I. JESUCRISTO, EL FUNDADOR DE LA IGLESIA
La Iglesia Universal.- Jesucristo es
el fundador de la Iglesia universal. En primer lugar, lo es en el sentido de
que ella abarca toda la congregación o familia de Dios que se extiende desde
Adán hasta la segunda venida del Señor, y en segundo lugar, en el sentido
particular de que es el fundador de la iglesia a partir de su encarnación. Consideraremos
aquí a la iglesia universal en este segundo sentido.
Jesucristo no vino con la indescriptible gloria de la Deidad para fundar la
iglesia cristiana, sino que apareció con la semejanza de carne de pecado (Rom.
8:3), y por eso fue muy mal comprendido. Tampoco vino con la pompa de la
realeza humana, sino como un hombre sencillo y común, lo cual decepcionó a los
judíos, quienes esperaban que la venida del Mesías sería el acontecimiento más
esplendoroso de cuantos se hubieran visto alguna vez.
El Mesías.- Sin embargo,
Jesucristo era el Mesías. Los judíos no entendieron dos verdades gemelas: (1)
que el Mesías sería Dios mismo, y (2) que según el discurrir de los
acontecimientos habría dos venidas del Mesías. El primer advenimiento daría al Mesías
la oportunidad de condenar "al pecado en la carne" (Rom. 8:3) y de
gustar "la muerte por todos" (Heb. 2:9); y el segundo advenimiento
debería estar acompañado con el triunfo de la gloria del cielo, para cosechar
el fruto de las labores que la iglesia debería llevar a cabo bajo el poder del
Espíritu Santo, durante el lapso de siglos que separaría las dos grandes
apariciones del Señor. En su primera venida Cristo cumplió perfectamente las
profecías mesiánicas. El destacó este cumplimiento basándose en Isaías (cap.
61:1-2ª), cuando lo afirmó en la sinagoga de Nazaret en un sábado inolvidable
(Luc. 4:16-22). Al concluir la lectura en el lugar en que lo hizo, separó la
obra salvífica de su primera venida del "día de venganza del Dios
nuestro" (Isa. 61:2b), obra que sólo se consumará con su segundo
advenimiento (DTG 206-208).
El Maestro.- Jesús vino para
enseñar. En primer lugar, enseñaba con el ejemplo de una vida inmaculada. Mientras
vivía impecablemente, se desprendían de sus labios palabras de verdad pronunciadas
con sencillez, que penetraban en la mente de los más desvalidos y de los
pecadores más entenebrecidos. Hasta los poseídos del demonio escuchaban sus
palabras. También enseñaba por medio de
parábolas para los que quisieran ahondar y analizar, pero los dejaba expuestos
a la frustración si permitían que su pensamiento no fuera claro y
receptivo. "Te alabo, Padre, . . .
por 20 que escondiste estas cosas de
los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños" (Mat. 11:25).
La Revelación De Dios.- Los paganos
temían a sus dioses -aquellos en los cuales aún creían- y los aplacaban con
sacrificios y holocaustos sangrientos. Los judíos, conscientes de sus faltas,
habían llegado al punto de ver a Dios, no como el Padre Creador que es, sino
como una Deidad ofendida que buscaba la oportunidad de castigar a los
desobedientes. Pensaban que podían aplacarlo con fin estricto régimen de vida,
con un legalismo obligatorio y restrictivo, con una demostración pública de
religiosidad. Su conciencia los impulsaba a procurar congraciarse con Dios
mediante una rutina interminable de sacrificios requeridos por la ley; pero ese
intento se frustraba por la falta de espiritualidad en sus corazones. Se
esforzaban por ofrecer a Dios una justicia de hechura humana.
Jesús no vino a manifestar a Dios en lo que se refiere a su poder y su
gloria visible, sino a mostrar ante la gente aquellos atributos proclamados a
Moisés en el monte (Exo. 33:
De esa manera Jesús manifestó el amor bondadoso y las otras virtudes
apacibles del benigno carácter de un Padre tierno y misericordioso. Predicaba de gloria y de condenación, pero
destacaba el gozo en el Señor y la belleza de la santidad. Afirmó: "Yo soy
el camino, y la verdad, y la vida... El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre" (Juan 14:6,9). No la gloria visible -todavía no-, sino todo aquello
con lo que él pudiera manifestar a Dios mientras estuviera en carne humana, fue
vivido y enseñado por Jesús.
La Obra.- Jesús hacía
grandes milagros bajo el poder del Espíritu Santo mientras vivía con su divinidad
velada por la humanidad. Resucitaba a los muertos, sanaba a los enfermos,
aquietaba las agitaciones de la naturaleza, reprendía y expulsaba a los
demonios, los hacía salir de las vidas de las personas como una vez antes los
había expulsado del cielo. Alimentó los cuerpos hambrientos de la gente
mediante la multiplicación milagrosa de los panes y los peces, y también
alimentaba sus almas por medio de la multiplicación de las verdades
espirituales.
Cumplía su misión sin alardes, sin un exhibicionismo indebido. Constantemente
era mal comprendido, con frecuencia calumniado; demostraba prudencia; muchas
veces ordenaba a los sanados por sus curaciones que no revelaran quién los
había socorrido. Pero a pesar de todo
esto, sus obras eran hechas públicamente, y no podían menos que llamar la
atención.
El Evangelio Público.- Tenía que ser
así. La gente debía conocer la misión de Jesús y su mensaje. Debía ser atraída
hacia él. Y lo fue. No sólo doce sino setenta se pusieron directamente bajo su
liderazgo, y hubo veces cuando millares lo siguieron.
El testimonio terminó en Judea. Los samaritanos no quisieron oírlo porque
"su aspecto era como de ir a Jerusalén" (Luc. 9:53). Predicó en
Galilea y trabajó allí vez tras vez; pero en Nazaret misma y en otros lugares
la gente rechazó su ministerio.
Cuando se acercaba el fin de su obra en la tierra, permitió que la atención
pública se concentrara más y más en él. La colina del Calvario se vislumbraba
en el horizonte del tiempo, y la gente debía estar atenta cuando él subiera esa
colina para morir en la cruz. Alimentó a cinco mil -sin contar las mujeres ni
los niños- y después a cuatro mil; entre tanto sus discípulos esperaban que
pudiera ser hecho rey. Cuando resucitó a
Lázaro, toda la gente lo supo. Entró triunfalmente en Jerusalén mientras lo
aclamaba el pueblo, y una corona real de nuevo apareció en la 21 imaginación de
sus discípulos. Y cuando llegó el fin, también lo supieron todos los judíos.
La Iglesia.- Jesús, como
fundador de un movimiento, dijo sólo lo indispensable para que la posteridad
leyera en cuanto a su iglesia que él mismo fundó. El escritor evangélico hace
equivaler la palabra probablemente aramea que Jesús usó con la palabra griega
ekkl'sía, "iglesia", que viene de una raíz que significa "llamar
fuera".
"Ekkl'sía" se usaba para referirse a las asambleas de ciudadanos
en los gobiernos de las ciudades-estados de Grecia. En la LXX adquiere un
significado religioso como la "congregación" de Israel, y en el Nuevo
Testamento se aplica a la asamblea espiritual de los santos de Cristo. La
sólida e íntima comunión entre sus miembros que hizo de la iglesia una
organización, se puede ver cuando Cristo le encomendó un programa de servicio.
Cristo dijo que él edificaría su iglesia, y que su construcción sería levantada por medio de hombres de fe sincera en él como el Hijo de Dios, hombres que confesarían su nombre (Mat. 16:15-19). Esto implicaría necesariamente la misión de enseñar y la consiguiente recepción en la comunión de la iglesia de los que aceptaran la predicación de la Palabra. Cristo entretejió en sus enseñanzas generales los detalles del proceso de la formación de su iglesia. La iglesia debía poseer autoridad. El miembro de la asamblea de los santos que rechazara la oportunidad de ser reconciliado con sus hermanos, debía ser expulsado, y la excomunión contaría con la aprobación del cielo y concordaría con las decisiones del cielo (Mat. 18:15-18).
La Comisión Evangélica.- Antes de que
terminara su vida terrenal, Jesús confió a sus discípulos la tarea de una gran
comisión, cuyo cumplimiento los llevaría por todo el mundo. Los discípulos
debían enseñar el mensaje evangélico y bautizar a cada uno que entrara en la
iglesia. Por supuesto, el conocimiento
de la voluntad y de las palabras de Cristo debía acompañar al bautismo mediante
el cual la iglesia reconocía a sus nuevos miembros. Y para que los discípulos
tuvieran experiencia en esa obra y se familiarizaran con ella, Cristo envió
primero a doce, después a setenta, de dos en dos. Debían llevar un mínimo de
posesiones terrenales, pero muchísimo Poder espiritual.
El envío de esos hombres no podía hacerse al azar, pues Jesús respetaba el
orden. La mañana de la resurrección, antes de que Jesús se presentara ante su Padre,
se detuvo para poner en orden los lienzos y el sudario (Juan 20:5-7). Él envió
de los doce y de los setenta, y el mismo plan de la comisión evangélica, sólo
podrían haber proseguido con buen orden y con método. La iglesia estaba fundada
sobre una base de sistema y organización.
La Terminación Del Ministerio De
Jesús.- Finalmente los recelos que los dirigentes tenían de Cristo y la
incomprensión de la gente en cuanto a la condición y la obra del Mesías,
llegaron a su clímax.
Los judíos insistieron en que los romanos lo crucificaran, a lo cual
accedió un servil y oportunista procurador romano: Poncio Pilato. Este procuró
librarse de su responsabilidad en esta condena lavándose las manos; pero no
hubo agua que pudiera quitarle su culpa. Y los judíos tomaron sobre ellos la
responsabilidad con su horrible declaración: "Su sangre sea sobre
nosotros, y sobre nuestros hijos" (Mat. 27:25).
La Expiación Vicaria.- Es innecesaria
la especulación en cuanto a quiénes, si los judíos o los romanos, causaron la
muerte de Cristo, puesto que "él herido [o 'atormentado'] fue por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados" (Isa. 53:5); "llevó él mismo
nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (1 Ped. 2:24).
En la mente de Dios siempre estuvo presente el plan que había dispuesto
para hacer frente 22 al pecado: que su Hijo viviera
sin pecado en la tierra para demostrar así que su ley puede ser guardada; y
que, aunque inocente, muriera y condenara al "pecado en la carne"
(Rom. 8: 3), cumpliendo así el significado de los sacrificios del Antiguo
Testamento y demostrando que la muerte es el resultado de violar la ley de
Dios. Cristo siempre pensó en cumplir con esa determinación y, por lo tanto, se
encarnó, vivió intachablemente y dejó un ejemplo que todos podrían seguir con
el poder divino (1 Ped. 2:21-23). Gustó "la muerte por todos" (Heb.
2:9) tomando sobre sí, en expiación vicaria, los pecados de todos los que
aceptaran "una salvación tan grande" (Heb. 2:3). Murió, como si él
hubiera sido pecador, para impartir su justicia gratuitamente por los pecados
de los hombres -aceptados en forma voluntaria-, e intercambió su vida por la
muerte del pecador, sin pronunciar queja alguna (2 Cor. 5:21). "Pasa de mí esta copa -oró-; pero no se
haga mi voluntad, sino la tuya" (Luc. 22:42).
No es necesario distribuir la culpa entre Caifás, Herodes y Pilato. El
pecado, que dominaba a todos éstos, fue el que mató a Cristo, pues en las densas
tinieblas de la cruz experimentó la separación de su Padre (Mat. 27:46) y murió
con el corazón quebrantado (Juan 19:34-35). Murió por nosotros.
La Resurrección.- "La paga
del pecado es muerte" (Rom. 6:23). Pero la muerte no podía retener al
Señor en el sepulcro (Hech. 2: 24) porque él tenía vida divina en sí mismo
(Juan 5:26; 10:17-18; DTG 489), porque el Padre lo llamó (Mat. 28:2-4; DTG 726,
729) y porque como no había pecado (1 Ped. 2:22) la muerte no tenía ningún
derecho sobre él.
Cuando resucitó, después de haber gustado la muerte por todos los hombres y de vencer la tumba, dio vida a todo ser humano: "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados" (1 Cor. 15:22). Tan completa y eficiente fue la victoria de Cristo -Ser inmaculado- sobre la muerte, que su resurrección se convirtió en el tema de la iglesia apostólica; y Pablo, contemplando por anticipado el segundo advenimiento, exclamó: "¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?" (1 Cor. 15:55).
La vida, la dádiva que Cristo dio a Adán en la
creación, se convirtió otra vez en su dádiva particular, ofrecida gratuitamente
a cada hijo de Adán que, de otro modo condenado a muerte, podía ahora aceptar
la vida del Salvador resucitado (Rom. 5:10; 8:11).
Los Cuarenta Días.- Durante los
cuarenta días que transcurrieron inmediatamente después de la resurrección,
Cristo estuvo a disposición de los discípulos y se encontró con ellos varias
veces. María, que lo saludó temprano en el jardín en la mañana de la
resurrección, no recibió permiso para tocarlo sino hasta después de que hubiera
ascendido al Padre. Poco después Cristo,
habiendo ya ido al cielo y regresado, aceptó bondadosamente el reverente homenaje
de las mujeres (Juan 20:16-17; Mat. 28:9; DTG 732-735). También se encontró con
Pedro (1 Cor. 15:5).
Al atardecer de ese día caminó con dos discípulos, que no eran de los doce,
mientras regresaban a Emaús procedentes de Jerusalén. Escucharon profundamente
turbados mientras Jesús, cuya identidad mantenía encubierta, les mostraba por
las Escrituras que "era necesario que el Cristo padeciera estas
cosas" (Luc. 24:26). Consolados, y curiosos por saber la identidad de ese
aparente Extraño, lo invitaron a cenar con ellos. Mientras bendecía el pan,
permitió que se dieran cuenta, por las huellas de los clavos en sus manos,
quién era él (Luc. 24:31; DTG
El sol ya se había puesto y la luna aparecía. Los dos discípulos de Emaús
llegaron al aposento alto donde estaban reunidos los discípulos "por miedo
de los judíos" (Juan 20:19). Llamaron a la puerta, la cual les fue abierta
con precaución. Entraron y Jesús también
entró en forma invisible (DTG 743). Entonces se hizo visible y tranquilizó a
sus seguidores.
Cristo apareció otras veces. Una
semana más tarde se mostró de nuevo, y Tomás, que no había estado presente en
las apariciones previas, se convenció de que su Señor había resucitado (Juan
20:24-29).
Luego transcurrió el tiempo de espera de los discípulos. Regresaron a
Galilea, y Pedro, impulsado por un sentido práctico de la vida, dijo: "Voy
a pescar" (Juan 21:3). Seis de los discípulos se unieron a Pedro; pero
trabajaron toda la noche sin ningún resultado. Por la mañana, un Extraño que
estaba en la playa les ordenó que lanzaran la red al lado derecho de sus
barcas, y la pesca fue tan abundante que no podían sacar las redes. Juan
reconoció al Señor, y Pedro inmediatamente se metió en el agua hasta llegar a la
orilla para adorar a Jesús. Estos hombres pescarían más tarde inmensas cantidades
de personas con la red del Evangelio mediante el mismo poder divino que les
había proporcionado la gran pesca de peces.
Jesús se apareció de nuevo a los once en Galilea (Mat. 28:16-17). Estuvo
con un grupo de quinientos creyentes (1 Cor. 15:6); se presentó ante Jacobo
(vers. 7), y después volvió a Jerusalén y se encontró allí con los discípulos
(vers. 7).
Cristo Dio A Los
Once, En Jerusalén, La Comisión Evangélica:
1. Ir a todo el
mundo. El fracaso del pueblo hebreo, como pueblo escogido
para ser una nación de sacerdotes que llevara la verdad de Dios al mundo (Exo.
19:6; PP 385-390), sería reparado por la iglesia (1 Ped. 2:9).
2. Enseñar. La
obra de la iglesia habría de ser, básicamente, una misión de enseñanza. Debían enseñar lo que enseñó Jesús (Mat.
28:20), basándose -como se habían basado las enseñanzas de Jesús- en la
revelación de Dios en el Antiguo Testamento (Luc. 24:27,44). Suponer, como
algunos lo hacen, que Jesús durante esos cuarenta días dio a la iglesia un
conjunto de instrucciones que no están registradas en las Escrituras, que
autorizan cualquier práctica que pudiera aparecer en determinado sector de la
iglesia en años posteriores, es adoptar en su totalidad la teoría de la iglesia
"tradicional". Hacerlo significa remover los límites definidos que
deslindan el conjunto de las enseñanzas reveladas de Cristo, lo que daría
origen a una amplia zona abierta para colocar -bajo la supuesta protección de
las enseñanzas de Cristo- doctrinas y prácticas que sólo tienen autoridad
humana.
3. Bautizar a los
conversos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Aquí
surge de nuevo la iglesia tal como estaba en el pensamiento de Jesús. Debe
haber una iglesia que cumpla la comisión; una iglesia que reúna los resultados
del cumplimiento de esa comisión. El bautismo, rito inicial para los conversos,
debía ilustrar y llevar a la práctica los motivos que Jesús tuvo cuando él fue
bautizado, y debía ser por inmersión para expresar el significado de la muerte
a la vida antigua y la resurrección a la vida nueva.
Después, cuando Cristo estaba por dejar a los
discípulos, les prometió su compañerismo continuo. Siempre estaría con ellos
desde ese momento y hasta el fin de los siglos; este "fin" pronto lo
definirían los ángeles que aparecieron durante la ascensión como el momento del
regreso de Cristo.
La Promesa Del Espíritu Santo.- El Señor les
dijo: "He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero
quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder
desde lo alto" (Luc. 24:49). Tenían que esperar el don del poder divino. No
debían iniciar una tarea tan formidable como la evangelización 24 del mundo
confiando en su deplorable insuficiencia y debilidad. Cuando descendiera el
poder debían ponerse en marcha, pero no antes.
Los discípulos ya habían experimentado la presencia del Espíritu Santo y
algo de su poder. Así deben haber entendido algo del significado de la
instrucción de Cristo de que permanecieran en Jerusalén hasta que descendiera
abundantemente sobre ellos el poder del Espíritu.
Con la recepción del Espíritu vino una promesa de autoridad espiritual. A
media que la iglesia cumpliera en la tierra la obra de preparar a los hombres
para el cielo, el Espíritu de Dios cooperaría en la tierra con el cielo. La
aceptación o el rechazo de los candidatos para el cielo afectaría, cuando fuera
dirigida por el Espíritu omnipresente, tanto el registro terrenal como el
celestial (Juan 20:23). Reclamar el poder prometido del Espíritu sin una
evidencia de la presencia y del dominio del Espíritu, es presunción.
La Ascensión.- Cuando los
discípulos contemplaban su ascensión, su sentimiento de pesar por la separación
debe haber sido muy diferente del dolor y de la frustración que experimentaron
frente a la cruz. Ahora sabían, debido a la resurrección, que Jesús tenía el
poder de la vida. Ahora entendían por las instrucciones de Jesús, lo que había significado
su muerte (Luc. 24:25-27). Se les había prometido un poder que se manifestaría
mediante el Espíritu por el mismo Padre celestial.
La Promesa Del Segundo
Advenimiento.- Otra seguridad más les fue dada cuando Jesús
desapareció de su vista. "Este mismo Jesús -dijeron los ángeles que
estaban en el sitio desde donde Jesús había ascendido-, vendrá como le habéis
visto ir al cielo" (Hech. 1:11). Con esta triple promesa bien definida,
los discípulos podían abrigar una firme esperanza para el futuro: (1) Jesús
vendría otra vez; (2) el que vendría otra vez sería el mismísimo Jesús, Aquel a
quien habían conocido y amado en la tierra; (3) vendría como le habían visto
irse al cielo: en forma visible para todos, no en secreto o de tal forma que diera
lugar a la incertidumbre. Todo esto fue una renovación categórica y tranquilizadora
de lo que el mismo Jesús les había dicho pocos días antes de la crucifixión
(Mat. 24:27).
II. EL SURGIMIENTO DE LA IGLESIA
El Día De Pentecostés.- Todos los
acontecimientos que habían ocurrido hasta aquí se necesitaban para establecer la
iglesia en la tierra como un instrumento en manos de Dios. Lo único
indispensable -el poder- vino cuando terminó el período de espera de diez días
que Cristo había establecido, en el cual los discípulos tuvieron una íntima
comunión mutua y con su Señor por medio de la oración. En el día de
Pentecostés, cincuenta días después del día de la resurrección, cuando Cristo
-los primeros frutos- había sido ofrecido (Lev. 23:15-16), fue derramado el
Espíritu de Dios y la iglesia quedó inaugurada.
La venida del Espíritu produjo un fenómeno perceptible a los sentidos. Su
venida se sintió como el sonido de un fuerte viento. Los 120 discípulos, que estaban 25 reunidos en el
lugar, vieron descender sobre cada uno de ellos algo parecido al fuego. El
Espíritu llenó el edificio y a cada uno de los discípulos (Hech. 2:2-4).
La plenitud que produjo el Espíritu fue permanente e inmediatos los
efectos. Los discípulos se sintieron vinculados por un sentimiento de unidad
que no habían experimentado antes. Habían recibido como don, un valor
diametralmente opuesto al "miedo de los judíos" que los había
mantenido acobardados en el día de la resurrección (Juan 20:19), valor que los
capacitó para avanzar y enfrentar a los mismos judíos que habían crucificado a
su Señor y los habían impulsado a ocultarse. Era un poder que producía
resultados totalmente diferentes de los que hubieran sido posibles mediante
fuerzas inherentes en ellos.
El Don De Lenguas.- Los apóstoles
predicaban ayudados en forma sobrenatural por el don de lenguas. Más tarde
habrían de aprender más acerca de los dones del Espíritu (1Cor. 12:1-11; Rom.
12:6-8; Efe. 4:11-12). En el día de Pentecostés recibieron un don que
necesitaban muchísimo en ese día de fiesta y de testificación, pues en ese
momento se hablaban muchos dialectos en Jerusalén. Recibieron el don de
lenguas. El discurso de Pedro fue el más notable. Al terminar ese día se habían
bautizado tres mil fervientes buscadores de la salvación. Ver mapa p. 140.
La Iglesia Emergente.- Los
acontecimientos de ese día constituyeron una parte vital de la historia de la
iglesia. Se habían puesto los fundamentos. La iglesia que acababa de nacer,
estaba preparada espiritual y psicológicamente para su tarea. Lo que siguió de
inmediato fue la etapa de organización y la difusión de la obra a partir de un
noble y eficiente comienzo.
Cristo El Sumo Sacerdote.- Cristo, el
Autor de la salvación, había consumado su sacrificio y había conquistado una
victoria completa. Con su triunfo sobre el pecado y su victoria sobre la
muerte, había demostrado su aptitud para ser Sumo Sacerdote en el santuario
celestial. El Autor de nuestra salvación había sido perfeccionado "por
aflicciones" (Heb. 2:10). El que había sido la ofrenda por el pecado (Heb.
9:11-14) se ha convertido ahora en el ofrendante sacerdotal de su propia sangre
en favor del pecador (8:1-2; 9:23-28) a la diestra del Padre (Hech. 7:56;
Heb. 10:11-12). Ministra la gracia expiatoria a favor de los pecadores (Heb.
10:19-22). Ver Heb. 12:1-2; DTG 758.
Los sacerdotes de las religiones paganas nunca fueron intercesores válidos.
La suya era no sólo una usurpación sino también una falsificación de la gran
verdad de la intercesión entre Dios y el pecador. Cuando Cristo asumió el sumo
sacerdocio, de lo cual su iglesia fue testigo, se revelaron en toda su plenitud
la vanidad y la falsedad del antiguo sistema del sacerdocio pagano y sus
sacrificios.
Pero el sacerdocio del sistema hebreo también tenía que llegar a su fin. Había
servido para un propósito magnífico hasta que Cristo, el Sumo Sacerdote,
después de hacer su preparación en la tierra comenzó su obra sagrada en el
cielo. El sacerdocio típico de los hebreos y los sacrificios simbólicos que
ofrecía, ya no tenían razón de existir. La sombra tenía que ceder el paso a la
realidad.
Y más aún: ya no habría lugar para un sacerdocio terrenal entre los seres
humanos. Antes de la cruz, hombres dedicados y bien instruidos no habían
representado adecuadamente el sacerdocio de Cristo. Sería, pues, imposible e
innecesario que después de la cruz algún hombre ofreciera la intercesión que es
necesaria entre Dios y los hombres. Estando Cristo como sacerdote en el
santuario celestial, sería imposible que algún hombre fuera sacerdote en la
tierra, no importa cuán sincero fuera su propósito o cuán elevadas sus
pretensiones.
La Relación Con La Iglesia
Judía.- Los discípulos no se separaron de la comunidad judía, pues se consideraban
como un elemento reformador que daría nueva 26 forma y nueva
vida a ese antiguo cuerpo que estaba en decadencia. Los apóstoles pensaban que
los conversos concentrarían de un modo especial su lealtad en Jesús como Mesías
y Salvador, pero que se empeñarían con celo creciente en que el judaísmo se
superara.
Por esto, era normal que Pedro y Juan fueran al templo a la hora del
sacrificio y de la oración de la tarde, como siempre lo habían hecho cada vez que
habían estado en Jerusalén. Una de estas visitas, poco después de Pentecostés,
estuvo acompañada de una circunstancia muy peculiar. En la puerta del templo
que se llamaba "la Hermosa", Pedro y Juan sanaron a un cojo en el
nombre del Salvador crucificado y resucitado y por medio del poder del Espíritu
(Hech. 3:1-10). Pero este resultado adicional y maravilloso de Pentecostés fue
rechazado por los dirigentes de los judíos. La investigación hecha dio como
resultado que dichos dirigentes prohibieran terminantemente que desde ese
momento se hiciera cualquier obra en el nombre de Jesús; prohibición que, por
supuesto, los discípulos no obedecieron. Entonces comenzó la persecución. Este
nuevo rechazo del cristianismo de parte de los judíos produciría una separación
entre el judaísmo conservador y el cristianismo reformador.
La Bolsa Común.- Mientras
estuvieron en compañía de su Señor antes de la ascensión, los discípulos se
habían auxiliado de una bolsa común que dependía de las contribuciones (Luc. 8:2-3),
y a ésta se recurría para alimento y limosnas (Juan 4:8; 6:5-7). Judas era el
tesorero (cap. 13:29).
El mismo sistema económico se practicó en la naciente iglesia. Había una
tesorería común, a la que contribuían todos los que deseaban hacerlo y con la
cantidad que quisieran. La unidad de esos primeros cristianos era espiritual,
teológico, fraternal y económica; era efectiva en todas las relaciones mutuas
de los creyentes.
La capacidad de la iglesia, dirigida por Dios, de procurarse sus propios
medios para sostenerse, colocó a los seguidores de Cristo en la situación de no
depender más económicamente de los judíos. La iglesia se bastó a sí misma. Su
propósito supremo era testificar del Señor resucitado.Tenía poder, el don del
Espíritu Santo. Rápidamente se desarrolló, convirtiéndose en una organización
cuyos principios habían sido establecidos por el mismo Jesús cuando estuvo en
la tierra.
III. LA
PRIMERA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA
El Apostolado.- Para la
supervisión de la buena marcha de la iglesia y para la organización que esto
requería, así como para todos los otros asuntos pertinentes a la iglesia y al
bienestar de sus miembros, éstos recurrían, naturalmente, a los apóstoles en
busca de dirección. Estos eran los hombres que Jesús había escogido de entre
los centenares que de tiempo en tiempo lo habían seguido, para que fueran sus
discípulos. Eran sus "apóstoles" (del Gr. apostJllÇ,
"envío" y apóstolos, "enviado"); o "misioneros"
(del latín mitto, "envío" y missus, "enviado"). Judas
Iscariote se había suicidado después de traicionar a Jesús, por lo tanto
quedaban once: Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, pescadores de oficio;
Jacobo (o Santiago) y su hermano menor, Juan, hijos de Zebedeo, llamados
Boanerges, hijos del trueno, también pescadores; pero Juan era conocido en la
casa del sumo sacerdote (Juan 18:15) y, de acuerdo con una tradición consignada
cien años después, tenía derecho a una categoría sacerdotal (Eusebio, Historia
eclesiástica, v. 24. 3); Felipe de Betsaida; su amigo Natanael, conocido
también como Bartolomé; Leví Mateo, el publicano; Tomás, conocido como el
incrédulo y también como Dídimo: "gemelo"; Jacobo "el
menor", de la familia de Alfeo; Judas, conocido también como Lebeo,
"por sobrenombre Tadeo", de la familia de uno llamado Jacobo; y Simón
el Zelote (Mat. 10:24; Mar. 3:14-19; Luc. 6:13-16; Hech. 1:13). Judas Iscariote
era quizá el discípulo 27 más inteligente, el mejor
preparado para triunfar en la vida; pero fracasó en máximo grado. Los otros fueron grandes sólo debido a la
grandeza de su Señor; sabios sólo en la sabiduría de su Señor; tuvieron éxito
sólo en el éxito de su Señor, quien había prometido actuar en ellos y mediante
ellos.
Estos hombres, con Matías, que reemplazó a Judas Iscariote, fueron los
instrumentos del Espíritu Santo en la administración de la iglesia. Conducían a
los nuevos conversos a una vida espiritual más elevada y dirigían la
distribución de los recursos del fondo común. Esta administración no fue una
tarea fácil. Implicaba serias responsabilidades. Significaba atender las
necesidades de personas que habían sido desplazadas de su ambiente habitual
debido a sus nuevas convicciones religiosas. También implicaba tentaciones. Ananías y Safira habían prometido cierta
suma de dinero para el fondo común, y vendieron una propiedad para cumplir con
su promesa. Cuando Ananías se encontró con Pedro para darle el dinero, fingió
que le estaba entregando la cantidad total de la venta. Pero mintió al Espíritu
Santo, y murió cuando Pedro se lo hizo notar. Un poco más tarde, ese mismo día,
su esposa Safira trató de engañar de la misma manera, y también murió. Entonces
"vino gran temor sobre toda la iglesia" (Hech. 5:11).
Este caso y los milagros que siguieron (Hech. 5:12-16) dieron a Pedro y a
los otros apóstoles la oportunidad de predicar a Jesús. La inquebrantable persistencia de éstos en
testificar de Cristo desafiando las órdenes de los dirigentes judíos, dio como
resultado su arresto y encarcelamiento. Cuando el ángel del Señor los liberó,
volvieron a su predicación, y de nuevo fueron arrestados. En ese momento Pedro
estableció un principio permanente para regular las relaciones públicas de la
iglesia en tiempos de dificultades: "Obedecer a Dios antes que a los
hombres" (Hech. 5:29). Los apóstoles podrían haber sido muertos si Dios no
hubiera usado a Gamaliel para que interviniera en su favor. Ese gran maestro de los judíos instó a éstos
para que fueran tolerantes. Entonces los apóstoles fueron azotados, se les
ordenó que no siguieran predicando y se los dejó libres. En un lapso de sólo
pocos meses habían experimentado la segunda persecución grave.
El Diaconado.- Se presentaron
varias dificultades debido a la distribución de los bienes. El relato acerca
del día de Pentecostés dice que muchos judíos que no eran de Palestina,
llamados helenistas, o "griegos", se unieron a la iglesia. Entre éstos había viudas que pronto se
quejaron de que no recibían la ayuda suficiente del fondo común.
Las quejas fueron insistentes, lo cual preocupó a los apóstoles en cuanto a
su obra para el bien espiritual y el progreso de la iglesia. Entonces se
propuso y se decidió que se eligieran siete hombres de buena reputación para
que administraran los asuntos materiales de la iglesia. En esos primeros
tiempos no había edificios de iglesia, ni los hubo sino hasta dos siglos
después, y como aún no se necesitaba dinero para pagar sueldos a los ministros
o para enviar misioneros, se usaban los fondos donados para el sostén de los
pobres y necesitados. En una congregación compuesta de cinco a diez mil
miembros, era natural que hubiera una gran cantidad de necesitados. Pero, para
muchos, el hecho de unirse a la comunidad cristiana, en una ciudad tan llena de
prejuicios contra el Nazareno como era la Jerusalén de entonces, tuvo que
significar la pérdida de su empleo, y serios problemas sociales y económicos. Sin
duda los siete primeros diáconos tuvieron mucho trabajo al ocuparse de las
necesidades de los pobres y desvalidos de las congregaciones.
Los nombres de los siete fueron: Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón,
Parmenas y Nicolás (Hech. 6: 5). Juzgando por los nombres, que son
helenísticos, no eran judíos de Palestina.
Por lo menos uno -Nicolás- evidentemente era gentil, 28 pues es
llamado "prosélito". Este grupo fue el prototipo de la orden
posterior de los diáconos. Sin embargo, debe advertirse que los ancianos
(llamados "presidentes") aparecen en el siglo II manejando los fondos
de la iglesia (Justino Mártir, Primera apología 67); y es posible que los siete
administradores elegidos constituyeran una base para la organización de los
diáconos y de los ancianos (o presbíteros), cargos que Pablo reconocía (Hech.
14:23; 1 Tim. 3:8-13).
Los Hombres Con Dones.- La elección de
los siete administradores fue una característica notable del desarrollo de la
organización de la iglesia. Hasta ese momento había funcionado bajo la
dirección de hombres que se distinguían por tener dones del Espíritu,
claramente definidos como "apóstoles", "profetas",
"evangelistas", "pastores" y "maestros" (Efe. 4:11). Estos conductores de la iglesia, que actuaban
para la edificación espiritual de ella (vers. 12-15), no eran nombrados por la
feligresía sino por el Espíritu Santo a medida que impartía los dones.
Por supuesto, los apóstoles estaban a la cabeza de esos hombres llamados pneumatikói,
o "espirituales". La aplicación de este término a esos hombres con
dones especiales, generalmente los destacaba como a personas con una naturaleza
transformada, en contraste con la naturaleza común de la humanidad. Sin
embargo, literalmente se refiere a hombres poseídos por el Espíritu Santo y en
los que se manifestaban los dones especiales de Dios (1Cor. 2:15; 14:37; Gál. 6:1).
Ejemplos del ejercicio de su autoridad se ven en el reproche de Ananías y
Safira (Hech. 5:1-10), la elección de los siete (cap. 6:1-6), el envío de
Felipe, Pedro y Juan y la forma en que fueron supervisados (cap. 8:5,14). Esta
era la obra administrativa y, de acuerdo con la práctica tanto de judíos como
de griegos, correspondía muy bien llamar "ancianos" a los apóstoles
que se desempeñaban de esa manera (cap. 11:29-30; 15:2). También parece que los
profetas se ocupaban algunas veces de la administración, como en el caso cuando
fueron enviados Pablo y Bernabé (cap. 13:1-3).
Los Ancianos.- Es evidente que
en cada congregación había varios ancianos.
El ejemplo del nombramiento de "los siete varones" en
Jerusalén (Hech. 6) lo demuestra, y también el hecho de que Pablo no mencione
un anciano sino "ancianos" en cada congregación (Hech. 14:23; Tito 1:5).
En el Nuevo Testamento hay dos palabras que describen el cargo de anciano. Una
es presbúteros, "anciano", lo que indica una categoría de dignidad y
respeto, y que corresponde con nuestra palabra "presbíteros. Entonces,
como ahora en la iglesia Adventista, los
ancianos eran elegidos de entre los laicos. El otro título es epískopos, que
significa "que mira desde arriba", "superintendente", y que
se ha traducido "obispo". Comparando Hech. 20:17 con el vers. 28, y
también por la forma en que se emplea la palabra en Tito 1:5-9, se ve que ambos
vocablos "anciano" (presbúteros) y "obispo" (epískopos) se
aplican indistintamente al cargo de anciano.
El Episcopado.- Con el correr
del tiempo, en la iglesia estas dos palabras griegas adquirieron distintos
significados al aplicarse a cargos diferentes. Al principio el
"obispo" servía más o menos como presidente o primero entre sus
iguales (hoy diríamos "primer anciano"), pero poco a poco asumió más
y más autoridad sobre los que estaban junto con él en la administración de los
asuntos de la iglesia local. El término
epískopos sirvió, pues, para designar a un "obispo" como el anciano
presidente y finalmente, en los siglos II y III, como autoridad máxima en la
iglesia. Hoy se usa el título de "obispo monárquico" para referirse a
ese tipo de autoridad eclesiástica. Ver p. 40.
IV. LA SEPARACIÓN DEL CRISTIANISMO Y EL JUDAÍSMO
El Apedreamiento De Esteban.- Los siete
varones nombrados para que cuidaran 29 de "las mesas", como se
registra en Hech. 6, no se limitaron a una obra material. Eran decididos
evangelistas. Felipe, guiado por el Espíritu a Samaria, fue tan bendecido en
sus labores, que los apóstoles de Jerusalén enviaron a Pedro y a Juan para que
le ayudaran. Después el Espíritu condujo a Felipe al desierto, hacia el sur,
donde encontró y bautizó al eunuco, quizá el primer cristiano de Etiopía (hoy
Sudán).
Esteban estuvo activo evangelizando en las sinagogas de los Judíos helenistas
de Jerusalén (Hech. 6:8-10). Argumentaba con eficacia y con persuasión, y hubo
muchos conversos. Pero se despertó una intensa oposición, y los judíos se
airaron de tal manera contra Esteban, que fue sentenciado a muerte por el
sanedrín. Esteban fue apedreado mientras Saulo de Tarso guardaba las vestiduras
de los que lanzaban las piedras de la ejecución. Los romanos fueron sobornados
y no investigaron el asunto (HAp. 83).
La Terminación De Una Era.- Este
acontecimiento, que sacudió tanto a la iglesia, consolidó la oposición de los
judíos contra los cristianos. Los judíos
habían dado muerte a Jesús. Ahora era
evidente que no habían cambiado de actitud hacia las verdades reveladas por el
ministerio de Jesús, pues rechazaron la nueva oportunidad que les brindaron los
apóstoles. El apedreamiento de Esteban señala su rechazo final, como nación,
del verdadero Mesías y de su mensaje de salvación. En cuanto a la relación de
esto con la profecía de las 70 semanas, ver com. Dan. 9:27.
La Persecución.- El apedreamiento de Esteban desató una ola de persecuciones instigadas por los dirigentes judíos de Jerusalén contra la "secta" cristiana. Aunque resulte extraño, los apóstoles que permanecieron en Jerusalén al parecer no sufrieron personalmente; pero hubo un gran esparcimiento de cristianos por Judea Y Samaria. Antes había habido persecución, como la que causó la conmoción ocasionada por la curación del cojo, sanado por Pedro y Juan; pero esta vez la persecución fue general y grave. La violencia con que se produjo dio a la iglesia una gran oportunidad de manifestar en un territorio más amplio el poder recibido en Pentecostés, y de llevar a la práctica más plenamente la comisión que le había dado su Señor. Un caudillo de la persecución fue Saulo de Tarso, joven fariseo que había estudiado bajo la dirección del gran teólogo judío Gamaliel I. Los dirigentes judíos esperaban mucho de Saulo, pues demostraba que era un acerbo perseguidor de los cristianos (Hech. 22:4-5; 26:9-12).
Mientras los cristianos iban
"por todas partes anunciando el evangelio" (Hech. 8:4), Saulo
consiguió una carta del sanedrín para los dirigentes judíos de la ciudad de
Damasco carta que lo autorizaba para dirigir a los judíos en un decisivo ataque
contra los cristianos de esa importante ciudad. Cuando ya estaba cerca de
Damasco para cumplir con esa misión, la voz del Señor le habló desde el cielo y
le aconsejó que cambiara el rumbo de su vida. Saulo (que en hebreo significa "el pedido"), o Pablo (en latín
"pequeño"), como se lo conoce mejor ahora, se convirtió al Señor
Jesucristo y llegó a ser un incansable misionero evangelista.
V. LA
EXPANSIÓN DE LA IGLESIA.
Primera Obra Evangelística De
Pablo.- Pablo predicó durante "muchos días" en Damasco, y después pasó
tres años de estudio y meditación en el desierto de Arabia (Gál. 1:17). Finalmente
volvió a Damasco, pero con dificultad pudo escapar con vida; una noche fue
bajado por el muro de la ciudad en una canasta. Regresó a Jerusalén donde
Bernabé, judío converso de Chipre, persuadió a los apóstoles a que lo
recibieran. Pablo trabajó allí entre los judíos en el nombre de Cristo con
valor y vigor incansables, pero cuando se supo que los judíos helenistas habían
decidido matarlo, los discípulos lo enviaron a Cesarea. Desde allí prosiguió
viaje a su ciudad 30 natal de Tarso, en Cilicia. (Ver
una cronología aproximada de la vida de Pablo en las pp. 104-105.)
Primera Obra Evangelística De
Pedro.- Después siguió un período de paz transitoria para la iglesia, y los
apóstoles de Jerusalén aprovecharon bien esa oportunidad. Pedro, que había
estado ayudando a Felipe en Samaria, llegó a Jope durante su obra itinerante. La
comunidad cristiana estaba allí lamentando la muerte de Dorcas, una de las
mujeres que servían en la iglesia. Pedro entonces demostró que aún poseía el
poder que lo había acompañado el día de Pentecostés y cuando había curado al
cojo ante la puerta "la Hermosa" del templo de Jerusalén. A la orden,
de Pedro, Dorcas resucitó, y muchos aceptaron el Evangelio (Hech. 9:42).
Después se le ordenó a Pedro, mediante la intervención milagrosa de un
ángel, que visitara a Cornelio, centurión de la compañía llamada
"Italiana". Cornelio simpatizaba con los judíos, creía en el
verdadero Dios de los hebreos y era generoso en sus ofrendas para la causa
religiosa. Pedro se reunió con Cornelio, su familia y sus amigos, y el
resultado fue que Cornelio aceptó el Evangelio. Pero cuando pidió el bautismo,
Pedro vaciló porque Cornelio era gentil; no obstante, el Espíritu Santo
descendió sobre todos los que estaban en la casa, y entonces Pedro los bautizó
(Hech. 10:48).
Cornelio aún no era totalmente un prosélito, pues no había sido admitido
todavía en la comunión judía. Por eso llegó el informe a Jerusalén de que Pedro
había dejado entrar en la iglesia cristiana a un gentil mediante el bautismo. Esto
produjo muchísimas críticas, y Pedro tuvo que responder ante los apóstoles en
Jerusalén por lo que había hecho. Cuando explicó que el Espíritu Santo había
descendido sobre los nuevos conversos, los apóstoles no tuvieron nada que
criticar sino que justificaron lo que Pedro había hecho.
La Muerte De Jacobo.- No mucho
después de esto, los apóstoles Pedro y Jacobo (o Santiago) fueron encarcelados
por el rey Herodes Agripa I. Pedro fue liberado por la intervención de un
ángel, pero Jacobo fue ejecutado.
El Evangelio A Los Gentiles.- Por este tiempo
el Espíritu Santo estaba haciendo que sucediera algo más en Antioquía de Siria.
Durante la persecución que se desató cuando Esteban fue martirizado, algunos de
los creyentes llegaron a Fenicia y Antioquía de Siria, y aun hasta la isla de
Chipre; pero habían proclamado el Evangelio sólo a los judíos. Sin embargo,
cuando algunos de los conversos de Chipre y Cirene llegaron a Antioquía, no
restringieron su predicación a los judíos sino que anunciaron también el
Evangelio a los griegos. Esa misión fue muy bendecida, y muchos creyeron (Hech.
11:19-21).
Esto es digno de destacarse. Por primera vez, gentiles que no habían sido alcanzados de alguna manera por la religión de los judíos, aceptaron el mensaje de Cristo el Señor.
El etíope con quien se encontró Felipe, había estado en
Jerusalén rindiendo culto con los judíos, y Cornelio ya era "temeroso de
Dios"; pero ahora entraron en la iglesia cristiana griegos de Antioquía,
sin ninguna relación previa con la religión de las Escrituras. Y los que creían en Cristo fueron llamados
"cristianos por primera vez en Antioquía" (Hech. 11:26).
Cuando los hermanos de Jerusalén supieron de este notable progreso,
enviaron a Bernabé, natural de Chipre, para que viera lo que estaba sucediendo.
Bernabé se gozó con lo que encontró en Antioquía, y después de un tiempo se fue
a Tarso en busca de Pablo. Lo llevó a Antioquía, y ambos estuvieron allí
durante un año, enseñando a los conversos y procurando ganar a otros. Fueron excelentes los resultados de esta
campaña de evangelización.
Viajes Misioneros De Pablo.- En el libro de
los Hechos no se mencionan ancianos 31 o diáconos de la iglesia de
Antioquía, pero se da una lista de nombres de varones que tenían los dones del
Espíritu, especialmente los de profecía y de enseñanza. En esa lista están
Bernabé y Saulo, junto con Simón, llamado Niger, Lucio de Cirene y Manaén, a
quien se menciona como hermano de crianza de Herodes el tetrarca, que había
hecho matar a Juan. Esos hombres fueron movidos por el Espíritu Santo clara
planificar un programa misionero mucho más abarcante que el que hasta entonces
había intentado la iglesia. Bernabé y Pablo fueron invitados, y decidieron
participar en ese programa. Los profetas y maestros de Antioquía, bajo la
dirección del Espíritu Santo ordenaron a Pablo y a Bernabé, y los enviaron a lo
que ha llegado a conocerse como el primer viaje misionero de Pablo. Ver mapa p.
280.
El Primer Viaje.- En el primero
de los tres viajes misioneros en que se destaca Pablo, tuvo por compañeros a
Bernabé, natural de Chipre, y a un sobrino de éste, Juan Marcos. Cuando Pablo
fue por primera vez a Jerusalén para encontrarse con la iglesia, Bernabé hizo
amistad con él, y de éste dependió que se llamara a Pablo de Cilicia para venir
a Antioquía. Este grupo misionero viajó por mar de Antioquía de Siria a Chipre,
donde testificó mediante curaciones y por la predicación, y luego continuó
visitando ciertas ciudades del centro sur del Asia Menor, ahora Turquía. Pero
antes de que viajaran por el sur del Asia Menor, Marcos se retiró. Los
esfuerzos de Pablo y Bernabé alcanzaron un notable éxito. Sus dones
espirituales se manifestaron mediante curaciones y una exitosa predicación. Siempre
iban primero a los judíos y después a los gentiles, y en ambos grupos su obra
dio buenos resultados. Se organizaron iglesias en las ciudades visitadas, y se
nombraron ancianos para que las presidieron (Hech. 14:23). A pesar de la gran
oposición de los judíos en todas partes, Pablo y Bernabé regresaron por la
misma ruta que habían seguido antes, reconfortando a las iglesias; después
viajaron por mar hacia Antioquía de Siria, partiendo de Atalia, el puerto
marítimo de Panfilia. Ver mapa p. 280.
El Segundo Viaje.- Cuando
volvieron se reunió el concilio de Jerusalén, cuyo registro se halla en Hech.
15. Después de esto Pablo y Bernabé hicieron planes para realizar otro viaje. Bernabé
deseaba llevar otra vez a Juan Marcos, pero como éste los había dejado en el
viaje anterior, mientras Pablo se oponía a que fuera con ellos la segunda vez. El
desacuerdo en este asunto entre los dos evangelistas fue tan grande, que Pablo
y Bernabé tomaron caminos diferentes. Bernabé fue a Chipre en compañía de Juan
Marcos; y Pablo, con Silas, por tierra viajó hacia el norte pasando por Siria y
Cilicia, su provincia natal. Ver mapa p. 314.
Luego continuaron visitando algunas de las iglesias del interior, que Pablo
había organizado en su primer viaje. Después viajaron hacía el oeste con el
plan de entrar en la provincia de Asia, limítrofe con el mar Egeo, pero el
Espíritu Santo les prohibió hacerlo; y cuando intentaron entrar en Bitinia, el
Espíritu otra vez se los prohibió. Estas dos provincias parece que fueron
evangelizadas por el apóstol Pedro (1 Ped 1:1).
Cuando se dirigieron a Troas, en una visión se instruyó a Pablo y a Silas
que continuaran hasta Macedonia, desde donde pasaron a Grecia predicando el
Evangelio, y llegaron al sur, hasta Corinto. Desde aquí Pablo viajó en barco a
Éfeso, luego siguió a Cesarea, en Palestina y finalmente a Antioquía de Siria.
El Tercer Viaje.- Después de
permanecer algún tiempo en Antioquía, Pablo otra vez partió dando comienzo a lo
que se conoce como su tercer viaje misionero. Pasó por Galacia y Frigia, y
permaneció tres años en Efeso. Cuando lo obligó finalmente la oposición a salir
de la ciudad, fue a Macedonia y después entró en Grecia. Había pensado viajar
por mar desde allí a Siria, pero en vez de hacerlo, con un buen grupo de
discípulos regresó por Macedonia, se dirigió a Troas, y después viajó por mar a
lo 32 largo de la costa de Asia Menor
hacia Jerusalén. En Mileto se encontró con los ancianos de la iglesia de Efeso,
después continuó hacia Tiro, y viajando en barco llegó a Cesarea desde donde
prosiguió a Jerusalén. Pablo recibió la bienvenida de los hermanos quienes le
brindaron una recepción muy diferente a la de veinte años antes, después de su
conversión en Damasco. Sin embargo, los
hermanos creían que Pablo debía demostrar su lealtad al judaísmo, y le
sugirieron que entrara en el templo con cuatro hombres y que cumpliera con un
ritual de acuerdo con la costumbre judía.
Primer Encarcelamiento De Pablo.-
Pablo cumplió con el pedido, pero cuando los judíos lo vieron en el templo
causaron un alboroto tan grande que fue necesaria la intervención de soldados
romanos para protegerlo en ese momento y también posteriormente. Durante los
dos años siguientes Pablo estuvo en Jerusalén y en Cesarea. Compareció ante
Félix y ante Festo, que eran procuradores romanos, y ante Herodes Agripa II y
Berenice. Pablo perdió finalmente la esperanza de que el gobernador le hiciera
justicia, y como no deseaba ser juzgado por el sanedrín, apeló a César y fue
llevado a Roma. Allí no se presentaron acusaciones contra Pablo, y por lo
tanto, fue absuelto y dejado en libertad después de haber estado preso dos
años.
El Lapso Intermedio.- Pablo reanudó
inmediatamente su trabajo misionero. Según Clemente de Roma -quizá el amigo a
quien se refiere en Fil. 4:3-, el apóstol predicó en el Oriente y en el
Occidente (Primera epístola de Clemente a los corintios 5). Pablo había
expresado su intención de visitar una vez más a los cristianos de Filipos (Fil.
2:24) y de Colosas (File. 22; cf. Col. 4:9; File. 10). Después de salir de
Macedonia pudo haber visitado Efeso, y quizá también Colosas y Laodicea. Clemente
afirma que Pablo fue hasta los "límites" del Occidente, lo que quizá
signifique España. Esa visita, si la hizo, coincide con la intención que expresó
antes a los romanos (Rom. 15:28). En el Fragmento Muratoriano (170 d. C.), se
dice claramente que Pablo fue a España. Las epístolas pastorales sugieren que
también fue a Creta y a Efeso, como asimismo a Nicópolis y Troas en Macedonia.
Segundo Encarcelamiento Y Muerte
De Pablo.- Pablo quizá fue detenido nuevamente en Troas, llevado a Roma y, de acuerdo
con la leyenda, encarcelado en la mazmorra Mamertina, cerca del Foro Romano. En
algún momento entre los años 66-68 d.C. fue martirizado. Lucas, y tal vez
Timoteo y Marcos, parecen haber sido sus únicos compañeros de trabajo en esas
últimas lóbregas horas (2 Tim. 4:11).
VI. JUDAÍSMO
EN LA IGLESIA CRISTIANA
El Problema.- Fue inevitable
que, tan pronto como la iglesia emprendió una obra misionera de alcance
mundial, surgiera entre sus miembros un serio problema. Los primeros cristianos
eran judíos. Conocían la fe judía como la única fe verdadera, y al Dios que en
ella se adoraba como al único Dios verdadero. Estaban plenamente convencidas de
la inspiración y autoridad espiritual de las Escrituras que habían recibido de
sus padres. Sabían lo que era hacer proselitismo, pero esto significaba
incorporar a los gentiles a la comunidad judía, con el entendimiento de que
tales conversos tenían que cumplir todas las exigencias judías.
Jesús había basado su obra y sus enseñanzas en las Escrituras. Había
criticado las añadiduras de la tradición, los formalismos, las apariencias e
hipocresías de los dirigentes religiosos con que se encontraba, pero insistía
en que no había venido a cambiar ni la ley ni los profetas, sino a hacer que
sus enseñanzas fueran una realidad espiritual efectiva en la vida de la gente.
Los judíos que seguían a Cristo concluyeron equivocadamente que quienes creían
en las enseñanzas de Jesús debían seguir las prácticas de los judíos. Si se
convertían en miembros de la secta cristiana, también debían hacerse miembros
del gran conjunto del judaísmo. 33
Por eso los dirigentes del grupo cristiano observaban muy cuidadosamente lo
que hacían sus colegas respecto a los gentiles. Felipe bautizó al etíope, pero
éste ya conocía el culto judío pues había ido a Jerusalén a adorar al Dios
verdadero en su santo templo. Cuando Pedro bautizó a Cornelio y a su familia,
tuvo que informar a los hermanos de Jerusalén de lo que había hecho. Aunque Cornelio ya era un creyente reconocido
del Dios verdadero, la única forma en que Pedro pudo justificarse ante los
hermanos fue con el argumento de que Espíritu Santo ya había aceptado a
Cornelio antes de que él lo bautizara.
Requisitos Para Los Gentiles
Conversos.- Hasta que se menciona una "contienda" en Hech. 15:1-2, no tenemos
información de que hubiera surgido problemas en Antioquía cuando algunos
griegos paganos fueron llevados a la iglesia por los misioneros procedentes de
Chipre y Cirene. Pero cuando Pablo y Bernabé emprendieron sus extensos viajes
misioneros, adquirió mucha importancia la cuestión del trato de los gentiles
que se hicieran cristianos. Bernabé y Pablo bautizaron paganos, convirtiéndolos
así en miembros de la iglesia cristiana. ¿Debían someterse esos paganos a la
antigua señal de la circuncisión, señal de lealtad al pacto de los hebreos con
Dios, que venía desde Abrahán "el padre de los fieles"? ¿Debían
acudir a Jerusalén para observar las tres principales fiestas, a las que se
exigía que todos los judíos varones asistieran? (Exo. 23:14-17.) ¿Debían
ofrecer los sacrificios para expresar su fe en la salvación?
Pablo y Bernabé creían que la respuesta a estas preguntas eran un no
definitivo y enfático; pero algunos cristianos palestinos de origen judío
creían con la misma certidumbre que la respuesta debía ser sí. Este fue el
antecedente y la ocasión para el concilio de Jerusalén registrado en Hech. 15.
El Concilio De Jerusalén.- No se sabe con claridad cuan amplia fue la representación de las diversas iglesias reunidas en Jerusalén para este concilio. Pablo y Bernabé fueron delegados de Antioquía, y también representaban los intereses de las iglesias que acababan de surgir en las provincias distantes que habían visitado.
Los ancianos mencionados (Hech. 15:6) quizá representaron a varias iglesias de Palestina (ver HAp 155, 159).
El debate fue completo y exhaustivo, y quizá acalorado. Había miembros de la hermandad cristianas que simpatizaban con las ideas de los fariseos, e insistían que era "necesario" circuncidar a los gentiles convertidos "y mandarles que" guardaran "la ley de Moisés" (Hech. 15:5). Después de que el debate hubo continuado durante algún tiempo, Pedro habló, y sus palabras tuvieron buen efecto. Recordó el caso de la visión que había tenido antes de ir a enseñar a Cornelio, el centurión de la compañía italiana. Recordó además, que el Espíritu Santo había descendido sobre Cornelio y su casa aun antes de que recibiera el rito bautismal. Pedro sabía que Dios "ninguna diferencia hizo entre" judíos y gentiles, "purificando por la fe sus corazones" (vers. 8-9). "Ahora, pues", interrogo Pedro, "¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos" (vers. 10-11).
Entonces Bernabé y Pablo presentaron un informe completo de la obra que
habían hecho en su reciente viaje, y describieron los milagros que Dios les
había dado el poder de hacer. Tuvo que haber sido une presentación convincente,
pues el concilio se halló entonces listo para tomar una decisión.
La Decisión Del Concilio.- Jacobo, el
anciano que presidía (ver Hech. 15:13), presento el discurso final. Jacobo
confirmó el punto de vista de Pablo, y declaró que los profetas habían hablado
de la reedificación de la casa de David para que gente 34 de todas
partes pudiera invocar el nombre del Señor. "Por lo cual -concluyó Jacobo-
yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que
se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de
fornicación, de ahogado y de sangre" (vers. 19-20).
En respuesta a esta sugerencia de Jacobo, se redactó una carta en la que se
destacaba el hecho de que aunque había algunos que habían insistido en que los
gentiles conversos estaban obligados a guardar los requerimientos rituales de
la ley judía, los hermanos de Jerusalén no ordenaban tal cosa. Por esto,
Bernabé y Pablo regresarían llevando la decisión del concilio, acompañados por
Judas Barsabás y Silas. "Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros,
no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de
lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las
cuales cosas si os guardarais, bien haréis. Pasadlo bien" (Hech. 15:28-29).
El concilio de Jerusalén fue uno de los grandes acontecimientos de la historia
de la iglesia cristiana. La decisión del concilio fue en todo sentido una gran
proclama de emancipación. Uno sólo puede conjeturar cuál habría sido el efecto
sobre la iglesia cristiana si los enviados de Cristo, a medida que iban por
todo el mundo, hubiesen procurado imponer sobre sus conversos no judíos todos
los requerimientos de la ley judía. Habría hecho necesario que tales conversos
cargaran, en un mundo no judío, todos los problemas característicos que sufrían
los judíos en esos días. Hubiera significado que se sometieran a un programa de
ritos que sin duda habría estorbado su crecimiento en los comienzos del
movimiento. Lógicamente esto habría desfigurado el claro cuadro de Jesucristo
muriendo en la cruz. Habría puesto en su lugar ceremonias que, en el mejor de
los casos, no eran sino un símbolo del sacrificio del Hijo de Dios. Si hubiese
continuado la circuncisión, se hubiera vinculado a los cristianos gentiles con
un rito racial, peculiar y teocrático. El cristianismo, por su naturaleza
misma, en contraste debía poner énfasis en la relación individual con
Jesucristo. Esta comunión personal debía ser una realidad basada en la fe, una
fe que no se podía tener en la infancia, cuando los judíos aplicaban la señal
de la circuncisión, sino en una edad de responsabilidad inteligente.
La decisión del concilio de Jerusalén dejó a la iglesia e libertad de
crecer sin trabas nacionales o raciales que impidieran que llegara a todos los
hombres. La emancipación de la iglesia primitiva decretada en el concilio fue
un factor de importancia máxima para su continuo crecimiento entre los gentiles
durante la era apostólica. También se reflejó en su espíritu de libertad y de
poder en Cristo.
La Obra De Los Judaizantes.- Pero esta noble
decisión del concilio, concebida tan claramente y enunciada en un momento vital
en la historia de la iglesia, no fue aceptada sin una intensa oposición de los
que deseaban mantener el judaísmo en la iglesia. Pedro había hablado en defensa de la
liberación de los gentiles, y cuando fue a Antioquía con los enviados del
concilio, se juntaba libremente con los conversos gentiles. Pero el partido
farisaico que existía entre los cristianos de Jerusalén no estaba
contento. Este sector también envió sus
representantes a Antioquía, los cuales afirmaban que iban en nombre de Jacobo y
con la autoridad de la iglesia de Jerusalén (Gál. 2:12).
Pablo Se Opone A Pedro.- Pedro, debido a
la presión que tuvo que soportar, "se apartaba" de los gentiles, no
confraternizando más con ellos, y se unió con los partidarios del ritualismo
que provenían de Jerusalén. "Aun Bernabé fue también arrastrado" y se
oponía a Pablo (Gál. 2:13). Pero Pablo no estaba dispuesto a permitir que fuera
infructífera la victoria ganada en Jerusalén. Resistió a Pedro "cara a cara" (vers. 11) utilizando el
argumento de que "el hombre no es justificado por las obras 35 de la ley, sino
por la fe de Jesucristo". A esto añadió: "Nosotros también hemos creído
en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de
la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado" (vers.
16).
La controversia sobre este asunto hizo que Pablo escribiera la Epístola a
los Gálatas algunos años después, para contrarrestar la influencia de los
judaizantes que seguían los pasos de Pablo y trabajaban entre sus conversos. Debe
considerarse que esta situación también es el antecedente de la Epístola a los
Romanos, escrita por Pablo probablemente alrededor del mismo tiempo en que
escribió la de los Gálatas. El problema del judaísmo continuó creando
perplejidades y dificultades a la iglesia cristiana durante más de dos siglos.
Se escribieron algunas obras en cuanto a la supuesta controversia entre
Pedro y Pablo acerca del tema de los judaizantes. Entre esas obras son típicas
las llamadas Reconocimientos de Clemente y Homilías Clementinas. En esos
relatos imaginarios se describe a Pedro envuelto en una discusión con Simón el
Mago, y se afirma que vez tras vez el apóstol venció a su oponente, tanto en
las disputas como en los milagros hechos. Es posible que esos escritos fueran
producidos por el grupo judaizante que reconocía a Pedro como el apóstol de la
circuncisión, quienes para convertirlo en el paladín de la lucha para conservar
el judaísmo en la iglesia cristiana emplearon a Simón el Mago como la figura
del opositor de Pedro, cuando en realidad se tenía en mente al apóstol Pablo.
Sea como fuere, la contienda fue muy real y produjo un encono creciente
entre los dos bandos dentro de la iglesia. Es posible que el partido judaizante
hubiera transmitido algunos de sus sentimientos a los judíos en general. Sin
duda esto aumentó el rencor con que los judíos consideraban a la secta
cristiana. Un ejemplo puede verse en el ataque de que fue víctima Pablo en
Jerusalén cuando regresó a esa ciudad después de su tercer viaje. El resultado
fue su arresto y encarcelamiento, y su posterior traslado a Roma. Como reacción
natural de la iglesia cristiana, hubo un esfuerzo de los cristianos gentiles
para escapar, en todo lo posible, de las influencias de los judíos y de que se
los confundiera con éstos. Como se destacará después, este deseo de evitar
cualquier parecido con los judíos introdujo cambios notables en las creencias,
las formas y las prácticas del cristianismo, a medida que se incorporaban en la
iglesia grandes cantidades de gentiles que no tenían simpatía por el judaísmo.
VII. LA OBRA
POSTERIOR DE LOS APÓSTOLES
La Obra Posterior De Pedro.- La habilidad de
Lucas como historiador hace que se sepa mucho más de la obra de Pablo que de la
de Pedro. Lucas registra algunos hechos acerca de Pedro, y Pablo también hace
algunas referencias incidentales a la actuación posterior de ese apóstol.
Poco después de que Jacobo, el hijo de Zebedeo, fuera muerto por orden de
Herodes Agripa I, este rey también encarceló a Pedro, pero no pudo ejecutarlo
porque el apóstol fue liberado milagrosamente por un ángel (Hech. 12:3-19). Como
parece que esto sucedió poco antes de la muerte de Herodes, sería razonable
ubicar esa liberación en el 44 d. C. (ver p. 100). Pedro después aparece en el
concilio de Jerusalén, donde su discurso allanó el camino para la decisión de
liberar a los cristianos gentiles de la obligación de practicar el ritual
judaico (Hech. 15:7-1l). Pedro desaparece desde este momento de la narración de
Hechos. Pablo menciona la presencia de ese apóstol en Antioquía, evidentemente
poco después del concilio de Jerusalén (Gál. 2:11), y Eusebio, escribiendo casi
tres siglos después, indica que fue el primer obispo de Antioquía (Historia
eclesiástica iii. 36.2). Parecería evidente por la introducción de su primera
epístola (cap. 1:1), que Pedro había trabajado entre 36 los habitantes
del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, zona que comprende una gran
parte del norte y oeste del Asia Menor.
Según una tradición, Pedro pasó muchos años en Roma presidiendo la iglesia.
Eusebio, según la versión armenia de su Crónica, afirma que Pedro fue a Roma en
el tercer año de Calígula, lo que sería en el 39 d. C. Posteriormente, en el
mismo documento, coloca el martirio de Pedro en Roma en el año 13.º de Nerón,
el 66 d. C., o sea, que Pedro habría vivido unos 27 años en Roma. Gerónimo,
escribiendo unas pocas décadas después de Eusebio, declara que Pedro fue a Roma
en el año 2.º de Claudio, el 42 d. C., y permaneció allí durante 25 años, hasta
el 14.º año de Nerón, 67 d. C. (De viris illustribus i). Es sumamente
improbable que cualquiera de estas dos tradiciones sea correcta, pues difícilmente
Pedro podría haber pasado en Roma un período tan largo. Si fue allí en una
fecha tan temprana como la que indican esas tradiciones, forzosamente debe
haber interrumpido su permanencia durante un período considerable, tanto por su
presencia en el concilio de Jerusalén y su posterior visita a Antioquía como
por sus probables actividades misioneras en una amplia zona del Asia Menor. Además,
el hecho de que no se mencione a Pedro una sola vez en la correspondencia de
Pablo dirigida a Roma o procedente de esta ciudad, donde Pablo menciona a
muchos creyentes que allí habitaban, es una indicación de que lo más probable
es que Pedro no estuviera en Roma en el invierno (diciembre-febrero) de 57/58
d.C. cuando Pablo escribió el libro de Romanos, ni aproximadamente durante los
años
La tradición de la llegada temprana de Pedro a Roma puede haber surgido junto con los informes en cuanto a Simón el Mago. Justino Mártir (c. 150 d.C.) registra que un Simón, de Samaria, llegó a Roma durante el reinado de Claudio (41-54 d.C.) e hizo "grandes actos de magia" (Primera apología 26). Ireneo (c. 185 d.C., Contra herejías i. 23. 1-4) repite este relato e identifica a este Simón con Simón el Mago a quien Pedro había reprendido en Samaria (Hech. 8: 9-23). Un documento legendario llamado "Los hechos de Pedro con Simón", cuya fecha aproximada de origen es el año 200 d. C., narra una enredada fábula de cómo Pedro, mediante una visión de Cristo, fue enviado a Roma para que se opusiera a Simón. Como se creía que Simón había llegado allí durante el reinado de Claudio, era lógico concluir que Pedro había llegado a Roma por ese mismo tiempo. Sin embargo, una leyenda como la de Simón el Mago es muy insuficiente como prueba para ubicar la llegada de Pedro a Roma en una fecha tan temprana. Con todo, las pruebas presentadas no significan que Pedro nunca estuvo en Roma.
La antigua tradición cristiana es concluyente en afirmar que Pedro fue un dirigente de la iglesia en Roma, y que murió allí. Ignacio (c. 116 d. C.) dice que Pedro enseñó en Roma (A los romanos 4), e Ireneo (c. 185 d. C.) declara que Pedro y Pablo, "después de fundar y edificar espiritualmente a la iglesia, entregaron en manos de Lino el cargo del episcopado" (Contra herejías iii. 3. 3). Según el Nuevo Testamento es evidente que Pablo no fundó la iglesia de Roma (Rom. 1:13; 15:23-24), y de acuerdo con la prueba que acabamos de dar, también es dudoso que Pedro la fundara. Sin embargo, categóricas tradiciones antiguas hacen probable que Pedro muriera en Roma. Gayo, cristiano de Roma, declaró (c. 200 d. C.) que se sabía que el "trofeo" de Pedro -lo que quizá signifique su tumba o el lugar de su martirio- estaba en el Vaticano, que en ese tiempo no era un edificio sino un cementerio (HAp 428).
La cuestión de la permanencia de Pedro en Roma es algo muy diferente del
primado de los papas que pretenden remontar su cargo hasta él. Esta pretensión 37 finalmente o
se rechaza o se acepta no teniendo en cuenta si Pedro estuvo en Roma, sino
considerando algo muy diferente: la posición o categoría de Pedro en la iglesia
y la verdadera naturaleza de la sucesión apostólica.
Para un estudio más detallado de este problema, ver tomo IV, pp. 861-863 (Daniel 7); tomo V, com. Mat. 16:18.
NOTA ADICIONAL DEL CAPÍTULO 7 DE DANIEL
El desarrollo de la gran apostasía que culminó con el papado fue un proceso gradual que abarcó varios siglos. La declinación de ese poder siguió un proceso semejante.
Respecto al futuro, Jesús advirtió a sus discípulos: "Mirad que nadie os engañe", porque "muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos", haciendo "grandes señales y prodigios" para confirmar sus pretensiones engañosas, "de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos" (Mat. 24: 4, 11, 24).
Pablo, hablando por inspiración, declaró que se levantarían "hombres que hablarían " "cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos" (Hech. 20: 30). El resultado iba a ser una "apostasía" durante la cual se revelaría ese poder al cual llama "hombre de pecado" y "misterio de la iniquidad" para oponerse a la verdad, exaltarse por encima de Dios y usurpar la autoridad de Dios sobre la iglesia (2 Tes. 2: 3-4, 7). Este poder que -según la advertencia de Pablo- ya estaba obrando en forma limitada (vers. 7) obraría "por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos" (vers. 9).
La forma sutil de su crecimiento había de ser tan astutamente disfrazada que sólo los que creyesen sinceramente la verdad y la amasen. estarían a salvo de sus pretensiones engañosas (vers. 10- 12).
Antes del fin del primer siglo, el apóstol Juan escribió que "muchos falsos profetas han salido por el mundo" (1 Juan 4: 1), y un poco después que "muchos engañadores han salido por el mundo" (2 Juan 7). Esto, afirmó, es el "espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo" (1 Juan 4: 3).
Estas predicciones advertían de la presencia de fuerzas siniestras que ya obraban en la iglesia, fuerzas que presagiaban herejía, cisma y apostasía de proporciones mayores. Pretendiendo poseer privilegios y autoridad que pertenecen sólo a Dios, y sin embargo obrando mediante principios y métodos opuestos a Dios, este instrumento finalmente engañaría a la mayoría de los cristianos para que aceptasen su liderazgo, y así se aseguraría el dominio de la iglesia (Hech. 20: 29-30; 2 Tes. 2: 3-12).
Durante los tiempos apostólicos cada congregación local elegía sus dirigentes y se manejaba por sí misma. Sin embargo, la iglesia universal era "un cuerpo" en virtud de la operación invisible del Espíritu Santo y la dirección de los apóstoles que unían a los creyentes por doquiera en "un Señor, una fe, un bautismo" (Efe. 4: 3-6). Los dirigentes de las iglesias locales debían de ser hombres "llenos del Espíritu Santo" (Hech. 6: 3), elegidos, capacitados y guiados por el Espíritu Santo (Hech. 13: 2), y nombrados (Hech. 6:5) y ordenados por la iglesia (Hech. 13: 3).
Cuando la iglesia dejó su "primer amor" (Apoc. 2: 4), perdió su pureza de doctrina, sus elevadas normas de conducta personal y el invisible vínculo provisto por el Espíritu Santo. En el culto, el formalismo desplazó a la sencillez. La popularidad y el poder personal llegaron a determinar más y más la elección de los dirigentes, quienes primero asumieron mayor autoridad dentro de la iglesia local y después intentaron extender su autoridad sobre las iglesias vecinas.
La administración de la iglesia local bajo la dirección del Espíritu Santo finalmente dio paso al autoritarismo eclesiástico en poder de un solo magistrado, el obispo, a quien cada miembro de iglesia estaba personalmente sujeto, y únicamente por cuyo intermedio el creyente tenía acceso a la salvación. Desde entonces los dirigentes sólo pensaron en gobernar la iglesia en vez de servirla, y el "mayor" ya no era aquel que se consideraba "siervo 862 de todos". De ese modo, gradualmente se formó el concepto de una jerarquía sacerdotal que se interpuso entre el cristiano como individuo y su Señor.
Según escritos que se atribuyen a Ignacio de Antioquía -que murió alrededor del año 117-, la presencia del obispo era esencial para la celebración de ritos religiosos y para la conducción de los asuntos de la iglesia. Ireneo, que murió por el año 200, catalogaba a los obispos de las diferentes iglesias según la edad y la importancia de las iglesias que presidían. Daba especial honor a las iglesias fundadas por los apóstoles, y sostenía que todas las otras iglesias debían estar de acuerdo con la iglesia de Roma en asuntos de fe y doctrina. Tertuliano (m. 225) enseñaba la supremacía del obispo sobre los presbíteros: ancianos elegidos localmente.
Cipriano (m. hacia el año 258) es considerado como el fundador de la jerarquía católico-romana. Defendía la teoría de que sólo hay una iglesia verdadera y que fuera de ella no hay acceso a la salvación. Adelantó la idea de que Pedro había fundado la iglesia en Roma, y que por lo tanto el obispo de la iglesia de Roma debía ser ensalzado por encima de los otros obispos, y que sus opiniones y decisiones debían prevalecer siempre. Recalcó la importancia de la sucesión apostólica directa, afirmó que el sacerdocio del clero era literal y enseñó que ninguna iglesia podía celebrar ritos religiosos o atender sus asuntos sin la presencia y consentimiento del obispo.
Los Principales Factores Que Contribuyeron Al Prestigio Y Finalmente A La Supremacía Del Obispo De Roma Fueron: (1) Como capital del imperio y metrópoli del mundo civilizado Roma era el lugar natural para la sede de una iglesia mundial. (2) La iglesia de Roma era la única en el Occidente que pretendía tener su origen apostólico, un hecho que, en aquellos días, hacía parecer como natural el que el obispo de Roma tuviese prioridad sobre los otros obispos. Roma ocupaba una posición muy honorable aun antes de 100 d. C. (3) El traslado de la capital política de Roma a Constantinopla realizado por Constantino (330) dejó al obispo de Roma relativamente libre de la tutela imperial, y desde ese tiempo el emperador casi siempre apoyó las pretensiones del obispo de Roma en contra de las de los otros obispos. (4) En parte el emperador Justiniano apoyó vigorosamente al obispo de Roma e hizo progresar su causa mediante un edicto imperial que reconocía su supremacía sobre las iglesias tanto del Oriente como del Occidente. Este edicto no pudo hacerse completamente efectivo hasta después de que fue quebrantado el dominio ostrogodo sobre Roma en 538. (5) El éxito que tuvo la iglesia de Roma al resistir varios movimientos así llamados heréticos, especialmente el gnosticismo y el montanismo, le dio una gran reputación de ortodoxa, y las facciones que en alguna parte estaban en contienda, a menudo apelaban al obispo de Roma para que fuese el árbitro de sus diferencias. (6) Las controversias teológicas que dividían y debilitaban la iglesia en el Oriente dejaron a la iglesia de Roma libre para que se dedicara a problemas más prácticos y para que aprovechara las oportunidades que surgían a fin de extender su autoridad. (7) El prestigio político del papado fue acrecentado por los repetidos éxitos que tuvo al evitar o mitigar los ataques de los bárbaros contra Roma, y a menudo en ausencia de un dirigente civil, el papa cumplió en la ciudad las funciones esenciales del gobierno secular. (8) Las invasiones mahometanas Constituyeron un impedimento para la iglesia del Oriente, y así eliminaron al único rival de importancia que tenía Roma. (9) Los invasores bárbaros del Occidente en su mayoría ya estaban nominalmente convertidos al cristianismo, y esas invasiones libraron al papa del dominio imperial. (10) Gracias a la conversión de Clodoveo (496), rey de los francos, el papado dispuso de un fuerte ejército para defender sus intereses y tuvo una ayuda eficiente para convertir a otras tribus bárbaras.
Haciendo profesión de cristianismo, Constantino el Grande (m. 337) vinculó la iglesia con el Estado, subordinó la iglesia al Estado e hizo de la iglesia un instrumento de la política del Estado. Su reorganización del sistema administrativo del Imperio Romano llegó a ser el modelo de la administración eclesiástica de la iglesia romana y así de la jerarquía católico-romana. Más o menos en 343 el sínodo de Sárdica asignó al obispo de Roma jurisdicción sobre los obispos metropolitanos o arzobispos. El papa Inocencio 1 (m. 417) pretendía tener una jurisdicción suprema sobre todo el mundo cristiano, pero no pudo ejercer ese poder.
Agustín (m. 430), uno de los grandes padres de la iglesia y fundador de la teología medieval, sostenía que Roma siempre había 863 tenido supremacía sobre las iglesias. Su obra clásica La ciudad de Dios hacía resaltar el ideal católico de una iglesia universal que rigiera a un Estado universal, y esto dio la base teórica del papado medieval.
León I (el Grande, m. en 461) fue el primer obispo de Roma que proclamó que Pedro había sido el primer papa, que aseguró la sucesión del papado a partir de Pedro, que pretendió que el primado había sido legado directamente por Jesucristo, y que tuvo éxito en la aplicación de estos principios eclesiásticos a la administración papal. León I dio su forma final a la teoría del poder papal e hizo de ese poder una realidad. Él fue quien consiguió un edicto del emperador que declaraba que las decisiones papales tenían fuerza de ley. Con el apoyo imperial se colocó por encima de los concilios de la iglesia asumiendo el derecho de definir doctrinas y de dictar decisiones. El éxito que tuvo al persuadir a Atila que no entrase en Roma (452) y su intento de detener a Genserico (455) aumentaron su prestigio y el del papado. León el Grande fue indudablemente un dirigente secular a la vez que espiritual para su pueblo. Las pretensiones al poder temporal hechas por papas posteriores estaban basadas mayormente en la supuesta autoridad de documentos falsificados conocidos como "fraudes piadosos", tales como la así llamada Donación de Constantino.
La conversión de Clodoveo, caudillo de los francos, a la fe romana por el año 496, cuando la mayoría de los invasores bárbaros eran todavía arrianos, dio al papa un poderoso aliado político dispuesto a reñir las batallas de la iglesia. Durante más de doce siglos la espada de Francia, la "hija mayor" del papado, fue un instrumento eficaz para la conversión de hombres a la iglesia de Roma y para mantener la autoridad papal.
El pontificado del papa Gregorio I (el Grande, m. en 604), el primero de los prelados del medioevo de la iglesia, señala la transición de los tiempos antiguos a los medievales. Gregorio osadamente asumió el papel, aunque no el título, de emperador de Occidente. Él fue quien puso las bases del poder papal durante la Edad Media y las posteriores pretensiones absolutistas del papado datan especialmente de su administración. Gregorio el Grande inició grandes actividades misioneras, las que extendieron mucho la influencia y la autoridad de Roma.
Cuando más de un siglo después, los lombardos amenazaban invadir Italia, el papa recurrió a Pepino, rey de los francos, para que lo socorriera. Cumpliendo con este pedido, Pepino derrotó completamente a los lombardos y, en 756, entregó al papa el territorio que les había tomado. Esa dádiva, comúnmente conocida como Donación de Pepino, señala el origen de los Estados Pontificios y el comienzo formal del gobierno temporal del papa.
Desde el siglo VII al XI, en términos generales, el poder papal mermó. El próximo gran papa, y uno de los más grandes de todos, fue Gregorio VII (m. 1085). Proclamó que la iglesia romana nunca había errado y nunca podría errar, que el papa es juez supremo, que no puede ser juzgado por nadie, que no se puede apelar de sus decisiones, que sólo él tiene derecho al homenaje de todos los príncipes y que sólo él puede deponer a reyes y emperadores.
Durante dos siglos hubo una constante lucha por la supremacía entre el papa y el emperador. A veces uno, y otras veces otro, lograron un éxito pasajero. El pontificado de Inocencio III (m. 1216) encontró al papado en el apogeo de su poder y durante el siglo siguiente estuvo en el cenit de su gloria. Pretendiendo ser el vicario de Cristo, Inocencio III ejerció todos los privilegios que Gregorio se había atribuido más de un siglo antes.
Un siglo después de Inocencio III, el papa medieval ideal, Bonifacio VIII (m. 1303) intentó sin éxito reinar como lo habían hecho sus ilustres predecesores. Fue el último papa que trató de ejercer autoridad universal en la forma como lo había hecho Gregorio VII y como lo había pretendido Inocencio III. La decadencia del poder del papado se hizo plenamente evidente durante el así llamado cautiverio babilónico (1309-1377), cuando los franceses trasladaron por fuerza la sede del papado de Roma a Avignon, en Francia. Poco después del regreso a Roma, comenzó lo que se conoce como el gran cisma (13781417). Durante ese tiempo hubo por lo menos dos, y a veces tres papas rivales, cada uno amenazando y excomulgando a sus rivales y pretendiendo ser el verdadero papa. Como resultado, el papado sufrió una irreparable pérdida de prestigio a los ojos de los pueblos de Europa. Mucho antes de los tiempos de la Reforma, dentro y fuera de la Iglesia Católica, se levantaron voces en contra de sus arrogantes 864 pretensiones y de sus muchos abusos de poder, tanto seculares como espirituales. El resurgimiento cultural en la Europa occidental (Renacimiento), la era de los descubrimientos, el desarrollo de fuertes Estados nacionales, la invención de la imprenta y varios otros factores contribuyeron a la pérdida gradual del poder papal. Ya al aparecer Martín Lutero habían ocurrido muchas cosas que socavaron la autoridad de Roma.
Durante la Reforma -que comúnmente se considera que empezó en 1517 cuando Lutero colocó las noventa y cinco tesis-, el poder papal fue expulsado de grandes territorios del norte de Europa. Los esfuerzos del papado por combatir la Reforma se concretaron en la creación de la Inquisición, del Índice y en la organización de la orden de los jesuitas. Los jesuitas llegaron a ser el ejército intelectual y espiritual de la iglesia para la exterminación del protestantismo. Durante casi tres siglos la iglesia de Roma llevó a cabo una vigorosa lucha que gradualmente fue perdiendo en contra de las fuerzas que luchaban por la libertad civil y religiosa.
Finalmente, durante la Revolución Francesa, la Iglesia Católica fue proscrita de Francia: la primera nación de Europa que había patrocinado su causa, la nación que durante más de doce siglos había defendido las pretensiones papales y había reñido sus batallas, la nación donde los principios papales habían sido puestos a prueba más plenamente que en cualquier otro país y habían sido hallados faltos. En 1798 el gobierno francés ordenó al ejército que estaba en Italia bajo el comando de Berthier que tomara prisionero al papa. Aunque el papado continuó, su poder le había sido quitado, y nunca más ha esgrimido el mismo tipo de poder, ni en la medida en que lo hiciera en tiempos anteriores. En 1870 los Estados Pontificios pasaron a formar parte del reino unido de Italia, el poder temporal que el papado había ejercido durante más de 1.000 años se acabó, y el papa voluntariamente llegó a ser "el prisionero del Vaticano" hasta que su poder temporal fue restaurado en 1929. Ver com. cap. 7: 25.
Este breve esbozo del crecimiento del poder papal demuestra que éste fue un proceso gradual que abarcó muchos siglos. Lo mismo ocurrió con su declinación. Se puede decir que el primer proceso se desarrolló desde aproximadamente el año 100 hasta el 756; el segundo, desde más o menos 1303 hasta 1870. El papado estuvo en el apogeo de su poder desde el tiempo de Gregorio VII (1073-85) hasta el de Bonifacio VIII (1294-1303). Queda pues en claro que no se pueden dar fechas que señalen una transición precisa entre la insignificancia y la supremacía, o entre la supremacía y la relativa debilidad. De la misma manera, como ocurre en todos los procesos históricos, tanto el crecimiento como la caída del papado fueron procesos graduales.
Sin embargo, por el año 538 el papado estaba completamente formado y obraba en todos sus aspectos esenciales, y para el año 1798 -1260 años más tarde- había perdido prácticamente todo el poder que había acumulado durante siglos. La inspiración había asignado 1260 años al papado para que demostrara sus principios, su política y sus propósitos. De esa manera esas dos fechas debieran considerarse como principio y fin del período profético del poder papal. (4CBA)
COMENTARIO SOBRE MATEO 16:18-19.
18. Yo también te digo. El Padre ya había revelado una verdad (vers. 17); Jesús le añade aquí otra.
Tú eres Pedro. Llamando Pedro a Simón, hijo de Jonás (vers. 17), Jesús empleó el nombre que le había puesto cuando por primera vez lo conoció (ver Juan 1: 40-42; com. Mat. 4: 18).
Sobre esta roca. Estas palabras se han interpretado de diversas maneras: (1) que Pedro era "esta roca", (2) que la fe de Pedro en Jesús como el Cristo era "esta roca", (3) que Cristo mismo era "esta roca". Se han presentado persuasivos argumentos en favor de cada una de las tres explicaciones. La mejor forma de determinar qué fue lo que Cristo quiso decir con estas palabras difíciles de entender, es preguntar a las Escrituras mismas qué era lo que esta figura de dicción significaba para los oidores judíos, especialmente para aquellos que se la oyeron a Jesús en esta ocasión (DMJ 7).
El testimonio de los escritos de los mismos discípulos es evidentemente superior a las ideas de los hombres que después de ese tiempo han escrito u opinado acerca del supuesto sentido de las palabras de Jesús. Felizmente, algunos de los que fueron testigos oculares en esta ocasión (2 Ped. 1: 16; 1 Juan 1: 1-3) han dejado un registro claro e inequívoco.
Por su parte, Pedro, a quien fueron dirigidas estas palabras, rechaza enfáticamente, mediante sus enseñanzas, que la roca de la cual habló Cristo se refería al apóstol mismo (Hech. 4: 8-12; 1 Ped. 2: 4-8). Mateo registra el hecho de que Jesús empleó otra vez la misma figura, en circunstancias que indican claramente que él mismo era la roca (ver com. Mat. 21: 42; cf. Luc. 20: 17-18).
Desde tiempos antiguos, el pueblo hebreo había empleado la figura de la roca para referirse específicamente a Dios (ver com. Deut. 32: 4; Sal. 18: 2; etc.).
El profeta Isaías se refirió a Cristo como "gran peñasco en tierra calurosa" (Isa. 32: 2), y como "piedra probada, angular, preciosa" (ver com. cap. 28: 16). Pablo afirma que Cristo era la Roca que había acompañado a su pueblo por el desierto en la antigüedad (1 Cor. 10: 4; cf. Deut. 32: 4; 2 Sam. 22: 32; Sal. 18: 31). En un sentido secundario, las verdades que Jesús habló son también una roca en la cual los hombres pueden construir con toda seguridad (ver com. Mat. 7: 24-25). Por otra parte, Cristo mismo es el "Verbo" hecho "carne" (Juan 1: 1, 14; cf. Mar. 8: 38; Juan 3: 34; 6: 63, 68; 17: 8).
Jesucristo es "la roca de nuestra salvación" (DTG 381 ; cf. Sal. 95: 1; Deut. 32: 4, 15, 18). El es el único fundamento de la iglesia, porque "nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo" (1 Cor. 3: 11), ni "en ningún otro hay salvación" (Hech. 4: 12). En estrecha relación con Jesucristo "la principal piedra del ángulo" en el fundamento de la iglesia, se encuentran los apóstoles y los profetas (Efe. 2: 20). Todos los cristianos han de ser edificados como "piedras vivas" (Gr. líthos) para formar una casa espiritual (1 Ped. 2: 5), un edificio cuya piedra angular es Cristo (Efe. 2: 20-21). El es la única "Roca" sobre la cual se afirma todo el edificio, porque sin él no habría ninguna iglesia. Cuando creemos en él como Hijo de Dios, nosotros también podemos llegar a ser hijos de Dios (Juan 1: 12; 1 Juan 3: 1-2).
La comprensión de que Jesucristo es realmente el Hijo de Dios, tal como Pedro lo afirmó en 421 esta ocasión (Mat. 16: 16), es la llave de la puerta de la salvación (DTG 380-381). Es incidental y no fundamental el que Pedro fuera el primero en reconocer este hecho y declarar públicamente su fe, la cual era compartida también por sus compañeros (ver com. vers. 16).
San Agustín (c. 400 d. C.), el mayor de los teólogos católicos de los primeros siglos de la era cristiana, deja que sus lectores decidan si Cristo dice que él mismo es la roca o si dice que Pedro es la roca (Retracciones 1. 21. 1).
Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla, célebre por su elocuencia (m. 407d.C.), dijo que Jesús había prometido poner el fundamento de la iglesia sobre la confesión de Pedro, y no sobre Pedro, pero también dice que Cristo mismo es verdaderamente nuestro fundamento (Comentario sobre Gálatas, cap. 1: 1-3; Homilías sobre 1 Timoteo xviii. 6. 21).
Eusebio, historiador de la iglesia primitiva (m. 340 d. C.), afirma que Clemente de Alejandría escribió que Pedro, Santiago y Juan no lucharon por la supremacía en la iglesia en Jerusalén, sino que escogieron a Santiago el justo como dirigente (Historia eclesiástica ii. 1).
Otros padres de la iglesia enseñaron lo mismo; tal fue el caso de Hilario de Poitiers.
Cuando se buscó apoyo bíblico para las pretensiones del obispo de Roma a su primacía en la iglesia (ver t. IV, p. 863), las palabras pronunciadas por Cristo en esta ocasión fueron sacadas de su contexto original e interpretadas en el sentido de que Pedro era "esta roca". León 1 fue el primer pontífice romano en pretender que había recibido su autoridad de Cristo por medio de Pedro. Esto sucedió por el año 445 d. C. Acerca de esta pretensión, Kenneth Scott Latourette, conocido historiador de la iglesia, dice: "Insistió que por decreto de Cristo, Pedro era la roca, el fundamento, el guardián de la puerta del reino de los cielos, puesto para atar y para desatar, cuyos juicios retenían su validez en el cielo, y que por medio del papa como su sucesor, Pedro seguía realizando la tarea que le había sido encomendada" (A History of Christianity, 1953, p.186).
Resulta extraño que si esto es realmente lo que Cristo quiso decir, ninguno de los otros discípulos hubiera descubierto ese hecho, ni tampoco ningún otro cristiano durante cuatro siglos después de que Cristo pronunciara esas palabras. Además, resulta extraordinario que ningún obispo de Roma descubriera este significado en las palabras de Cristo hasta que un obispo del siglo V pensó que era necesario hallar apoyo bíblico para la primacía papal. La interpretación de las palabras de Cristo, que concede supremacía a los así llamados sucesores de Pedro, los obispos de Roma, no armoniza en absoluto con lo que Cristo enseñó a sus seguidores (ver cap. 23: 8, 10).
La mejor evidencia de que Cristo no designó a Pedro como la "roca" sobre la cual habría de construir su iglesia, es quizá el hecho de que ninguno de los que oyeron a Cristo en esta ocasión -ni siquiera Pedro- así lo entendió, mientras Jesús estuvo con ellos, ni después. Si Cristo hubiera establecido a Pedro como principal entre los discípulos, éstos no habrían disputado repetidas veces el primer puesto (Luc. 22: 24; ver Mat. 18: 1; Mar. 9: 33-35; etc.; DTG 755-756; com. Mat. 16: 19).
El nombre Pedro proviene del Gr. pétros, "piedra" o "canto rodado". "Roca" es la raducción de la palabra griega pétra, que suele emplearse para designar una peña, o un macizo de piedra. Una pétra es una roca grande, fija, inamovible; en cambio potros es una piedra pequeña o un canto rodado. No puede saberse hasta qué punto Cristo tuvo en cuenta esta distinción, ni cómo pudo haberla explicado mientras hablaba, porque Cristo ciertamente habló en arameo, la lengua vernácula en Palestina en ese tiempo, y no empleó las palabras griegas. La palabra griega pétros, sin duda, equivale a la palabra aramea kefa' (Cefas; ver com. cap. 4: 18). Por otra parte, es muy posible que pétra también equivalga a kefa', aunque existe la posibilidad de que Cristo hubiera empleado algún otro sinónimo u otra expresión en arameo que haría notar la distinción entre pétra y pétros que se advierte en el relato evangélico en griego. Sin embargo, parece probable que Cristo debe haber tenido el propósito de hacer una diferencia; de lo contrario, Mateo, escribiendo en griego y guiado por el Espíritu Santo, no la hubiera hecho.
Evidentemente pétros, una piedra pequeña, no podría servir de fundamento para ningún edificio. Jesús aquí afirma que únicamente una pétra, o "roca", sería suficiente. Lo que Cristo dijo aquí queda más claro con sus palabras registradas en Mat. 7:24: "Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca [Gr. pétra]". 422 Cualquier edificio construido sobre Pedro, pétros, un débil y falible ser humano, tal como lo presenta claramente el relato evangélico, tiene un fundamento muy poco mejor que las arenas movedizas (ver com. cap. 7: 26-27).
Iglesia. Gr. ekkl'sía. Ver com. cap. 18: 17.
Puertas. En las antiguas ciudades la puerta era el lugar de reunión de los ancianos de la localidad y el lugar clave en la defensa de la ciudad contra un ejército atacante (ver com. Gén. 19: 1; Jos. 8: 29). Por esto, el tomar la puerta de la ciudad hacía posible la toma de toda la ciudad.
El triunfo de Cristo sobre la muerte y sobre el sepulcro es la verdad central del cristianismo. Satanás no pudo mantener atado a Cristo con las cuerdas de la muerte (Hech. 2: 24), ni tampoco será posible que retenga a cualquiera de los que creen en Cristo (Juan 3: 16; Rom. 6: 23). En forma figurada, Satanás retiene las "puertas del Hades", pero Cristo, con su muerte, entró en la fortaleza de Satanás y ató al adversario (ver com. Mat. 12: 29). En este sublime hecho descansa la esperanza del cristiano de que será rescatado de los ardides de Satanás en esta vida, de su poder sobre la tumba, y de su presencia en la vida venidera. "El postrer enemigo que será destruido es la muerte" (1 Cor. 15: 26). La muerte y el sepulcro finalmente serán echados en el lago de fuego (Apoc. 20: 14).
La interpretación de que las palabras de Cristo significaban que las "puertas del Hades" no habrían de prevalecer contra Pedro, contradice la insinuación de Mat. 16:21 (cuya introducción son los vers. 13-20), de que sería Cristo y no Pedro el que habría de desafiar las puertas del Hades al someterse al sufrimiento y a la muerte. Además, si Pedro hubiera entendido que era él y no Jesús quien iba a enfrentar la muerte, no sería lógica su reacción (vers. 22).
Hades. Ver com. cap. 11: 23.
No prevalecerán. Según Elena de White, las puertas del infierno prevalecieron contra Pedro cuando negó tres veces a su Señor (DTG 381). Literalmente, prevalecieron cuando la muerte lo retuvo (Juan 21: 18-19).
El significado pleno de lo que Cristo quiso decir cuando afirmó que las "puertas del Hades" no prevalecerían, puede entenderse por el hecho de que inmediatamente comenzó a hablar de cómo iba a padecer "y ser muerto y resucitar al tercer día" (ver com. Mat. 12:40; cf. DTG 386). Cristo triunfó gloriosamente sobre todo el poder de Satanás, y por ese triunfo aseguró la victoria de su iglesia en la tierra.
19. LAS LLAVES. Las llaves del reino son las palabras de Cristo (DTG 381). Es importante señalar que Cristo mismo dice que la "llave" que da acceso al reino es la "llave de la ciencia" o del conocimiento (Luc. 11: 52). Las palabras de Jesús son espíritu y son vida para todos los que las reciben (Juan 6: 63); ellas son las que dan vida eterna (Juan 6: 68). La palabra de Dios es la llave de la experiencia del nuevo nacimiento (1 Ped. 1: 23).
Así como las palabras pronunciadas por Jesús convencieron a los discípulos de la divinidad de su Maestro, así también ellos, como embajadores de Jesús, debían repetir sus palabras a otros hombres, a fin de reconciliarlos con Dios (2 Cor. 5: 18-20).
El poder salvífico del Evangelio es lo único que puede permitir la entrada de los seres humanos en el reino de los cielos. Cristo sencillamente confió a Pedro y a todos los otros discípulos (ver com. Mat. 18: 18; Juan 20: 23) la autoridad y el poder de llevar a los hombres al reino. Cuando Pedro percibió la verdad de que Jesús era el Cristo, fueron colocadas en sus manos las llaves del reino y le fue abierta la puerta del reino. Lo mismo puede decirse de todos los seguidores de Cristo hasta el mismo fin del siglo. La afirmación de que Cristo concedió a Pedro mayor autoridad que a los otros discípulos, o que le otorgó una autoridad diferente de la que ellos tenían, carece de base bíblica (ver com. Mat. 16: 18 ). En verdad, entre los apóstoles, fue Jacobo, y no Pedro, el que desempeñó funciones administrativas en la iglesia primitiva de Jerusalén (Hech. 15: 13, 19; cf. caps. 1: 13; 12: 17; 21: 18; 1 Cor. 15: 7; Gál. 2: 9, 12). Por lo menos en una ocasión Pablo resistió públicamente a Pedro, por lo que el primero consideraba como un proceder erróneo del segundo (Gál. 2: 11-14), lo que indudablemente no habría hecho si hubiera estado enterado de que Pedro poseía los derechos y los privilegios que algunos ahora le atribuyen basándose en Mat. 16: 18-19.
Reino de los cielos. Así como ocurre frecuentemente en el registro del ministerio de la vida de Cristo, el reino de los cielos se refiere en este pasaje al reino de la gracia divina en el corazón de aquellos que son sus ciudadanos, aquí y ahora (ver com. cap. 4: 17; 5: 3). Nadie puede esperar entrar en el futuro reino de la gloria (ver com. cap. 25: 31, 34) si no ha pasado primeramente por el reino presente de la gracia divina.
Lo que atares. Este pasaje dice literalmente: "Y lo que atares sobre la tierra habrá sido atado en los cielos, y lo que desataras en la tierra habrá sido desatado en los cielos". Evidentemente debe entenderse que la iglesia en la tierra sólo requerirá lo que el cielo requiere y prohibirá sólo lo que el cielo prohíbe. Esta parecería ser la clara enseñanza bíblica (ver com. Mat. 7: 21-27; Mar. 7: 6-13). Cuando los apóstoles salieron a proclamar el Evangelio, de acuerdo con la misión que les había sido dada (Mat. 28: 19-20), debían enseñar a los conversos que guardaran "todas las cosas" que Jesús había mandado: ni más ni menos.
Si se amplía el significado de los verbos "atar" y "desatar" hasta abarcar la autoridad de dictar lo que los miembros de la iglesia pueden creer y lo que pueden hacer en asuntos de fe y de práctica, se le da un sentido más abarcante del que Cristo quiso darles y que el que los discípulos pudieron entender en esa ocasión. Dios no sanciona esa pretensión. Los representantes de Cristo en la tierra tienen el derecho y la responsabilidad de atar todo lo que ya ha sido atado en el cielo, y de desatar todo lo que ya ha sido desatado en el cielo, es decir, de exigir o de prohibir aquello que la Inspiración revela con claridad. Ir más allá de esto, es poner la autoridad humana en lugar de la autoridad de Cristo (ver com. Mar. 7: 7-9), tendencia que Dios no puede tolerar en aquellos que han sido designados como supervisores de los ciudadanos del reino de los cielos en la tierra.
El Apóstol Juan.- Se sabe aun
menos del apóstol Juan que de Pablo o Pedro. En los primeros años Juan trabajó
con Pedro. Acompañaba a Pedro cuando,
mientras iban a adorar al templo, curaron al cojo (Hech. 3). Los apóstoles de
Jerusalén enviaron a Pedro y a Juan para que ayudaran a Felipe en la evangelización
de Samaria (Hech. 8). Esto fue pocos años después de Pentecostés. Excepto su
mención específica en Gál. 2:9, lo siguiente que se registra de él en las
Escrituras es su propia afirmación de que estuvo "en la isla llamada
Patmos", siendo así "copartícipe... en la tribulación" con los
que también estaban sufriendo persecución (Apoc. 1:9). Una tradición digna de
crédito (Ireneo, Contra herejías v. 30. 3) dice que Juan escribió el
Apocalipsis a fines del gobierno del emperador Domiciano, quien murió en 96 d.
C. No hay ningún registro inspirado de lo que le sucedió a Juan durante los
sesenta años que transcurrieron entre sus experiencias en Samaria y Patmos.
Si se tiene en cuenta que Juan, después de haber contemplado las extraordinarias
y significativas visiones que se desplegaron ante él en Patmos, habría deseado
registrarlas inmediatamente, se puede comprender con facilidad cuán
afanosamente las redactaría. Entonces
debe haberlas enviado tan pronto como pudo al continente para que ese documento
estuviera en manos más seguras que las de un preso en Patmos. Que se lo hizo
retroceder en el tiempo y el espacio al ambiente de los antiguos profetas, y
que vivió las emociones de ellos mientras escribía el Apocalipsis, se demuestra
por el hecho de que una gran parte del vocabulario y aun de sus expresiones se
parecen mucho a las de Isaías, Ezequiel y Daniel.
Juan no dice en su Evangelio dónde estaba cuando lo escribió; pero Ireneo
(Id. iii. 3. 4) afirma que Juan estuvo en Éfeso hasta el reinado de Trajano
(98-117 d. C.), y se considera como probable que escribió el Evangelio en esa
ciudad.
Según Polícrates, que presidía la iglesia de Esmirna por el año 200 d. C.,
Juan era un sacerdote "y llevó la lámina [de oro en la frente]"
(Eusebio, Historia eclesiástica, v. 24. 3). Un documento apócrifo, "Los
hechos de los santos apóstoles y del evangelista Juan el teólogo", cuya
autoridad y veracidad no se pueden determinar, describe con grandes detalles el
arresto de Juan y cómo compareció ante Domiciano, en cuyo tiempo el apóstol dio
testimonio del Evangelio. Se dice que en presencia de Domiciano bebió una taza
de veneno sin sufrir daño, y que resucitó al servidor del rey. Según
Tertuliano, que escribió a príncipes del siglo III, Juan fue arrojado en un
tanque de aceite hirviente, y fue sacado sin daño, poco antes de ser exiliado a
Patmos (De praescriptione haereticorum 36; cf. HAp 455).
Juan estaba firmemente convencido de la verdad, tal como lo manifiesta vez
tras vez en su Evangelio, y, consecuentemente, detestaba la herejía (1 Juan 2:18-19,
22-23; 2 Juan 7-9). Esa aversión suya a la herejía queda ilustrada en un relato
que se cuenta de él. Cuando estaba por entrar en cierta casa de baños públicos,
en Éfeso, supo que estaba allí Cerinto, uno de los llamados cristianos
gnósticos. Se dice que Juan, al saberlo, huyó gritando que las paredes de la
casa de baños podrían caerse por estar allí Cerinto (Ireneo, Contra herejías
iii. 3. 4). Sin embargo, en estas cosas es difícil distinguir lo real de lo
fantástico.
El liderazgo de Juan en la iglesia de Efeso inevitablemente debe haberla
convertido en un gran centro de evangelización. Los lugares donde la iglesia
era más fuerte seguramente cambiaban debido al surgimiento y a la desaparición
de los grandes líderes cristianos. En los primeros años de la dispensación
evangélica, indudablemente 38 el centro fue Jerusalén, donde
vivían por lo menos algunos de los apóstoles, donde se celebró el gran concilio
y desde donde salieron los "enviados" para cumplir sus misiones. Este
bien pudo haber sido el caso hasta el año 50 d. C., después de concilio.
Mientras tanto, los misioneros en Chipre y en Cirene habían iniciado una
activa y exitosa campaña misionera entre los gentiles en Antioquía y alrededor
de ella, y desde allí fueron enviados Pablo y Bernabé en su arriesgada empresa
misionera entre los gentiles. A lo menos para llegar a los gentiles, Antioquía
debe haber sido un centro de servicio cristiano más o menos a partir del año 44
d. C., y continuó hasta la muerte de Pablo o aún después.
Los años que Pablo pasó en Éfeso hicieron que esa ciudad fuera importante
para los cristianos. El asignó ese lugar a su discípulo Timoteo, sin duda
después de su primer encarcelamiento en Roma.
Bajo el liderazgo de ese talentoso joven, esa ciudad sin duda consintió
siendo un foco de actividad para Cristo. Cuando Juan asumió el liderazgo en
Éfeso, la importancia de ese centro debe haber aumentado más.
Los Otros Apóstoles.- No hay información
fidedigna acerca de los otros apóstoles. Sus actividades y la forma en que
terminaron su vida están sumidas en mayor oscuridad que las de Juan o Pedro. Se
dice que Andrés, el hermano de Simón Pedro, predicó el Evangelio en Escitia y
en Tracia, al norte de Grecia, y que fue crucificado en Grecia en una cruz en
forma de X, por lo cual se llama la cruz de San Andrés. Nada se sabe con
certeza de la suerte de Jacobo (o Santiago) el Menor, el autor de la epístola,
pero se dice que predicó en Palestina, Siria y Arabia. Según la tradición,
Mateo estuvo en Partia y Persia y se deduce de la misma que no murió mártir. Matías,
elegido para ocupar el lugar de Judas, según se registra en el primer capítulo
de Hechos, se dice que fue uno de los setenta que Cristo mandó a predicar (Luc.
10:1), que así lo hizo en Capadocia, al norte de Cilicia (la provincia natal de
Pablo), y que murió mártir, quizá en Judea. Según Josefo (Antigüedades XX.
La tradición sostiene categóricamente que Marcos, el autor del Evangelio
que lleva este nombre, predicó en Egipto.
Este era el joven que rehusó continuar en el primer viaje misionero con
Pablo y Bernabé (Hech. 13:13), y el mismo a quien Pablo pidió que lo acompañara
mientras estaba preso en Roma (2 Tim. 4:11). Se cree que él fundó la iglesia de
Alejandría, y fue su principal anciano. Se dice que murió allí mártir durante
la persecución desatada por Nerón. Se piensa que Natanael (Bartolomé) predicó
en Arabia, y quizá en las aproximidades de la actual Etiopía; sin embargo, la
tradición afirma que fue crucificado cabeza abajo en una de las provincias de
Armenia.
Es obvio que la tradición confunde a Felipe el apóstol, con Felipe el
diácono. El relato bíblico dice del apóstol Felipe sólo lo que se registra en
el Evangelio de Juan, donde se habla de él más que en ningún otro registro
evangélico. El Felipe del libro de los Hechos es el diácono. La tradición
sostiene que el apóstol Felipe predicó en Frigia.
Se dice que Simón el Zelote predicó en el norte de África y que fue
martirizado en Palestina en tiempo de Domiciano, el emperador que desterró a
Juan a la isla de Patmos. La tradición ubica a Tomás en Partia y Persia, y en
sus últimos años en Edesa, donde se dice que fue martirizado. Sin embargo, hay
también una tradición según la cual Tomás predicó el Evangelio en la India, y
actualmente hay en la India un grupo de cristianos autóctonos de ese país que
se llaman a sí mismos cristianos de Tomás.
Lo más probable es que las actividades de Tomás no se extendieran tan
lejos. 39
VIII.
DESARROLLO DE LA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA
El Ejercicio De La Supervisión.- En el caso de
la mayor parte de las actividades de la iglesia consignadas en el relato
inspirado, hay claras indicaciones de planificación y supervisión
administrativa. Los apóstoles al principio estuvieron en Jerusalén, y quedaron
allí aun durante la persecución que se produjo a partir del apedreamiento de
Esteban. Desde Jerusalén enviaron a Pedro y a Juan para que ayudaran a Felipe
en Samaria. Cuando Pedro se relacionó con Cornelio, los hermanos de Jerusalén
se alarmaron y pidieron que Pedro respondiera ante ellos. Y cuando tuvo que
decidirse hasta dónde debía exigirse que los gentiles se sometieran al ritual
-un grave asunto-, los hermanos convocaron un concilio más o menos
representativo en Jerusalén, y desde allí comunicaron a las iglesias la
decisión que se había tomado. Todo esto indica que los apóstoles reconocían la
validez de referir los problemas de interés general a una autoridad superior a
la de las congregaciones locales.
La Conducción Del Espíritu En La
Administración.- No se sabe si alguien dio instrucciones específicas
a los varones de Cirene y de Chipre para que fueran a Antioquía de Siria en una
misión de evangelismo, pero la obra de ellos fue considerada con aprobación por
Bernabé. Cuando se creyó que era provechoso sacar ventaja del éxito de esa
misión, Bernabé viajó a Cilicia y llevó a Pablo para que trabajar en Antioquía.
No se menciona que hubiera ancianos y diáconos en la iglesia de Antioquía. Los
que enviaron a Pablo y Bernabé en su famoso primer viaje misionero, fueron
profetas y maestros, hombres con dones específicos del Espíritu (Hech. 13:1-3).
No se declara si los hermanos de Antioquía indicaron a Bernabé y a Pablo la
ruta que debían seguir; antes bien se recibe la impresión de que eran guiados
por el Espíritu. Es muy claro que en su segundo viaje Pablo experimentó esa
dirección, porque se le impidió que entrara en ciertas provincias mientras iba
en ese viaje (Hech. 16:7). El Espíritu Santo es, sin duda alguna, el supremo
Guía divino para la iglesia.
Los varones dirigidos en forma señalada por el Espíritu -apóstoles,
profetas, maestros y evangelistas- presidían activamente la iglesia. Los
diáconos, debido a su función, estaban nombrados para supervisar la
distribución de los bienes y del alimento a los miembros de la iglesia en
Jerusalén; su función era esencialmente administrativa. Pero con la bendición
del Espíritu, demostraron ser también evangelista de éxito. Por lo tanto, en
los días del comienzo de la iglesia no se puede descubrir ninguna clara
división entre los ancianos y diáconos como administradores, y los apóstoles,
profetas, maestros y evangelistas como hombres guiados por el Espíritu Santo. Sin
embargo, en años posteriores se hizo una clara distinción entre esas dos clases
de funcionarios de la iglesia. Los ancianos y los diáconos aumentaron en poder
administrativo e influencia, y los hombres dirigidos en forma especial por el
Espíritu no sólo llegaron a ser menos numerosos sino que -como es evidente por
los escritos de cristianos posteriores- en realidad perdieron prestigio.
El Presbiterio.- Para los que
ocupaban el liderazgo en las congregaciones locales se usaban dos términos. Presbúteros
(literalmente, "más anciano") era aplicado al que ocupaba un cargo
respetable. Esta palabra se ha convertido en el vocablo "presbítero",
que tiene el significado de "sacerdote". Debe destacarse que los
sacerdotes cristianos medievales y modernos ejercen funciones litúrgicas y
sacerdotales, pero los "Presbíteros" de la iglesia primitiva ni
siquiera pensaron en ejercer tales funciones. El otro término es
"obispo", del griego epískopos, "quien ve de arriba",
"supervisor". Debe aclararse que en la iglesia primitiva estos dos
títulos no indicaban dos cargos u oficios diferentes. El hecho de que se
aplicaban indistintamente para el 40 mismo cargo se ve claramente en
Hech. 20:17, 28, donde los ancianos de Éfeso que se encontraron con Pablo en
Mileto son llamados "ancianos" y "obispos".
La misma equivalencia de estos términos se halla en la carta de Pablo a
Tito (cap. 1: 5-9), donde al describir las cualidades de los dirigentes de la
iglesia, se usan como sinónimos los vocablos "anciano" y
"obispo". La diferencia que surge entre el término "obispo"
por un lado y "presbítero" o "sacerdote" por el otro, tuvo
su origen en un tiempo muy posterior al de la iglesia apostólica o la que vino
inmediatamente después de los apóstoles. Clemente, dirigente de la iglesia de
Roma justamente antes de la terminación del siglo I, al escribir su Primera
epístola a los corintios, sólo habla de "presbíteros" (cap. 44 y 47),
y para el cargo del presbiterio usa el término "episcopado", es decir
"supervisión" (cap. 44). Aún más notable es el hecho de que Ireneo,
dirigente de la iglesia de Lyon, en las Galias, alrededor del año 185 todavía
habla de los predecesores de Víctor, dirigente de la iglesia de Roma, como
"presbíteros" (Eusebio, Historia eclesiástica v. 24.14).
¿A qué se debe, pues, el uso de dos términos? Es claro que designan la misma actividad. "Anciano"
o "presbítero" es evidentemente el título del cargo;
"obispo" ("supervisor") se usa como el nombre de la función
de ese cargo.
Episcopado De Antioquía.- El episcopado
se desarrolló a partir de los ancianos principales (ver p. 28), aunque no en todas
partes con el mismo ritmo. El episcopado monárquico parece haber surgido en su
forma más antigua en Antioquía de Siria. No se sabe qué sucedió allí después
del encarcelamiento de Pablo alrededor del año 60 ó 61. Eusebio nombra a
quienes presidieron la iglesia en Antioquía: Pedro, Evodio e Ignacio (Historia
eclesiástica iii. 36.2; 22).
Pero esta tradición de un supuesto primado de Pedro en Antioquía no concuerda
con el libro de los Hechos. Pedro estuvo en Antioquía "simulando" en
lo que se refiere al judaísmo, y debido a esto fue reprendido por Pablo (Gál.
2:11-21). La iglesia ya estaba organizada en Antioquía, y difícilmente Pedro
pudo entonces haber sido su dirigente.
En Hech. 13:1-2 se dice que los primeros líderes de la iglesia antioqueña
los pneumatikói, hombres en los que se manifestaban los dones espirituales. Puede
ser que algunos hombres vigorosos asumieran el liderazgo y después hubieran
apresurado la declinación del poder de los hombres de los dones, que por esto mismo
eran vistos con sospecha. Si se llegó a esta clase de liderazgo, el episcopado
bien pudo haberse convertido en una orden eclesiástica dominante en el tiempo
de Ignacio.
El Episcopado Monárquico De
Ignacio.- Ignacio de Antioquía murió mártir en 116 d. C., durante la persecución desatada
por el emperador Trajano. La información que tenemos en cuanto a él proviene de
materiales biográficos contenidos en la tradición martirológica de la iglesia,
escrita cientos de años después de su muerte. También hay epístolas atribuidas
a Ignacio, como si las hubiera escrito mientras era llevado preso a Roma, pero
su autenticidad es muy dudosa. Philip Schaff, historiador eclesiástico, dice de
esas epístolas: "Estos antiquísimos documentos de la jerarquía pronto
llegaron a estar tan interpolados, cercenados y mutilados mediante fraudes
piadosos, que hoy día es casi imposible distinguir con certeza al Ignacio
genuino de la historia del Ignacio exagerado y falseado de la tradición"
(History of the Christian Church, t. II, p. 660).
En las Actas del martirio de San Ignacio* y en las cartas de este padre apostólico se habla de los obispos como autoridades eclesiásticas dignas del mayor respeto. En las 41 diversas epístolas aparecen frases como las siguientes: "Os conviene concurrir en el parecer del obispo; como ya lo hacéis. Porque vuestro renombrado presbiterio, digno de Dios, tanto armoniza con su obispo como las cuerdas de una cítara" (A los efesios 4).
"Por lo tanto, es evidente que debemos mirar al obispo como al mismo Señor" (Id. 6). "Os exhorto a hacerlo todo con tesón e inteligencia con Dios, bajo la presidencia del obispo en lugar de Dios, de los presbíteros en lugar del consejo de los apóstoles, y de los diáconos, mis delicias, encargados del servicio de Jesucristo" (A los magnesios 6). "Subordinados al obispo, y los unos a los otros, como Jesucristo al Padre" (Id. 13). "Porque cuando estáis subordinados al obispo como a Jesucristo, me parecéis vivir no a modo humano, sino según Jesucristo" (A los trallanos 2).
"Igualmente respetan todos a los diáconos como el
mandamiento de Jesucristo, Hijo del Padre, y a los presbíteros como a senado de
Dios y concilio de los apóstoles" (Id. 3). 41 ¡Nadie puede
hacer nada de cuanto atañe a la Iglesia sin la autoridad del obispo!" (A
los esmirnenses 8). "Quien hace algo sin el conocimiento del obispo, sirve
al diablo" (Id. 9). (Las citas están tomadas de Sigfrido Huber, Los padres
apostólicos [Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1949], pp. 180- 226.)
Testimonios Contemporáneos.- Suponiendo que fueran verdaderas estas afirmaciones tomadas de los documentos de Ignacio, nos hacen llegar a la conclusión de que el episcopado en Antioquía había evolucionado hasta transformarse en una autoridad monárquica antes de la muerte de Ignacio; pero dichas afirmaciones no pueden ser tomadas tan seriamente por una razón: otros documentos de esa época, procedentes de la misma región, no presentan el ensalzamiento del episcopado que destacan las epístolas de Ignacio. Por ejemplo, la "Doctrina de los doce apóstoles" (Didajé), un documento correspondiente a algún momento del siglo II, no presenta un encumbramiento tal de los obispos.
Este
documento no es apostólico; su autor es desconocido. Como generalmente se
concuerda en que sus antecedentes son sirios, proviene del mismo ambiente y de
las mismas condiciones de las supuestas cartas de Ignacio.
En la Didajé sólo se dice del episcopado: "Elegíos, pues, obispos y
diáconos dignos del Señor... No los menospreciéis, porque ellos son venerables
entre vosotros, junto con los profetas y doctores" (Didajé 15). Los
obispos no se clasifican aquí por encima de quienes poseen dones espirituales.
Por ese mismo tiempo Clemente Romano, como también Ireneo de Lyon unos
noventa años más tarde, declaran que los dirigentes de la iglesia de Roma aún
eran llamados "presbíteros" en el tiempo en que Ignacio fue
martirizado y hasta setenta años después. Por lo tanto, o el obispo, como lo
presenta Ignacio, es la creación de una mano posterior, o los varones de
Antioquía guiados en forma especial por el Espíritu Santo estaban perdiendo muy
rápidamente su liderazgo y su lugar estaba siendo ocupado por dirigentes
elegidos en forma eclesiástica, y se estaba constituyendo un episcopado fuerte
con una rapidez sumamente notable.
Sucesión Apostólica.- Un poco antes
del año 200 d. C., Ireneo, dirigente de la iglesia en las Galias, elaboró una
teoría bien definida del episcopado. La presenta en su tratado Contra herejías
(libro iii). Su tesis es que los apóstoles transmitieron la verdadera enseñanza
cristiana a los obispos, a quienes se daba por sentado que eran sucesores de
aquéllos. Sostiene que los obispos de las iglesias fundadas por los apóstoles
fueron los que conservaron la tradición sagrada. En esta tesis está el comienzo
de la teoría de la sucesión apostólica.
El Establecimiento Del
Episcopado.- La primera clara evidencia del obispo como líder dominante de diversas
congregaciones se ve en los escritos de Cipriano, obispo de las iglesias cuyo
centro estaba en Cartago, norte del África. Cipriano fue 42 martirizado en
el año 258 d. C. Eusebio, el historiador eclesiástico, llama
"obispos" a todos los dirigentes de la iglesia, aun desde tiempos más
antiguos. Sin embargo, al hacerlo está hablando, por supuesto, desde el punto
de vista común en 324 d. C., tiempo en que los obispos eran totalmente
monárquicos en su autoridad, prácticamente en todas partes. Es claro que
también usa la terminología propia del siglo IV.
Causas Del
Ensalzamiento De Los Obispos.- En lo que a
autoridad eclesiástica se refiere, los sucesores de los apóstoles eran en
realidad los ancianos principales. Se necesitaron años para que el cargo de
anciano evolucionara hasta convertirse en un episcopado monárquico.
Las
causas de su evolución son claras:
1. El obispo metropolitano. Los ancianos
que presidían en las ciudades más grandes, alcanzaron en la iglesia un
prestigio en proporción a la importancia de las ciudades donde estaban. Aunque
el grupo de creyentes en determinado lugar era considerado una iglesia, había
varias congregaciones que se reunían en diferentes lugares dentro de un
municipio. Como el cristianismo era una sociedad ilegal que no podía tener
propiedades, cada grupo usaba un hogar o alquilaba algún lugar para reunirse. El
anciano principal presidía sobre ese conjunto de pequeñas congregaciones. Mientras
más grande fuera la ciudad, su puesto era más honroso.
2. El obispo y las Escrituras. El anciano que
presidía era el guardián de las Escrituras y de las verdades contenidas en
ellas, así como el dispensador de la "regla de la fe" apostólica. Los
ejemplares de las Escrituras deben haber sido relativamente escasos, puesto que
se escribían a mano. Las porciones de las Escrituras mejores y más completas
eran puestas en las manos del anciano principal, que era su guardián. Así se
convirtió en la personificación de la ortodoxia, un exponente de "la fe
que ha sido una vez dada a los santos" (Jud. 3). Posteriormente, hubo
persecuciones dirigidas contra el obispo como guardián de las Escrituras y, a
los que bajo amenazas entregaban las Escrituras, la iglesia los enjuiciaba como
"traidores".
3. El obispo y la ortodoxia. El anciano que
presidía estaba en posesión de las Escrituras, y por eso se convirtió en una
norma de ortodoxia. Al evolucionar su cargo convirtiéndose en lo que fue más
tarde el episcopado, se lo consideraba como el sucesor de los apóstoles
(Ireneo, Contra herejías iii. 3. 3) y el intérprete de la verdad. Por lo tanto,
tenía la responsabilidad de proteger a la iglesia contra los ataques de los
herejes. Ya se ha señalado la inquietud apostólica de Juan y Pablo al oponerse
a las herejías. (Ver pp. 34, 37 acerca del tema de las primeras herejías.) Como
pastores de la grey, los ancianos principales de las iglesias usaban su
autoridad creciente para enfrentarse a los que procuraban descarriar a los
creyentes, y su éxito en esa misión aumentaba su poder e influencia.
4. El obispo y las finanzas de la
iglesia. Las finanzas de la iglesia estaban en manos de los ancianos que
presidían. En este asunto administrativo
no se sabe con claridad cómo se efectuó la transición de los "siete varones
de buen testimonio" (Hech. 6:3) de los primeros días apostólicos, al
anciano principal e incipiente obispo. Pero a mediados del siglo II, el
"presidente" recibía las ofrendas y las distribuía mayormente a los
pobres. Esto le daba una gran categoría dentro de la iglesia, y de ese modo
aumentaba el poder del naciente episcopado. Justino Mártir dice en cuanto a la
ofrenda tomada en el "día del Señor": "Lo que se recoge es
depositado con el presidente, el cual socorre a los huérfanos y a las viudas, y
a aquellos a quienes por enfermedad u otra causa están en necesidad, y a los
que están presos y a los forasteros de paso entre nosotros y, en una palabra,
cuida de todos los que están en necesidad" (Primera apología 67).
Una carta escrita alrededor del año 251 d. C. por Cornelio, obispo de Roma,
muestra la extensión de la obra de caridad de la iglesia y la influencia del
obispo que 43 distribuía las dádivas. La carta
afirma que en la iglesia de Roma "hay cuarenta y cuatro presbíteros; siete
diáconos y otros tantos subdiáconos; cuarenta y dos acólitos; cuarenta y dos
exorcistas y lectores con los estiarios; por último, más de mil quinientas
viudas con los enfermos y necesitados. A todos los cuales facilita sustento la
gracia y benignidad de Dios" (Eusebio, Historia eclesiástica vi. 43.11).
5. El obispo y la persecución. En tiempos de
persecución, con frecuencia los dirigentes de la iglesia se convertían en
verdaderos héroes al guiar a los hermanos, aconsejándolos en su lucha contra
las duras autoridades civiles y al dar un ejemplo de fortaleza y valor. Acerca
de obispos posteriores que, habiendo sobrevivido a la persecución de Galerio y
Diocleciano, estaban reunidos en Nicea para el gran concilio del año 325 d. C.,
el historiador eclesiástico Teodoreto hace notar que "tenían el aspecto de
un ejército de mártires congregados" (Historia eclesiástica i. 6). Allí
estaban presentes obispos que habían perdido el ojo derecho que, en el caso de
algunos, les había sido sacado quemándoselo con un hierro candente; otros cuyos
miembros habían quedado inválidos debido a diversas clases de torturas; otros
cuyo brazo derecho quizá había sido arrancado de su articulación. Esta clase de perseverancia bajo la
persecución y la capacidad de liderazgo así demostrada, aumentaban el poder de
los dirigentes de la iglesia.
6. La Declinación de los
pneumatikói. Hubo una causa negativa para el aumento de poder de los principales
dirigentes de la iglesia: la disminución en la eficacia e influencia para el bien
de los pneumatikói, los hombres de los dones espirituales. No se puede
determinar ahora si la declinación se produjo más por un deterioro provocado
dentro del grupo o debido a la presión de parte de agresivos dirigentes de
iglesia, que pudieron sentir que sus funciones ejecutivas eran interferidas por
hombres que atribuían el origen de sus facultades y dones al mismo Espíritu
Santo. Sin duda ambos factores
cooperaron para producir la declinación.
Se ha sugerido que esta decadencia de los hombres de los dones ya había
comenzado cuando se escribió la Didajé, a la que ya se ha hecho
referencia. En ese documento se advierte
a los creyentes lo que deben hacer si "el que enseña se pervirtió y
enseñare otra doctrina". "Todo apóstol que llegue a vosotros ha de
ser recibido como el Señor. Pero no se
quedará por más de un día o dos, si hace falta; quedándose tres días, es un
falso profeta. Al partir, el apóstol no
aceptará nada sino pan para sustentarse hasta llegar a otro hospedaje. Si pidiere dinero, es un falso profeta...
Pero no cualquiera que habla en espíritu es profeta, sino sólo cuando tenga las
costumbres del Señor... Pero todo profeta que enseña la verdad, y no hace lo
que enseña, es un profeta falso... Mas quien dijere en espíritu: Dadme dinero,
u otra cosa semejante, no lo escuchéis" (Didajé 11). Es difícil suponer
que se hubieran pronunciado tales advertencias sin que hubiera una causa: el
deterioro de los que decían tener los dones del Espíritu.
La misma situación se revela en un escrito de ficción, producido quizá en
Roma por Hermas, conocido como hermano de Pío, dirigente de la iglesia de Roma
a mediados del siglo II. Esa obra, llamada El pastor, contiene las supuestas
visiones y admoniciones de uno que aseguraba que tenía el don profético. Fue muy
apreciada por los cristianos de los siglos III y IV. Hubo quienes insistieron mucho para que se la
incluyera en el canon del Nuevo Testamento.
Pero mientras Hermas afirmaba que era profeta de Dios, no vacilaba en
señalar la falsedad de algunos que en sus días pretendían tener dones
espirituales. Por ejemplo: "Aquel
que está sentado en la cátedra es un seudoprofeta, que destruye el
entendimiento de los siervos de Dios... Y aquel seudoprofeta, no teniendo en sí
poder alguno del espíritu divino, les habla sobre sus preguntas (y conforme 44 a los deseos de
su maldad de ellos), y llena sus almas como ellos mismos lo quieren... Porque
el que así consulta al seudoprofeta sobre un negocio cualquiera, es un
idólatra, vacío de la verdad e insensato" (El pastor de Hermas, Precepto
undécimo). Después sigue un análisis de las cualidades de un verdadero profeta
y una comparación con las características del falso profeta.
En otro lugar habla de "doctores difíciles, tercos y complacidos en sí
mismos, dándose aires de saberlo todo, cuando en realidad nada saben a fondo. Por
esta su terquedad, pues, la inteligencia ha huido de ellos, y ha entrado en
ellos una tonta insensatez. Pero ellos
se ensalzan a sí mismos como personas entendidas, y siendo necios, pretenden
aparecer como doctores" (Id., Semejanza 9. 22).
En contraste habla de los verdaderos profetas. "Los apóstoles y
doctores que predicaron en todo el mundo, y con piedad y pureza enseñaron la
palabra del Señor, sin apartarse jamás de ella a causa de malas codicias, sino
que siempre procedieron por la justicia y verdad, así como habían recibido al
Espíritu Santo. Estos tales, pues,
tienen su lugar junto con los ángeles" (Id., Semejanza 25.2).
Más adelante describe a los "obispos y personas hospitalarias que
siempre, con placer y sin falsedad acogieron a los siervos de Dios en sus
casas". Estos son los obispos que
"ampararon en todo tiempo y constantemente con su ministerio a los
menesterosos y a las viudas y llevaron siempre una conducta pura. Afirma que "todos estos, pues, estarán
siempre amparados por el Señor" (Id., Semejanza 27. 2).
Teniendo en cuenta las pruebas presentadas, debe entenderse el siglo II como
el tiempo cuando la eficacia y la influencia de los varones de los dones
espirituales fueron declinando permanentemente, debido a abusos entre ellos y
al poder y a la influencia crecientes de los dirigentes elegidos, especialmente
del anciano principal o presidente. Esta función de supervisor se fue
destacando de tal manera, que el obispo se convirtió en una clase diferente de
dignatario eclesiástico. El pastor de Hermas debe entenderse como un esfuerzo
de parte de alguien en la iglesia para establecer de nuevo la autoridad del don
de profetizar; pero el esfuerzo fue vano.
Con el eclipse de los dones espirituales y con la ocupación de toda la
autoridad eclesiástica por los dirigentes regulares, se produjo una declinación
del vigor espiritual y de la pureza doctrinal de la iglesia primitiva.
Hubo otra reacción contra la declinación de los pneumatikói, la cual estuvo
constituida por el movimiento llamado montañismo (ver p. 53). Pero los montañistas se fueron a los
extremos, y cayeron bajo la condenación de la iglesia. Por eso su influencia
fue dañina para la causa de los hombres de los dones espirituales, y más bien
apresuró su deterioro.
IX. DE LOS
RITOS A LOS SACRAMENTOS.
El Bautismo.- El bautismo es
el primer rito con que se encuentra el lector del registro evangélico. Era
practicado por Juan el Bautista y por los discípulos, por instrucción de
Jesucristo, quien también fue bautizado. Los apóstoles bautizaron
posteriormente en cumplimiento de la gran comisión evangélica.
Pero el bautismo tiene una historia aún más antigua. Los que eran sometidos
por los sacerdotes a un régimen de purificación, eran bañados. En los días
posteriores del judaísmo, esas abluciones eran, por lo menos, cumplidas por inmersión
(ver Mishnah Mikwaoth). También los prosélitos ganados para la fe judía pasaban
por un bautismo por inmersión cuando se incorporaban a la comunidad de los
israelitas. Los esenios parece que también daban importancia a los lavamientos
ceremoniales.
Por lo tanto, cuando Juan el Bautista se presentó predicando su mensaje de
arrepentimiento, 45 era natural que ofreciera una ceremonia de lavamiento a los
que respondían a su mensaje. Mucha de su predicación la hizo en zonas rurales,
en el "desierto", donde vivía poca gente. Cuando las personas iban a
Juan arrepentidos y confesando sus pecados, él las llevaba al Jordán.
Jesús mismo se sometió al bautismo a manos de su primo Juan, no en
arrepentimiento por sus propios pecados, pues no los tenía, sino en relación
con su obra como Redentor. Lo hizo para cumplir con "toda justicia"
(Mat. 3:15), para dar cada paso de la vida cristiana, no para su propia
salvación sino para el mundo. Al participar Jesús de ese rito, dio a sus
seguidores un ejemplo, y al mismo tiempo en su propia persona unió el rito con
la verdad de la salvación. Aquí también, por primera vez, el don del Espíritu
Santo acompañó al rito del bautismo.
Jesús mismo no bautizaba después de comenzar su obra pública; sus discípulos
oficiaban en ese rito. El bautismo llegó a ser una práctica general en la
iglesia cristiana, y ha continuado siendo el medio de iniciar a los miembros
nuevos al entrar a la iglesia, ya sea en la infancia, o al llegar al uso de
razón, o siendo adultos, de acuerdo con las diferentes prácticas de los
diversos grupos cristianos.
Que el bautismo de Juan no era suficiente para los que se convertían en
seguidores completos de Cristo, se demuestra porque Pablo rebautizó a algunos
que vinieron a él en Éfeso, que sólo habían sido bautizados por el bautismo de
Juan y que, como lo descubrió Pablo, no sabían nada del Espíritu Santo. El los
instruyó más en el camino del cristianismo, los instruyó acerca del Espíritu
Santo, y los rebautizó. En ese momento recibieron el bautismo del Espíritu
Santo y hablaron en lenguas (Hech. 19:1-7).
En la gran comisión que Jesús dio a sus discípulos, les ordenó que
bautizaran a los conversos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo; pero con frecuencia se registra el bautismo administrado en el nombre de
Jesús, como la figura central de la presentación del plan de salvación. Esto no
significa que no se usaba la fórmula bautismal regular de la comisión. Significa
sencillamente que se destacaba el nombre de Jesús en la obra del Evangelio. El
bautismo era por inmersión, y desde los primeros casos, como los bautismos del
etíope y de Cornelio en Cesarea, efectuados por Felipe y Pedro respectivamente,
era una ceremonia sencilla desprovista de un ritual complicado. En cada caso de
bautismo que se registra, se daba instrucción antes de administrar el rito.
Sin embargo, no mucho después de la era apostólica se produjeron en la iglesia notables cambios en el rito del bautismo. No sólo se transformó en toda una ceremonia la administración del bautismo, sino que su significado y aun la forma del rito sufrieron un cambio. A mediados del siglo II, el autor de la Didajé escribió que para el bautismo sólo debe usarse agua viva, es decir, que corra; y que si no es posible bautizar en agua en movimiento o en agua detenida, es permitido derramar agua sobre la cabeza del candidato (Didajé 7). Aquí hay un cambio profundo en la comprensión del significado del rito, porque derramar agua nunca puede representar adecuadamente la muerte al hombre viejo de pecado y la resurrección a novedad de vida simbolizadas por la inmersión, como lo enseña Pablo (Rom. 6:3-4).
La Didajé también pide una triple inmersión,
una añadidura que sin duda se usó desde antiguo en la ceremonia. Tertuliano (c.
225 d. C.) habla de la triple inmersión practicada en sus días como una
"señal más amplia" del voto bautismal, y acompaña su afirmación con
una descripción de una ceremonia bautismal muy complicada (De Corona 3).
En esos mismos tiempos se estaba efectuando un cambio mucho más
significativo en la práctica y el significado del bautismo. Tertuliano sostenía a comienzos del 46 siglo III que
no había necesidad de bautizar a los párvulos, porque el bautismo no era
necesario para su salvación. Prefería un bautismo "cuando han llegado a
conocer a Cristo" (De baptismo 18). El hecho de que se opusiera al bautismo
de los párvulos, señala que se practicaba en ese tiempo. Orígenes (m. c. 254),
contemporáneo más joven de Tertuliano, declaró que el bautizar a los niños era
una "tradición de los apóstoles" (Comentario sobre Romanos, v. 9).
Y Cipriano instaba, casi al mismo tiempo, que el bautismo no debía ser
negado a un párvulo "que se acerca con más facilidad, por esta misma
razón, a la recepción del perdón de pecados; que a él le son perdonados, no sus
propios pecados, sino los pecados de otro" (Epístola
Este concepto de que el bautismo lava el pecado
original heredado de Adán se convirtió, especialmente en el Occidente, en la
razón dominante para administrar el rito a los niños. El bautismo llegó a ser
considerado como un rito salvador. Se creía que el pecador estaba condenado si
no recibía el bautismo.
De este modo el bautismo se transformó de un sencillo
rito simbólico, con un profundo significado interno espiritual, en un
sacramento.*
A medida que el cargo del anciano principal evolucionaba hacia un obispado
monárquico, el obispo se fue convirtiendo en el depositario exclusivo del
derecho de administrar el bautismo o de autorizar su administración. Al
convertirse el hantisísmo en algo sacramental, se acrecentó la autoridad del
obispo como si tuviera un poder sobrenatural que no poseían otros cristianos. La
evolución simultánea de la Cena del Señor convertida en un rito que implicaba
un poder sobrenatural (ver "La Cena del Señor"), también favoreció el
desarrollo de la preeminencia del clero. El obispo llegó a ser un instrumento
necesario para salvar a los pecadores, sin cuya ministracion no podía haber
salvación. Esto significó el restablecimiento del sacerdocio en la iglesia
cristiana, apesar de que la institución sacerdotal se había hecho innecesaria
con el comienzo del ministerio de Jesucristo como Sumo Sacerdote en el
santuario celestial.
De esta manera hubo una triple sucesión de errores: (1) La falsa doctrina
de la herencia del pecado original; (2) la perberción del bautismo al cambiar
el rito de una sola inmersión del adulto a una triple aspersión de agua sobre
la cabeza de un niño; (3) el hecho de dar al bautismo un significado
sacramental, y hacer del obispo un sacerdote sacramental: una parodia del plan
de salvación, una sustitución del sacerdosio de Cristo y una apostasía de la
verdadera senda cristiana. Esta apostasía se convirtió en una realidad en la
iglesia afines del siglo III.
La Cena Del Señor.- Una evolución
paralela tuvo lugar en el caso de la Cena del Señor. La comida de
confraternidad se practicaba tanto entre los judíos como entre 47 los paganos. Se
pedía que los hebreos emplearan las ofrendas de paz en una comida tal. La cena
pascual era una comida cuyos ingredientes estaban estrictamente prescritos y de
ella participaba el grupo familiar, o un grupo de amigos que habían ido juntos
a Jerusalén para la fiesta. Cuando se acercaba la última pascua del ministerio
de Jesús, él expresó su deseo de comerla con sus discípulos (Luc. 22: 15). Se
hicieron los preparativos para tal fin, y la noche del jueves de la semana de
la crucifixión, la víspera o comienzo de la parte oscura del 14 de Nisán, Jesús
comió la pascua con sus discípulos (ver la 1.ª Nota Adicional de Mat. 26).
Probablemente al comienzo de la ceremonia, Jesús lavó los pies de sus
discípulos. Luego estableció la Cena del Señor. Tomó el pan sin levadura, plano
y delgado, de la cena de la pascua judía, y la copa que contenía el "fruto
de la vid" Como los evangelistas invariablemente llaman a la bebida de la
cena, y compartió esos elementos de la comida con sus discípulos. De acuerdo
con la información proporcionada por el apóstol Pablo (1 Cor. 11:23-26), Cristo
los instruyó para que participaran del pan y del "fruto de la vid"
como una representación de su cuerpo herido mortalmente cuando llevó los
pecados del mundo, y de la sangre que derramó al morir por los hombres. Esos
emblemas deberían anunciar la muerte de Cristo hasta que él volviera por segunda
vez. Sin embargo, se introdujeron cambios extraños. Veinticinco años después de
la muerte de Jesús puede verse que ya se había convertido en una costumbre, por
lo menos en Corinto, que los miembros de la iglesia llevaran a esas reuniones
alimento y vino para comer y beber (1 Cor. 11:20-21). Pablo reprendió a los
corintios por su exclusivismo y egoísmo manifestados en esos festines.
La fiesta que acompañaba a la Cena del Señor era llamada agáp', o fiesta de amor. Judas se refiere a ella (vers. 12) y al mismo tiempo indica que había elementos adversos en la fiesta de amor. El reproche de Judas y la crítica de Pablo en cuanto a la fiesta de amor, y quizá el sentimiento cristiano en general acerca de los abusos, sin duda hicieron que esta característica del rito se esfumara de la práctica de la iglesia, y sólo quedara la sencilla Cena del Señor.
A comienzos del siglo II se usa en las
epístolas de Ignacio (A los filadelfos 4; A los esmirnenses 7-8) la palabra
griega eucaristía, "acción de gracias", para la Cena del Señor. De
este vocablo deriva "eucaristía", nombre específico para la Cena del
Señor.
El rito de la Cena del Señor continuó evolucionando. En el siglo II la Didajé ya daba el nombre de
sacrificio a la Cena del Señor (14), y desde el tiempo de Gregorio de Nisa (In
Christi resurrectionem, Oratio I) esta expresión se hace más frecuente. De este modo creció la convicción de que la
eucaristía significaba una repetición del sacrificio de Cristo.
Adviértase la transición: al
comienzo la Cena del Señor fue un servicio de acción de gracias, como lo
muestra claramente el término "eucaristía".
Era un servicio conmemorativo en el que participaban los que creían que ya
habían recibido el don de la salvación, por lo cual manifestaban su gratitud
participando de los emblemas prescritos. Sin embargo, gradualmente y a través
de los pasos indicados, la cena se convirtió en un medio de salvación, como una
repetición del sacrificio del Señor. En esta forma la cena, como el bautismo,
se convirtió en un rito salvador, y de la misma manera hizo necesario un
intercesor para administrarlo como un proceso sacramental. Tanto en la
eucaristía como en el bautismo, el obispo era el intercesor oficiante, haciendo
de sacerdote en el sentido del Antiguo Testamento o aun casi en el sentido
pagano. Este cambio de la Cena del Señor como un reconocimiento de la salvación
recibida a un ritual realizado como un medio de salvación, y de un servicio de
acción de gracias a un sacramento, no fue, de ninguna manera, una evolución
inocente; fue una apostasía. Debido a este cambio, realizado sin autorización
ni base 48 bíblica en la interpretación de
la naturaleza del bautismo y de la Cena del Señor, un sacerdocio cristiano
intercesorio -una verdadera contradicción de términos- llegó a ser una necesidad
eclesiástica y sacramental. La ambición de destacarse, siempre presente en el
corazón humano, hizo que los hombres que tenían autoridad eclesiástica
sintieran intensos deseos de cumplir con esas funciones. El sacerdocio humano
en la iglesia cristiana se convirtió en un hecho consumado a mediados del siglo
III.
X. EL CULTO
CRISTIANO
En ninguna parte del Nuevo Testamento se describe un servicio de culto
cristiano. Hay indicios en Hech. 2 y 20 y en 1 Cor. 11 y 14; pero hay que
recurrir a fuentes extrabíblicas para el programa de culto.
Plinio Y El Culto Cristiano.- La descripción
más antigua de un servicio de culto cristiano procede de la pluma de un
escritor pagano. Plinio el Joven (62-114 d. C.) era gobernador del Ponto, en la
costa meridional del mar Negro. Había sido nombrado para ese cargo por el
emperador Trajano. Plinio es mejor conocido como un hombre de letras que
escribía en un latín tan precioso, que se han preservado sus epístolas; entre
éstas se encuentra su amplia correspondencia con el emperador. En una de sus
cartas describe lo que le pasó en el Ponto con la naciente secta de los
cristianos (Cartas x. 96), y le cuenta al emperador lo que estaba haciendo para
detener el crecimiento de la secta. En
el curso de su informe describe un servicio de culto cristiano usando la
información obtenida de algunos que encarceló por estar acusados de ser
seguidores de Cristo.
Fuentes Documentales Cristianas.-
Hay también dos fuentes documentales cristianas que dicen qué sucedía
cuando se reunían los cristianos para adorar a su Señor. Una es el documento
anónimo ya citado, la Didajé. Esta no da la secuencia u orden del servicio
formal de culto, pero sí proporciona abundante información en cuanto a lo que
hacían los cristianos a mediados del siglo II. La otra fuente documental es la
Primera apología (67) de Justino Mártir, dirigida al emperador romano Antonino
Pío (138-161 d. C.). Se presenta una clara descripción en la que se sigue el
orden de un culto cristiano tal como se celebraba en ese tiempo en la ciudad de
Roma, que probablemente era similar a los cultos realizados en otras partes.
Los cristianos eran, según ya se ha dicho, una secta ilegal que no podía poseer ninguna propiedad. Por lo tanto se reunían en los hogares de sus miembros (Rom. 16:5; 1 Cor. 16:19; Col. 4:15) o en lugares alquilados. Las reuniones, por lo menos en los tiempos de persecución, se celebraban muy de mañana (Plinio), quizá para evitar ser descubiertos.
Las reuniones semanales
estaban destinadas principalmente a los miembros de iglesia o para los que estaban
sinceramente interesados. En los primeros días quizá se hacía poca propaganda
pública para las reuniones cristianas, y se procuraba que no hubiera una
asamblea pública general. Plinio
describe las reuniones para el culto como celebradas "en cierto día
fijo" (Cartas x. 96), pero no identifica el día.
El Orden Del Servicio.- El servicio era muy sencillo, con un mínimo de programación o formalismo. La reunión comenzaba con un canto congregacional, en el que sin duda se empleaban los salmos (Efe. 5:19), y quizá salmodiaban o recitaban alguna sencilla declaración de fe cristiana, lo que quizá sugieren algunos pasajes de las Escrituras como 1Tim. 3:16; 2 Tim. 2:11-13. Plinio informa que "se comprometían con un solemne juramento a no hacer ningún acto malo, a no cometer nunca fraude, robo o adulterio, a nunca falsear su palabra, a no desconocer un crédito" (Ibíd.). Según Justino Mártir (Primera apología 67), había una lectura de las Escrituras, 49 lo que en el tiempo cuando escribió Justino (152 ó 153 d. C.) incluía por lo menos partes del Nuevo Testamento.
Esa lectura bíblica no era evidentemente sólo un pasaje o dos, sino
más bien largas porciones. Se entenderá fácilmente la razón de esto si se
recuerda que en ese tiempo todas las copias de las Escrituras se hacían a mano,
y que eran pocos los miembros de la iglesia que las poseían. El conocimiento
bíblico de casi todos los cristianos era obtenido de las lecturas que oían. La
lectura era seguida por comentarios de las porciones escogidas, lo que era
hecho por una persona nombrada para ese día; sin duda generalmente por el
anciano principal, si estaba presente en esa reunión, o por uno de los ancianos
asociados. Cuando terminaba el sermón, la congregación se ponía de pie y oraba.
Una comparación de este culto cristiano primitivo con los celebrados en las
sinagogas judías (ver t. V, pp. 59-60) revela parecidos tan notables, que es correcto
llegar a la conclusión de que en muchos aspectos el orden del culto cristiano
fue una imitación del judío.
Por lo que dice Plinio, parece que después de realizarse esta parte del
servicio, se despedía a la congregación. Luego de un breve intervalo, se
reunían nuevamente sólo los que eran miembros bautizados de la iglesia y
celebraban la Cena del Señor. Según Justino Mártir, en este momento se recogían
las ofrendas.
Es difícil saber hasta qué punto se empleaba para la comida de confraternidad
lo que se traía como ofrenda. Según 1 Cor. 11:18-22, los miembros traían su
propio alimento para comer en la ágape que precedía a la Cena del Señor. Justino
Mártir parece insinuar que algunas de las cosas que se llevaban como ofrendas
se usaban en la Cena del Señor.
Se llevaba algo del pan y del vino de la cena a los enfermos. Dinero,
alimentos y vestidos que se habían entregado en las ofrendas se distribuían a
los forasteros, los pobres y los que estaban en prisión por causa de su fe. La
responsabilidad de la distribución descansaba sobre el anciano presidente.
Parece que durante muchos años, por lo menos algunos de los cristianos de
origen judío continuaron reuniéndose sábado tras sábado en las sinagogas judías
(Hech. 15: 21). Es comprensible que no desearan separarse de sus hermanos
judíos.
Más añadiduras y complicaciones del culto cristiano aparecen en documentos
posteriores, tales como los escritos de Tertuliano (comienzos del siglo III) y
en la obra anónima llamada Constituciones apostólicas, que contiene materiales
de los siglos III d. C.
XI. DÍAS DE
GUARDAR
El Día De Reposo.- Ni los
escritores inspirados del Nuevo Testamento ni los escritores del siglo II se
ocupan particularmente del día propio para el culto de los cristianos. Es
cierto que Pablo amonesta a los cristianos de origen judío que no olviden de
reunirse (Heb. 10:25); pero en este lugar de sus escritos Pablo no se refiere a
ningún día de observancia especial.
Mientras estuvo en la tierra Cristo asistía a la sinagoga (Mat. 13:54-58;
Mar. 1:21-29; 6:16; Luc. 4:16-38). Su presencia en la sinagoga en el día sábado
era un acto que formaba parte de su culto personal, de "su
costumbre"; no iba allí meramente porque buscaba una oportunidad de
instruir a los judíos. Esto es evidente por su estilo de vida y por los hechos
del relato evangélico. El hecho de que Jesús hiciera en sábado cosas
desagradables para los dirigentes judíos, como la curación de enfermos y el
negarse a reprender a sus discípulos porque recogieron manojos de espigas en el
día de reposo, de ningún modo se debió a que menospreciase el sábado. Cristo
actuaba así para inducir al pueblo judío a que abandonara las irrazonables 50 prácticas
tradicionales que convertían la observancia del sábado en una carga. De acuerdo
al relato evangélico, Jesucristo murió poco antes de la puesta del sol que
indicaba el comienzo del sábado, descansó en la tumba el sábado (DTG 719) y
resucitó temprano el primer día de la semana. Sin duda era el plan divino que
descansara en la tumba durante el sábado de esa última memorable semana. Y
mientras reposaba en la tumba, sus seguidores observaron el sábado "conforme
al mandamiento" (Luc. 23:56).
El apóstol Pablo menciona una y otra vez que en las ciudades en donde se
encontraba en sus viajes misioneros iba a la sinagoga en el día sábado. Sin
duda lo hacía no sólo para evangelizar sino también para rendir culto. En su primer viaje misionero, cuando en
Antioquía de Pisidia asistió a la sinagoga en sábado, habló a los que estaban
allí, y después los gentiles de la ciudad pidieron que les predicara en la
sinagoga el sábado siguiente, lo cual hizo (Hech. 13:14-16, 42-44). En
Tesalónica, en su segundo viaje misionero, "Pablo, como acostumbraba, fue
a ellos [los judíos], y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando
y exponiendo por medio de las Escrituras" (Hech. 17:23). En Corinto, donde Pablo permaneció 18 meses,
se ganaba la vida trabajando en su oficio, fabricando tiendas, junto con sus
compañeros, Aquila y Priscila (Hech. 18:23). Es imposible pensar que Pablo,
viviendo con judíos, trabajara en día sábado mientras estuvo allí. Al
contrario, se declara que "discutía en la sinagoga todos los días de
reposo" (vers. 4), hasta que se retiró (vers. 7) debido a la oposición de
los judíos frente a su evangelismo. Es
completamente razonable creer que Pablo después de su expulsión de la sinagoga,
continuó observando el sábado como antes.
Los escritores de los Evangelios sólo mencionan el sábado como el día
semanal de culto. Juan dice de sí mismo
que estuvo en el Espíritu en el "día del Señor" (Apoc. 1:10), y el
sábado es el día del cual Jesucristo es Señor (Mat. 12:8; Mar. 2:28). Este es
el "día santo" del Señor (Isa. 58:13) y el día de reposo del Señor de
los Diez Mandamientos (Exo. 20:10). Además, el autor del Evangelio de Juan, que
escribió también el Apocalipsis, no reconocía sino un solo día semanal santo,
el sábado. El único otro día que menciona Juan se conoce con el sencillo nombre
de "primer día de la semana" (cf.
Juan 5:1-9 y Juan 9:6-14 con Juan 20:1,19). Como Juan escribió el
Evangelio alrededor del mismo tiempo en que escribió el Apocalipsis, o quizá
después, tuvo amplia oportunidad para dar al primer día de la semana un título
especial, y aun decir que debía ser observado especialmente por los cristianos;
pero no lo hizo. El hecho de que los escritores del Nuevo Testamento no
discutan sobre cuál día debe guardarse, es la mejor evidencia posible de que no
había duda en sus mentes en cuanto a esto. Los cristianos guardaban el sábado,
séptimo día de la semana, durante el tiempo de los apóstoles. Hay abundantes
pruebas de que muchos de ellos lo guardaron durante siglos.
Los Días Anuales De Reposo.- Después de que
Cristo murió en la cruz, dejaron de tener vigencia ciertos ritos de la ley de
Moisés. Eso estaba claramente predicho en Dan. 9:24-27, donde se profetiza que
"a la mitad de la semana [el Mesías] hará cesar el sacrificio y la
ofrenda". Cuando Cristo murió en la cruz, el velo del templo se rasgó
"de arriba abajo"; con eso Dios indicó que, mediante la intercesión
del Señor Jesucristo, estaba abierto el camino al verdadero santuario, el
celestial, y que los sacrificios que diariamente había ofrecido el pueblo
hebreo ya no necesitaban ofrecerse más (Mat. 27:50-51).
Eran tres las solemnes fiestas anuales en las cuales debían presentarse
todos los varones israelitas en el templo: la pascua, Pentecostés y los
tabernáculos (Lev. 23). 51
Estos "días de reposo" se celebraban "además de los días de reposo de Jehová" (Lev. 23:38), es decir, además del "séptimo día" de la semana, el día de reposo, en el cual no se hacía ningún trabajo, y que debía observarse no importaba dónde estuvieran los hebreos (Lev. 23:3). En el Antiguo Testamento, tanto el sábado semanal, como las fiestas anuales, aparecen designados como "sábado" (Heb. shabbat), o sea "día de cesar", "día de descansar". En la RVR este vocablo se traduce comúnmente como "día de reposo".*
Las fiestas anuales, unidas por un
lado al calendario agrícola de Palestina, prefiguraban por otra parte la obra
de Jesucristo. Como símbolo, perdieron
validez cuando vino la realidad. Por
ejemplo, Pablo afirma que "nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada
por nosotros" (1Cor. 5:7).
Pablo escribe a
los gálatas advirtiéndoles en contra de la observancia de ciertos días. "Guardáis
los días, los meses, los tiempos y los años"(Gál. 4:10), les dice con
tristeza. No especifica si se trata de ceremonias paganas o días de fiesta
judíos. Sin embargo, no hay duda de que, al hablar en Colosenses de la
observancia de días especiales, habla de las fiestas conocidas y observadas por
los judíos. "Por tanto, nadie os juzgue en comida [Gr. 'manera de comer']
o en bebida [Gr. 'mainera de beber'], o en cuanto a [manera de observar] días
de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de
venir" (cap. 2:16-17). Si bien este pasaje es interpretado en diversas
formas (ver com. Col. 2:16-17), es claro que aquí Pablo reafirma la gloriosa
libertad del cristiano que no necesita preocuparse más por los reglamentos rituales
que controlaban la manera como los judíos vivían y celebraban las fiestas
religiosas.
Pero, a pesar de referirse a estas fiestas como sombras, el Nuevo Testamento deja en claro que los primeros cristianos no habían dejado totalmente de lado la celebración de las fiestas anuales. Las solemnes fiestas judías aparecen como fechas clave en el calendario de los cristianos.
También
es evidente que, hasta cierto punto, seguían celebrando esos sábados (o
"días de reposo") anuales. Por ejemplo, Pablo escribió a los
corintios que estaría en Éfeso hasta Pentecostés (1 Cor. 16:8). Asimismo al
apóstol no le pareció bien detenerse en Éfeso al concluir su tercer viaje
misionero, pues creyó que debía apresurarse para llegar a Jerusalén, a fin de
estar allí en el día de Pentecostés (Hech. 20:16). El dejar de lado las fiestas
anuales la pascua, Pentecostés y los tabernáculos parece haber sido difícil
para quienes estaban acostumbrados a festejar con todos sus hermanos judíos
esas grandes ocasiones.
Es evidente, por lo que dice el Nuevo Testamento, que
después de la muerte de Cristo algunos elementos básicos del judaísmo quedaron
sin mayor valor:
1. Los sacrificios de diversas clases, que los hebreos ofrecían como parte
del plan de salvación que se iba desplegando ante ellos, ya no fueron
necesarios.
2. La circuncisión, marca que llevaban los varones hebreos desde antes de que tuvieran uso de la razón o que se practicaba en los adultos que aceptaban la fe judía, no fue más exigida como muestra de adhesión a la comunidad de los fieles (Hech. 15).
Este rito desapareció
con el primer advenimiento del Señor, pues después de que viniera Cristo ya no
hubo un único grupo con el cual Dios hacía su pacto, lo que antes se
evidenciaba en los hombres mediante la circuncisión. La familia de Cristo 52 pasó a estar
formada de personas provenientes de todas las naciones, todas las razas, y
todas las condiciones humanas (Gál. 3:28-29).
3. Las fiestas anuales, con sus correspondientes días de reposo, eran
"sombra de lo que ha de venir", representación del Mesías y de la
salvación que proporcionaría a los creyentes. Una vez iniciada la dispensación
evangélica la celebración de estas fiestas no tuvo más sentido.
Ya en el concilio de Jerusalén se discutió lo que debía exigirse de los
gentiles que se convertían al cristianismo. Se logró el triunfo de la libertad
cristiana, los ritos y las ceremonias propiamente de los judíos no fueron más
necesarios. Sin embargo, es evidente que por largo tiempo algunos de los
cristianos no pudieron aceptar la sencillez y la libertad del mensaje
evangélico. A éstos Pablo exhorta a estar "firmes en la libertad con que
Cristo nos hizo libres" y no volver a estar "sujetos al yugo de la
esclavitud" (Gál. 5:1).
Pascua De Resurrección (O Pascua
Florida).- Sin embargo, la observancia de la pascua y de Pentecostés se introdujo, con
un cambio de énfasis, en las prácticas de la iglesia cristiana. Esto dio lugar
a una intensa disputa en la iglesia en los siglos II-IV Entonces apareció,
principalmente en el Oriente, una secta llamada los cuartodecimanos. Esta
palabra, que se deriva del latín, significa literalmente "catorcenos"
o "decimocuartos". Esos cristianos insistían en que el día de la
crucifixión de Cristo debía celebrarse anualmente en la primavera (marzo-mayo)
con ritos especiales y siempre en el día correspondiente en que había muerto
Cristo. Ese día era el 14 de Nisán, de ahí el nombre de "catorcenos"
o "decimocuartos". De esta manera celebraban anualmente la pascua el
mismo día que los judíos, pero por una razón enteramente diferente a la de
éstos y sin las ceremonias especiales propias de la pascua judía. Sin embargo,
la observancia de los cristianos del 14 de Nisán significaba que estaban
reunidos el mismo día en que los judíos celebraban su fiesta en las sinagogas. Como
resultado de las persecuciones iniciadas por los judíos y del serio conflicto
dentro de la iglesia, centralizado en la continuación de los ritos judíos,
especialmente en el Occidente, se desarrolló una fuerte oposición contra la
celebración en la iglesia cristiana de cualquier fiesta que coincidiera con
otra judía.
Esta reacción originó un movimiento definido en la
ciudad de Roma en el tiempo de la segunda guerra judía, durante el reinado del
emperador Adriano, alrededor del año 130 d. C. El que presidía la iglesia de
Roma en ese tiempo el cual ocupaba con sencillez un cargo que más tarde se
transformó en el papado insistió en que la iglesia cristiana debía celebrar
anualmente la resurrección de Cristo, no su crucifixión; y que dicha
celebración anual debía caer siempre en el primer día de la semana porque ese
era el día de la resurrección. Este fue el origen de la práctica de celebrar
esta fiesta anual en la primavera del hemisferio norte (marzo-mayo).
Esto era sólo motivo de un apacible debate entre Oriente y Occidente
alrededor del año 150 d. C.; pero al finalizar el siglo II, Víctor, que
presidía la iglesia de Roma, insistió en que todas las iglesias debían
concordar con la práctica de la iglesia de Roma, no celebrando más la
crucifixión sino la resurrección y evitando congregarse en el mismo día con los
judíos. Y para que así sucediera, hizo caer la celebración de primavera de los
cristianos en el primer día de la semana, hoy llamado domingo. Tan categórico
fue Víctor en este asunto, que se intentó excomulgar a todas las iglesias que
no aceptaran la práctica romana. La excomunión fue suspendida debido a una
fuerte protesta. Pero desde allí en adelante la práctica de celebrar la
resurrección en domingo, en la primavera, quedó establecida en la iglesia
cristiana, y finalmente evolucionó convirtiéndose en la fiesta que ahora
popularmente se llama "pascua de resurrección". 53
Domingo.- Esta
celebración anual de la resurrección en el primer día de la semana fue, sin
duda, un factor importante en el establecimiento del culto semanal en domingo. La
primera evidencia indudable de culto regular en día domingo se encuentra en los
escritos de Justino Mártir (c. 155 d. C.), quien describe reuniones de
cristianos celebradas en la mañana del "día del sol" (Primera
apología 67). La secta de los astrólogos ya rendía homenaje al sol en el primer
día del ciclo semanal, y los mitraístas en ese tiempo quizá hacían en domingo
su culto especial de Mitra. Es imposible saber ahora cuánto influyó esto para
que los cristianos fijaran un día para celebrar la resurrección triunfante de
Cristo en el mismo día en que era adorado el sol. También influyó el hecho de
que los cristianos quisieron distanciarse de sus raíces judías, en parte para
no sufrir junto con los judíos los vilipendios de los cuales eran objeto. Sea
como fuere, a mediados del siglo II muchos cristianos observaban semanalmente
el domingo, especialmente en Roma.
Eso no significa en manera alguna que se guardara el domingo como día de
reposo. Parece que los cristianos se ocupaban de sus deberes regulares después
del culto matinal. Pasó algún tiempo antes de que la iglesia procurara convertir
el domingo en día de reposo. Tertuliano sugería alrededor del año 225 d. C. que
se evitara tratar los asuntos seculares en día domingo; pero el primer registro
de un verdadero intento en ese sentido no se hizo sino hasta el siglo IV d. C.
No es, pues, necesario acudir a
las Escrituras para buscar el origen del descanso en domingo. Entró en la
iglesia cristiana aproximadamente medio siglo después de que muriera el último
de los apóstoles.
Es evidente que fueron los astrólogos del antiguo Medio Oriente los que
primero dieron a los días de la semana los nombres de ciertas deidades paganas,
como el Sol, la Luna y Saturno. Los historiadores llaman a esto la semana
astrológica. Este sistema de señalar el tiempo poco a poco se hizo popular
entre los habitantes de Roma. Las pruebas de una semana tal se encuentran en
los registros de las guerras de los romanos en la 6.ª década antes de Cristo,
cuando se menciona el día de Saturno. Lo mismo se halla en las ruinas de las
ciudades de Herculano y Pompeya (destruidas por la erupción del Vesubio en el
año 79 d. C.), y en los escritos del cristiano Justino Mártir alrededor del año
150 d. C., quien habla de que los cristianos rendían culto "en el día del
sol" (Primera apología 67).
COMENTARIO DE DANIEL 7:25. *25. Hablará palabras. Arameo millin (singular millah), simplemente, "palabras". La expresión "grandes cosas" (vers. 8,20) es una traducción del vocablo arameo rabreban. Millah se traduce "asunto" en cap. 2:5, 8,10-11, 23; 5:15, 26; 7:1; "palabra" en los cap. 4:31,33; 5:10; 7:11,25,28; "edicto" en 3:28; 6:12 y "respuesta" en 2:9.
Contra. Arameo
letsad. Si bien tsad significa "lado", letsad no significa, como se
esperaría, "al lado", sino "contra". Pero aquí parecería
significar además "ponerse en lugar de". Al oponerse al Altísimo, el
cuerno pequeño pretendería ser igual a Dios (ver com. 2 Tes. 2:4; cf. Isa. 14:12-14).
La literatura eclesiástica abunda en ejemplos de las pretensiones
arrogantes y blasfemas del papado. Ejemplos típicos son los siguientes tomados de una gran obra
enciclopédica escrita por un teólogo católico del siglo XVIII: "El papa es
de una dignidad tan grande y es tan excelso, que no es un mero hombre, sino
como si fuera Dios y el vicario de Dios...
"El
papa está coronado con una triple corona, como rey del cielo y de la tierra y
de las regiones inferiores...
"El
papa es como si fuera Dios sobre la tierra, único soberano de los fieles de
Cristo, jefe de los reyes, tiene plenitud de poder, a él le ha sido encomendada
por Dios omnipotente la dirección no sólo del reino terrenal sino también del
reino celestial...
"El
papa tiene tan grande autoridad y poder que puede modificar, explicar e
interpretar aun las leyes divinas...
"El
papa puede modificar la ley divina, ya que su poder no es de hombre sino de
Dios, y actúa como vicerregente de Dios sobre la tierra con el más amplio poder
de atar y soltar a sus ovejas.
"Cualquier
cosa que se diga que hace el Señor Dios mismo, y el Redentor, eso hace su
vicario, con tal que no haga nada contrario a la fe" (traducción de Lucio
Ferraris, "Papa II", Prompta Bibliotheca, t. VI, pp. 25-29).
Quebrantará. O,
"desgastará". Esto se describe antes con las palabras, "este
cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía" (vers. 21). La frase
describe una persecución continua e implacable. El papado reconoce que ha
perseguido y defiende tales hechos como el legítimo ejercicio del poder que
pretende haber recibido de Cristo. Lo siguiente está tomado de The Catholic
Encyclopedia: "En la bula 'Ad exstirpanda' (1252), Inocencio IV dice:
'Cuando los que hayan sido condenados como culpables de herejía hayan sido
entregados al poder civil por el obispo o su representante, o la Inquisición,
el podestá o primer magistrado de la ciudad los llevará inmediatamente y
ejecutará las leyes promulgadas contra ellos, dentro del término máximo de cinco
días'... Ni podía quedar duda alguna en cuanto a cuáles disposiciones civiles
se indicaban, porque los pasajes que ordenaban quemar a los herejes
impenitentes estaban incluidos en los decretos papales de las constituciones
imperiales 'Commissis nobis' e 'lnconsutibilem tunicam'. La bula antes
mencionada 'Ad exstirpanda' permaneció de allí en adelante como documento
fundamental de la Inquisición, renovada o puesta nuevamente en vigencia por
varios papas, Alejandro IV (1254-61), Clemente IV (1265-68), Nicolás IV
(1288-92), Bonifacio VIll (1 294-1303) y otros. Por lo tanto, las autoridades
civiles estaban obligadas por los papas, so pena de excomunión, a ejecutar las
sentencias legales que condenaban a los herejes impenitentes a la hoguera"
(Joseph Blötzer, art. "Inquisition", t. VIII, p. 34). Pensará. Arameo
sebar, "procurar", "intentar". Se indica un esfuerzo
premeditado (CS 499-500).
Tiempos. Arameo
zimnin (singular, zeman), término que indica tiempo fijo, como en los cap.
3:7-8; 4:36; 6:10,13, o un lapso como en los cap. 2:16; 7:12. En el cap. 2:21
se da una sugestión en cuanto al significado de la expresión "cambiar los
tiempos'. Allí se usan juntas otra vez las mismas palabras arameas que
significan "mudar" y "tiempos". Sin embargo, en ese pasaje
Daniel dice que es Dios quien tiene la autoridad de mudar los tiempos. Es Dios
quien rige el destino de las naciones. Es él quien "quita reyes, y pone
reyes" (cap. 2:21). "En la palabra de Dios contemplamos detrás,
encima y entre la trama y urdimbre de los intereses, las pasiones y el poder de
los hombres, los instrumentos del Ser misericordioso, que ejecutan silenciosa y
pacientemente los consejos de la voluntad de Dios" (Ed 169). Es también
Dios quien determina el "tiempo" (arameo zeman) cuando los santos
poseerán el reino (cap. 7:22). El esfuerzo del cuerno pequeño para mudar los
tiempos indicaría un esfuerzo premeditado para ejercer el derecho divino de
dirigir el curso de la historia humana.
La ley. Arameo
dath, palabra usada para referirse tanto a la ley humana (cap. 2:9,13,15;
6:8,12,15) como a la divina (Esd. 7:12,14,21,25-26). Es evidente que aquí se
hace referencia a la ley divina, ya que la ley humana puede ser cambiada según
la voluntad de la autoridad civil, y tales cambios difícilmente podrían ser el
tema de la profecía. Al investigar si el papado ha intentado cambiar las leyes
divinas o no, encontramos la respuesta en la gran apostasía de los primeros
siglos de la era cristiana cuando fueron introducidas numerosas doctrinas y
prácticas contrarias a la voluntad de Dios revelada en las Sagradas Escrituras.
El cambio más audaz corresponde al día de descanso semanal. La iglesia apóstata
admite sin ambages que es responsable de la introducción del descanso
dominical, y pretende que tiene el derecho de hacer tales cambios (CS 499-500).
Un catecismo autorizado para sacerdotes dice: "La Iglesia de Dios [es
decir, la Iglesia Católica] en su sabiduría ha ordenado que la celebración del
día sábado fuese transferida al 'día del Señor' " (Cathechism of the
Council of Trent, traducción de Donovan, Ed. 1829, p. 358). Este catecismo fue
escrito por orden del gran Concilio de Trento y publicado bajo los auspicios
del Papa Pío V.
Durante los tiempos del NT los cristianos observaron el sábado, séptimo día de la semana (ver com. Hech. 17:2). " transición del sábado al domingo fue un proceso gradual que comenzó antes de 150 d. C. y continuó durante unos tres siglos.
Las primeras referencias históricas que tenemos en cuanto a la
observancia del domingo por profesos cristianos aparecen en la Epístola de
Bernabé (cap. 15) y en la Primera apología de Justino Mártir (cap. 67), obras
que datan aproximadamente del 150 d. C. Ambas condenan la observancia del
sábado e instan a observar el domingo. Las primeras referencias auténticas al domingo
como "día del Señor" proceden de fines del siglo II y provienen del
llamado Evangelio según San Pedro y de Clemente de Alejandría (Misceláneas, v.
14).
Antes
de la revolución judía instigada por Barcoquebas en 132-135 d. C., el Imperio
Romano reconocía al judaísmo como una religión legal y al cristianismo como una
secta judía. Pero como resultado de esa revolución los judíos y el judaísmo se
desprestigiaron. Para evitar la persecución que siguió, de allí en adelante los
cristianos trataron por todos los medios posibles de dejar en claro que no eran
judíos.
Las
repetidas referencias que hacen los escritores cristianos de los tres siglos
siguientes a la observancia del sábado como una práctica
"judaizante", junto con el hecho de que no hay referencia histórica
de la observancia cristiana del domingo como día sagrado antes de la revolución
judía, indican el período comprendido entre los años 135-150 como el tiempo
cuando los cristianos empezaron a atribuirle santidad de día de reposo al
primer día de la semana. Sin embargo, la observancia del domingo no reemplazó
inmediatamente a la del sábado sino que la acompañó y completó.
Durante
varios siglos los cristianos observaron ambos días. Por ejemplo, a comienzos
del siglo III, Tertuliano observó que Cristo no había anulado el sábado. Un
poco más tarde, en las Constituciones apostólicas, libro apócrifo, (ii. 36) se
amonestaba a los cristianos a "guardar el sábado y la fiesta del día del
Señor".
A
principios del siglo IV el domingo había alcanzado una clara preferencia
oficial sobre el sábado. En su Comentario sobre el Salmo 92 Eusebio, principal
historiador eclesiástico de esa época, escribió: "Todas aquellas cosas que
era deber hacer en el sábado, las hemos transferido al día del Señor, como que
le pertenecen de manera más apropiada, porque este día tiene preferencia y
ocupa el primer lugar y es más honorable que el sábado judío".
La primera acción oficial de la Iglesia Católica que expresa preferencia por el día domingo fue tomada en el Concilio de Laodicea (c. 364 d. C.). El canon 29 de ese concilio estipula que "los cristianos no han de judaizar y estar sin trabajar en sábado, sino, que han de trabajar ese día; pero honrarán de especial manera el día del Señor, y como cristianos que son, si es posible, no harán ningún trabajo en ese día. Sin embargo, si se los encuentra judaizando, serán excluidos de Cristo".
Este concilio dispuso que hubiera
culto en el día sábado, pero designó a ese día como día laborable. Es digno de
notarse que ésta, la primera ley eclesiástica que ordena la observancia del
domingo, especifica el judaizar como la razón para evitar la observancia del
sábado. Además, la rígida prohibición de la observancia del sábado
es una evidencia de que muchos estaban todavía 'judaizando' en ese día. En
realidad, los escritores cristianos de los siglos IV y V con frecuencia
amonestan a sus correligionarios en contra de esa práctica. Por ejemplo,
alrededor del año 400, Crisóstomo observa que muchos guardaban aún el sábado a
la manera judía y estaban así judaizando.
Los
registros de la época también revelan que las iglesias de Alejandría y Roma
fueron las principales en fomentar la observancia del domingo. Por 440 d. C. el
historiador eclesiástico Sócrates escribió que "aunque casi todas las
iglesias del mundo celebran los sagrados misterios cada semana en sábado, sin
embargo los cristianos de Alejandría y Roma, por una antigua tradición, han
dejado de hacer esto" (Ecclesiastical History v. 22). Alrededor de la
misma fecha Sozomenos (o Sozomeno) escribió que "la gente de
Constantinopla, y de casi todas partes, se reúne en el sábado, tanto como en el
primer día de la semana, costumbre que nunca se observa en Roma ni en
Alejandría".
Hay pues tres hechos claros: (1) El concepto de la santidad del domingo entre los cristianos se
originó, principalmente, en su esfuerzo de evitar prácticas que los
identificaran con los judíos, y provocaran así persecución. (2) La iglesia de
Roma desde muy antiguo fomentó una preferencia por el domingo; y la creciente
importancia que se le dio al domingo en la iglesia primitiva, a expensas del
sábado, siguió muy de cerca al crecimiento gradual del poder de Roma. (3)
Finalmente, la influencia romana prevaleció para hacer que la observancia del
domingo fuese motivo de una ley eclesiástica, en la misma forma en que
prevaleció para establecer otras prácticas tales como la adoración de María, la
veneración de los santos y de los ángeles, el uso de imágenes y las oraciones
por los muertos. La santidad del domingo descansa sobre la misma base que esas
otras prácticas que no se encuentran en las Escrituras, y que fueron
introducidas en la iglesia por el obispo de Roma.
Hasta tiempo, y tiempos, y medio tiempo. La palabra
aramea 'iddan, que aquí se traduce "tiempo", aparece también en el
cap. 4:16,23,25,32. En estos pasajes la palabra 'iddan indudablemente significa
"un año" (ver com. cap. 4:16). La palabra que se traduce
"tiempos", que también proviene de 'iddan, era puntuada por los
masoretas como plural, pero los eruditos generalmente están de acuerdo en que
debiera puntuarse como dual, indicando así "dos tiempos". La palabra
que se traduce "medio", pelag puede también traducirse "mitad'.
Por eso, es más aceptable la traducción de la Versión Moderna: 'Un tiempo, y
dos tiempos, y la mitad de un tiempo".
Al
comparar este pasaje con profecías paralelas que se refieren al mismo período,
pero designándolo de otras maneras, podemos calcular el total del tiempo
implicado. En Apoc. 12:14 se denomina a este período "un tiempo, y tiempos
y la mitad de un tiempo". Un poco antes, en Apoc. 12:6, se hace referencia
al mismo período al decir "mil doscientos sesenta días". En Apoc.
11:2-3 la expresión "mil doscientos sesenta días" equivale a
"cuarenta y dos meses". Así queda claro que un período de tres
tiempos y medio corresponde con 42 meses, que a su vez son representados como
1.260 días, y que un "tiempo" equivale a 12 meses o 360 días. Este
período puede llamarse un año profético. Sin embargo, no debe confundirse un
año profético de 360 días ó 12 meses de 30 días cada uno con el año judío, que
era un año lunar de extensión variable (tenía meses de 29 y de 30 días), ni con
el calendario solar de 365 días (ver t. 11, pp. 114-115). Un año profético
significa 360 días proféticos, pero un día profético representa un año solar.
Esta
distinción puede explicarse así: Un año profético de 360 días no es literal
sino simbólico. Por eso sus 360 días son proféticos, no literales. Según el
principio de día por año, ilustrado en Núm. 14:34 y Eze. 4:6, un día en
profecía simbólica representa un año literal. Así un año profético, o
"tiempo", simboliza 360 años naturales, literales, y de la misma
manera un período de 1.260 ó 2.300 o de cualquier otra cantidad de días
proféticos representa la misma cantidad de años literales (es decir, años
solares completos, marcados por las estaciones que son controladas por el sol).
Aunque el número de días de cada año lunar era variable, el calendario judío se
corregía con la adición ocasional de un mes extra (ver t. II, pp. 106-107), de
modo que para los escritores bíblicos -al igual que para nosotros- una larga
serie de años siempre era igual al mismo número de años solares naturales. En
cuanto a la aplicación histórica del principio de día por año ver pp. 41-80.
La
validez del principio de día por año ha sido demostrada por el cumplimiento
preciso de varias profecías calculadas por este método, en particular la de los
1.260 días y la de las 70 semanas. Un período de tres años y medio contados en
forma literal es completamente exiguo para cumplir los requisitos de las
profecías de 1.260 días con relación al papado. Pero cuando, de acuerdo
con el principio de día por año, el período se extiende a 1.260 años, la
profecía tiene un cumplimiento excepcional.
En
julio de 1790, treinta obispos católicos se presentaron ante los que
encabezaban el gobierno revolucionario de Francia para protestar por la
legislación que independizaba al clero francés de la jurisdicción del papa y lo
hacía responsable directamente ante el gobierno. Preguntaron si los dirigentes
de la revolución iban a dejar libres a todas las religiones "excepto
aquella que fue una vez suprema, que fue mantenida por la piedad de nuestros
padres y por todas las leyes del Estado y ha sido por mil doscientos años la
religión nacional" (A. Aulard, Christianity and the French Revolution, p. 70).
El
período profético del cuerno pequeño comenzó en 538 d. C., cuando los
ostrogodos abandonaron el asedio a Roma, y el obispo de Roma, liberado del
dominio arriano, quedó libre para ejercer las prerrogativas del decreto de
Justiniano de 533, y aumentar de allí en adelante la autoridad de la "Santa
Sede" (ver com. vers. 8). Exactamente 1.260 años más tarde (1798) las
espectaculares victorias de los ejércitos de Napoleón en Italia pusieron al
papa a merced del gobierno revolucionario francés, quien informó a Bonaparte
que la religión romana sería siempre la enemiga irreconciliable de la
república, y que "hay una cosa aún más esencial para alcanzar el fin
deseado, y eso es destruir, si es posible, el centro de unidad de la iglesia
romana, y depende de Ud., que reúne en su persona las más distinguidas
cualidades del general y del hábil político, alcanzar esa meta si lo considera
factible" (Id., p. 158). En respuesta a esas instrucciones y por orden de
Napoleón, el general Berthier entró en Roma con un ejército francés, proclamó
que el régimen político del papado había concluido y llevó al papa prisionero a
Francia, donde murió en el exilio.
El
derrocamiento del papado en 1798 marca el pináculo de una larga serie de
acontecimientos vinculados con su decadencia progresiva, y también la
conclusión del período profético de los 1.260 años. Ver la Nota Adicional al
fin de este capítulo, donde hay un bosquejo más completo del surgimiento y la
decadencia del papado. (4CBA).
Pero la iglesia primitiva no abandonó por completo el sábado. El sábado y el domingo se observaron juntos
durante siglos, de un modo especial en el Oriente. Europa occidental fue evangelizada
principalmente desde Roma, por lo cual no hay casi ningún indicio de la
observancia del sábado en esa zona. La
observancia del domingo era lo común dondequiera se extendiera la influencia de
Roma.
Días De Ayuno.- Además de estas prácticas, se propagó en la iglesia primitiva la observancia de ciertos días de ayuno. Se los menciona en la Didajé (8) como el "cuarto de los sábados" y la preparación, es decir, miércoles y viernes. Se advertía a los cristianos que no ayunaran en el segundo y en el quinto día de la semana, pues el lunes y el jueves eran días de ayuno judíos. Se suponía que el miércoles era el día en el cual Judas había vendido a Cristo y el viernes el día de su crucifixión y sepultura.
XII. SECTAS QUE
PRODUCÍAN DIVISIONES Y RIVALIDADES
El cristianismo era una "herejía" (Hech. 24:14) para los judíos.
Es justo decir que el cristianismo tuvo sus herejías, y los apóstoles
amonestaron contra ellas, ya fuera como peligros presentes o como peligros de
los que habría que guardarse en el futuro (cf. 1 Cor. 11:19; Gál. 5:20; 2 Ped.
2:1)
Los Montanistas.- Los montanistas
eran una secta con metas espirituales muy 54 elevadas. Una
de las razones para el surgimiento de esta secta se encuentra en la declinación
de la influencia de los pneumatikói o varones de los dones espirituales. Ya se han presentado pruebas de la decadencia
de ese grupo de personas. Montano ejerció una profunda influencia espiritual a
fines del siglo II; comenzó predicando un mensaje de reforma en la provincia de
Frigia. Afirmaba que él y sus más allegados poseían los dones del Espíritu,
particularmente el espíritu de profecía. Predicaban reavivamiento y reforma y
exhortaban a la iglesia para que abandonara la mundanalidad. Los montanistas se
daban cuenta que ésta ya existía en sus tiempos, a fines del siglo II.
La secta, llena de un celo reformador, se extendió rápidamente. Estuvo a
punto de ser aceptada como ortodoxa en Roma, pero finalmente fue declarada
cismática. Tertuliano, el gran escritor latino y líder de la iglesia del norte
del África, aceptó el montanismo y su espíritu reformador de todo corazón, y
así propagó las ideas montanistas.
Los montañistas usaban la terminología de Pablo para describirse a sí
mismos y a los que se oponían a ellos. Se daban a sí mismos el nombre de
pneumatikói, y a sus opositores llamaban psujikói (naturales, carnales). Condenaban
las segundas nupcias, consideraban el casamiento como una unión espiritual, y
esperaban que esa unión se renovara después de la muerte. Insistían en que fueran expulsados de la
iglesia todos los que fueran culpables de crímenes. Imponían rígidos ayunos,
propiciaban el celibato, alababan profusamente a los que habían sido
martirizados y aun opinaban que debía aceptarse el martirio, pues sostenían que
era ilícito huir de él en tiempo de persecución. Para ellos la vida cristiana
era no sólo el resultado de un comienzo milagroso, sino un milagro que se repetía
constantemente. Afirmaban que para el progreso cristiano no valía nada que
emanara de la forma natural de vivir o de un proceso normal de desarrollo
mental y espiritual. Parece que creían
que el desarrollo de la experiencia religiosa en toda la comunidad debía pasar
por cuatro etapas: (1) religión natural, o el concepto innato de Dios; (2) la
religión del Antiguo Testamento; (3) la encarnación de Cristo y el Evangelio
que él ponía de manifiesto; (4) la venida del Paracleto con el derramamiento
del Espíritu Santo en Pentecostés, y particularmente con los dones del Espíritu
sobre Montano. De modo que creían que sus experiencias particulares
determinarían las experiencias culminantes de la iglesia, y que la perfección
de su mensaje en la iglesia conquistaría su triunfo en la tierra en la segunda
venida de Jesucristo, su Señor.
Esperaban ese segundo advenimiento muy poco después del surgimiento de
ellos y de la propagación de su mensaje.
Al principio, y no pocas veces después, la secta fue llamada la herejía frigia. Aún existía en el siglo V. Su impacto sobre la cristiandad modificó ciertas creencias de la Iglesia Católica. Los puntos de vista de Montano reaparecieron en varias manifestaciones diferentes entre las sectas de la Edad Media. Debido en parte a su firme creencia en la presencia dinámica interior del Espíritu Santo, y en parte a la oposición de las autoridades administrativas de la iglesia contra los montanistas y su obra, éstos criticaban el creciente punto de vista católico, según el cual la autoridad de la iglesia consiste o está en los obispos.
Tertuliano dijo: " 'La iglesia', es
cierto, estará dispuesta a perdonar pecados; pero (será) la iglesia del
Espíritu, mediante un hombre espiritual; no la iglesia, la cual consiste de una
cantidad de obispos" (De Pudicitia 21).
Los Ebionitas.- Se ha hecho
notar que hubo varias divisiones entre dos grupos que surgieron en la iglesia
apostólica: (1) cristianos de origen judío que insistían en que toda la iglesia
ya se tratara de judíos o de gentiles debía amoldarse a la ley 55 de Moisés; (2)
cristianos de origen judío como lo era Pablo, y la gran mayoría de los
conversos gentiles que aceptaban las enseñanzas de Pablo y acataron la decisión
del concilio de Jerusalén (Hech. 15). Estos sostenían que los gentiles debían
aceptar la salvación mediante Jesucristo, por la fe, y que no necesitaban
prestar ninguna atención al ritual judío. A medida que crecía el número de
gentiles en la iglesia cristiana y los cristianos de origen judío se convertían
en una minoría, los que eran especialmente celosos de la ley se constituyeron
en un grupo. Formaron una o más sectas que, en pensamiento y en práctica, se
ubicaban en la zona fronteriza entre el cristianismo y el judaísmo. Los
escritores cristianos hablan de los ebionitas como el grupo principal quizá el
único de estos cristianos judaicos.
El nombre de la secta deriva de una palabra hebrea que significa "pobre", y pudo haber sido un término que se aplicaba al principio a los cristianos en general, como lo afirma Epifanio; más tarde se usó para designar a los cristianos judaicos (Orígenes, Contra Celso ii. 1).
Es muy
posible que la Epístola a los Hebreos hubiera sido escrita para que los
cristianos judaicos que estaban dispuestos a escuchar a Pablo se mantuvieran
fieles en la aceptación de Jesucristo como Salvador y Sumo Sacerdote, en
oposición al grupo de cristianos judaicos que insistían en mantener su vinculación
con el sacerdocio judaico y sus rituales.
Si fue así, la Epístola a los Hebreos bien podría haber señalado una
división entre las dos clases de cristianos judaicos, con el resultado de que
los ebionitas se constituyeron en una secta ritualista y legalista que dependía
de la conservación de las formas externas del judaísmo. Schaff describe este
movimiento como "un cristianismo judaizante, seudopetrino [falsos
seguidores de Pedro]" o "un judaísmo cristianizante" (History of
the Christian Church, t. 2, p. 429).
La mayor parte de los ebionitas deben haber sido fariseos. Eran los
sucesores naturales de los judaizantes, a quienes Pablo se opuso tan
vigorosamente, tal como se lee en su Epístola a los Gálatas. Aceptaban a Jesús
como el Mesías prometido, el hijo de David, pero sólo como a un hombre como
Moisés y David y como el resultado de la unión natural de José y de María. Según
su creencia, Jesús se dio cuenta de su condición mesiánica cuando fue bautizado
por Juan, momento en el que le fue dado un espíritu divino. Los unitarios del
siglo XIX reconocían que esta enseñanza es similar a su creencia en cuanto a
Jesús. Por eso algunos de ellos
afirmaban que los ebionitas fueron los verdaderos cristianos primitivos y que
el movimiento cristiano inicial fue unitario. La idea de los ebionitas de que
en su bautismo el Jesús humano recibió un espíritu divino podría hacer que
fueran los progenitores del adopcionismo posterior (ver t. V, pp. 890- 891).
Insistían en mantener la circuncisión y toda le ley ritual de Moisés como
necesaria para la salvación de los hombres.
Eusebio hace notar que los ebionitas observaban tanto el sábado como el
domingo, en memoria de la resurrección del Señor (Historia eclesiástica iii.
27. 5). Los ebionitas no podían menos que calificar a Pablo como apóstata y
hereje. Algunos llegaron hasta el punto de afirmar que Pablo era un pagano
convertido al judaísmo, del cual se apartó posteriormente debido a su
impureza. Esperaban el pronto regreso de
Cristo para dar comienzo a un reinado milenario de gloria en la tierra, cuya
sede sería la Jerusalén terrenal restaurada.
Ciertas pruebas indican que los ebionitas tenían tendencias gnósticas. Esto
probablemente puede remontarse a un grupo ebionita de una influencia y
reputación mucho menores que el conjunto principal, grupo en que se manifestó
una curiosa mezcla de enseñanzas cristiano-judaicas y gnósticas. No hay rastros
de ebionitas después del siglo IV.
Los Nazarenos.- Los primeros
escritores cristianos no mencionan esta secta; sólo lo hacen los escritores de
los siglos IV y V, como Epifanio, Jerónimo y Agustín. 56 Se refieren a
los nazarenos como una secta cristiano-judaica representada por los cristianos
que huyeron a Pella en ocasión de la destrucción de Jerusalén (Epifanio, Contra
herejías i. 2, Herejía xxix. 7). Se dice que creían en la obligación universal
de obedecer la ley, y que condenaban a Pablo como transgresor. Sin embargo, a
diferencia de los ebionitas, parecen haber aceptado a Jesucristo como el Hijo
de Dios en un sentido especial.
Aunque es difícil hacer una nítida distinción entre los nazarenos y los
ebionitas, quizá los nazarenos estuvieron un poco más cerca del cristianismo
ortodoxo que los ebionitas.
Gnósticos.- Lo que se sabe
del gnosticismo proviene principalmente de los primeros escritores cristianos,
que le eran hostiles. Hombres como
Ireneo, Tertuliano, Hipólito y Orígenes escribieron contra el gnosticismo
porque reconocían que sus enseñanzas eran peligrosas para el cristianismo; sin
embargo, entre los Rollos del Mar Muerto se han encontrado documentos que
algunos eruditos piensan que contienen pruebas de una tendencia gnóstica
judaica antigua. Un descubrimiento más directo que se refiere al gnosticismo
fue hecho en Chenoboscion, Egipto, en 1946, donde se descubrió una biblioteca
de obras gnósticas de casi 1,000 páginas de papiros. Esta extensa colección ha
permitido aumentar el conocimiento que se tiene del gnosticismo.
En realidad no hubo una secta gnóstica, sino tendencias al gnosticismo
presididas por líderes que a veces tuvieron pocos seguidores, y en otras
ocasiones muchos. El gnosticismo no fue tanto un movimiento como un modo de
pensar. No tuvo una organización que abarcara todo el movimiento, y en sus
adeptos no hubo la conciencia de que podían formar una unidad. Es evidente que
llegó a ser un problema para los líderes del cristianismo en los últimos años
de la era apostólica, y hubo que hacerle frente hasta los últimos años del
siglo III. Ver t. V, pp. 890-891.
El Antiguo Testamento habla de conocer a Dios (Jer. 9:23-24), pero no se
trata de un conocimiento especulativo, sino más bien de un trato con Dios que
resulta de aceptar por fe lo que él revela acerca de sí mismo. El Nuevo
Testamento también se refiere a una "gnosis" espiritual o
"conocimiento", pero que no es una filosofía abstracta. En primer
lugar es algo práctico: un conocimiento espiritual de Dios, basado en sus
propias revelaciones y que actúa en las experiencias de los cristianos. "Conocer" podría tomarse como el
tema del Evangelio de Juan. El apóstol destaca el conocimiento de Dios y
registra la afirmación de Jesús de que conocer a Dios y a su Hijo es tener vida
eterna (Juan 17:3). Juan destaca la realidad de Jesús y el gozo de tener
comunión en el conocimiento de él, en términos de ver en realidad al Señor y de
tocarlo (1 Juan 1:17). Para Pablo, conocer a Cristo es un simple hecho experimental
al alcance de todos. Pero también hay una sabiduría más profunda al alcance del
cristiano maduro y "perfecto", que a su vez se transforma en
perfección. "Hablamos -dice Pablo- sabiduría de Dios en misterio, la
sabiduría oculta, . . . la que ninguno de los príncipes de este siglo no
conoció " (1 Cor. 2:6-8).
Hay una "palabra de sabiduría" un don del Espíritu acerca del cual habla Pablo (1 Cor. 12:78). Por ejemplo, el concilio de Jerusalén había dispuesto que los cristianos de origen gentil debían evitar todo contacto con los ídolos, y que aun debían abstenerse de alimentos ofrecidos a éstos. Pablo hace notar que los que tienen un conocimiento maduro comprenderán que los dioses paganos son espíritus de demonios y que los ídolos que se hacían para representarlos no eran nada. Por lo tanto, no tiene trascendencia alguna si un alimento ha sido ofrecido a los ídolos o no, y podría comerse ese alimento a no ser que tal acción afectara la conciencia del escrupuloso (1 Cor. 8). 57 Además del conocimiento cotidiano y práctico de Dios, esencial para la experiencia cristiana, y el conocimiento más profundo de los "perfectos", hay una falsa "gnosis" que deben evitar los dirigentes de la iglesia, y deben ayudar a otros para que la eviten (1 Cor. 3:20-21).
Hay, pues, dos clases de conocimiento, gnÇsis al'thin', el conocimiento
verdadero, y gnÇsis pseudÇnumos, conocimiento falso. Debe distinguirse, porque uno conduce a la salvación
y el otro al engaño y a la condenación. El verdadero conocimiento (gnosis) se
somete a la autoridad de las Escrituras, y es una especie de fe desarrollada y
perfeccionada.
La falsa "gnosis" era presuntuosa y arrogante. Pretendía ser
intelectual y estar muy por encima del alcance del vulgo. Se propagaba no
mediante pruebas lógicas, sino afirmando su autoridad intuitiva. Después de
exponer sus ideas trataba de sistematizarlas y de hacer de ellas una forma de
razonamiento discursivo acerca del mundo espiritual.
Por lo que se conoce del antiguo gnosticismo, se puede ver que tenía varias raíces muy profundas y que éstas se habían difundido. Se han propuesto diversas teorías en cuanto a su origen, pero lo más probable es que sea producto de un sincretismo religioso característico del mundo helenístico. Se ve claramente que tomó del pensamiento oriental su pronunciado dualismo, que sostenía la existencia de una lucha perpetua entre la luz y las tinieblas.
En esto el gnosticismo es paralelo con el parsismo, que a su vez estaba arraigado en el antiguo zoroastrismo. El desprecio del gnosticismo por lo corpóreo y material recuerda ciertas características del platonismo y de las más antiguas filosofías naturales de Grecia.
El judaísmo del tiempo de los Macabeos y de los primeros
períodos del cristianismo sintió fuertemente la influencia de los elementos
especulativos del gnosticismo, que tendieron a apartarlos de los límites
fijados por la autoridad de las Escrituras. Los esenios y los cabalistas judíos
parecen haber tenido alguna relación con el gnosticismo. A medida que el
gnosticismo traspasó las fronteras del pensamiento cristiano, usó las
Escrituras cristianas y tomó prestada la terminología cristiana para disfrazar
las formas del pensamiento gnóstico.
Con estas relaciones y antecedentes complejos, y los ambientes espirituales
e intelectuales donde surgió el gnosticismo, fue inevitable que hubiera una
amplia variedad en el sistema gnóstico si es que se lo puede llamar sistema,
con extrañas combinaciones de compatibilidades y de aversiones. Había formas de
gnosticismo pagano; había un gnosticismo en el que el paganismo y el
cristianismo procuraban combinarse; había combinaciones de paganismo y
judaísmo. Algunas clases de gnosticismo cristiano daban la impresión de ser
antijudaicas, y otras parecían antipaganas. El gnosticismo fue un intento
especulativo, dentro de un método filosófico, de explicar el mundo invisible,
de dar una razón para las perplejidades y frustraciones de la vida, y de
ofrecer alguna especie de esperanza de alcanzar un gozo triunfante en todo el
programa de la existencia.
Es difícil saber cuáles ideas gnósticas eran aceptadas
en los diferentes sectores y cuáles eran practicadas en forma general. Es casi
tan difícil encontrar un común denominador aplicable a todas las formas de
gnosticismo, como lo es hallar un común denominador para todas las formas de
hinduismo o de cristianismo. Pero las siguientes ideas parecen haber sido
típicas
1. Detrás de cada cosa que pudiera conocerse o imaginarse, estaba un dios
supremo, un espíritu divino. Ese dios era una esencia completamente espiritual
e incorpórea. Algunos gnósticos enseñaban que su dios no tenía esencia ni
persona. Aplicaban al concepto términos
como ábusos, "abismo", y buthós, "profundidad". 58
2. Procedentes de ese dios supremo, decían, se habían originado a través de
incontables siglos una sucesión de emanaciones llamadas aiÇnes, eones, que eran
expresiones del principio originador y servían para hacerlo menos
incomprensible. Tomadas en conjunto, esas emanaciones que habían surgido eran
llamadas pl'rÇma, "plenitud".
3. Todo esto, a lo que la esencia divina estaba dando expresión, contenía
en perfección el principio divino de luz. Pero también había un principio de
oscuridad que luchaba con la luz procurando hallar un lugar en el universo de
luz y esperando vencerlo finalmente. Si tal cosa hubiera de suceder, sería un
inimaginable eclipse de todas las cosas. Finalmente, uno de los eones cayó del
pl'rÇma.
4. Como consecuencia de esa difícil situación, resultó la creación de la
materia de la mezcla del eón caído con el mundo inferior de oscuridad. La
materia era amorfa, disforme, caótica, impregnada de oscuridad y, por lo tanto,
mala. El demiurgo una fuerza cósmica casi inconsciente identificado por algunos
gnósticos con el Jehová del Antiguo Testamento, dio forma a esa mala materia, y
resultó el mundo material. El mundo, pues, siendo material, era esencialmente
malo y estaba regido por una fuerza más o menos mecánica.
5. La caída del eón y la formación de un mundo malo necesitaban un acto de
salvación. Esto fue emprendido por otro eón, identificado como Cristo. El
descendió al nivel del mundo imperfecto, se unió transitoriamente con el hombre
Jesús, quizá en ocasión de su bautismo, y permaneció con él hasta poco antes de
su muerte. El eón-Cristo cumplió la obra de la salvación rescatando al eón
caído, extrayendo la luz de la oscuridad de este mundo y revelando mediante
Jesús un conocimiento oculto (gnosis), mediante el cual los hombres pueden ser
liberados de la oscuridad y pueden llegar a la esfera de luz.
El concepto gnóstico acerca de Jesús, variaba. Algunos enseñaban lo que
acabamos de bosquejar. Otros declaraban que él no había tenido en absoluto
cuerpo material, sino que era tan sólo una apariencia. Por lo tanto, éstos son
conocidos como docetistas (Gr. dokéÇ, "parecer").
Algunos gnósticos enseñaban que mediante la obra de Cristo la materia sería
liberada de la oscuridad; otros, que la materia sería vencida y desaparecería,
y los espíritus de los hombres serían liberados para ser reabsorbidos dentro
del buthós, o para convertirse en espíritus libres del mundo incorpóreo.
Había muchas formas de gnosticismo cristiano, presididas por sus
correspondientes líderes. Cerinto fue un gnóstico contemporáneo del apóstol
Juan, detestado, según se dice, por el apóstol (ver p. 37). Los docetistas (ver
p. 59), contra quienes es evidente que escribió Juan, eran un serio problema
para el verdadero cristianismo. Basílides, aunque posterior al apóstol Pablo,
presentó una enseñanza similar a aquella contra la cual escribió el apóstol en
su Epístola a los Colosenses. Taciano, el autor de la primera armonía de los
Evangelios, fue un gnóstico del siglo II. Saturnino y Valentín fueron gnósticos
que causaron dificultades en el siglo II, así como lo hicieron Manes (de aquí
maniqueo) y Bardesanes en el siglo III. Orígenes combatió en algunos de sus
escritos a un grupo gnóstico llamado de los ofitas. Alrededor del año 200 se
podían identificar unas 65 formas diferentes de gnosticismo.
Los pensadores gnósticos usaban ampliamente las Escrituras,
interpretándolas para que concordaran con sus teorías. Reunían tradiciones que habían surgido en la
iglesia y las acomodaban para sus propósitos. Usaban sin trabas los escritos de
otros autores gnósticos, y se valían de los escritos de cualquier pensador
anterior que les parecieran útiles. Utilizaban los escritos judaicos
especulativos de la época, además de valerse abiertamente de filosofías paganas
contemporáneas y anteriores. 59
El pensamiento de los gnósticos causó un impacto sobre el cristianismo
durante los años de la formación de la iglesia, y por esto influyó mucho en
ella. Las especulaciones y distorsiones del gnosticismo estimularon al
pensamiento cristiano a resistir la herejía e indujeron a sus pensadores a
formular una teología cristiana. El Evangelio de Juan debe considerarse como
uno de los primeros intentos de hacerlo, escrito quizá para combatir al
gnosticismo incipiente. Pero Orígenes es el primer escritor cristiano que
elaboró una teología bastante sistemática.
El gnosticismo estimuló también a la iglesia cristiana para que acelerara
la formación de una organización que tuviera autoridad, para que se
constituyera una jerarquía sacerdotal, y para que se llegara, en cierta medida,
a un acuerdo en cuanto al canon bíblico. El énfasis que ponía en los espíritus
del mundo invisible sin duda motivó a la iglesia cristiana a tomar ideas
paganas acerca del estado consciente de los muertos. Es muy probable que la
jerarquía de espíritus de los gnósticos sirviera para que la iglesia
desarrollara su veneración por los santos. El gnosticismo indujo a la iglesia a
practicar un método especulativo y sumamente alegórico de interpretación de la
Biblia. Además, indujo al cristianismo a que abrazara la tradición como
autoridad junto con las Escrituras. Por cuanto el gnosticismo se oponía al
judaísmo, el contacto con él aceleró la formación del antijudaísmo en la
iglesia cristiana.
Como la escuela de teología cristiana alejandrina, bajo el liderazgo de
Clemente y Orígenes, usaba el término "gnóstico" para referirse a su
forma de vida y pensamiento cristianos, destacando el conocimiento intuitivo de
los asuntos divinos, se ha pensado que esos líderes y sus escuelas fueron gnósticos
en el sentido de lo que acabamos de mencionar. Esto no es verdad. La escuela
alejandrina fue una escuela especulativa y filosófica muy influida por el
platonismo, y por lo tanto conocida más tarde como la escuela platónica del
cristianismo. Pero los cristianos alejandrinos combatían a los gnósticos que
eran muy dados a la especulación, rechazaban la teoría de las emanaciones y de
las tinieblas vencedoras, e insistían en la personalidad de Dios el Padre, en
la deidad de Jesucristo y, en gran medida, en la personalidad del Espíritu
Santo. Identificaban al Jehová del Antiguo Testamento no como el demiurgo, sino
como el Dios del Nuevo Testamento, y daban a las Escrituras un lugar de
supremacía. La escuela alejandrina contribuyó a la formación de la apostasía de
los siglos posteriores, pero no por la vía del gnosticismo extremista.
Los Docetistas.- Los docetistas
(Gr. doketói, del verbo dokéÇ, "parecer", "tener
apariencia") fueron un grupo de gnósticos que sostenían que la primera
venida de Cristo a la tierra debía explicarse sólo como una
"apariencia". El docetismo enseñaba que la materia era mala,
especialmente la carne; por lo tanto esta doctrina no podía aceptar la idea de
que lo divino pudiera formar una unión con lo humano mientras los hombres
vivieran en la carne. El docetismo negaba enteramente la humanidad de Cristo,
pues consideraba que lo que se vio fue sólo una visión. Esto era directamente
opuesto al ebionismo, que era eminentemente práctico y pleno de actividad. El
docetismo, sutil tanto en su pensamiento como en sus métodos, fue un serio
problema, incluso para los líderes cristianos del tiempo de Pablo y Juan. Pablo
quizá se ocupó de algunas formas de docetismo en su Epístola a los Colosenses. Es
imposible dudar de que Juan tuviera en mente al docetismo cuando escribió la
exhortación a sus hermanos cristianos, para que recordaran que Jesús pudo ser
tocado y palpado y que habitó entre los hombres como una realidad (1 Juan 1:13). No importa qué otras herejías posteriores puedan incluirse dentro del
término "anticristo", debe reconocerse en forma inequívoca que Juan
se refiere aquí principalmente a la herejía de los docetistas.
Nicolaítas.- Este nombre se
usa por primera vez en el libro de Apocalipsis, en el 60 mensaje a la
iglesia de Efeso (cap. 2:6), donde la "doctrina de los nicolaítas" se
presenta como el equivalente en los tiempos apostólicos de la "doctrina de
Balaam", quien instigó al pueblo de Israel para que cayera en la idolatría
y la fornicación en el tiempo de Moisés (cf.
Núm. 24:1,25; Apoc. 2:14; PP 479-486). No existe la historia de esa
"doctrina", pero en el mensaje a Tiatira se dice que la mujer Jezabel
origina la misma clase de males (Apoc. 2:20) que los que se atribuyen a la
"doctrina de los nicolaítas".
Escritores cristianos posteriores se ocuparon del término
"nicolaítas". Ireneo, el primero que lo trató (Contra herejías i.
26), menciona como el fundador de esa secta a Nicolás, uno de los siete
diáconos designados para que cuidaran de la administración de la iglesia
primitiva (Hech. 6:1-3,5) y descrito como "prosélito de Antioquía". Tertuliano,
Hilario, Gregorio Niseno y Epifanio (Contra herejías i. 1, Herejía xxv)
concuerdan en que está implicado el tal Nicolás, pero varían en el grado de culpabilidad
que le atribuyen. Un relato dice que Nicolás celaba muchísimo a su bella
esposa, y que para vencer ese mal sentimiento cayó en el pecado peor de
defender la promiscuidad. Basándose en esto, se supone que un sector de la
iglesia, compuesto sin duda de cristianos judaicos, habría caído en pecados
semejantes a aquellos en que participaron los hebreos inducidos por el plan de
Balaam.
Debe notarse que las mismas faltas contra las cuales amonestó el Señor en
sus mensajes a Pérgamo y Tiatira (Apoc. 2:12-29), estaban entre aquellas cosas
prohibidas por el concilio de Jerusalén: "Que os abstengáis de lo
sacrificado a ídolos... y de fornicación" (Hech. 15:29). Parece que el
problema causado por los nicolaítas ya había surgido en el tiempo de este
concilio, quizá en forma incipiente. Pablo, al hacer frente a condiciones
similares en Corinto, evidentemente no las consideraba como características de
un movimiento definido (1 Cor. 5:16,8; 10:5-11), aunque se refiere
específicamente al caso de Israel con Balaam (cap. 10:8).
Pero Pedro (2 Ped. 2:9-22) y Judas (Jud. 4-13) hablaron con dureza acerca
de miembros de la comunidad cristiana, que en las fiestas de amor (ágap') de
los primeros tiempos relacionadas entonces con la Cena del Señor eran culpables
de los males que se atribuyen a los nicolaítas (ver com. Apoc. 2:6). Es una
extraña coincidencia que por instigación de los judíos en la última parte del
siglo II y en los comienzos del siglo III, los cristianos fueran acusados de
faltas repulsivas relacionadas con sus fiestas. Esas acusaciones, similares a las atribuidas a los nicolaítas, fueron
dirigidas por los paganos (Orígenes, Contra Celso vi. 27; Tertuliano, Ad
Nationes 1.14) contra los cristianos. Aparte de estas acusaciones, difícilmente
puede dudarse de que las transgresiones atribuidas a los nicolaítas no
existieran dentro de cierto grupo de la iglesia primitiva. La pregunta que se
debe responder es hasta qué punto los nicolaítas constituyeron un movimiento
organizado, consciente de su existencia. Acerca de esto sólo hay los indicios
dados en las referencias bíblicas citadas.
En cuanto a las aplicaciones proféticas de la actuación de los nicolaítas
en las iglesias de Pérgamo y Tiatira, ver com. Apoc. 2:6,14,20.
XIII.
RELACIONES CON EL ESTADO
Religiones Tribales.- Las religiones
paganas eran, por naturaleza, locales o tribales. Había dioses de las ciudades
y dioses del campo, dioses de las montañas y dioses de los valles (1 Rey.
20:22-30). A medida que las familias, los clanes y las tribus constituían lo
que hoy llamaríamos naciones, ciertos dioses o grupos de dioses llegaron a ser
considerados como deidades nacionales.
Los romanos reconocían nítidamente esta distinción. Por esto, a medida que
ensanchaban 61 su imperio, fueron
suficientemente sabios como para practicar la tolerancia. No sólo permitían que
los diversos pueblos retuvieran, hasta donde fuera posible, las formas locales
de gobierno propio, sino que también les permitían que conservaran sus dioses. Debían,
eso sí, incluir en su nómina de dioses a las principales deidades de Roma, para
que éstas no se airaran, y para que los pueblos sujetos a Roma no se sintieran
inducidos por su religión a rebelarse contra el régimen romano. Pero junto con
esas estipulaciones se les permitía que continuaran con sus propias formas de
culto. Los romanos, viendo que les era ventajoso tener más y más dioses que
consideraran favorablemente a Roma y a su progreso por todo el mundo, añadían
dioses extranjeros a su panteón.
La Religión Romana Y La Judía.- Cuando los
romanos se relacionaron directamente con la religión judía, especialmente por
las conquistas de Pompeyo en el Cercano Oriente, donde subyugó a Siria y a los
judíos durante los años 65-
Entre los judíos había una cantidad de sectas (ver t. V, pp. 53-55). Los
romanos las reconocían como parte de la religión judía porque los judíos
incluían esas sectas en su sistema religioso. Una secta como la de los zelotes
era considerada con desconfianza debido a sus tendencias a la rebelión, y con
frecuencia era objeto de medidas disciplinarias; pero no era puesta fuera de la
ley sino como último recurso.
El Cristianismo Rechazado Por El
Judaísmo.- Los dirigentes judíos habían rechazado a Jesús desde el principio. Después
de hacerlo matar también rechazaron a sus seguidores y a la iglesia que éstos
formaron; por esto el cristianismo no era considerado legal. Por esta razón no
era lógico que los romanos incluyeran a Cristo en su panteón, aunque hubieran
deseado hacerlo. No podían aceptar el cristianismo a través del cauce judaico,
pues los mismos judíos lo rechazaban. De modo que el cristianismo fue desde el
principio una religión ilegal, sin una posición reconocida ante la ley.
Posición Romana Frente Al
Cristianismo.- Además, había algo en las enseñanzas cristianas que
empeoraba su situación ante el gobierno romano. Los judíos eran un pueblo
proselitista, por lo tanto, los romanos consideraron necesario en el siglo II
promulgar una ley que prohibía a los judíos hacer prosélitos. Los judíos no
pretendían tener una fe universal, pero ofrecían a los paganos la posibilidad
de aceptar el judaísmo como una especie de privilegio. No sucedió así con el
cristianismo. Los cristianos afirmaban desde el comienzo que pertenecían a la
única religión verdadera, declaraban que tenían un mensaje de extensión
mundial, invitaban a todos a que se les unieran si cumplían con las condiciones
de creencia y rectitud, e insistían en que el cristianismo era universal en sus
alcances. No permitían rivales y eran fundamentalmente intolerantes con otras
creencias. Por eso el cristianismo se presentó ante el mundo romano como una fe
universal y conquistadora. Al principio fue burlado 62 y
ridiculizado, pero después fue temido como una amenaza para la vida romana.
Los judíos habían dicho: "No tenemos más rey que César" (Juan 19:15), pero este no era el caso de los cristianos. Tenían un solo Señor, el Señor Jesucristo, y no querían aplicar el término "Señor" al César romano. Enseñaban públicamente que su Señor Jesucristo volvería como Rey de reyes y Señor de señores y dominaría el universo. Ya fuera que lo dijeran con tanta claridad o no, estaba implícito en su enseñanza que ningún imperio terrenal, ni siquiera el de Roma, podría permanecer ante la presencia de un Rey tal (cf. Dan. 2:34-35, 44-45).
El Imperio Romano era
un Estado consciente y seguro de sí mismo, y lleno de amor propio. No tenía
rivales que pudieran disputarle su poder en su mundo mediterráneo. El Estado
tenía que ser lo principal para cada ciudadano. El emperador, no importa cuán
débil, necio o malo pudiera ser, personificaba el poder y la gloria del Estado
romano. Un Estado tal no podía tolerar secta alguna, no importa cuán buena
fuera, si como centro de sus enseñanzas tenía la creencia en un Rey supremo y
divino que alguna vez destruiría todos los Estados, dominios y poderes.
El cristianismo exhortaba a la sociedad romana a que viviera una vida
mejor, y eso causaba irritación. Los antiguos romanos, que entendían el valor
de la moral, tenían una rígida ética. Pero la moral cristiana no era del tipo
de la romana, ni tampoco era una evolución de la tesis romana concerniente a
los valores de la vida. Además, los romanos de los tiempos del Nuevo Testamento
no vivían de acuerdo con su ética antigua. Como consecuencia, la vida de los
cristianos era un constante reproche para los romanos. Estos no entendían la forma cristiana de
vivir. Si bien quizá respetaban a
regañadientes al cristianismo, en realidad lo odiaban.
El Cristianismo Como Religión
Ilícita.- Los judíos estaban resentidos con el cristianismo por muchas razones.
Tenían temor de que los cristianos pudieran atraer la ira de los romanos sobre
los judíos. Odiaban al Cristo de los cristianos como a un rival de su esperado
Mesías. Odiaban aún más a los cristianos, porque aceptaban a gentiles en su
comunión. Por lo tanto, los judíos creaban dificultades a los cristianos en
toda oportunidad que tenían, persiguiéndolos hasta donde les era posible en
Palestina, y en otras partes soliviantando a la turba para que se levantara
contra los cristianos. Hay varios ejemplos de esto en el libro de los Hechos. Un
documento, El martirio de Policarpo, narra cosas semejantes, sucedidas en la
ciudad de Esmirna en el siglo II. En el siglo III Tertuliano llamó a las
sinagogas judías "manantiales de persecución" (Scorpiace* x).
Estando las relaciones en tal situación, no se necesita buscar en la ley
romana para hallar algún decreto contra los cristianos. No se necesitaba ningún decreto, pues los
cristianos no tenían personería legal. En años posteriores se promulgaron
disposiciones legales contra los cristianos, y éstas se hicieron cada vez más
severas. Los primeros ataques de la magistratura romana contra los cristianos
fueron esporádicos; no fueron decretados legalmente sino que se debieron al
capricho o al rencor de los emperadores. Tales fueron las persecuciones de
Nerón (c. 64 d. C.) y de Domiciano (c. 95 d. C.) contra los cristianos.
Disposiciones Legales Romanas.
Persecución Provocada Por Capricho.- El historiador romano Tácito
(Anales xv. 44; cf. Suetonio, Nerón vi.
16) narra esto correctamente, pues culpa a Nerón de haber incendiado a Roma. Para
apartar de sí mismo la acusación, echó la culpa a los cristianos. Una cantidad
de seguidores de Jesús fueron quemados vivos en la ciudad de Roma. Algunos de ellos fueron usados como 63 antorchas para
alumbrar las orgías nocturnas en los jardines de Nerón. La persecución sin duda
se extendió algo por las provincias, aunque poco se ha registrado de esto. Como
ya se ha dicho, tanto Pedro como Pablo perecieron en la ciudad de Roma debido a
la persecución de Nerón (ver pp. 32,36).
La siguiente persecución de los cristianos a manos de los romanos quizá
surgió del rencor del emperador Domiciano, hombre inestable y caprichoso. Quizá
descubrió que había cristianos en su propia casa, y por esta u otras razones
persiguió a la secta. Juan fue
desterrado a la isla de Patmos durante el gobierno de este emperador. La
persecución desatada por Domiciano quizá no se extendió tanto ni fue tan
destructora, pero fue una dificultad para la iglesia y representó sufrimientos
para los que la soportaron directamente.
Empleo De Disposiciones Legales.-
La primera disposición claramente legal contra los cristianos, decretada
por un emperador romano, fue expedida por Trajano (98-117 d. C.). Plinio el
Joven, amigo y protegido de Trajano, era gobernador del Ponto, en la costa sur
del mar Negro. Plinio estaba muy preocupado por la propagación del cristianismo
en su provincia. Los templos paganos se descuidaban; los que comerciaban con
animales para los sacrificios y con materiales para el culto de los templos se
quejaban de que su negocio sufría muchísimo; por eso Plinio comenzó a ocuparse
de los cristianos. Hacía dar muerte a los que estaban dispuestos a admitir que
pertenecían a esa fe. Para asegurarse de su conducta, escribió a su amigo el
emperador y le pidió que aprobara lo que estaba haciendo. La carta de Plinio se
halla en la colección de sus escritos (Cartas x. 96). En esa carta presenta una
interesante descripción del culto cristiano, a lo que ya se ha hecho
referencia, y después cuenta cómo había estado tratando a los cristianos. El
supplicium, la pena capital romana, había caído sobre ellos.
Trajano escribió su respuesta (Plinio, Cartas x. 97) para aprobar lo que su
representante había hecho en el Ponto. Pero el emperador, que por lo general
era bueno y justo, estipuló que nadie debía ser muerto por ser cristiano a
menos que reconociera sin ambages que lo era, o a menos que hubiera suficientes
testigos que probaran que lo era. No debía ser condenado por meros rumores,
sino que debía haber quienes testificaran contra él para que el testimonio
fuera válido. Esta disposición legal no era otra cosa sino la aplicación de los
poderes ordinarios de la policía común a un problema de la sociedad. Trajano no
se proponía desatar esa persecución; pero como los cristianos no tenían lugar
en la sociedad, debían ser eliminados. Si no se hacía eso, podrían convertirse
en un verdadero peligro. Plinio informó que su método para tratar a los
cristianos había tenido éxito y que había recomenzado el culto en los templos
paganos.
Esta disposición policial ordenada por Trajano continuó como una norma del
Imperio Romano durante los 150 años siguientes.
Fue más bien un desdeñoso modo de actuar, porque el gobierno romano
todavía no había llegado al punto de tomar en serio al cristianismo como un
movimiento. Por esto, los cristianos fueron perseguidos durante los reinados de
los emperadores Antonino Pío (138-161 d. C.) y Marco Aurelio (161-180 d. C.)
que, en otros sentidos, fueron benévolos. Estas persecuciones se efectuaron en
parte mediante la violencia propia de las turbas, con frecuencia por
instigación de los judíos, y en parte debido al celo pagano de gobernantes
locales, pero con el conocimiento y el consentimiento de los emperadores.
Política De Exterminio.- A mediados del
siglo III empeoró la política romana en su relación con los cristianos. Los
gobernantes ya se habían dado cuenta de que debían tomar en serio la propagación
del movimiento cristiano. Se dice que el emperador Felipe (llamado "el
árabe") fue cristiano (Eusebio, Historia eclesiástica vi. 34). 64 Al final de su
corto reinado se celebró el milésimo aniversario de la fundación de la ciudad
de Roma y hubo un gran resurgimiento del sentimiento patriótico romano. Decio, el rival político de Felipe y su
sucesor cuando esa ola de patriotismo llegó a su apogeo, creía que los
cristianos habían favorecido a Felipe; por eso, en el año 250 comenzó una
política de exterminio contra ellos. Su sangrienta persecución de los
cristianos fue repetida por el emperador Valeriano unos siete años más tarde.
La Persecución Final.- Para ese tiempo
los cristianos habían crecido en popularidad y aumentado extraordinariamente en
número. Este aumento continuó en los años de relativa paz que siguieron a la
persecución del tiempo de Valeriano, paz que terminó con la severa persecución
desatada por Diocleciano y Galerio, la que comenzó en el año 303 d. C. y
continuó durante diez años. Esta persecución señaló otro cambio de política, en
el sentido de que representó un intento de completo exterminio. Fue un caso de guerra entre acerbos
enemigos. En esa guerra perdió el
imperio pagano.
La Política De Tolerancia.- Constantino fue
coronado emperador en 306, y en el año 312 d. C. se presentó como amigo del
cristianismo. Al año siguiente promulgó su famoso edicto de tolerancia, y el
cristianismo estuvo entonces en condiciones no sólo de propasarse libremente
sino de convertirse pronto en la religión exclusiva del imperio. Constantino
dio comienzo a la extraordinaria y nueva política de unión de la Iglesia y el
Estado, cuyos efectos, aunque materialmente beneficiosos para la iglesia,
espiritualmente le fueron más adversos que cualquier persecución que hubiera
sufrido.
Comportamiento De La Iglesia
Frente Al Estado.- Al examinar el comportamiento de la iglesia frente
al Estado durante los siglos cuando el cristianismo era una religión ilícita,
sin reconocimiento oficial en la sociedad, debe recordarse que en esos años la
iglesia no buscaba su afianzamiento material en el mundo, como lo enseñó
después San Agustín, sino un lugar en el reino de los cielos, con Jesucristo
como Gobernante. Por lo tanto, el comportamiento de los cristianos era de una
paciente resignación hasta que Cristo los rescatara.
Es cierto que la significativa declaración de Cristo: "Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios" (Mat. 22:21) rara vez se encuentra en los escritos de los autores cristianos de los primeros siglos; sin embargo, aplicaban esta admonición a su relación con el imperio. Pablo exhortó a la iglesia en el mismo sentido, cuando escribió: "Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos.
Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo... Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios" (Rom. 13:16). Pedro dice: "Honrad al rey" (1 Ped. 2:17). Por lo tanto, aun cuando su religión era ilegal, los cristianos procuraban vivir como buenos ciudadanos en un ambiente hostil, aplicando todos los días la ética manifestada en la vida de Jesús y contenida en el ejemplo y en las enseñanzas de los apóstoles. Ganaron buena reputación por la pureza de su vida y por su bondad para con sus prójimos.
El gobierno odiaba y finalmente llegó a temer más y más al
cristianismo, pero el pueblo apreciaba cada vez más la clase de vida manifestado
por los cristianos. Cuando eran arrastrados ante los tribunales, al responder
la pregunta de los Jueces, con frecuencia los cristianos sencillamente
contestaban: "Soy cristiano", e iban a la muerte sonriendo en medio
de sus sufrimientos, amonestando a los otros cristianos para que 65 fueran fieles
y exhortando a los paganos que presenciaban la escena para que siguieran a
Jesucristo, su Señor y Maestro. Los cristianos que presenciaban la muerte de
tales mártires permanecían admirablemente fieles, y Tertuliano pudo decir:
"La sangre de los cristianos es semilla" (Apología 50).
Una innumerable cantidad de mártires cristianos murió porque Cristo había
dicho: "Dad... a Dios lo que es de Dios". Pedro había afirmado: "Es necesario
obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech. 5:29). "Si alguna
cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto no os
amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis" (1Ped. 3:14). "No
os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa
extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los
padecimientos de Cristo... Si alguno padece como cristiano, no se avergüence,
sino glorifique a Dios por ello" (1 Ped. 4:12-16). Pablo sabía por
experiencia propia lo que era vivir una vida consecuente para Cristo. Ha dejado
una lista para la posteridad de sus primeros sufrimientos por causa de su Señor
(2 Cor. 11:23-27).
Por principio, los cristianos eran ciudadanos cumplidores de la ley,
siempre que las autoridades les indicaban lo que era su deber hacer. Pero cuando se les exigía negar a Cristo,
participar de un culto falso y vivir la clase de vida que hubiera significado
apostatar de los principios cristianos, en la mayoría de los casos se mantenían
firmes de parte de lo correcto. Escogían
obedecer a Dios antes que a los hombres y, como resultado, sufrir azotes,
encarcelamiento o muerte. La disyuntiva era muy clara y las consecuencias
seguras: muerte aquí, pero vida eterna con Cristo.
Separación De La Iglesia Y El
Estado.- Esta filosofía de la separación de la Iglesia y el Estado resultaba
necesaria, con el pensamiento de que debía manifestarse cierto grado de
cooperación con el ambiente pagano debido a la necesidad del momento, hasta que
Cristo los transportara a un nuevo ambiente. Tertuliano, en el siglo III y
Lactancio en el siglo IV, insistían en que la Iglesia cristiana debía
mantenerse separada del Estado pagano.
Pero como no se produjo la segunda venida de Cristo, ya en el siglo III se
fue formando una nueva filosofía. El cristianismo se iba popularizando y
continuamente aumentaba su número de miembros. Los maestros cristianos eran
escuchados con más y más respeto, y surgió la esperanza de que antes de mucho
el cristianismo pudiera, manejar el mundo. Por lo tanto, cada vez que era
posible, se incorporaban costumbres mundanas que eran "bautizadas",
dándoselas un nombre cristiano y también una apariencia exterior cristiana. Se
tenía cuidado de ofender lo menos posible al Estado. Cuando la situación era
clara, los dirigentes de la iglesia y aquellos a quienes ellos dirigían
procuraban mantenerse firmes. Con frecuencia, sin embargo, resultaba
conveniente posponer el momento del enfrentamiento, y en más de una ocasión las
decisiones fueron enturbiadas por la claudicación. Bien podría suponerse que si
durante el siglo III los gobernantes romanos hubiesen sido más complacientes,
el cristianismo hubiera seguido un programa tal de componendas que lo hubiera
llevado al punto de vivir satisfecho en un ambiente pagano, y quizá finalmente
hubiera sido completamente modificado por ese ambiente y absorbido por él. Felizmente
para la iglesia, el gobierno continuó siendo un acerbo enemigo del
cristianismo, y éste se vio obligado a permanecer separado del Estado hasta que
Constantino hizo que el gobierno romano tomara las formas externas del
cristianismo.
XIV. EL
IMPACTO DE LA TRADICIÓN SOBRE LA IGLESIA
Los Apóstoles Y La Tradición.- La palabra
"tradición" (Gr. parádosis) en sí misma no tiene un mal
significado. Parádosis significa
"transmisión", "entrega". Pablo aconsejaba
Pero Pablo advirtió a los creyentes de Colosas que no se dejaran engañar
"por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los
hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo" (Col.
2:8). Pedro recordó a los que se habían convertido a Cristo mediante su
ministerio, que estaban salvados por el poder de Cristo de la "vana manera
de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres" [Gr. "recibir como tradición
de padres"].
Más clara es aún la condenación que hace Cristo de la tradición. Cuando le preguntaron por qué permitía que sus discípulos quebrantaran "la tradición de los ancianos" (Mat. 15:2), él colocó la autoridad de la ley de Dios por encima de la tradición y mostró que la tradición de los judíos los había llevado a quebrantar los mandamientos de Dios (vers. 3-6).
Citó a Isaías (cap. 29: 13, tal como se conserva hasta hoy en la LXX) como si hablara en nombre de Dios: "En vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres" (Mat. 15:9); y pronunció esta sentencia: "Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada" (Mat. 15:13). Estableció claramente que las Escrituras "dan testimonio" de él (Juan 5:39) y usó los escritos del Antiguo Testamento para confirmar su mesianismo cuando habló con sus discípulos después de su resurrección (Luc. 24:27,44).
Pablo entendía que las Escrituras son suficientes para la salvación y para la edificación del cristiano (2 Tim. 3:15-17).
Juan amonesta duramente a cualquiera que intentara añadir o suprimir a las palabras del libro del Apocalipsis, que le fue dado por inspiración (Apoc. 22:18-19).
Las Escrituras Fueron Subordinadas.- No cabe duda de que el mal uso que los judíos dieron a las Escrituras cuando se opusieron al cristianismo, y el que le dieron los falsos profetas dentro de la iglesia, los herejes, y especialmente los gnósticos, debilitó un poco la fe de los cristianos en la autoridad de las Escrituras.
Tertuliano escribió a comienzos del siglo III que las Escrituras no
son suficientes para hacer frente a los ataques de los herejes, porque los
mismos herejes usan las Escrituras como fundamento de sus opiniones (De Praescriptione
Haereticorum 14,19).
Ireneo, obispo de las Galias, escribió su notable obra Contra herejías
alrededor del año 185 d. C.; en ella hace frente al mismo problema que
Tertuliano enfrentó unos pocos años después. Como ya se destacó, Ireneo
estableció el principio de que la verdad del cristianismo se debe encontrar en
las iglesias fundadas por los apóstoles, los cuales transmitieron la verdad a
los obispos, los sucesores de los apóstoles según la opinión de Ireneo. Para él
esa verdad "transmitida" era la tradición, e insistía que ésta debía
ser una norma de verdad puesto que los herejes usaban las Escrituras (Contra
herejías iii. 1-4).
Tertuliano presenta la máxima defensa posible en favor de la tradición en su obra De Corona 3,4): "Averigüemos, por lo tanto, si la tradición no debe ser aceptada a menos que esté escrita. Ciertamente diremos que no debe ser aceptada si no hay casos de otras prácticas registradas anteriormente que, sin ningún instrumento escrito, mantenemos sólo sobre la base de la tradición, y en adelante el apoyo de la costumbre nos proporcione algún 67 precedente. Para tratar este asunto brevemente comenzaré con el bautismo. Un poco antes de que entremos en el agua, en la presencia de la congregación y bajo la mano del presidente, solemnemente afirmamos que renunciamos al diablo, a su pompa y a sus ángeles.
Después somos sumergidos tres veces haciendo una promesa algo más
amplia de la que el Señor ha establecido en el Evangelio. Luego somos
levantados (como malos nacidos de nuevo), gustamos en primer lugar de una
mezcla de leche y miel, y desde ese día nos abstenemos del baño diario durante
toda una semana. También tomamos, congregados antes del alba y únicamente de la
mano de los presidentes, el sacramento de la eucaristía que el Señor ordenó que
fuera comido a la hora de comer y disfrutado por todos sin excepción. Cada vez que llega el aniversario hacemos
ofrendas por los muertos como homenaje de cumpleaños. Consideramos que es
contra la ley ayunar o arrodillarse en el culto en el día del Señor. Nos
regocijamos en el mismo privilegio también desde la pascua de resurrección hasta
el domingo de Pentecostés. Sentimos tristeza si algo del vino o del pan, aunque
sea nuestro, es echado en tierra. En cada paso y en cada movimiento que damos,
en cada entrar y salir, cuando nos vestimos y nos calzamos, cuando nos bañamos,
cuando nos sentamos a la mesa, cuando encendemos las lámparas, acostados o
sentados, en todos los actos comunes de la vida diaria, hacemos en la frente la
señal [de la cruz].
"Si para éstas y otras reglas parecidas insistís en tener una orden
positiva de las Escrituras, no la encontraréis. La tradición se os presentará
como la originadora de ellas; la costumbre, como la que les da fuerza, y la fe,
como su observadora. Que la razón sostiene a la tradición, y a la costumbre, y
a la fe, lo percibiréis por vosotros mismos, o lo aprenderéis de alguien que lo
ha percibido. Mientras tanto creeréis
que hay alguna razón a la cual se debe dar acatamiento".
Ensalzamiento De La Tradición.- El siguiente es
un argumento sumamente interesante. Se
afirma que la tradición tuvo que ser aceptada como autoridad para ciertas
prácticas seguidas en la iglesia a comienzos del siglo III, para las cuales, se
reconoce, no hay autoridad bíblica. Después se dice que estas prácticas son
auténticas porque la iglesia las sigue. Luego se afirma la autoridad de la
tradición porque la iglesia las sigue basada en una autoridad tradicional. La
atrevida lista de Tertuliano de las cosas que la iglesia de sus días hacía basándose
en la tradición, nos da una idea de hasta dónde había llegado la iglesia en el
siglo III, apartándose de la base de las Escrituras.
De allí en adelante se hizo mucho más basándose en la tradición. Cuando la
iglesia aceptó esa autoridad no bíblica, se abrieron las compuertas para que
entrara una inundación casi interminable de rituales sin base bíblica y de
enseñanzas erróneas. Estas se posesionaron de la iglesia no sólo en la Edad
Media, sino que hasta han llegado a los tiempos modernos; y no sólo en las más
antiguas iglesias ritualistas, sino también, en cierta medida, en las iglesias
más evangélicas. Aún sigue en pie esta verdad: "En vano me honran,
enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres" (Mat. 15:9).
Veneración De Los Santos.- La doctrina del
estado consciente de los muertos y el castigo eterno de los impíos en el
infierno, aparece desde muy antiguo en la historia cristiana. Los servicios
conmemorativos ante la tumba de los mártires pronto fueron seguidos por
oraciones en favor de los mártires, que se pensaba que estaban en una especie
de purgatorio. Luego, como se creía que los santos perfectos habían ido a una
eterna bienaventuranza, se ofrecían oraciones a los santos para que
intercedieran por los que todavía estaban en la tierra. La veneración de los
santos y más tarde el culto a la Virgen María fueron la consecuencia lógica de
una mala interpretación de la doctrina de la naturaleza del hombre.
La Expiación.- La expiación también fue mal comprendida. Se la envolvió en una atmósfera de magia. La gente llegó a pensar que los emblemas de la Cena del 68 Señor estaban investidos de una especie de poder mágico. Pronto se creyó que la presencia de Cristo en los emblemas impartía el poder de Cristo mismo a los participantes. Apareció después la enseñanza de la "presencia real" que Cristo está personalmente en el pan y en el vino, y así fácilmente surgió la doctrina de la transubstanciación: que el pan y el vino se convierten literalmente en el cuerpo y la sangre de Cristo, no sólo en apariencia exterior sino en su naturaleza intrínseca. Como ya se ha dicho, los emblemas se habían convertido en un sacrificio, y Cristo era nuevamente ofrecido como la ofrenda por el pecado.
Los ancianos se transformaron en sacerdotes, necesarios para cumplir la
función sacerdotal de ofrecer nuevamente a Cristo. Ver pp. 46-47.
El bautismo llegó a ser un rito que salva a los niños, quienes, según se
creía, habían heredado la culpa de sus padres. Para administrar este rito con
propiedades salvadores se necesitaba otra vez un sacerdote. La comprensión
errada de la expiación y de los ritos que la representaban, hicieron posible el
establecimiento de un sacerdocio humano que de una manera blasfema ocupó el
lugar, en la creencia de la gente, del sacerdocio de Jesucristo en el santuario
celestial.
Un Nuevo Legalismo Y Ascetismo.- Con la propagación del antijudaísmo en la iglesia sobrevino una ola de antilegalismo, debido en parte a una tergiversación de ciertas declaraciones de Pablo (cf. 2 Ped. 3:15-16). Esto hizo que la iglesia, especialmente en el Occidente, estuviera lista para poner de lado el sábado semanal y para descuidar otras enseñanzas de las Escrituras. Esto duró en la iglesia el tiempo necesario para hacer daño. Vino después una especie de neolegalismo que hizo que la iglesia observara de nuevo las festividades que ocupaban el lugar de los días de reposo anuales del Antiguo Testamento y que observara el domingo, primer día de la semana, en memoria de la resurrección. Detalles rituales fueron añadidos a las ceremonias que se introdujeron en la iglesia, como se puede ver por el pasaje de Tertuliano ya citado, debido en parte a la presión de creencias tomadas del paganismo. La iglesia tergiversó lo que Pablo dijo en 1 Cor. 7, y llegó a considerar el celibato como una demostración de consagración. Diversas prácticas ascéticas proporcionaron a los cristianos fervientes una nueva norma para expresar su celo.
El ayuno se convirtió en algo necesario para la
salvación. Finalmente algunos entusiastas, insatisfechos con las iglesias,
huyeron al desierto y se convirtieron en ermitaños que practicaban el celibato
y otras formas de ascetismo. Llegaron a ser finalmente tan numerosos, que fue
necesario organizarlos en comunidades. En esta forma el monasticismo, con todos
sus males inherentes, se convirtió en una institución de la iglesia. Debido a
la presión del antijudaísmo, el sábado semanal gradualmente perdió su
importancia. Aún más rápidamente, se abandonó por completo la distinción entre
alimentos limpios e inmundos. Al convertirse los ancianos en sacerdotes e
incorporarse muchas creencias del paganismo se produjo una nueva estructura, y
el cristianismo perdió de tal manera su naturaleza original y su carácter, que
si los apóstoles hubieran resucitado, difícilmente habrían podido reconocer el sistema
que ayudaron a fundar. En su estructura oficial y en su naturaleza general, el
cristianismo llegó a ser alrededor del año 400 poco más que un culto de
misterio pagano. En lo que sucedió a la
iglesia primitiva con el Estado y con la sociedad, hay lecciones de advertencia
para la iglesia remanente.
XV. LA
PROPAGACIÓN DEL EVANGELIO
La Iglesia Como Una Empresa
Misionera.- En cuanto a los alcances de la predicación del Evangelio a fines del siglo
I, ya se ha presentado un panorama al tratar la 69 obra de los
apóstoles. Los registros del siglo II no son claros. En el último tercio del
siglo II había una próspera congregación cristiana en el valle del Ródano, de
la Francia actual, y al mismo tiempo prosperaba el cristianismo en el Oriente. A
comienzos del siglo III había progresos visibles del cristianismo en el norte
del África y se había extendido algo en España e Inglaterra. A comienzos del
siglo IV se habían establecido iglesias a lo largo del río Rin. Informes incidentales
que se hallan en los escritos de los cristianos primitivos muestran una
propagación gradual del cristianismo, lo que significó el establecimiento de
iglesias, y a veces su extinción debido a la persecución. Al mismo tiempo se
describe una sociedad que lentamente comenzaba a cristianizarse. Cuando fue
legalizado el cristianismo, los cristianos sin duda podían contarse por
millones, y se usaron edificios de iglesia desde el siglo III en adelante. Es
evidente que las iglesias no eran establecidas con la pureza del cristianismo
apostólico, sino con la naturaleza y la complejidad de las apostasías en que
había caído la iglesia. El agua no puede alcanzar un nivel más alto que el de
su fuente. Las nuevas iglesias siguieron naturalmente a las que les habían dado
existencia y las habían nutrido.
La Extensión Del Mensaje Evangélico.- Hay una declaración impresionante en los escritos del apóstol Pablo. El habla de "la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación ['a toda criatura', BJ] que está debajo del cielo" (Col. 1: 23). Este es un indicio bastante claro de que el progreso de la obra misionera de la iglesia no se medía en los primeros años por las iglesias establecidas que se conocen históricamente.
Hay suficiente base para creer que con el poder del Espíritu de
Pentecostés y con el celo y el valor de los apóstoles, el mensaje del Evangelio
fue llevado rápidamente a todo el mundo conocido. Aunque no dio como resultado
en todas partes el establecimiento de comunidades cristianas permanentes,
cumplió con el propósito de amonestar a los hombres para que creyeran en el
Mesías que había sido crucificado, y había resucitado y ascendido al cielo
donde estaba cumpliendo su obra de mediación para todos los que creyeran en
él. Si fue así, debe pensarse que es
algo paralelo con el mensaje de amonestación que debe ser predicado al mundo entero
antes de la segunda venida de Cristo (Mat. 24:14; Apoc. 14:6-12), y que ahora
está en marcha.
Bibliografía
Fuentes documentales
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1950. Eusebio, uno de los primeros historiadores de la iglesia, narra los eventos
ocurridos hasta el siglo IV, incluyendo copias de documentos que no se
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judío del mundo, el 70 pensamiento griego y el ambiente
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alrededor del año 120 d. C.
Tácito, Cayo Cornelio. Los anales. Traducción, Carlos Coloma (2 t.). Espasa
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Valiosa obra documental escrita alrededor del año 100 d. C.
Desafortunadamente le faltan valiosas porciones.
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New York: Paulist Press, 1973. El
resumen de un cuidadoso estudio realizado por varios eruditos luteranos y
católicos acerca del apóstol Pedro en el Nuevo Testamento.
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1958. Contiene una historia cuidadosa de la iglesia cristiana en sus primeros
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victorias del cristianismo en los tres primeros siglos de la era cristiana.
Eliade, Mircea. A History of Religious Ideas. T. 2: From the Gautama Buddha
to the Triumph of Christianity. Chicago: University
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del mundo, trata con detenimiento la diseminación del cristianismo en el mundo
del Mediterráneo. Eliade es especialista en filosofía de la religión, hecho que
se refleja claramente en su libro.
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Ferguson, John. The Religions of the
Roman Empire. Londres: Thames and Hudson, 1970. Esta obra describe las diferentes
religiones que coexistían en el Imperio Romano en el primer siglo de la era
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Fliche, Agustín y Martín, Víctor. Historia de la iglesia. T1: La iglesia primitiva; t. 2: Desde fines del
siglo II hasta la paz de Constantino. Escritos por Jules Libreton y Jacques Zeiller.
Buenos Aires: Desclée, de Brouwer, 1952. Los dos tomos presentan una historia
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Glover, T. R. El mundo antiguo. Traducción, Alberto Sond. Buenos Aires: EUDEBA, 1965 71 (391 pp.). El
autor fue un prestigioso profesor de Historia Antigua en la Universidad de
Cambridge. Recomendamos el cap. XV,
"La iglesia cristiana en el Imperio Romano".
González, Justo L. Historia del pensamiento cristiano. Buenos Aires:
Methopress. T1 (397 pp.) abarca la historia del pensamiento cristiano dentro
del mundo judío y grecorromano hasta el Concilio de Calcedonia en 451 d. C.
Tiene un aparato crítico e índice alfabético de las personas mencionadas. El t. 2 (385 pp.) analiza a Agustín de Hipona,
continúa con la Edad Media y concluye con los prerreformadores Wyclef y Hus, a
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Se describen ciudades como Antioquía, Atenas, Cesarea, Corinto, Jerusalén,
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tomos se tratan en síntesis independientes: la iglesia, las herejías, los
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Los dos primeros volúmenes se refieren a la iglesia primitiva.
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el desarrollo de las doctrinas de la iglesia, el t. 1 trata la historia del
dogma de la existencia en la fe; el t. 2 habla del Dios trino, de la creación y
del pecado; el t. 3 estudia cristología, soteriología, eclesiología, mariología
y doctrina de la gracia; el t. 4 se dedica a sacramentos y escatología. 72
Schürer, Emil. History of the Jewish People in the Time of Jesús Christ. Ed. inglesa
revisada (5 t.). Edinburgo: 'I'. and T. Clark, 1973-1987. Basada en la obra de Schürer de fines del
siglo pasado. Su forma revisada es una mina de información acerca de los judíos
y romanos del primer siglo. Seeberg, Reinhoid. Manual de historia de las
doctrinas. 2.ª ed. (2 t.). Traducción, José Míguez Bonino. Casa Bautista de
Publicaciones, 1967. El t1 (401 pp.) presenta el desarrollo de la doctrina
cristiana del siglo 1 al IV; el t. 2 (470 pp.) abarca los siglos VII al XIX. Expone
en forma ordenada ay correcta las doctrinas de los grandes pensadores y grupos
cristianos; pero se reserva sus propias conclusiones.
Simon, Marcel y Benoit, André. El judaísmo y el cristianismo antiguo. T.10
de la colección "Nueva Clío" (45 t.). Barcelona: Editorial Labor,
1972 (305 pp.). Simón es profesor en la Facultad de Letras y Ciencias humanas
de la Universidad de Estrasburgo, y Benoit es profesor de teología protestante
en la misma Universidad.
Yamauchi, Edwin M. The Archeology of New Testament Cities in Western Asia Minor. Grand Rapids: Baker Book House, 1980. Si bien el autor enfoca la descripción de las ciudades desde un punto de vista arqueológico, la información contenida es valiosa para comprender mejor algunos aspectos del Nuevo Testamento. 73 6CBA/MHP
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