacerdote puede ser
considerado como uno que presenta ofrendas a Dios (cf. Heb. 5:1; 8:3), y en
este sentido todo cristiano tiene el privilegio de presentar "sacrificios
espirituales" -oración, intercesión, acción de gracias, gloria- a Dios
(1Ped. 2:5,9).
Como cada cristiano es un
sacerdote, puede acercarse a Dios personalmente, sin la mediación de otro ser
humano, y también acercarse -interceder- por otros. Cristo es nuestro mediador
(1Tim. 2:5), nuestro gran "sumo sacerdote", y por medio de él tenemos
el privilegio de llegarnos "confiadamente al trono de la gracia, para
alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (Heb.
4:15-16).
A él sea gloria. Literalmente "a él la gloria" (BJ, BC, NC), es decir, a Cristo (vers. 5).
El artículo definido que acompaña al sustantivo sugiere una gloria específica, quizá la gloria total. Para un comentario sobre dóxa, la palabra que se traduce "gloria",
ver com. Rom. 3:23.
Imperio. El atribuirle "imperio" a Cristo es
reconocerlo como el gobernante legítimo del universo. Después de la
resurrección recibió "toda potestad... en el cielo y en la tierra"
(ver com. Mat. 28:18). Cristo merece la alabanza siempre continua de la
humanidad como agradecimiento por su triunfo sobre el pecado y la muerte (Col.
2:15).
Satanás había puesto en tela de
juicio el derecho de Cristo a la "gloria" y al "imperio",
pero éstos pertenecen legítimamente a Cristo. Con esta doxología o atribución
de alabanza, termina Juan el saludo en su carta (Apoc. 1:4-6).
Por los siglos de los siglos. Gr. eis tóus aiÇnás tÇn aiÇnÇn,
"para los siglos de los siglos" y por lo tanto, "para
siempre". En cuanto a la palabra aiÇn, ver com. Mat. 13:39. Juan no
percibe límite alguno de tiempo al derecho de Cristo a la "gloria e
imperio".
Amén. Ver com. Mat. 5:18.
7. He aquí que viene. Después de terminar el saludo en el vers. 6, Juan anuncia el tema del Apocalipsis: la segunda venida de Cristo.
Esta
es la meta hacia la cual se mueve todo lo demás. Es significativo que Juan use
el tiempo presente, "que viene", con lo cual destaca la certeza del
acontecimiento, quizá también su inminencia (ver com. vers. 1).
Con las nubes. Ver com. Hech. 1:9-11.
Traspasaron. Gr. ekkentéÇ. Esta palabra la usa Juan en su
Evangelio (cap. 19:37) cuando cita a Zac. 12:10. Los traductores de la LXX sin
duda se equivocaron al leer en Zac. 12:10 la palabra hebrea daqaru,
"traspasaron", como raqadu, "danzaron en triunfo", y así la
tradujeron al griego. El Evangelio de Juan es el único en donde se registra que
el costado de Jesús fue herido por un lanzazo (Juan 19:31-37).
Este punto de similitud entre los
dos libros es una evidencia indirecta de que el Apocalipsis fue escrito por la
misma mano que redactó el cuarto Evangelio. Aunque Juan sin duda escribe en
griego, no tiene en cuenta la LXX en ambos casos, y da una traducción correcta
del hebreo.
La afirmación de Apoc. 1:7 claramente implica que los responsables de la muerte de Cristo serán levantados de entre los muertos para presenciar su venida en gloria.
(Ver com. Dan. 12:2).
Durante su enjuiciamiento Jesús
advirtió a los dirigentes judíos en cuanto a este temible suceso (Mat. 26:64).
Lamentación. Literalmente "se cortarán", referencia a
la costumbre antigua de cortar o herir el cuerpo como señal de tristeza. En
sentido figurado, como aquí, describe el dolor más bien que la acción física de
herirse el cuerpo. Refleja el remordimiento que se apoderará de los impíos (ver
com. Jer. 8:20).
8. Yo soy. Gr. egÇ eimí (ver com. Juan 6:20).
El Alfa y la Omega. La primera
letra y la última del alfabeto griego; es como si dijéramos: "desde la A
hasta la Z". La frase indica integridad, plenitud, y tiene el mismo
significado que "el principio y el fin, el primero y el último" (cap.
22:13).
En este caso el que habla es
"el Señor, el que es y que era y que ha de venir", identificado como
Dios el Padre (ver com. cap 1:4); sin embargo, en los vers. 11-18 la expresión
"el Alfa y la Omega" se identifica claramente con Cristo, quien
también declara que es "el primero y el último".
En el cap. 22:13 la frase "el Alfa y la Omega" se refiere a Cristo, lo que es evidente por el vers. 16. El Padre y el Hijo comparten estos atributos eternos.
(Ver Nota
Adicional de Juan 1).
Principio y fin. La evidencia textual favorece
(cf. p. 10) la omisión de estas palabras aquí y en el vers. 11, pero su
inclusión en el cap. 22:13 está establecida.
El Señor. La evidencia textual establece (cf. p. 10)
el texto
"Señor Dios" (BJ, BA, BC, NC).
Que es. Ver com. vers. 4.
Todopoderoso. Gr. pantokrátÇr, "omnipotente". El título
se repite con frecuencia en el Apocalipsis (cap. 4:8; 11:17; 15:3; 16:7,14;
19:6,15; 21:22).
En Ose. 12:5 (LXX) se usa pantokrátÇr para traducir la palabra hebrea tseba'oth, "ejércitos", comúnmente usada con Yahweh como un apelativo de Dios.
(Ver t. 1, p. 182).
Este título recalca la omnipotencia
de Dios.
Cf. 1Sam. 1:11; Isa. 1:9; Jer.
2:19; Amós 9:5.
9. Yo Juan. Ver pp. 733-738.
Copartícipe vuestro en la tribulación. Sin duda Juan
no era el único que sufría persecución en ese tiempo.
El reino. Es decir, el reino de la gracia divina (ver com.
Mat. 4:17). "Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en
el reino de Dios" (Hech. 14: 22).
Paciencia. La raíz del vocablo quiere decir "permanecer
debajo". "Paciencia" indica aquí "aguante",
"perseverancia", el ejercicio del dominio propio para poder soportar
una situación difícil, cuando con sólo negar la fe se podría evitar la presión
de la persecución. Los cristianos tienen en Cristo fuerza suficiente para
"aguantar" "en Jesús". Ver com. Rom. 2:7; Apoc. 14:12.
De Jesucristo. La evidencia textual favorece (cf. p. 10) el texto
"en Jesús" (BJ, BA, BC, NC). La paciencia es una relación vital con
él.
Estaba. Mejor "vine a estar", lo que implica que
Patmos no era el lugar de residencia permanente de Juan, sino que las
circunstancias lo habían llevado hasta allí.
Patmos. Islita del mar Egeo, a unos 80 km al suroeste de Efeso. Mide unos 15 km de norte a sur, y unos 10 km de este a oeste en su parte más ancha. Patmos es rocosa y árida; su costa, sumamente irregular, forma muchas ensenadas. Plinio escribió en el año 77 d. C., que la isla se usaba como una colonia penal (Historia natural iv. 12. 23). Esto explica la declaración de Juan de que era "copartícipe... en la tribulación".
El apóstol estaba en Patmos como preso de los romanos (ver pp. 86-90).
Victorino de Petavio (m. c. 303 d. C.) declaró unos dos siglos más tarde acerca del Apocalipsis: "Cuando Juan dijo estas cosas estaba en la isla de Patmos, condenado a trabajar en las minas [en latín metallum] por el césar Domiciano"
(Comentario sobre Apocalipsis, com. cap. 10:11).
La palabra
latina metallum puede referirse tanto a una cantera como a una mina, pero como
Patmos tiene canteras y no hay vestigios de que hubiera tenido minas, es probable
que quiso decir lo primero. La declaración de Plinio de que Patmos era una
colonia penal, es la de un contemporáneo de Juan bien informado, mientras que
la de Victorino, aunque probable, debe clasificarse como una tradición.
Por causa de la palabra. El texto griego no apoya la opinión de que esta frase significa que Juan estaba en Patmos con el fin de recibir y registrar las visiones que allí le serían dadas (ver com. vers. 2). Las frases "palabra de Dios" y "testimonio de [respecto a] Jesucristo" se refieren a su testimonio inspirado a favor del Evangelio durante más de medio siglo. Este había sido el único propósito que motivaba la vida de Juan. Durante los amargos días de persecución en tiempo de Domiciano, su intrépido testimonio fue la causa de que lo desterraran a Patmos (ver pp. 738-739).
10. En el Espíritu. Literalmente "en
espíritu", que puede significar "en estado de éxtasis". Juan se
abstrajo de las cosas terrenales; sólo estaba consciente de las impresiones que
le llegaban del Espíritu Santo. La percepción natural de los sentidos fue
sustituida completamente por una percepción espiritual.
Día Del Señor. Gr. Kuriak' h'méra. Se han hecho varios intentos para explicar esta frase, que sólo aparece aquí en las Escrituras.
Algunos intérpretes la hacen equivaler con "el día de Jehová", de los profetas del AT (Joel 2:11,31; Sof. 1:14; Mal. 4:5; cf. Hech. 2:20).
Puede concederse que estas palabras podrían tener tal interpretación si se toman aisladamente. Los que así las explican, destacan que el Apocalipsis centra la atención en el gran día final del Señor y en los acontecimientos que conducen a él.
(Ver com. Apoc. 1:1).
Estar "en el Espíritu en el
día del Señor" quizá pudiera entenderse como que significa ser arrebatado
en visión a través del tiempo para presenciar acontecimientos relacionados con
el día del Señor.
Sin embargo, hay razones para
rechazar esta interpretación.
EN PRIMER LUGAR, cuando la frase "día del Señor" claramente designa el gran día de Dios, el texto griego siempre dice h'méra tou kuríou o h'méra kúriou.
(1 Cor. 5:5; 2Cor. 1:14; 1Tes. 5:2; 2Ped.
3:10).
EN SEGUNDO LUGAR, el contexto (Apoc. 1: 9-10)
sugiere que el "día del Señor" se refiere al tiempo cuando Juan
contempló la visión y no al tema de la visión. De modo que Juan da su
ubicación: "la isla llamada Patmos" (vers. 9); la razón por la cual
está allí: "por causa de las palabras de Dios" (vers. 9), y su estado
durante la visión: "en el Espíritu". Todas estas frases tienen que
ver con las circunstancias en las cuales le fue dada la visión, y es lógico
concluir que la cuarta también coincide al dar el tiempo específico de la
revelación. La mayoría de los expositores apoyan esta conclusión.
Aunque la expresión kuriak'
heméra es única en la Escritura, tiene una larga historia en el griego
postbíblico. Como forma abreviada, kuriak' es un término común en los escritos
de los padres de la iglesia para designar al primer día de la semana, y en el
griego moderno kuriaké es el nombre del domingo. Su equivalente latino dominica
dies designa el mismo día, y ha pasado a varios idiomas modernos como domingo,
y en francés como dimanche. Por eso muchos eruditos sostienen que kuriak'
h'méra en este pasaje también se refiere al domingo, y que Juan no sólo recibió
su visión en este día, sino que también lo reconoció como "el día del
Señor" quizá porque en ese día Cristo resucitó de los muertos.
Hay razones negativas y positivas
para rechazar esta interpretación. En primer lugar está el reconocido principio
del método histórico; es decir, que una alusión debe ser interpretada solamente
por medio de evidencias anteriores a ella o contemporáneas con ella, y no por
datos históricos de un período posterior. Este principio tiene mucha
importancia en el problema del significado de la expresión "día del
Señor" tal como aparece en este pasaje.
Aunque este término es frecuente
en los padres de la iglesia para indicar el domingo, la primera evidencia
decisiva de tal uso no aparece sino hasta fines del siglo II en el libro
apócrifo Evangelio según Pedro (9, 12), donde el día de la resurrección de
Cristo se denomina "día del Señor".
Como este documento fue escrito
por lo menos tres cuartos de siglo después de que Juan escribió el Apocalipsis,
no puede presentarse como una prueba de que la frase "día del Señor"
en el tiempo de Juan se refería al domingo. Podrían citarse numerosos ejemplos
para mostrar la rapidez con que las palabras pueden cambiar de significado. Por
lo tanto, el significado de "día del Señor" se determina mejor en
este caso recurriendo a las Escrituras antes que a la literatura posterior.
En cuanto al aspecto positivo de
esta cuestión, está el hecho de que aunque la Escritura en ninguna parte indica
que el domingo tiene alguna relación religiosa con el Señor, repetidas veces
reconoce que el séptimo día, el sábado, es el día especial del Señor.
Se nos dice que Dios bendijo y santificó
el séptimo día (Gén. 2:3); lo constituyó como recordativo de su obra de
creación (Exo. 20: 11); lo llamó específicamente "mi día santo" (Isa.
58:13); y Jesús se proclamó como "Señor aún del día de reposo
[sábado]" (Mar. 2:28), en el sentido de que como Señor de los hombres era
también Señor de lo que fue hecho para el hombre: el sábado.
De manera que cuando se interpreta la frase "día del Señor" de acuerdo con pruebas anteriores y contemporáneas del tiempo de Juan, se concluye que hay sólo un día al cual puede referirse, y ése es el sábado, el séptimo día.
Ver 2JT 411; HAp 464.
Los descubrimientos arqueológicos
han proyectado más luz sobre la expresión kuriak' h'méra. Papiros e inscripciones del período imperial
de la historia romana, hallados en Egipto y Asia Menor, emplean la palabra
kuriakós (el masculino de kuriak') para referirse a la tesorería y el servicio
imperial. Esto es comprensible, pues el emperador romano a menudo era llamado
en griego el kúrios, "señor", y por consiguiente su tesorería y servicio
eran la "tesorería del señor" y "el servicio del señor".
Por lo tanto kuriakós era una palabra familiar en el idioma oficial romano para las cosas relacionadas con el emperador. Una de esas inscripciones procede de una época tan antigua como lo es el año 68 d. C. De manera que es claro que este uso de kuriakós era corriente en el tiempo de Juan.
(Ver Adolf Deissmann, Light From the Ancient
East, pp. 357-361).
En esta misma inscripción aparece
una referencia a un día al que se le dio el nombre de la emperatriz Julia, o
Livia como es mejor conocida.
En otras inscripciones de Egipto
y de Asia Menor aparece con frecuencia el término sebast', el equivalente
griego de Augustus, como nombre de un día. Sin duda éstas son referencias a
días especiales en honor del emperador (ver Deissmann, loc. cit.).
Algunos han sugerido que la
expresión kuriak' h'méra, como la usa Juan, también se refiere a un día
imperial; pero esto parece dudoso por dos razones. Primero: aunque había días
imperiales y el término kuriakós se usaba para otras cosas relativas al
emperador, aún no se ha encontrado ningún caso en que kuriak' se hubiera
aplicado a un día imperial.
Esto, por supuesto, no es una
prueba final, porque es un argumento basado en el silencio. Pero el segundo
argumento que puede esgrimirse contra la identificación de kuriak' h'méra de
Juan con un día imperial, parece ser concluyente: se sabe que tanto los judíos
del siglo I (ver Josefo, Guerra vii. 101), como los cristianos, por lo menos en
el siglo II (ver Martirio de Policarpo 8), se negaron a llamar al César kúrios,
"señor".
Por lo tanto, llega a ser
extremadamente difícil pensar que Juan se hubiera referido a un día imperial
como el "día del Señor", especialmente en sin tiempo cuando él y sus
hermanos cristianos eran terriblemente perseguidos por negarse a adorar al
emperador (ver pp. 738-740).
Es más probable que Juan escogiera la expresión kuriak' h'méra para referirse al sábado, como un medio sutil de proclamar el hecho de que así como el emperador tenía días especiales dedicados en su honor, así también el Señor de Juan, por amor de quien ahora sufría, también tenía su día especial.
Para un estudio del origen de la
observancia del día domingo y de la designación del domingo como "día del
Señor", ver com. Dan. 7:25 y HAp 464-465.
Algunos estudiosos han sugerido
que kuriak' h'méra debe entenderse como "domingo de pascua". Esta
frase se usó posteriormente para designar a la fiesta anual que recordaba la
resurrección de Jesús. Sin embargo, esta explicación no necesariamente se
aplica al siglo I. Por lo tanto, no sirve para aclarar este pasaje.
Como de trompeta. La comparación con una trompeta indica
la intensidad de la voz.
11. Yo soy el Alfa. Ver com. vers. 8. De acuerdo a
los vers. 17 y 18 es claro que estos títulos se aplican en este caso
específicamente a Cristo; sin embargo, la evidencia textual establece (cf. p.
10) la omisión de las palabras "Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el
último". Están omitidas en la BJ, BA, BC y NC.
En los vers. 4-10 Juan dirige a
las siete iglesias su propia declaración introductoria de las circunstancias en
las cuales le fue dado el Apocalipsis. Comenzando con el vers. 11 presenta la
autorización que recibió directamente de Cristo para escribir el Apocalipsis. Es
apropiado que así lo hiciera, porque ésta es "la revelación de
Jesucristo" (vers. 1). La revelación empieza con el vers. 11.
Un libro. Gr. biblíon, "libro", generalmente e
hojas de papiro, el tipo de libro más común en los días de Juan. Ver t. V, p.
114.
Lo que ves. La comunicación visual y la percepción predominan
en el Apocalipsis (ver com. vers. 2). Juan vio visiones, escenas panorámicas
simbólicas, las que describe tan plena y exactamente como es posible hacerlo dentro
de los límites que impone el lenguaje humano. Muchos de esos símbolos superan a
las palabras y las experiencias humanas.
Al apóstol a veces le faltan
palabras para describir apropiadamente lo que ve, como por ejemplo cuando
contempla el trono de Dios (cap. 4:3,6). Sin embargo, a través del Apocalipsis
la grandeza de la forma en que Dios dirige el universo, la intensidad del gran
conflicto entre Cristo y Satanás y la gloria del triunfo final, se describen
más vívida y magníficamente que en otras partes de las Escrituras.
Las siete iglesias. El orden en que se enumeran las iglesias aquí y en los cap. 2 y 3, representa el orden geográfico en que viajaba un mensajero que llevaba una carta desde Patmos a esas siete ciudades de la provincia de Asia.
Hay más información acerca de la geografia de las
siete iglesias en las pp. 91-106 y en el t. VI. Se puede
saber más acerca de cada una de estas iglesias en los mensajes particulares
dirigidos a ellas en los cap. 2 y 3.
Las siete iglesias son la primera de una serie de "sietes"
que se hallan en el Apocalipsis:
siete espíritus (vers. 4), siete candeleros (vers. 12),
siete estrellas (vers. 16), siete lámparas de fuego (cap. 4:5),
un libro con siete sellos (cap. 5:1), los siete cuernos y siete ojos del Cordero (cap. 5:6),
siete ángeles con siete trompetas (cap. 8:2), siete truenos (cap. 10:4),
un dragón con siete cabezas y siete coronas (cap. 12:3),
una bestia con siete cabezas (cap. 13:1),
siete ángeles que tienen las siete copas que contienen las siete últimas plagas (cap. 15:1,7) y la bestia con siete cabezas, que se dice que también son siete montes y siete reyes.
(Cap. 17:3, 9-10).
Este uso repetido del número
siete con tantos símbolos diferentes, significa que esa cifra también debe entenderse
en sentido simbólico. A través de toda la Escritura el número siete, cuando se
usa simbólicamente, por lo general representa plenitud, perfección.
Por lo tanto, cuando se aplica a las siete iglesias es de esperarse que tenga un propósito definido. Había más de siete iglesias en la provincia de Asia, pues dos iglesias de esa región -la de Colosas y la de Hierápolis- también se mencionan en el NT (Col. 1:2; 4:13). Por consiguiente, es razonable deducir que el Señor escogió a las siete iglesias que aquí se nombran porque eran y serían típicas de la condición de toda la iglesia en los tiempos apostólicos y también a través de toda la era cristiana.
(Ver p. 742; cf. HAp 466-467).
Los mensajes a las siete iglesias eran aplicables a condiciones específicas de la iglesia en los días de Juan. Si no hubiese sido así, estos mensajes hubieran desconcertado y desanimado a los cristianos de las iglesias de Asia cuando los leyeran.
(Ver com. Apoc. 1:3).
Juan hubiera resultado ser entonces un falso profeta si los mensajes que dirigía a sus iglesias no hubiesen revelado la verdadera condición de esas congregaciones y no hubieran sido adecuados para sus necesidades espirituales.
Estos mensajes fueron
enviados en una época en que los cristianos de Asia estaban sufriendo una gran
tribulación (ver pp. 738-740), y su firme reproche, alentador consuelo y
gloriosas promesas, deben haber tenido el propósito de responder a esas necesidades
(ver HAp 462-470).
Si las iglesias cristianas de
Asia aceptaban y prestaban atención a estos mensajes, estarían preparadas
espiritualmente para comprender el drama del gran conflicto descrito en el
resto del Apocalipsis, y para mantener una esperanza firme en el triunfo final
de Cristo y de su iglesia.
Aunque los diversos mensajes a
las siete iglesias tuvieron que haberse aplicado en primer lugar a las iglesias
de Asia de los días de Juan, también se aplicarían a la historia futura de la
iglesia (ver p. 742).
Un estudio de la historia revela
que estos mensajes ciertamente son aplicables de una manera especial a siete
períodos o épocas que abarcan la historia de la iglesia hasta el fin del
tiempo.
Como ya lo hicimos notar, el
número siete implica plenitud, y por esa razón también parece razonable
entender que estos mensajes en cierta medida describen a toda la iglesia en cualquier
momento de su historia, pues sin duda cada congregación a través de la historia
cristiana podría hallar que se describían sus características y necesidades en
uno o más de estos mensajes. Por lo tanto, puede decirse que tienen triple
aplicación: universal, local (en los días de Juan) e histórica (o en períodos
sucesivos). Un escritor cristiano de alrededor del año 200 d. C. afirmó:
"Juan escribe a las siete iglesias, y sin embargo, habla a todas"
(Texto latino en S. P. Tregelles, ed., Canon Muriatorianus, p. 19).
Por ejemplo, el mensaje a la
iglesia de Laodicea es particularmente apropiado para la iglesia de hoy, sin
embargo, los mensajes a las otras iglesias también contienen palabras de
admonición con las cuales ella puede beneficiarse (ver 2JT 125, 187, 210, 255;
8T 98-99).
12. Ver la voz. Es decir, ver quién le hablaba.
Candeleros. Gr. lujnía, "portalámparas". La vela, tal
como se conoce hoy, generalmente no se usaba en los tiempos antiguos. Las
lámparas solían tener forma de una taza poco profunda en la cual se ponía aceite
y se insertaba una mecha. Por lo tanto, los "candeleros" que vio Juan
sin duda eran portalámparas en los cuales se colocaban las lámparas.
En el vers. 20 se declara que estos candeleros representan a las siete iglesias, y por lo tanto a toda la iglesia (ver com. vers. 11). El hecho de que sean de oro parece indicar cuán preciosa es la iglesia a la vista de Dios.
Juan ve a Cristo que camina en medio
de ellos (vers. 13-18), lo que indica su presencia continua en medio de la
iglesia (ver Mat. 28:20; cf. Col. 1:18).
Esta referencia a siete
candeleros de oro recuerda al candelero de siete brazos del lugar santo del
santuario terrenal (Exo. 25: 31-37).
Sin embargo, es obvio que son
diferentes, porque Juan vio a Cristo que andaba entre ellos (Apoc. 1:13; 2:1). Se
dice específicamente que estos "siete candeleros" representan a
iglesias en la tierra, y por lo tanto no deben ser considerados como el
equivalente celestial del candelero de siete brazos del antiguo santuario
terrenal.
13. Hijo del Hombre. Gr. huiós anthropou. El texto
griego no tiene el artículo definido. Es una traducción exacta del kebar 'enash
arameo (ver com. Dan. 7:13), y parece tener aquí el mismo significado. Lo que
se comenta de kebar 'enash se puede, por lo tanto, aplicar a huiós anthrÇpou,
pues sabemos por Apoc. 1:11,18 que Aquel a quien se hace referencia, como en
Dan. 7:13, es a Cristo.
El título "el Hijo del
Hombre", con el artículo definido, se usa más de 80 veces para referirse a
Cristo en el NT, mientras que la expresión "Hijo del Hombre", sin el
artículo definido, se usa para él en el NT en griego sólo en otros dos casos:
en Apoc. 14:14, que es una clara alusión a Dan. 7:13, y en Juan 5:27, donde se
recalca la humanidad de Jesús.
Si se aplica el mismo principio
como en el caso de kebar 'enash (ver com. Dan. 7:13), llegamos a la conclusión
de que Juan está contemplando aquí a Cristo en visión por primera vez. ¿Quién
es este ser glorioso? No tiene la forma de un ángel ni de otro ser celestial,
sino de un hombre. Su forma es humana a pesar de su deslumbrante brillo.
Aunque Juan escribió el Apocalipsis en griego, su manera de expresarse a menudo es la de su arameo materno (el idioma que hablaban los judíos de Palestina en tiempos del NT). Esto puede verse en sus expresiones idiomáticas, y es posible que huiós anthrópou "hijo de hombre", sea una de éstas. Si es así, "hijo de hombre" significaría simplemente "ser humano", "hombre" (ver com. Dan. 7:13).
Los "hijos de la resurrección" (Luc. 20:36) son simplemente personas resucitadas, e "hijos del reino" (Mat. 8:12) son, de la misma manera, personas aptas para el reino.
Así también "los que están de bodas" (Mar. 2:19) son
los convidados a las bodas; los "hijos de este siglo" (Luc. 16:8) son
los que viven para este mundo; los "hijos de ira" (Efe. 2:3) son los
que se acarrean el castigo a causa de sus malas obras, y los "hijos de
Belial" (1 Rey. 21:10, RVA, margen) son personas malvadas, despreciables.
Cuando el Cristo glorificado se manifestó a Juan con esplendor celestial, todavía se le presentó con la semejanza de un ser humano. Aunque Cristo es eternamente preexistente en su condición de segunda persona de la Deidad y siempre lo será, tomó sobre sí la humanidad para toda la eternidad futura (ver t. V, pp. 894-896).
¡Qué consuelo
es saber que nuestro Señor, que ascendió y fue glorificado, es aún nuestro
hermano en la humanidad y, sin embargo, también es Dios! Para una mejor comprensión de este pasaje, ver
Problems in Bible Translation, pp. 241-243.
Hasta los pies. Un vestido largo es símbolo de
dignidad.
14. Blancos como blanca lana. Juan trata en vano de hallar
palabras para describir exactamente lo que contempla en visión. La blancura del
cabello de Aquel que aparece en visión le recuerda a primera vista la blancura
de la lana; pero no bien lo ha escrito cuando piensa en algo aún más blanco: la
nieve, y la añade para lograr una descripción más perfecta. A su mente quizá
también acudió la descripción de Dan. 7:9.
Llama de fuego. O una "llama ardiente", lo que hace
resaltar el brillo de su rostro y la intensidad de su mirada.
15. Bronce bruñido. Gr. jalkolíbanon, una sustancia
de identificación incierta. Quizá un metal parecido al oro, lustroso y
radiante.
Refulgente. O "como encendido o acrisolado en horno".
Los pies se parecían al bronce que ha sido sometido a un calor intenso.
Muchas aguas. En los días de Juan el estruendo del océano y el
estrépito del trueno eran los sonidos más fuertes e intensos que conocía el
hombre. Su profundidad y majestad aún no han sido sobrepujados como símbolos de
la voz del Creador.
16. Su diestra. La mano de Dios representa aquí
su poder para sostener.
Siete estrellas. Símbolo que representa a los
"ángeles" o mensajeros enviados a las siete iglesias (ver com. vers.
20).
Salía. La flexión del verbo en griego implica una acción
continua. El poder de Cristo obra constantemente.
Espada aguda de dos filos. Gr. romfáia dístomos, literalmente
"espada de dos bocas".
La romfáia era una espada grande
y pesada de dos filos. Es la palabra que usa la LXX para describir la espada
que Dios colocó en la entrada del Edén (ver com. Gén. 3:24) y la espada de
Goliat (1Sam. 17:51).
La frase "espada de dos bocas" es sin duda un semitismo aunque aparece en griego ya en el siglo V a. C. en las piezas teatrales de Eurípides; sin embargo, se encuentra mucho antes en el AT, donde la frase equivalente en hebreo es pi jéreb, "boca de espada" (Gén. 34:26; 2Sam. 15-14).
Cuando el autor de jueces cuenta la historia de Aod, dice literalmente:
"y Aod se hizo para sí una espada, y para ella dos bocas" (Juec.
3:16). Y en Prov. 5:4 también se habla de una jereb pioth, "una espada de
bocas", traducida como "espada de dos filos".
Esta interesante figura de
dicción puede derivarse o del pensamiento de que la espada de un hombre devora
-el filo es su boca- a sus enemigos (ver 2Sam. 11:25; Isa. 1:20; Jer. 2:30), o
por la forma de ciertas espadas antiguas cuyos mangos parecían la cabeza de un
animal, de cuya boca salía la hoja del arma.
Juan repite el símbolo en los
cap. 2:12,16; 19:15,21.
El significado es que como sale
de la boca de Cristo, es un instrumento de castigo divino. En este versículo
parece mejor entenderlo con el mismo sentido: como símbolo de la autoridad de
Cristo para juzgar, y, especialmente, de su poder para ejecutar el castigo. "Una
espada aguda de dos filos" implica cuán penetrantes son sus decisiones y
la eficacia de sus castigos.
Como el sol. El sol es la luz más brillante que conoce normalmente
el hombre.
17. Como muerto. El primer efecto sobre los que recibían una visión de un ser divino revestido con toda la gloria del cielo era privados de su fuerza física (Eze. 1:28; 3:23; Dan. 8:17; 10:7-10; Hech. 9:4; cf. Isa. 1:5).
Compárese con el caso de Daniel (ver com. cap. 10:7-10). "persona
que recibía ese honor quedaba completamente anonadada por el sentimiento de su propia
debilidad e indignidad. Un estudio del estado físico del profeta en visión, lo
hace E D. Nichol en su obra Ellen G. White and her Critics, pp. 51-61.
Otros ejemplos de la reacción emotiva de Juan ante lo que vio en visión aparecen en Apoc. 5:4; 17:6.
Juan cayó dos veces en adoración a los pies de un ángel
(cap. 19:10; 22:8).
No temas. Después de que un profeta perdía su fuerza natural,
era fortalecido sobrenaturalmente, por lo general mediante el toque de una mano
(Eze. 2:1-2; 3:24; Dan. 8:18; 10:8-12, 19; cf. Isa. 6:6- 7). A menudo un
visitante celestial pronunciaba la orden: "No temas", para calmar los
temores que espontáneamente surgían del corazón humano frente a un ser tal
(Juec. 6:22-23; 13:20-22; Mat. 28:5; Luc. 1:13,30; 2:10).
El primero y el último. Ver com. vers. 8.
Esta expresión
es sin duda una cita de Isa. 44:6; es una traducción directa del texto hebreo y
no una cita de la LXX, como en el vers. 8.
18. El que vivo. Gr. ho zÇn "el Viviente", indudablemente el término común del AT 'El jai, "Dios viviente" (Jos. 3:10; etc.).
La flexión del verbo implica una vida
continua, permanente. Esta declaración tiene un significado especial porque
Cristo había estado muerto. "En Cristo hay vida original, que no proviene
ni deriva de otra" (DTG 489; ver 729). "En él estaba la vida, y la
vida era la luz de los hombres" (ver com. Juan 1:4).
Estuve muerto. Literalmente "llegué a estar muerto", una
referencia a la crucifixión. Una clara indicación de que Aquel que apareció a
Juan en visión era Cristo.
Vivo. Gr. zón eimí, "viviendo estoy", es decir, tengo vida continua, vida que no termina, vida autoexistente (ver t. V, pp. 894-896; ver com. Juan 5:26).
A pesar de la muerte que Cristo sufrió por la raza humana,
sigue siendo "el que vive" porque es Dios. "La divinidad de
Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vida eterna" (DTG 489).
Ver com. Apoc. 1:5. Eimí, "Yo soy", implica existencia continua y
contrasta notablemente con egenóm'n, "estuve", "llegué a
estar" muerto.
Por los siglos de los siglos. Ver com. vers. 6.
Amén. La evidencia textual establece (cf. p.10) la
omisión de esta palabra.
Llaves. Las llaves son un símbolo de poder, autoridad. Cf. com. Mat. 16:19; Luc. 11:52.
Hades. Gr. Hád's, "la morada de los muertos", "el sepulcro" (ver com. Mat. 11:23).
La resurrección de Cristo es la
garantía de que los justos se levantarán "en la resurrección en el día
postrero" (Juan 11: 24) para vida eterna (ver com. Juan 11:25; Apoc. 1:5).
19. Escribe. Se repite la orden del vers. 11.
Has visto. Lo que ha visto en visión hasta ese momento (vers.
10-18).
Las que son. Algunos sostienen que esta frase describe la
situación histórica de ese momento, particularmente en lo que se refería a la
iglesia. Creen que en contraste con "las cosas que has visto" -la
visión de Cristo (vers. 10-18)-, "las que son, y las que han de ser
después de éstas" se refieren a los verdaderos sucesos históricos
presentados simbólicamente.
Otros sostienen que "las
cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de
éstas", simplemente se refieren a las cosas que Juan ya había visto en
visión, lo que estaba viendo y lo que vería en el futuro (cf. vers. 11).
20. Misterio. Gr. must'rion, "secreto", misterio"; deriva de una palabra que describe al que ha sido iniciado en una religión (ver com. Rom. 11:25).
La palabra "misterio", como la usaban originalmente los cristianos, no significaba algo que no podía ser entendido, como se entiende hoy, sino algo que sólo podían entenderlo los iniciados, es decir los que tenían el derecho de saber.
Por eso Cristo les dijo a sus discípulos que les era "dado saber los misterios del reino de los cielos", pero no a las multitudes (ver com. Mat. 13:11).
Pablo habla de la resurrección como de un
"misterio" (1Cor. 15:51), y con frecuencia también se refiere en la
misma forma al plan de salvación mismo (ver com. Rom. 16:25-26).
Los antecedentes judíos de esta
expresión aparecen en un pasaje del Manual de disciplina de los esenios de
Qumrán (ver t. V, p. 92-93), donde dice al hablar de la salvación: "La luz
de mi corazón penetra en el misterio que ha de ser" (1QS xi. 3; en Millar
Burrows, The Dead Sea Scrols, p. 387). La palabra "misterio" aparece
repetidas veces en el documento citado. Esta expresión también era común en las
religiones paganas basadas en misterios.
"Misterio" se aplica
aquí a las siete "estrellas", símbolo que hasta este momento no se ha
explicado; pero ahora este símbolo se denomina "misterio" porque la
interpretación está a punto de ser dada a conocen Por lo tanto, en el libro del
Apocalipsis un "misterio" es un símbolo oculto que está por ser
explicado a los que están dispuestos a "guardar" (ver com. vers. 3)
las cosas reveladas en este libro (cf. cap. 17:7,9), o a uno a quien Dios
decide darlas a conocen Los símbolos del Apocalipsis también son llamados
"señales" (ver com. cap. 12:1 y 15:1).
Siete estrellas. Ver com. vers. 11,16.
Este versículo es un puente que une los vers. 12-19
con los mensajes de los cap. 2 y 3.
Explica los símbolos de los vers. 12 y 16
y prepara el camino para los mensajes
a las diferentes iglesias.
Ángeles. Gr. ággelos, "mensajero", ya sea celestial o humano. Aggelos se aplica a seres humanos en Mat. 11:10; Mar. 1:2; Luc. 7:24, 27; 9:52; cf. 2Cor 12:7.
Se ha sugerido que los "ángeles" de las siete iglesias son sus respectivos ancianos o supervisores del tiempo de Juan, y que el Señor les dirige los mensajes para que los transmitan a sus respectivas congregaciones. Sin embargo, con la posible excepción de los "ángeles" de las siete iglesias, la palabra ággelos no se refiere a seres humanos en los 75 casos en que Juan la usa en el Apocalipsis los "ángeles" con los dirigentes de las iglesias (cf. OE 1314- HAp 468).
Siete candeleros. ver com. vers. 12.
Siete iglesias. Ver com. vers. 4, 11. (7CBA).
COMENTARIOS DE EGW
1,3. HAp 466.
10-13. HAp 464.
11; 18-20. HAp 467.
14-17. HAp 465.
EN
LOS DÍAS DE LOS APÓSTOLES, los
creyentes cristianos estaban llenos de celo y entusiasmo. Tan incansablemente
trabajaban por su Maestro que, en un tiempo relativamente corto, a pesar de la
terrible oposición, el Evangelio del reino se divulgó en todas las partes
habitadas de la tierra. El celo manifestado en ese tiempo por los seguidores de
Jesús fue registrado por la pluma inspirada como estímulo para los creyentes de
todas las épocas.
DE
LA IGLESIA DE ÉFESO, que el Señor Jesús usó como
símbolo de toda la iglesia cristiana de los días apostólicos, el Testigo fiel y
verdadero declara: "Yo sé tus obras y tu trabajo y paciencia; y que tú no
puedes sufrir los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no
lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y
has trabajado por mi nombre, y no has desfallecido." (Apoc. 2:2,3-)
Al
principio, la iglesia de Éfeso se distinguía
por su sencillez y fervor. Los creyentes trataban seriamente de obedecer cada
palabra de Dios, y sus vidas revelaban un firme y sincero amor a Cristo. Se
regocijaban en hacer la voluntad de Dios porque el Salvador moraba
constantemente en sus corazones. Llenos de amor para con su Redentor, su más
alto propósito era ganar almas para él. No pensaron en atesorar para sí el
precioso tesoro de la gracia de Cristo. Sentían la importancia de su vocación
y, cargados con el mensaje: "Sobre la tierra paz; entre los hombres buena
voluntad," ardían en deseos de llevar las buenas nuevas de la salvación a
los rincones más remotos de la tierra. Y el mundo conoció que ellos habían
estado con Jesús. Pecadores arrepentidos, perdonados, limpiados y santificados
se allegaron a Dios por medio de su Hijo. 463
LOS
MIEMBROS DE LA IGLESIA estaban unidos en sentimiento y acción. El
amor a Cristo era la cadena de oro que los unía. Progresaban en un conocimiento
del Señor cada vez más perfecto, y en sus vidas se revelaba el gozo y la paz de
Cristo. Visitaban a los huérfanos y a las viudas en su aflicción, y se
guardaban sin mancha del mundo, pues comprendían que de no hacerlo, estarían
contradiciendo su profesión y negando a su Redentor.
LA
OBRA SE LLEVABA ADELANTE EN CADA CIUDAD. Se
convertían almas y a su vez éstas sentían que era su deber hablar a otros
acerca del inestimable tesoro que habían recibido. No podían descansar hasta
que la luz que había iluminado sus mentes brillara sobre otros. Multitudes de
incrédulos se enteraron de las razones de la esperanza cristiana. Se hacían
fervientes e inspiradas súplicas personales a los errantes, a los perdidos y a
los que, aunque profesaban conocer la verdad, eran más amadores de los placeres
que de Dios.
PERO
DESPUÉS DE UN TIEMPO EL CELO DE LOS CREYENTES COMENZÓ A DISMINUIR, y su amor
hacia Dios y su amor mutuo decreció. La
frialdad penetró en la iglesia. Algunos se olvidaron de la manera maravillosa
en que habían recibido la verdad. Uno tras otro, los viejos portaestandartes
cayeron en su puesto. Algunos de los obreros más jóvenes, que podrían haber
sobrellevado las cargas de los soldados de vanguardia, y así haberse preparado
para dirigir sabiamente la obra, se habían cansado de las verdades tan a menudo
repetidas. En su deseo de algo novedoso y sorprendente, intentaron introducir
nuevas fases de doctrina, más placenteras para muchas mentes, pero en
desarmonía con los principios fundamentales del Evangelio. A causa de su
confianza en sí mismos y su ceguera espiritual no pudieron discernir que esos
sofismas serían causa de que muchos pusieran en duda las experiencias
anteriores, y así producirían confusión e incredulidad.
AL INSISTIRSE EN ESAS DOCTRINAS FALSAS Y
APARECER DIFERENCIAS, la vista de muchos fue desviada de Jesús,
como el autor y consumador 464 de su fe. La discusión de
asuntos de doctrina sin importancia, y la contemplación de agradables fábulas
de invención humana, ocuparon el tiempo que debiera haberse dedicado a predicar
el Evangelio. Las multitudes que podrían haberse convencido y convertido por la
fiel presentación de la verdad, quedaban desprevenidas. La piedad menguaba
rápidamente y Satanás parecía estar a punto de dominar a los que decían seguir
a Cristo.
FUE EN ESA HORA CRÍTICA DE LA HISTORIA DE LA
IGLESIA cuando Juan fue sentenciado al destierro. Nunca antes
había necesitado la iglesia su voz como ahora. Casi todos sus anteriores
asociados en el ministerio habían sufrido el martirio. El remanente de los
creyentes sufría una terrible oposición. Según todas las apariencias, no estaba
distante el día cuando los enemigos de la iglesia de Cristo triunfarían.
PERO
LA MANO DEL SEÑOR se movía invisiblemente en las tinieblas. En
la providencia de Dios, Juan fue colocado en un lugar donde Cristo podía darle
una maravillosa revelación de sí mismo y de la verdad divina para la
iluminación de las iglesias.
LOS
ENEMIGOS DE LA VERDAD confiaban
que al mantener a Juan en el destierro, silenciarían para siempre la voz de un
fiel testigo de Dios; pero en Patmos, el discípulo recibió un mensaje cuya
influencia continuaría fortaleciendo a la iglesia hasta el fin del tiempo.
Aunque no se libraron de la responsabilidad de su mala acción, los que
desterraron a Juan llegaron a ser instrumentos en las manos de Dios para
realizar los propósitos del Cielo; y el mismo esfuerzo para extinguir la luz
destacó vívidamente la verdad.
FUE
EN UN SÁBADO CUANDO LA GLORIA DEL SEÑOR se
manifestó al desterrado apóstol. Juan observaba el sábado tan reverentemente en
Patmos como cuando predicaba al pueblo de las aldeas y ciudades de Judea. Se
aplicaba las preciosas promesas que fueron dadas respecto a ese día. "Yo
fui en Espíritu en el día del Señor -escribió Juan,- y oí detrás de mí una gran
voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alpha y Omega, el 465 primero
y el último. . . . Y me volví a ver la voz que hablaba conmigo: y vuelto, vi
siete candeleros de oro; y en medio de los siete candeleros, uno semejante al
Hijo del hombre." (Apoc. 1:10-13.)
FUE
RICAMENTE FAVORECIDO EL DISCÍPULO AMADO. Había
visto a su Maestro en el Getsemaní con su rostro marcado con el sudor de sangre
de su agonía; "tan desfigurado, era su aspecto más que el de cualquier
hombre, y su forma más que la de los hijos de Adam." (Isa. 52:14, V.M.) Le
había visto en manos de los soldados romanos, vestido con el viejo manto
purpúreo y coronado de espinas. Le había visto pendiendo de la cruz del
Calvario, siendo objeto de cruel burla y abuso. Ahora se le permite contemplar
una vez más a su Señor. Pero, ¡cuán distinta es su apariencia! Ya no es varón
de dolores, despreciado y humillado por los hombres. Lleva vestiduras de
brillantez celestial. "Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana
blanca, como la nieve; y sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al
latón fino, ardientes como en un horno." (Apoc. 1:14,15.) Su voz era como
el estruendo de muchas aguas. Su rostro brillaba como el sol. En su mano tenía
siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos, emblema del
poder de su palabra.
Patmos resplandeció
con la gloria del Señor resucitado. "Y cuando yo le vi -escribió Juan,-
caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No
temas," (Apoc. 1.17.)
JUAN
FUE FORTALECIDO PARA VIVIR EN LA PRESENCIA DE SU SEÑOR GLORIFICADO. Entonces
ante sus maravillados ojos fueron abiertas las glorias del cielo. Le fue
permitido ver el trono de Dios y, mirando más allá de los conflictos de la
tierra, contemplar la hueste de los redimidos con sus vestiduras blancas. Oyó
la música de los ángeles del cielo, y los cantos de triunfo de los que habían
vencido por la sangre del Cordero y la palabra de su testimonio. En la
revelación que vio se desarrolló una escena tras otra de conmovedor interés en
la experiencia del 466 pueblo de Dios, y la historia de la
iglesia fue predicha hasta el mismo fin del tiempo. En figuras y símbolos, se
le presentaron a Juan asuntos de gran importancia, que él debía registrar para
que los hijos de Dios que vivían en su tiempo y los que vivieran en siglos
futuros pudieran tener una comprensión inteligente de los peligros y conflictos
que los esperaban.
ESA
REVELACIÓN fue dada para la orientación y el aliento de la iglesia durante la
dispensación cristiana. Y sin embargo ha
habido maestros religiosos que declararon que es un libro sellado y que sus
secretos no pueden explicarse. Como resultado, muchos han dejado de lado el
registro profético y rehusado dedicar tiempo al estudio de sus misterios. Pero
Dios no desea que su pueblo considere así ese libro. Es "la revelación de Jesucristo,
que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder
presto." "Bienaventurado el que lee -dijo el Señor,- y los que oyen
las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas: porque el
tiempo está cerca." (Apoc. 1:1,3.) "Porque yo protesto a cualquiera
que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas
cosas, Dios pondrá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si
alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitaré su
parte del libro de la vida, y de la santa ciudad, y de las cosas que están
escritas en este libro. El que da testimonio de estas cosas, dice: Ciertamente,
vengo en breve." (Apoc. 22: 18-20.)
EN EL APOCALIPSIS ESTÁN REVELADAS
LAS COSAS PROFUNDAS DE DIOS.
El nombre mismo que fue dado a sus páginas inspiradas: El Apocalipsis o Revelación, contradice la afirmación de que es un libro sellado.
Una revelación
es algo revelado. El Señor mismo reveló a su siervo los misterios contenidos en
dicho libro y es su propósito que estén abiertos al estudio de todos.
SUS
VERDADES se dirigen tanto a los que viven en los
últimos días de la historia de esta tierra como a los que vivían los días de
Juan.
Algunas de
las escenas descritas en esa profecía pertenecen al pasado,
Otras se
están cumpliendo ahora; 467
Algunas tienen
que ver con el fin del gran conflicto entre los poderes de las tinieblas y el
Príncipe del cielo,
Y
Otras Revelan los triunfos y
alegrías de los redimidos en la tierra nueva.
NADIE
PIENSE QUE AL NO PODER EXPLICAR EL SIGNIFICADO de cada el significado de cada
símbolo del Apocalipsis, es inútil
seguir escudriñando el libro en un esfuerzo de conocer el significado de la
verdad que contiene. El que reveló esos misterios a Juan dará al Investigador
diligente de la verdad un goce anticipado de las cosas celestiales.
LOS
QUE TENGAN SUS CORAZONES ABIERTOS para la
recepción de la verdad, serán capacitados para entender sus enseñanzas, y se
les otorgará la bendición prometida a los que "oyen las palabras de esta
profecía, y guardan las cosas en ella escritas."
EN
EL APOCALIPSIS todos los libros de la Biblia se encuentran y terminan. En él
está el complemento del libro de Daniel. Uno es una profecía, el otro una
revelación.
EL
LIBRO QUE FUE SELLADO NO FUE EL APOCALIPSIS, sino
aquella porción de la profecía de Daniel que se refiere a los últimos días. El
ángel ordenó: "Tú empero Daniel, cierra las palabras y sella el libro
hasta el tiempo del fin." (Dan. 12:4.)
FUE
CRISTO QUIEN ORDENÓ AL APÓSTOL QUE ESCRIBIERA LO QUE LE IBA A SER REVELADO. "Escribe
en un libro lo que ves -le mandó,- y envíalo a las siete iglesias que están en
Asia; a Éfeso, y a Esmirna, y a Pérgamo, y a Tiatira, y a Sardis, Y a
Filadelfia, y a Laodicea." "Yo soy . . . el que vivo, y he
sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos. . . Escribe las cosas que
has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas: el misterio de
las siete estrellas que has visto en mi diestra, y los siete candeleros de oro.
Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias; y los siete
candeleros que has visto, son las siete iglesias." (Apoc. 1:11, 17-20.)
LOS
NOMBRES de éstas son un símbolo de la iglesia en diferentes períodos de la era
cristiana.
EL
NÚMERO SIETE indica algo completo, y significa que los mensajes se extienden
hasta el fin del tiempo,
MIENTRAS
QUE LOS SÍMBOLOS USADOS revelan la condición de la iglesia en diferentes
períodos de la historia. 468
5-6. CS 468. LA OBRA MEDIADORA DE CRISTO en favor del hombre se presenta en esta hermosa profecía de Zacarías relativa a Aquel "cuyo nombre es El Vástago."
El profeta
dice: "Sí, edificará el Templo de Jehová, y llevará sobre sí la gloria; y
se sentará y reinará sobre su trono, siendo Sacerdote sobre su trono; y el
consejo de la paz estará entre los dos." (Zacarías 6:12,13, V.M.)
"Sí, edificará el Templo de
Jehová." Por su sacrificio y su mediación, Cristo es el fundamento y el
edificador de la iglesia de Dios. El apóstol Pablo le señala como "la
piedra principal del ángulo: en la cual todo el edificio, bien trabado consigo
mismo, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien -dice-
vosotros también sois edificados juntamente, para ser morada de Dios, en virtud
del Espíritu." (Efesios 2:20-22, V.M.)
"Y llevará sobre sí la
gloria." Es a Cristo a quien pertenece la gloria de la redención de la
raza caída. Por toda la eternidad, el canto de los redimidos será: "A
Aquel que nos ama, y nos ha lavado de nuestros pecados en su misma sangre, . .
. a él sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos." (Apocalipsis
1:5, 6, V.M.)
"Y se sentará y reinará
sobre su trono, siendo Sacerdote sobre su trono." No todavía "sobre
el trono de su gloria;" el reino de gloria no le ha sido dado aún. Solo
cuando su obra mediadora haya terminado, "le dará el Señor Dios el trono
de David su padre," un reino del que "no habrá fin." (S. Lucas
1: 32, 33.) Como sacerdote, Cristo está sentado ahora con el Padre en su trono.
(Apocalipsis 3: 21.) En el trono, en compañía 469 del Dios eterno que existe por sí mismo, está Aquel que
"ha llevado nuestros padecimientos, y con nuestros dolores . . . se
cargó," quien fue "tentado en todo punto, así como nosotros, mas sin
pecado," para que pudiese "también socorrer a los que son
tentados." "Si alguno pecare, abogado tenemos para con el Padre, a
saber, a Jesucristo el justo. "
(Isaías 53: 4; Hebreos 4:15; 2:18; 1Juan 2:1 V.M.) Su intercesión es la
de un cuerpo traspasado y quebrantado y de una vida inmaculada. Las manos
heridas, el costado abierto, los pies desgarrados, abogan en favor del hombre
caído, cuya redención fue comprada a tan infinito precio.
7. CS 346. *CUANDO EL SEÑOR ESTUVO A PUNTO DE SEPARARSE DE SUS DISCÍPULOS, los consoló
en su aflicción asegurándoles que volvería: "¡No se turbe vuestro corazón!
. . . En la casa de mi Padre muchas moradas hay; . . . voy a prepararos el
lugar. Y si yo fuere y os preparare el lugar, vendré otra vez, y os recibiré
conmigo." "Cuando el Hijo del hombre vendrá en su gloria, y todos los
ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria; y delante de
él serán juntadas todas las naciones." (Juan 14:1-3; Mateo 25:31, 32 V.M.)
Los ángeles que estuvieron en el
Monte de los Olivos después de la ascensión de Cristo, repitieron a los
discípulos la promesa de volver que él les hiciera: "Este mismo Jesús que
ha sido tomado de vosotros arriba al cielo, así vendrá del mismo modo que le habéis
visto ir al cielo." Y el apóstol Pablo, hablando por inspiración, asegura:
"El Señor mismo descenderá del cielo con mandato soberano, con la voz del
arcángel y con trompeta de Dios." El profeta de Patmos dice: "¡He
aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá!" (Hechos 1:11;
1Tesalonicenses 4:16; Apocalipsis 1:7, V.M.)
En torno de su venida se agrupan
las glorias de "la restauración de todas las cosas, de la cual habló Dios
por boca de sus santos profetas, que ha habido desde la antigüedad." Entonces
será quebrantado el poder del mal que tanto tiempo duró; "¡el reino del
mundo" vendrá "a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo; y él
reinará para siempre jamás!" "¡Será manifestada la gloria de Jehová,
y la verá toda carne juntamente!" "Jehová hará crecer justicia y
alabanza en presencia de todas las naciones." El "será corona de
gloria y diadema de hermosura para el resto de su pueblo." (Hechos 3:21;
Apocalipsis 11:15; Isaías 40:5; 61:11; 28:5, V.M.)
Entonces el reino de paz del
Mesías esperado por tan largo tiempo, será establecido por toda la tierra.
"Jehová ha consolado a Sión, ha consolado todas sus desolaciones; y ha
convertido su desierto en un Edén, y su soledad en jardín de Jehová."
"La gloria del Líbano le será dada, la hermosura del 347 Carmelo y de Sarón." "Ya no serás llamada Azuba
[Dejada], y tu tierra en adelante no será llamada Asolamiento; sino que serás
llamada Héfzi-ba [mi deleite en ella], y tu tierra, Beúla [Casada]."
"De la manera que el novio se regocija sobre la novia, así tu Dios se
regocijará sobre ti." (Isaías 51:3; 35:2; 62:4,5 V.M.)
La venida del Señor ha sido en
todo tiempo la esperanza de sus verdaderos discípulos. La promesa que hizo el
Salvador al despedirse en el Monte de los Olivos, de que volvería, iluminó el
porvenir para sus discípulos al llenar sus corazones de una alegría y una
esperanza que las penas no podían apagar ni las pruebas disminuir. Entre los
sufrimientos y las persecuciones, "el aparecimiento en gloria del gran
Dios y Salvador nuestro, Jesucristo" era la "esperanza
bienaventurada."
DTG 771. AL LLEGAR AL MONTE DE LAS OLIVAS, Jesús condujo
al grupo a través de la cumbre, hasta llegar cerca de Betania. Allí se detuvo y
los discípulos le rodearon. Rayos de luz parecían irradiar de su semblante
mientras los miraba con amor. No los reprendió por sus faltas y fracasos; las
últimas palabras que oyeron de los labios del Señor fueron palabras de la más
profunda ternura.
CON LAS MANOS
EXTENDIDAS PARA BENDECIRLOS, como si quisiera asegurarles su
cuidado protector, ascendió lentamente de entre ellos, atraído hacia el cielo
por un poder más fuerte que cualquier atracción terrenal. Y mientras él 771 subía, los discípulos, llenos de
reverente asombro y esforzando la vista, miraban para alcanzar la última
vislumbre de su Salvador que ascendía. Una nube de gloria le ocultó de su
vista; y llegaron hasta ellos las palabras: "He aquí, yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo," mientras la nube formada
por un carro de ángeles le recibía. Al mismo tiempo, flotaban hasta ellos los
más dulces y gozosos acordes del coro celestial.
MIENTRAS LOS
DISCÍPULOS ESTABAN TODAVÍA MIRANDO HACIA ARRIBA, se dirigieron a
ellos unas voces que parecían como la música más melodiosa. Se dieron vuelta, y
vieron a dos ángeles en forma de hombres que les hablaron diciendo:
"Varones Galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? este mismo Jesús que ha
sido tomado desde vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le habéis visto
ir al cielo."
ESTOS ÁNGELES pertenecían al grupo
que había estado esperando en una nube resplandeciente para escoltar a Jesús
hasta su hogar celestial. Eran los más exaltados de la hueste angélica, los dos
que habían ido a la tumba en ocasión de la resurrección de Cristo y habían
estado con él durante toda su vida en la tierra. Todo el cielo había esperado
con impaciencia el fin de la estada de Jesús en un mundo afligido por la
maldición del pecado. Ahora había llegado el momento en que el universo
celestial iba a recibir a su Rey. ¡Cuánto anhelarían los dos ángeles unirse a
la hueste que daba la bienvenida a Jesús! Pero por simpatía y amor hacia
aquellos a quienes había dejado atrás, se quedaron para consolarlos. "¿No
son todos ellos espíritus ministradores, enviados para hacer servicio a favor
de los que han de heredar la salvación?" (Hebreos 1:14, VM.).
Cristo Había
Ascendido Al Cielo En Forma Humana. Los Discípulos Habían Contemplado La Nube
Que Le Recibió.
EL MISMO JESÚS QUE
HABÍA ANDADO, hablado y orado con ellos; que había quebrado el pan con ellos;
que había estado con ellos en sus barcos sobre el lago; y que ese mismo día
había subido con ellos hasta la cumbre del monte de las Olivas, el mismo Jesús
había ido a participar del trono de su Padre. Y los ángeles les habían
asegurado que este mismo Jesús a quien habían visto subir al cielo, vendría
otra vez como había ascendido.
VENDRÁ "con las
nubes, y todo ojo le verá." "El mismo Señor con
aclamación, 772 con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del
cielo; y los muertos en Cristo resucitarán." "Cuando el Hijo del
hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se
sentará sobre el trono de su gloria."*(Apocalipsis 1:7; 1Tesalonicenses
4:16; Mateo 25:31).
ASÍ SE CUMPLIRÁ LA
PROMESA que el Señor hizo a sus discípulos: "Y si me fuere, y
os aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo: para que donde yo
estoy, vosotros también estéis.". (Juan 14:3).
9. HAp 456. NUEVAMENTE
la mano de la persecución cayó pesadamente 456 sobre
el apóstol. Por decreto del emperador, fue desterrado a
la isla de Patmos, condenado "por la palabra de Dios y el testimonio de
Jesucristo." (Apoc. 1:9.) Sus enemigos pensaron que allí no se haría
sentir más su influencia, y que finalmente moriría de penurias y angustia.
PATMOS, una
isla árida y rocosa del mar Egeo, había sido escogida por las autoridades
romanas para desterrar allí a los criminales; pero para el siervo de Dios esa
lóbrega residencia llegó a ser la puerta del cielo. Allí, alejado de las
bulliciosas actividades de la vida, y de sus intensas labores de años
anteriores, disfrutó de la compañía de Dios, de Cristo y de los ángeles del
cielo, y de ellos recibió instrucciones para guiar a la iglesia de todo tiempo
futuro. Le fueron bosquejados los acontecimientos que se verificarían en las
últimas escenas de la historia del mundo; y allí escribió las visiones que
recibió de Dios. Cuando su voz no pudiera testificar más de Aquel a quien amó y
sirvió, los mensajes que se le dieron en aquella costa estéril iban a alumbrar
como una lámpara encendida, anunciando el seguro propósito del Señor acerca de
cada nación de la tierra.
ENTRE
LOS RISCOS Y ROCAS DE PATMOS, JUAN mantuvo
comunión con su Hacedor. Repasó su vida pasada, y, al pensar en las bendiciones
que había recibido, la paz llenó su corazón. Había vivido la vida de un
cristiano, y podía decir con fe: "Nosotros sabemos que hemos pasado de
muerte a vida." (1 Juan 3: 14.) No así el emperador que le había
desterrado. Este podía mirar hacia atrás y ver únicamente campos de batalla y
matanza, hogares desolados, viudas y huérfanos llorando: el fruto de su
ambicioso deseo de preeminencia.
EN
SU AISLADO HOGAR, JUAN estaba en
condiciones, como nunca antes, de estudiar más de cerca las manifestaciones del
poder divino, conforme están registradas en el libro de la naturaleza y en las
páginas de la inspiración. Para él era motivo de regocijo meditar en la obra de
la creación y adorar al divino Arquitecto. En años anteriores sus ojos habían
observado 457 colinas cubiertas de bosques, verdes valles,
llanuras llenas de frutales; y en las hermosuras de la naturaleza siempre había
sido su alegría rastrear la sabiduría y la pericia del Creador. Ahora estaba
rodeado por escenas que a muchos les hubiesen parecido lóbregas y sin interés;
pero para Juan era distinto. Aunque sus alrededores parecían desolados y
áridos, el cielo azul que se extendía sobre él era tan brillante y hermoso como
el de su amada Jerusalén. En las desiertas y escarpadas rocas, en los misterios
de la profundidad, en las glorias del firmamento, leía importantes lecciones.
Todo daba testimonio del poder y la gloria de Dios.
EN
TODO su derredor el apóstol observaba vestigios del diluvio que
había inundado la tierra porque sus habitantes se habían aventurado a
transgredir la ley de Dios. Las rocas sacadas de las profundidades del mar y de
la tierra por la irrupción de las aguas, le recordaban vívidamente los terrores
de aquella terrible manifestación de la ira de Dios. En la voz de muchas aguas,
en que un abismo llamaba a otro, el profeta oía la voz de su Creador. El mar,
azotado por la furia de vientos despiadados, representaba para él la ira de un
Dios ofendido. Las poderosas olas, en su terrible conmoción, contenidas por
límites señalados por una mano invisible, le hablaban del control de un poder
infinito. Y en contraste se daba cuenta de la fragilidad e insensatez de los
mortales, los cuales, a pesar de ser gusanos del polvo, se glorían en su
supuesta sabiduría y fuerza, y ponen sus corazones contra el Rey del universo,
como si Dios fuera semejante a uno de ellos.
AL
MIRAR LAS ROCAS Recordaba A
Cristo: La Roca De Su Fortaleza, a cuyo abrigo podía refugiarse sin temor. Del
apóstol desterrado en la rocosa Patmos subían los más ardientes anhelos de su
alma por Dios, las más fervientes oraciones.
LA
HISTORIA DE JUAN nos proporciona una
notable ilustración de cómo Dios puede usar a los obreros de edad. Cuando Juan
fue desterrado a la isla de Patmos, muchos le consideraban incapaz de continuar
en el servicio, y como una caña vieja y 458 quebrada, propensa
a caer en cualquier momento. Pero el Señor juzgó conveniente usarle todavía.
Ministerio Hno. Pio
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