I. DE LA REPÚBLICA AL IMPERIO.
Roma se convirtió en república, por lo menos nominalmente, alrededor del
año
Ya en el siglo I a. C. esos problemas sociales y políticos exigieron un
cambio de la estructura política del Estado, y de esa forma allanaron el camino
para una lucha de poderes entre los caudillos nacionales de la época. Pero
hasta ese momento ninguno de los rivales se atrevía a asumir el título de
emperador. El temor popular despertado por el hecho de que Julio César aspiraba
a asumir el título y las prerrogativas de ese cargo, fue lo que causó su asesinato
durante los idus de marzo del año
El Segundo Triunvirato.- Un segundo
triunvirato, o gobierno integrado por tres hombres, fue formado debido a la
terminación del primer triunvirato (ver t. V, p.38), 74 o, más
específicamente, por la muerte de Julio César. Antonio, partidario de César, se
posesionó de la riqueza de su colega muerto y del liderazgo de sus tropas en
las proximidades de Roma. Octavio, sobrino y heredero de César, entonces joven
de 18 años, hizo valer sus derechos, y mediante un inesperado despliegue de
capacidad política logró contrarrestar con éxito el creciente poder de Antonio.
Finalmente arreglaron sus diferencias y en el año
Las maniobras políticas que siguieron no fueron de beneficio para Roma, ni
tampoco le proporcionaron el monopolio del poder a ninguno de los rivales. Lépido
quedó políticamente impotente en el año
La Supremacía De Octavio.- Cuando Octavio
creyó ser lo bastante fuerte, marchó contra Antonio y lo derrotó completamente
en la gran batalla naval de Acción, frente a la costa occidental de Grecia, en
el año
Ante Octavio, joven de unos 30 años, quedaba abierto el camino del poder. Invadió
a Egipto al año siguiente y venció a las fuerzas de Antonio. Este se suicidó, y
Cleopatra, habiendo fracasado en su esfuerzo por seducir a Octavio con sus
encantos, más tarde también se quitó la vida. Siguiendo el ejemplo de los
faraones y de los Tolomeos anteriores a él, Octavio se posesionó de Egipto como
si hubiera sido su propiedad personal. La victoria sobre el último de sus
rivales lo elevó a una posición de poder inexpugnable, y el escenario quedó
listo para la transición formal de la república al imperio.
II. OCTAVIO,
EMPERADOR AUGUSTO (27 A. C.-14 D. C).
A medida que Octavio fue tomando todas las riendas del imperio, procuró que
fuera legal cada paso que diera en su ascenso hacia el poder. Mantuvo las
formas del gobierno republicano, y al principio no intentó tomar la dignidad
imperial, aunque dominaba como emperador. En enero del año
Pero a pesar de todo, Augusto continuó gobernando mediante formas
republicanas. Continuaron tanto el consulado como el tribunado. El senado
siguió legislando, y Augusto entregó a procónsules, que respondían ante el
senado, el gobierno de las provincias más dóciles. Esos magistrados también
aparecen con el nombre de "procónsules" en el libro de los Hechos
(cap. 13:78,12; 18:12; 19:38). Pero la autoridad consular de Augusto le daba en
realidad poder sobre todas las provincias.
Augusto mantuvo en sus manos el gobierno de las zonas rebeldes. En estas
provincias nombró legados como sus agentes. El gobernador de Siria era un
representante de Augusto. También nombró procuradores en todas las provincias
como sus funcionarios de orden económico. En zonas más pequeñas el administrador
era un procurador. Los "gobernadores" de la Judea del NT (Mat. 27:2;
Hech. 23:24) eran procuradores responsables ante el emperador, pero en cierta
medida también lo eran ante el legado de Siria.
Los "comicios" o asambleas populares habían tenido bajo la
república el propósito de contrapesar al senado aristocrático. El senado llegó
a tener en la práctica el poder del gobierno supremo de las provincias,
mientras que los "comicios" ejercían la autoridad local sobre la
ciudad. Sin embargo, en el tiempo de
Augusto los "comicios" se convirtieron en una forma nada más, y en
tiempo de Tiberio, su sucesor, se redujeron a una sombra. El poder legislativo
estaba reservado para el senado, pero aun este organismo estaba subordinado al
emperador.
Cuando murió Lépido en el año
El reinado de Augusto fue próspero y exitoso. En realidad salvó a Roma de
la desintegración. El imperio era bien gobernado y con firmeza. La famosa Pax
Romana (paz romana) se mantenía en el vasto imperio compuesto de pueblos
diversos, mediante un ejército permanente de quizá no menos de 250,000 hombres.
Acerca de este período comenta M. Rostovtzeff: "El peligro de una invasión
extranjera había desaparecido... aun las provincias fronterizas cesaron de
temer la irrupción de las tribus vecinas. Y de ese modo el prestigio de Augusto, como defensor y guardián del
Estado, alcanzó una cumbre insuperable" (A History of the Ancient World,
t. 2, p. 197).
Con excepción del problema de la sucesión imperial, la constitución civil
de Roma estaba firme. Se había
restringido la extensión de la ciudadanía. Se había legislado cuidadosamente la libertad de los esclavos, teniendo
en cuenta el mercado de trabajo y el orden público. Se codificaron de nuevo las leyes
matrimoniales y la soltería era castigada. Las diversas medidas que tomó Augusto para la estabilización de la
sociedad salvaron a Roma transitoriamente de una completa decadencia moral y de
la disolución nacional.
Augusto fomentó durante su reinado el retorno a la religión. Se hizo esto
quizá no para beneficio de la religión en sí, ni por causa de los antiguos
dioses de Roma, en quienes Augusto y sus consejeros probablemente no tenían
especial confianza. Fue más bien el resultado de la convicción de que el
respeto por los dioses y la observancia de los ritos religiosos eran buenos
para el individuo y también para la sociedad en conjunto. 76
Sistema De Impuestos.- Antes de
Augusto, es decir, durante la república, el cobro de los impuestos del gobierno
romano en las provincias se hacía por medio de los publicani. Eran hombres
encargados de cobrar el dinero de los impuestos de las municipalidades fuera de
Italia. Cada publicanus se comprometía mediante un contrato a entregar al
gobierno provincial cierta suma de dinero de su distrito. Estaba obligado,
pues, a recaudar ese dinero en su distrito, además de cualquier cantidad que
pudiera sacar como su ganancia e ingreso personal. En el tiempo de Augusto fue
reformado el sistema de contribuciones, de modo que los impuestos directos no
fueran entregados más a los publicani, aunque el cobro de algunos impuestos
indirectos quizá continuó a cargo de ellos. Los "publicanos"
mencionados en el NT evidentemente no eran funcionarios romanos, sino
cobradores de impuestos secundarios, empleados por Herodes Agripa. Se los
clasifica sencilla y directamente como "pecadores", hombres odiados y
despreciados por el pueblo de Palestina (Mat. 9: 9-11; ver t. V, p. 68).
Comunicaciones.- Es necesario
destacar la calidad sobresaliente del sistema de comunicaciones; realmente hizo
época. El poder del imperio Romano y el magnífico control que tenían las
legiones sobre su territorio el más grande en extensión visto hasta entonces,
debe relacionarse necesariamente con el gran sistema de caminos construido por
los romanos.
Mucho antes de que Roma utilizara el mar para llegar hasta sus provincias
conquistadas y aliadas, ya estaba construyendo caminos que comunicaran la
capital con los pueblos y las provincias de Italia. Había abundancia de materiales
en los diversos lugares. La roca llamada tufo o toba, muy útil para construir
casas y edificios públicos, también era muy apropiada para construir caminos. Sobre
una gruesa base de piedras cubierta de grava y arena se colocaban bloques de
tufo, y cuando el uso que se les iba a dar lo justificaba, se los unía
firmemente con cemento. Cerca de las ciudades, especialmente de Roma, donde el
tráfico era pesado, el pavimento de la superficie consistía en lajas de
granito. La parte central del camino era más alta, en forma de terraplén, y se
usaba para el transporte más importante y rápido, mientras que las vías de los
lados eran para el tránsito local o más lento. Los caminos atravesaban lomas y
aun montañas, y trasponían quebradas y desfiladeros mediante puentes sostenidos
por arcos. En esta forma el viaje era más rápido.
A Cayo Graco, el caudillo de la revolución popular del año
Augusto estableció un sistema de postas o correos reservado exclusivamente
para los funcionarios del gobierno. Las postas, en cada una de las cuales había
cuarenta caballos, estaban aproximadamente a diez kilómetros una de otra. Con
este sistema, un mensajero podía viajar una distancia de más de
Estas vastas arterias se empleaban principalmente para el movimiento rápido
de tropas que vigilaban las líneas vitales del imperio o defendían sus
fronteras. Por lo 77 tanto, además de cualquier otro tránsito
que pudiera haber, siempre había legionarios en marcha por esos caminos. Se
añadían, por supuesto, viajeros importantes y humildes, los apurados y los que
iban descansadamente, a caballo o en burro, en literas o a pie, en carros ligeros
o en pesadas carretas. Entre tales viajeros del primer siglo de la era
cristiana estuvieron Pablo, Pedro y los otros apóstoles, que aprovecharon los
caminos romanos y la paz de un imperio unificado para el cumplimiento de sus
deberes misioneros.
Debilidad Y Fortaleza De Roma.- Cuando el
estudiante de historia contrasta la paz y prosperidad del reinado de Augusto
con la anarquía de todo el siglo precedente (ver t. V, pp. 37-38) se siente
obligado a admitir cuán cerca estuvo Roma del colapso político, económico y
social cuando Augusto tomó firmemente en sus manos las riendas del gobierno
(ver t. V, pp. 38-39). Sólo las legiones
romanas permanecían como un poderoso factor de unidad; sin embargo, los
soldados ya no prestaban su juramento de lealtad (sacramentum) al Estado
romano, sino a su comandante general (imperator), quien, mediante su magnetismo
personal y su liderazgo, los conducía a la victoria, con su perspectiva de
saqueo y de botín. Otro factor de estabilidad era el respeto básico por la ley
que demostraba el pueblo, aunque en este respecto había desmejorado en comparación
con sus antepasados. A pesar de la tolerancia y corrupción de los funcionarios
gubernamentales, los romanos comprendían la importancia de la ley y poseían una
habilidad natural para la administración.
El gobierno firme de Julio César y las reformas que instituyó sin duda
también contribuyeron a demorar el proceso de decadencia. El impulso que le dio
a su gobierno continuó hasta que Augusto consolidó su dominio. Así también el
vigor que éste le imprimió, hizo que el Estado subsistiera a través de las
vicisitudes que acompañaron a una desdichada sucesión de emperadores
ineficientes, hasta los períodos más brillantes de gobernantes como Vespasiano
(69-79 d. C.) y Marco Aurelio (161-180). El reinado de este último fue
realmente notable, y podría llamarse con justicia una edad de oro, a pesar de
la decadencia progresiva de la civilización romana. La influencia de esa edad
de oro ayudó para que el imperio pudiera soportar los reinados de una serie de
tiranos presuntuosos, hasta que los sólidos reinados de Diocleciano (284-305) y
Constantino (306-337) dieron nueva vida a Roma.
Poco de bueno se puede decir acerca de la mayoría de los hombres que
ocuparon el trono imperial durante el siglo que siguió a la muerte de
Augusto. Una de las causas de esa
situación fue la ausencia de un plan claro y consistente para la sucesión. Esta falta se hizo sentir. Todos los poderes del gobierno de Augusto
eran personales (ver t. V, p. 39). El cargo de emperador ni siquiera existía
legalmente. Augusto procuró de varias
maneras perpetuar la concentración de poderes por medio de una sucesión de
padre a hijo. Como no tenía un hijo
propio y sus parientes más jóvenes, que podrían haber sido sus sucesores,
murieron a temprana edad, adoptó como hijo a su hijastro Tiberio, a pesar de
cierta antipatía que sentía por él.
La muerte de Augusto dejó a Tiberio como el único candidato razonable para
el cargo imperial. Los arreglos necesarios para asegurar su coronación revelan
la debilidad de la constitución imperial. Los emperadores posteriores
procuraron también que su sucesor fuera un pariente suyo a quien habían
adoptado. Pero con este procedimiento no se consiguió que se estableciera un
linaje imperial estable; al contrario, durante el primer siglo de imperio,
hombres lamentablemente débiles llegaron a gobernar el mundo. Pero a comienzos
del siglo II los emperadores escogían a sucesores teniendo en cuenta sus
méritos personales y no su relación de parentesco. De este modo hombres más
capaces fueron investidos con la dignidad imperial. 78
III. TIBERIO
(14-37 D. C.)
Algunos de los contemporáneos de Tiberio (sucesor de Augusto) hablan
favorablemente de él; pero son más los que lo hacen desfavorablemente. Su
reinado puede considerarse débil, excepto por unas campañas militares exitosas
que él no llevó a cabo personalmente. No importa cuánto se esforzara en su
trabajo, y cuán cuidadoso procurara ser, hay pocos indicios de que entendiera el
tiempo en que le tocó vivir. Gobernaba mecánicamente de acuerdo con normas
establecidas, tomadas, en parte, de su experiencia anterior en los campamentos
militares. Nunca pudo sobreponerse a los problemas causados por consejeros
deficientes y chismosos.
Una de las desafortunadas características de su reinado fue que las
acusaciones judiciales llegaron a ser habituales. No había procesos públicos, y la acusación se
convirtió en una profesión. Cualquier ciudadano que fuera testigo de una
infracción de la ley, o sospechara de ella, o que quisiera implicar a alguien
en una acusación, tenía derecho a presentar una denuncia y hacer que el
culpable fuera procesado. Durante el gobierno de Tiberio surgió una clase de
acusadores profesionales llamados delatores, que acusaban a cualquiera que
pudiera haberlos ofendido. Esto era una tergiversación de la justicia; sin
embargo, Tiberio apoyó ese sistema. Aunque parezca raro, esta práctica resultó
perjudicial para el emperador, quien se convirtió en la víctima de los cuentos
más desagradables. La reputación de Tiberio ha sido muy atacada por los
historiadores, debido, en parte, a esa situación.
El Ejército.- El poder del
ejército romano era notable. Durante algún tiempo las legiones estuvieron
constituidas por soldados profesionales que se alistaban por veinte años. Como
ya se ha dicho, la lealtad de los soldados se centraba más en su comandante
general que en el gobierno romano; sin embargo, los soldados estaban bien preparados
y luchaban fielmente. El ánimo del ejército era excelente, y vez tras vez
demostró ser superior al espíritu y a la habilidad de las fuerzas enemigas. En
los días de Augusto y de Tiberio era costumbre situar legiones permanentes en
puntos estratégicos por todo el imperio, a lo largo de las fronteras y en las
provincias conquistadas. En el año 23 d. C., 25 legiones de soldados romanos
regulares mantenían el imperio bajo un excelente control militar. Las regiones
del alto y del bajo Rin estaban bajo el dominio de cuatro legiones, mientras que
en España sólo había tres. El norte del África, sin contar Mauritania, que era
un reino tributario con su ejército propio, estaba bajo el dominio de dos
legiones; y Egipto necesitaba sólo dos. En Palestina y Siria, había cuatro
legiones. Tracia era un reino tributario
y tenía su propio ejército. Había dos legiones en el bajo Danubio, dos en Mosia
y dos en Dalmacia. Estas 25 legiones se
aumentaban con aproximadamente el mismo número de soldados auxiliares, lo que
hacía un total de unos 250,000 hombres, calculando 5,000 soldados por legión. Estas
estaban formadas casi exclusivamente de infantería pesada, aunque unas pocas
contaban con contingentes de caballería. La legión también tenía su cuerpo de
ingenieros, pues los romanos habían inventado un tipo eficiente de maquinarias
para sitiar ciudades. Cada con unto de legiones, que formaban un ejército,
estaba bajo el comando de un jefe supremo, o imperator, y cada legión estaba
presidida por un legado. La legión, a su vez, consistía de unas cincuenta
centurias, cada una de las cuales tenía de
Religión.- Tiberio se
esforzó en los comienzos de su reinado por mejorar la vida religiosa de su
pueblo. Por eso prohibió el culto de Isis, debido a las inmoralidades de ese
culto. También ordenó que no continuara el culto de los judíos en Italia, y que
fueran todos expulsados de ese país. (Un estudio de Tiberio y su relación con 79 los judíos puede leerse en el t.
V, p. 67.) También se esforzó por destruir la astrología. Muchos astrólogos
estudiaban el sol, la luna y los cinco planetas visibles, procurando, mediante
encantamientos, obtener ayuda divina de los dioses que se creía que habitaban
en esos cuerpos celestes (cf. t. 1, pp. 224-225, y t. IV, pp. 790-791). Pero
los esfuerzos de Tiberio para suprimir a los astrólogos no tuvieron éxito, y en
los últimos años de su reinado él mismo se hizo adicto de sus misterios. Los
consultaba constantemente y, bajo la influencia de sus consejos, llegó a ser
cada vez más pesimista y sombrío.
Administración Civil.- Durante el
reinado de Tiberio no hubo notables adquisiciones de territorio, pero se hizo
mucho para consolidar el dominio en las provincias remotas. Tracia fue puesta
bajo un gobernador romano, y pronto fue anexada. Cuando Arquelao, rey de
Capadocia, murió en el año 17 d. C., su reino fue constituido en una provincia
gobernada por un procurador, y al mismo tiempo, el reino de Commagene, en la
frontera oriental, fue puesto bajo el gobierno de un propretor. La inquieta y
rica posesión de Judea había sido puesta por Augusto bajo el gobierno de un
procurador (ver t. V, p. 65), y Tiberio dejó que continuara así; sin embargo,
Judea estaba bajo la jurisdicción de Siria, que era más extensa, y el
procurador de Judea tenía que rendir cuentas al gobernador de aquella
provincia, cuya capital era Antioquía. Siria estaba rodeada por un círculo de pequeños Estados semiautónomos
como Calcis, Emesa, Damasco y Abílene. Ver t. V, mapa frente a p. 289.
Los primeros nueve años del reinado de Tiberio pueden considerarse buenos,
y su gobierno de éxito; pero alrededor del año 23 d. C. ocurrió un importante
cambio. Sejano (o Seyano), ministro de Tiberio, ambicionaba reemplazar al
emperador. Para lograrlo formó varias alianzas políticas y se esforzó por
eliminar cualquier apoyo que Tiberio pudiera encontrar en el círculo inmediato
de sus camaradas. Ni la familia del emperador escapó. Cuando murió Druso, hijo
del emperador, después de una prolongada enfermedad, los historiadores de ese
tiempo afirmaron que Sejano lo había envenenado.
Ultimos Años De Tiberio.- Tiberio comenzó
a cosechar los amargos frutos de su apoyo a los delatores, de su fe en los
astrólogos y de la libertad que dio a Sejano, su inescrupuloso ministro. El
palacio abundaba en rumores, chismes y viles relatos que no perdonaban al
emperador. Los lúgubres pronósticos de los astrólogos tenían la peor influencia
sobre su mente, y las intrigas de Sejano amenazaban al mismo Tiberio. Este,
vencido por la melancolía, por los temores en cuanto a su bienestar personal y
por el odio que sentía aun por la atmósfera de Roma, se apartó completamente de
esta ciudad y nunca más volvió a ella. Viajaba, pero nunca iba lejos dentro de
Italia, y no salía de ésta. Pasó la mayor parte de los restantes trece años de
su reinado en la isla de Capri.
Pero en su retiro tampoco halló paz. Lo perseguían su pesimismo y sus
temores. No se sentía seguro frente a las intrigas de Sejano, a quien
finalmente hizo matar. Las lenguas no cesaban de ocuparse del emperador,
sencillamente porque se había retirado a una bella isla; en realidad, por esto
mismo hablaban más de él. Como la gente no podía conocer la realidad de la vida
privada de Tiberio, se comentaba mucho que se entregaba a tremendas orgías en
la mansión de su aislamiento.
Tiberio, ya anciano, cayó enfermo cuando estaba de viaje. Se opuso a todos
los esfuerzos que se hicieron para que se le prestara atención médica, y tomó
parte muy activa en los juegos que se celebraron en su honor; sin embargo,
finalmente tuvo que ser llevado a su lecho, aunque se le negó la oportunidad de
morir de muerte natural. Macrón, sucesor de Sejano, prefecto del pretorio y
suegro de Gayo, a quien 80 esperaba hacer emperador,
asesinó a Tiberio en su lecho, asfixiándolo con la ropa de cama.
IV. GAYO
CALÍGULA (37-41 D. C.)
Gayo, hijo adoptivo de Tiberio, generalmente conocido como Calígula (que
significa "zapatilla"), se convirtió entonces en el emperador. En su
juventud había sido amigo de Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande. (En
cuanto a la relación de Roma con los Herodes, ver t. V, pp. 42-43, 65-67, 70.)
Este príncipe palestino había sido educado en Roma con otros hijos de
reyezuelos cuyos territorios estaban bajo el dominio romano. En Roma se hizo
amigo de Claudio y de su sobrino Calígula. Ambos estaban destinados a ser emperadores. Calígula era un joven débil,
nervioso y dado a los placeres. Con demasiada facilidad se dejaba influir por
Agripa para practicar las despóticas costumbres del Medio Oriente, con lo cual
puso una desventurada base para su futuro ejercicio del poder imperial.
A pesar de todo comenzó bien su reinado. Decretó una amnistía general para
liberar a todos los presos y repatriar a todos los desterrados políticos. Se
incorporaron nuevos miembros al senado, escogidos de entre los miembros de la
clase adinerada de los caballeros. Muchos habitantes de las comunidades
provinciales recibieron la ciudadanía romana. Fue un período de notable
prosperidad que evidentemente agradó al pueblo.
Pero después de su primer año de reinado, Calígula se entregó a una vida
disipada. No sólo dio al pueblo costosas diversiones, forzando a los senadores
a que participaran en los juegos, sino que él mismo descendía a la arena para
representar el papel de gladiador.
Durante su primer año, Calígula decretó que Herodes Agripa, con el nombre
de Herodes Agripa I, fuera rey en Palestina; pero lo retuvo en Roma para
tenerlo cerca. Poco después del nombramiento de Agripa como etnarca, murió su
tío Felipe, y Gayo le entregó la tetrarquía de Felipe, además de Abilene y
Celesiria. Ver diagrama, t. V, p. 224.
Calígula pronto pretendió ser un dios. Ordenó que todos le rindieran culto, e hizo que se pusieran imágenes suyas en diversas comunidades, una de las cuales fue Alejandría, Egipto, donde vivían muchos judíos. Estos nombraron una delegación dirigida por el filósofo judío Filón, para que fueran a Roma y le rogaran al emperador que no obligara a los judíos a adorar su imagen, pues eso sería completamente contrario a sus convicciones religiosas.
La delegación
entrevistó a Calígula, pero fue en vano; no tuvieron ningún efecto las súplicas
de Filón. El emperador ordenó que su imagen fuera levantada y que los judíos la
adoraran. Murió en el año 41 d. C.
mientras insistía en que fuera instalada una imagen en el templo de Jerusalén,
lo que hizo que los judíos estuvieran a punto de rebelarse.
Calígula trató de gobernar. Procuró imitar a los césares que lo habían
precedido, y prestó seria atención a sus deberes; pero no quería gobernar
siguiendo las normas republicanas, como lo habían hecho Augusto y Tiberio.
Sentía desprecio por el senado y deseaba gobernar, no como imperator o cónsul,
sino como rey. Quizo ser constructor; derribaba edificios y los sustituía con
otros. Hizo construir un enorme acueducto, cuyos restos aún llaman la atención
de los que visitan la ciudad de Roma.
Reedificó el palacio de los césares con un derroche extravagante. Comenzó
nuevas facilidades portuarias para la ciudad de Roma en la desembocadura del
Tíber, lo que podría haber sido provechoso; pero quedaron inconclusas cuando
murió. Fue un derrochador que empobreció la tesorería que Tiberio, con su
sentido de la economía, había mantenido con muchos recursos. Era arrebatado,
voluble, e indudablemente 81 sufría de desequilibrio mental. Le
gustaba hacer bromas, pero junto con éstas manifestaba una crueldad que le hizo
decir una vez, por ejemplo, que deseaba que el pueblo de Roma tuviera un solo
cuello para poder cortarle la cabeza de un solo golpe.
Calígula sólo reinó cuatro años. Fue asesinado por un oficial de la cohorte
pretoriana a quien había insultado. Lo abandonaron completamente sus amigos, y
Herodes Agripa fue quien se encargó de preparar su cuerpo para que fuera
sepultado.
Cuando llegó al senado la noticia de que Calígula había muerto,
inmediatamente comenzó a debatirse qué debía hacerse en cuanto a la sucesión. Se
pronunciaron discursos en los que se insistía que Roma volviera al gobierno
senatorial y que se restauraran los antiguos procedimientos republicanos. Eso
habría eliminado todo el problema de la sucesión imperial. Sin embargo, había
otros que creían que Roma había prosperado bajo el gobierno de un solo hombre,
a pesar de que algunos césares habían sido malos, y que se debía nombrar el
sucesor de Calígula.
V. CLAUDIO
(41-54 D. C.)
Cuando los soldados pretorianos oyeron de la súbita muerte de Calígula,
empezaron a recorrer el palacio en busca de botín. Uno de ellos encontró a Claudio, tío de
Calígula, de unos cincuenta años de edad, agachado detrás de una cortina del
palacio. Lo sacó arrastrando delante de
los otros soldados, y gritó con una risotada: "Aquí está nuestro
emperador". Esta versión se divulgó. La idea tomó fuerza, y poco después
toda la guardia pretoriana apoyaba a Claudio como emperador de Roma. Siendo ya
un hecho consumado, el senado romano no podía menos que reconocerlo. Poco
tiempo después el derecho de nombrar los emperadores pasó de las manos de los
pretorianos a las de los soldados romanos que estaban en servicio. En el caso
de Claudio el pueblo ya estaba, en realidad, fuera del edificio del senado
pidiendo que el senado nombrara a uno solo para que dirigiera el imperio, y
cuando la soldadesca presentó ante los senadores el nombre de Claudio, ellos se
apresuraron a aceptarlo como emperador.
La personalidad de Claudio era extraña. Tuvo una niñez desventurada; fue
ridiculizado por sus compañeros y despreciado por sus familiares. Como no tenía
relaciones normales y agradables con sus iguales, se vio forzado a
confraternizar con lacayos, y vivió aislado la mayor parte de su vida. Había
dedicado su tiempo a estudiar, especialmente historia. Escribía muchísimo; se
interesaba en el arte dramático, y era un anticuario empeñoso, aunque mediocre.
Conocía mucho de lo que había acontecido en Roma en lo pasado, pero
evidentemente no estaba a tono con la Roma de sus propios días.
Administración Civil.- Claudio procuró
ser un gobernante considerado. Concedió amnistía a los presos políticos y a los
exiliados, y se prohibieron las confiscaciones. Los templos fueron restaurados,
y se pusieron de nuevo las estatuas que habían sido retiradas, especialmente
las que habían sido quitadas para colocar las de Calígula. Ordenó que algunas
tropas cruzaran las fronteras para ocupar lugares donde se necesitaba fuerza
militar, y se hizo notable por las colonias romanas que estableció en varias
provincias por todo el imperio.
Uno de los logros importantes de Claudio fue la reorganización del senado. Tuvo
la valentía de eliminar a algunos de sus componentes que no podían soportar la
carga económica que implicaba la senaduría. Después ocupó las vacantes con
caballeros que eran suficientemente ricos para hacer frente a las normas
senatoriales. Muchos de esos caballeros eran de las provincias. Esto hizo que
el senado fuera un cuerpo representativo más genuino, y ayudó a que el imperio
no fuera el apéndice 82 de un gran municipio sino una
vasta entidad política centralizada en una capital, con ciudades confederadas y
provincias que ayudaban en el gobierno imperial.
Un censo hecho en el año 47 d. C. mostró que había casi 7,000,000 de
ciudadanos en el imperio. Esto representaba un gran aumento sobre el censo del
año 14 d. C., que dio unos 5,000,000 de ciudadanos. Reveló cómo los tiempos de
comparativa paz y prosperidad a partir de Augusto habían ayudado al crecimiento
de la población. También indicaba una amplia expansión de la ciudadanía por
todo el imperio. A esa cifra de 7,000,000 debían añadirse las esposas y los
hijos de los ciudadanos, lo que elevaba el total de los ciudadanos romanos y
los que dependían de ellos a unos 20,000,000, de acuerdo con la estimación de
Gibbon. A esta cifra debía añadirse la gran cantidad de provincianos que no
tenían ciudadanía romana y las multitudes de esclavos que poblaban el mundo
romano. El historiador Gibbon estima que a mediados del siglo I d. C. la
población total era de 120,000,000, cifra, sin duda, demasiado alta; quizá
fluctuaba entre los 80,000,000 y los 100,000,000 de personas (ver Edward
Gibbon, The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, ed. de J. B.
Bury, t. 1, p. 42).
La afición de Claudio por las cosas antiguas hacía de él un verdadero romano
de corazón y de espíritu. En su corte se notaba una atmósfera menos extranjera.
Era considerado en su proceder con los extranjeros, es decir, los no romanos,
pero los vigilaba para asegurarse de la plena lealtad de ellos. Los judíos eran
tolerados, y evidentemente fueron tratados con más bondad que en tiempos de
Tiberio; sin embargo, estallaron revueltas entre ellos, y como resultado
Claudio dio un edicto expulsando a los judíos de Roma (ver t. V, p. 72). Entre
los expulsados estaban Aquila y Priscila, judíos con quienes Pablo se relacionó
mientras predicaba en Corinto, en su segundo viaje misionero (Hech. 18:2).
Era asombrosa la laboriosidad de Claudio en su esfuerzo por ser un
emperador eficiente. Estaba en su despacho desde temprano en la mañana hasta
tarde por la noche. Pasaba horas en el Foro, trabajando como juez de su pueblo.
La gente acudía a él, le refería sus problemas y le pedía su ayuda y solución. Cuando
se disponía a marcharse, con frecuencia la gente insistía en que se quedara
hasta que todos los casos hubieran sido oídos. Se ocupó activamente en su
programa de edificación, mayormente para completar las obras comenzadas por
Calígula. El nuevo puerto de Ostia en la desembocadura del Tíber, tan útil para
Roma porque el río se estaba llenando de cieno, Claudio lo concluyó con éxito. Terminó
el enorme acueducto que Calígula había comenzado, y completó un gran túnel para
llevar agua a Roma. Bretaña fue subyugada por completo, y Caractaco, uno de sus
caudillos, fue llevado a Roma en triunfo. La religión de los druidas fue
suprimida en las Galias y en gran medida ocurrió lo mismo en Britannia.
Claudio gastó tiempo y dinero en diversiones para el pueblo romano, pero
era claro para los que lo conocían, y quizá también lo advertía la multitud,
que lo hacía sólo por cumplir un deber, como si el anticuario hubiera
continuado con la antigua rutina romana sin participar genuinamente en la vida
del pueblo. Pero el tesoro público quedó exhausto. Hubo carencia de cereales, y
el pueblo culpó al emperador. Mientras más se afanaba por resolver los
problemas del pueblo, más responsable se hacía de las dificultades de la gente.
Esto le impidió llegar a ser un gobernante popular.
Vida Personal.- Por otra parte,
caía en la complacencia propia, y a medida que envejecía se entregaba más a la
intemperancia en la comida y la bebida. Como ya se ha dicho, trabajaba
infatigablemente, y luego comía en exceso en un intenso esfuerzo por restaurar
su decadente fuerza física. Su salud se
deterioró gradualmente, y 83 las intrigas y los males de la
vida del palacio aceleraron el proceso.
Claudio se casó cuatro veces. Su tercer matrimonio, con Mesalina, fue
especialmente repugnante. La inmoralidad de la conducta de ella fue descarada
y, de acuerdo con un relato de ese tiempo, hasta participó en una ceremonia nupcial
con uno de sus amantes. Mesalina fue muerta debido a sus infidelidades. Claudio
se casó después con su sobrina Agripina, quien logró que Nerón, hijo de ella,
fuera el sucesor del trono cuando muriera su padrastro. Esto equivalía a dejar
a un lado al hijo de Claudio, joven que fue muerto después. Agripina pronto se
cansó de esperar la muerte de su esposo, lo que abriría el camino para que su
hijo Nerón ocupara el trono, y finalmente tramó un complot para que su esposo
fuera envenenado. Clandio bebió el primer brebaje de veneno, pero ya fuera
porque había comido demasiado o había tomado mucho vino, el veneno no tuvo
efecto. Un médico llamado por Agripina introdujo una pluma envenenada en la
garganta del emperador, evidentemente con el pretexto de proporcionarle algún
alivio gastronómico. Claudio se sumió gradualmente en la inconsciencia y murió
por los efectos del veneno así aplicado. Nerón fue su sucesor. Esto ocurrió en
el año 54 d. C.
VI. NERÓN
(54-68 D. C.)
La familia del nuevo emperador desde hacía mucho tiempo había tenido importancia
en el ambiente de Roma; unos doscientos años antes se habían elevado de la
clase plebeya. Ese clan había producido dos cónsules, un pontífice máximo y
varios generales. El padre de Nerón había sido acusado de muchos crímenes:
incesto, adulterio, asesinato y traición. Se casó con Agripina, hermana de
Calígula, y el hijo de ambos, Lucio Domicio, fue el Nerón de la historia. El
padre murió cuando Nerón sólo tenía tres años de edad; su madre fue desterrada,
y una tía fue su tutora. Calígula se
apropió del patrimonio del niño, pero Claudio más tarde se lo restituyó.
La educación del muchacho había incluido muchas cosas perjudiciales. Conocía
buenas maneras, la etiqueta de la corte, sus derechos y prerrogativas, pero
estaba demasiado versado en los vicios y en las corrupciones de sus días. Su
desventura fue la de muchos jóvenes romanos de buena cuna: su instrucción había
estado en manos de sirvientes poco supervisados. Una excepción a esto fue que
tuvo a Séneca como su tutor. Este tutor, hermano del Galión que fue procónsul
de Acaya cuando Pablo estaba en Corinto (Hech. 18:12), nació en una familia de
maestros, y llegó a ser filósofo y versado en los asuntos materiales. Sabía
cómo retener amigos influyentes y cómo beneficiarse mediante su amistad. Sus principios
eran buenos, propios del estoicismo que profesaba. Sabía cómo vivir sin
corromperse en una época y un ambiente perversos. Es evidente que tuvo una
buena influencia sobre Nerón, la que se extendió durante los primeros años del
nuevo reinado. También es obvio que su influencia no fue ni lo bastante buena ni
lo suficientemente decisiva. Las malas características inherentes del joven,
los mismos de que había sido objeto y la corrupción que lo rodeaba, pudieron
más que la capacidad de Séneca o quizá que su voluntad para vencer.
Otro de los primeros favoritos de Nerón fue Burro, prefecto de los
pretorianos, de larga experiencia en la corte. Era un hombre de sagacidad
innata, disciplinado y de una sensibilidad moral sorprendente para una persona
de su posición.
Nerón padecía de obsesiones. Temía a su madre. Temía a Británico, el hijo
de Claudio, a quien Agripina había logrado desplazar para promover a su propio
hijo. Pero cuando Nerón fue presentado por Burro ante los pretorianos como el
idóneo sucesor de Claudio, lo aclamaron. Ya no hubo ningún poder que pudiera
disputarle 84 esa aprobación, mucho menos al
negligente senado. Nerón tenía unos 17 años de edad cuando fue hecho emperador.
Agripa sumió entonces el papel de emperatriz, en lo cual cooperó con Nerón.
Se hacia llevar en la tierra imperial junto con su hijo, daba consejos y
recibía embajadas. Disponía de envenenadores para eliminar a las personas que
parecían ser obstáculos en su camino. Procuraba dominar completamente a su
hijo, el joven emperador. Para contrarrestar ese dominio materno, Séneca y
Burro convinieron en mantener su influencia sometiéndose a la voluntad de
Nerón. Pensaron que la forma más efectiva de influir en Nerón era someterse a
los caprichos del soberano. De ese modo, Nerón fue envileciéndose gradualmente
desde sus primeros años de gobierno.
Muchos de los actos del joven emperador fueron deliberadamente malos. Hizo
envenenar a Británico. Por una concubina abandonó a su esposa a su esposa
Octavia, a quien Agripina tomó entonces bajo su protección. Eliminó a Palas,
liberto que había sido ministro de Claudio y protegido de Agripina. Halagado
por los aplausos de la multitud, se exhibía despreocupadamente en el circo y en
el teatro, y hasta participaba en pequeños robos callejeros y peleas las que se
disfrazaba, pero no suficientemente. Lo mejor que se puede decir de Nerón es
que dejaba los asuntos de gobierno a sus ministros. Séneca y Burro mantenían
siempre bien informado al senado de todo lo relacionado con el gobierno y de
ese modo se protegían de la ira de la madre de Nerón. Nerón actuaba
públicamente como juez, y realmente procuraba ser justo en su fallos. No tomaba
en cuenta las burlas que el populacho insolente con frecuencia había dirigido
contra el trono. Por todas estas razones, sus primeros años parecieron tolerables,
especialmente si se compara con la última parte de su reinado.
En el año 58 d. C. precenció un cambio para mal en la vida del emperador. Lo primero que sucedió en este segundo periodo fue su enamoramiento de Popea, la disoluta esposa de Otón, favorito de la corte del emperador. Cuando pareció que Otón se opondría a las familiaridades de Nerón con su esposa, le fue dado un cargo en Lusitania (moderno Portugal), para que no interfiriera en esas relaciones. El siguiente hecho, y que sin duda resulto de la mala influencia de Popea, fue el asesinato de Agripina, la madre de Nerón.
El emperador temió las
consecuencias de ese terrible acto, pero cuando entró de nuevo a Roma después
de la muerte de su madre, fue recibido con más exorbitante adulación que le
prodigaron tanto los senadores como el pueblo. Desde ese momento, el emperador
se volvió sumamente egocéntrico, pero al mismo tiempo era débil y vacilante,
supersticioso y cobarde, desenfrenado y lascivo, y de un temperamento peligroso
para todos los que lo rodeaban. Se entregaba cada vez más a las disipaciones
más públicas y corruptas. Inducía a esos desenfrenos tanto a nobles como
plebeyos mediante cenas públicas en la que se practicaban y se estimulaba una
inmoralidad descarada. Parecía que el mismo populacho estaba siendo inducido a
una completa corrupción.
Burro y Séneca continuaron desempeñándose como ministros de Nerón, pero su
influencia iba declinando. Hombres perversos, Tigelino y Rufo, iban ganando
influencia. Burro murió en el año 62 d. C., quizá envenenado. Séneca procuró
fructuosamente retirarse a la vida privada. Nerón repudió públicamente a
Octavia, después la hizo matar en muy forma muy cruel, y se casó con Popea.
Entonces, como la tesorería estaba vacía debido al libertinaje del emperador,
se eliminaba a ciudadanos ricos para que su fortuna pudiera ser confiscada.
Incendio De Roma.- Este trágico
holocausto, el acontecimiento mejor conocido del reinado de Nerón, ocurrió en
el año 64 d. C. De los catorce sectores que constituían la ciudad, sólo se
salvaron cuatro, tres se quemaron completamente, y los otros 85 siete sufrieron
daños más o menos graves. Fueron destruidos algunos de los edificios más
famosos de la ciudad, tanto públicos como palacios. Hasta el palacio de Nerón
sufrió con el fuego. Miles de las casas de los plebeyos y de las hacinadas
viviendas de los distritos más pobres fueron destruidas. Se perdieron obras de
arte de valor incalculable, e indudablemente se quemaron documentos de gran
valor legal e histórico.
Podría ser cierto que Nerón hizo incendiar a Roma para que le sirviera como
telón de fondo para recitar con lenguaje de tragedia el poema épico El saqueo
de Troya. No hay motivo especial para rechazar esta idea, aunque circularon
otras versiones. Se dijo que sólo había impedido que se hicieran esfuerzos
eficaces para detener el incendio; según otra versión, Nerón incendio la ciudad
porque deseaba tener una oportunidad de reedificarla con toda magnificencia y
dar su nombre a la ciudad restaurada.
Ya sea que haya incendiado Roma, o que lo haya permitido, Nerón se
extralimitó. Esto lo comprendió, y mando hacer ofrendas expiatorias especiales
a los dioses. Con todo, los sobrevivientes del incendio murmuraban contra él.
Tácito, historiador romano, escribiendo unos cien años después del nacimiento
de Cristo, dijo: "Ni la reparación humana, ni la munificencia imperial, ni
todas las formas de aplacar el cielo, pudieron sofocar el escándalo o
desvanecer la creencia de que el incendio había sido intencional" (Anales
xv. 44).
Persecución De Los Cristianos.- ¿Qué podría ser
Nerón? Debía buscar a alguien a quien culpar del desastre. Encontró la víctima
propiciatoria en la secta ilegal de los cristianos, quienes en ese tiempo sin
duda habían llegado a ser numerosos en la ciudad. Dice Tácito: "Por lo
tanto Nerón, para acallar el rumor, presentó como criminales y castigó con el
máximo refinamiento de crueldad, a una clase de hombres detestados por sus
vicios, a quienes la turba llamaba cristianos. Crhistus, el que dio origen al
nombre, había padecido la pena de muerte durante el reinado de Tiberio, por
sentencia del procurador Poncio Pilato; y la perniciosa supertición fue
reprimida por un momento, sólo para irrumpir una vez más no sólo en Judea,
donde se originó la enfermedad, sino en la capital misma, donde proliferan y se
ponen de moda todas las cosas horribles y vergonzosas del mundo" (Ibíd.).
Esto basta para conocer la opinión de Tácito. Después prosigue describiendo la
forma en que Nerón persiguió a los cristianos:
"Primero eran arrestados los miembros reconocidos de la secta;
después, por confesión propia, eran condenados en gran número, no tanto a causa
de un incendio premeditado como por odiar a la raza humana. Y el escarnio
acompañaba a su fin. Eran cubiertos con pieles de fieras y muertos a
dentalladas por perros, o eran atados a cruces, y cuando terminaba la luz del
día eran quemados para que sirvieran como antorchas por las noches. Nerón había
cedido sus jardines para el espectáculo, y presentó una exhibición en su circo
mezclándose con la turba disfrazado de auriga, o montado en su carro. Por lo
tanto, a pesar de una culpa que había merecido el castigo más ejemplar, se
despertó un sentimiento de compasión debido a la impresión de que estaban
siendo sacrificados no para el bienestar del Estado, sino debido a la ferocidad
de un solo hombre" (Ibíd.).
Pedro Y Pablo.- Esta
persecución de Nerón, que comenzó en el año 64 d. C., no fue la expresión de
una política gubernamental acerca de los cristianos, sino que surgió del antojo
y capricho de Nerón, como una manera de eludir su culpa. La persecución fue
severa, pero ahora es imposible determinar hasta donde llegó su persecución.
Suetonio, contemporáneo de Tácito, dice que "se infligió castigo a los
cristianos, una clase de hombres entregados a una nueva y maligna
superstición" 86 (Nerón vi. 16). No cabe duda de que centenares de cristianos
sufrieron el martirio en la ciudad de Roma, y que también pudo haber habido
estallidos de persecución contra ellos en las provincias. Ninguno de los
escritores paganos se refiere a Pedro o a Pablo por nombre, pero los primeros
autores cristianos unánimemente se refieren al martirio de esos apóstoles en el
tiempo de Nerón, y en Roma. Entre ellos están Tertuliano (m. c. 230 d. C.;
Contra Marción iv. 5) y Eusebio (c. 325 d. C; Historia eclesiástica ii. 25).
La antigua mazmorra Mamertina que se halla situada en las proximidades del
Foro Romano, y no lejos del antiguo recinto del senado, aún es mostrada a los
turistas como el lugar donde se supone que Pablo estuvo encarcelado. La fecha
de su muerte puede ubicarse entre los años 66 y 68 d. C., el año en que murió
Nerón. De acuerdo con una antigua tradición, Pedro fue martirizado después de
Pablo, siendo crucificado con la cabeza hacia abajo (Eusebio, Historia
eclesiástica iii. l; cf. HAp 428-429).
Muerte De Nerón.- Mientras continuaba esporádicamente la persecución de los cristianos en Roma, Nerón se ocupaba de reedificar la ciudad. Se diseñaron nuevamente las calles y se levantaron edificios que mostraban belleza y criterio artístico. Grandes sumas de dinero se gastaron en la reconstrucción, dinero que tuvo que provenir de la gente rica de las provincias y de gravosos impuestos. Pero eso no apaciguaba al pueblo. Ya no se trataba sólo de murmuraciones entre la plebe. La nobleza, los líderes de la vida social y económica de Roma, estaban determinados a que hubiera un cambio en el gobierno. Se descubrió uno de los complots más organizados, y los conspiradores fueron juzgados, condenados y muertos. Entre ellos estaba el antiguo amigo y mentor de Nerón, Séneca, que en vano había procurado retirarse de la vida pública, apartándose de la ciudad de Roma y de sus peligros. Nerón pudo entonces incluirlo en la lista de los conspiradores y hacerlo morir como un criminal.
En los últimos años de su vida Nerón se había vuelto más libertino, más
indigno de confianza, más disipado, más cruel. Parecía no tener límites su
infundado egotismo. Sus precoces alardes de poeta y artista continuaron hasta
el fin. Antes del incendio de Roma había decidido hacer un viaje al Medio
Oriente; pero esos planes fueron interrumpidos por su deseo de hacer que Roma
fuera reedificada. Por fin emprendió viaje en el año 66, y estuvo ausente cerca
de dos años. Su gira fue una exhibición pública de vanidad depravada y
corrupta. A su regreso efectuó una entrada triunfal en Roma, pero eso no
distrajo al público de su descontento, lo que se notó especialmente entre los
nobles.
Nerón recibió entonces noticias de graves defecciones entre los generales
de las provincias. Se mencionaba especialmente a Galba, destacado en España,
pues Víndex, prefecto de una de las provincias de las Galias, le había hecho
proposiciones formales para que fuera emperador. Galba vaciló en participar de
la conspiración, pero Víndex siguió adelante con el complot. Nerón consiguió
que Víndex fuera declarado enemigo público, pero para entonces Galba estaba
resuelto a seguir adelante con la conspiración. El pueblo clamaba contra Nerón,
los senadores se mantenían apartados de él, y los pretorianos le negaban su
protección. El emperador huyó de Roma, por lo que el senado lo proclamó enemigo
público y decretó su muerte. Escondido en una casucha a la vera del camino,
Nerón se puso un arma contra el pecho, y un esclavo lo traspasó con ella. Murió
en el momento en que llegaban los soldados para apresarlo. El tirano murió
vergonzosamente a la edad de 30 años, después de un afrentoso reinado de
catorce años. Eso sucedió en el año 68
d. C. 87
VII. DESDE
GALBA HASTA ADRIANO (68-138 D.C.)
Sucesores De Nerón, 68-69 D.C.- Galba, jefe
supremo del ejército en España, fue elegido rápidamente por sus soldados para
que ocupara el lugar de Nerón. Esta fue la primera vez que un emperador fue
nombrado por sus soldados en la provincia, lejos de Roma. Con esta elección
Roma también se apartó de la antigua familia juliana, de la cual habían salido
hasta entonces todos los Césares. Galba se dirigió a Roma. Por supuesto, hubo
otros aspirantes al trono, y Galba hizo matar a varios nobles conspiradores, a
algunos sin juicio previo. El nuevo emperador no estaba dispuesto a esgrimir
solo la autoridad imperial, y aceptó que se le nombrara como asociado a un
romano notable llamado Pisón. El hecho de que el senado aclamara el
nombramiento de Pisón, ofendió profundamente a Otón, el que una vez fuera
esposo de Popea, mujer de Nerón. Otón, que también era general, conquistó el
favor de algunos de los soldados, y después fue presentado ante la guardia
pretoriana que lo aclamó como emperador. Los soldados abandonaron a Galba, y
cuando éste y Pisón se presentaron en el Foro, Galba fue asesinado
inmediatamente, y poco después Pisón sufrió la misma suerte.
Las noticias de este disturbio y derramamiento de sangre llegaron a las
Galias, donde el legado Vitelio aceptó las súplicas de los soldados de que
fuera emperador. Las legiones de las Galias y de Alemania apoyaron a Vitelio, y
éste marchó hacia Roma. Otón salió a hacerle frente en el norte de Italia, y en
la batalla que se riñó fue muerto y su ejército fue derrotado. Vitelio marchó
sobre la capital, donde el impotente senado lo aclamó emperador.
Mientras tanto había surgido Vespasiano, otro candidato, que entonces
servía como legado en Judea. Su familia era prácticamente desconocida, pero él
había cumplido con éxito importantes responsabilidades. Había sido legado de
una legión en Britannia y finalmente había llegado al consulado. En los últimos
años de la vida de Nerón habían estallado graves desórdenes en Palestina, y
Vespasiano había sido enviado allí para aplastar la revolución judía. Mientras
estaba cumpliendo esa comisión, el ejército de Oriente lo proclamó emperador.
Los ejércitos del norte de Italia también le ofrecieron su lealtad. Vespasiano
marchó hacia Roma y derrotó a las fuerzas de Vitelio. El senado de buena gana
declaró emperador a Vespasiano. Nerón había tenido tres sucesores en menos de
un año.
Durante estos importantes cambios dinásticos, ¿qué había sucedido al
Imperio Romano en su conjunto? Debe destacarse de nuevo que fuera del imperio
no había ningún poder fuerte que pudiera aprovecharse del desorden de Roma.
Partía, el único posible retador del poder imperial, acababa de sufrir una
derrota ante los romanos. Dentro de los límites del imperio no había ningún
partido organizado, de "oposición", que aprovechara de los
disturbios; por lo tanto, el ritmo de la vida del imperio prosiguió a pesar de los
tumultos de la capital. Es cierto que fueron perturbadas las zonas por donde
pasaban los ejércitos que iban a entronizar a sus respectivos generales en
Roma, y que fueron depuestos los legados, procuradores y procónsules de algunas
de las provincias. Era inevitable que hubiera perturbaciones en los negocios,
especialmente, a medida que los nobles que tenían un capital invertido se veían
implicados en sucesivos cambios de gobierno. Pero en su conjunto la vida del
imperio prosiguió como lo había hecho durante cien años antes, cuando casi se
llegó a la anarquía con motivo del asesinato de julio César. Continuaba el
comercio marítimo. Los agricultores proseguían sus labores. Las legiones
continuaban con su misión de vigilancia, y elegían a los generales a quienes
querían permanecer leales. A pesar de toda la corrupción, había una base sólida
en el pueblo, en los hogares en los cuales padres y madres continuaban con sus
deberes al lado de sus hijos y echaban el 88 fundamento
imprescindible de la vida de sus comunidades. Los sacerdotes continuaban con
sus deberes en los templos paganos. Los adictos a los cultos de misterio
proseguían con sus prácticas religiosas. El cristianismo también continuaba
creciendo entre la gente como una levadura de bien.
Vespasiano, 69-79 D. C.- Vespasiano dejó
a Tito, su hijo mayor, para que continuara subyugando a los rebeldes judíos,
mientras él continuaba lentamente su viaje a Roma. Sus intereses en la capital
estaban a cargo de Muciano, legado de Siria, y de Domiciano, el hijo menor del
emperador.
Tito completó con eficacia la tarea comenzada por su padre. Jerusalén fue cercada en la primavera (marzo-mayo) del año 70 d. C., y a fines de agosto, después de una tenaz resistencia, fue tomada y casi completamente destruida. Tito regresó triunfalmente a Roma, llevando consigo a miles de cautivos y un gran botín. En el arco de Tito que aún está en Roma se conmemora su victoria. (Hay una detallada descripción de las guerras judías y de la destrucción de Jerusalén en el t. V, pp. 74-79.)
https://elaguila3008.blogspot.com/2021/04/los-judios-del-primer-siglo-de-la-era.html
Cuando Vespasiano estaba por vestir la púrpura imperial, algunas de las
legiones que lo habían apoyado en las Galias y en la parte baja de Alemania
trataron de terminar sus relaciones con Roma y de formar un gobierno separado
en las provincias galas; pero sólo bastó una demostración de fuerza de Muciano
para que las legiones se sometieran, y se apagó la revuelta. Como una cantidad
de legiones auxiliares de naturaleza tribal habían participado en la rebelión,
el gobierno romano comenzó desde entonces la práctica de asignar los auxiliares
tribales en partes del imperio distantes de su terruño para disminuir el riesgo
de tales rebeliones.
Cuanto Tito regresó de Palestina, Vespasiano lo convirtió en prefecto del
pretorio y le dio el poder tribunicio: la autoridad, pero no el cargo de
tribuno. Juntos manejaron con sabiduría el imperio. Su principal contribución
quizá fue en lo que atañe a las finanzas, donde el sentido de economía de
Vespasiano restauró la tesorería que había quedado vacía debido a los
despilfarros de los emperadores anteriores. Fueron reorganizadas varias
provincias, y la defensa imperial se fortaleció por el norte hasta Britannia y
en las fronteras formadas por los ríos Rin, Danubio y Eufrates. La construcción
de imponentes edificios en Roma dio un aire de prosperidad al nuevo régimen. Fue
restaurado el incendiado templo capitalino, se erigió un templo de la paz y se
comenzó la obra del Coliseo monumental, cuyas ruinas existen todavía. Tan
estable fue el gobierno de Vespasiano, que cuando él murió en el año 79, Tito
pudo sucederlo sin disturbios.
Tito, 79-81 D. C.- El hijo
demostró ser un digno sucesor de su eficiente padre. Por desgracia, su reinado
fue corto; por eso no pudo cumplir muchas de sus primeras promesas. El recuerdo
de su gobierno fue también entenebrecido por dos desastres. En el año 79 el
Vesubio hizo erupción y su lava volcánica sepultó las ciudades de Pompeya y
Herculano, cuyas ruinas, al ser excavadas, han proporcionado una rica fuente
documental acerca de la vida romana en Italia durante el siglo I de nuestra
era. Un año más tarde Roma sufrió otra vez un desastroso incendio que ardió
durante tres días y dejó gran parte de la ciudad en ruinas. Sin embargo, nadie culpó a Tito por esas
catástrofes, y su muerte en el año 81 d. C. fue profundamente lamentada en el
imperio. Domiciano, su hermano menor, ocupó el trono sin oposición.
Domiciano, 81-96 D. C.- El nuevo
gobernante tenía un interés genuino en la vida política, social y literaria del
imperio; pero el bien que realizó quedó anulado por el odio que despertaban sus
métodos violentos y autocráticos. A pesar de todo, la historia registra los
progresos imperiales durante su mandato. Autorizó una campaña 89 desde Britannia
a Caledonia (Escocia), y él mismo comandó un ejército que penetró en Alemania
cruzando el Rin. Allí anexó al imperio un territorio al este de ese río. Una
rebelión de dos legiones destacadas en Mainz fue fácilmente sofocada. Esto dio
lugar a la política de no tener más de una legión estacionada permanentemente
en un lugar. Una revuelta de las tribus germánicas al otro lado del bajo
Danubio fue dominada con más dificultad, y el acuerdo que Domiciano hizo con
esas tribus no fue duradero.
En los comienzos de su reinado se esforzó por deificar a los emperadores, y
estableció un colegio sacerdotal de los Flavios para el culto de su difunto
padre y de su hermano. Se dio a sí mismo el título de dominus et deus
("señor y dios"), y así intensificó el culto del emperador por todo
el imperio, lo que contribuyó a la persecución de la iglesia cristiana. Sin
duda, el apóstol Juan fue desterrado en ese tiempo a la isla de Patmos, y se
supone que una cantidad de otros discípulos fueron muertos durante su reinado. Es
imposible decir ahora cuán abarcante y cuán cruel fue la persecución, pues muy
poco se dice de ella en los registros de la época. La mayor parte de las
referencias se encuentran en escritos cristianos posteriores, como los de
Tertuliano. Esa persecución no representa una política imperial deliberada,
sino que, como la de Nerón, fue el resultado del proceder autocrático del
emperador y su resentimiento contra un conjunto de religiosos fanáticos que se
negaban a ajustarse a la conducta general del pueblo romano. Por esa misma
razón castigó duramente a ciertos judíos que seguían rebelándose después de su
derrota unos veinte años antes.
El reinado de Domiciano, que duró hasta que fue asesinado en el año 96 d.
C., fue notable por los enconados conflictos del emperador con el senado. Una
cantidad de senadores eminentes fueron ejecutados, acusados de traición, y
cuando murió el tirano, su nombre fue borrado de los registros oficiales por el
senado y su memoria fue maldita.
Nerva, 96-98 D. C.- Los
conspiradores que eliminaron a Domiciano en el otoño (septiembre-noviembre) del
año 96, eligieron como su sucesor a un anciano senador llamado Nerva. Este era
de carácter recto, pero no lo bastante fuerte para hacer frente a las
dificultades heredadas de su predecesor. Por lo tanto, adoptó a Trajano, el
legado de la alta Alemania, para que gobernara con él. Así como Vespasiano lo
había hecho con Tito, Nerva dio a Trajano la autoridad tribunicia y el imperium
de un procónsul. Además de transferir los costos del servicio postal del
gobierno de las ciudades a la tesorería imperial y de una decisión de dar ayuda
estatal a los huérfanos, poco es lo que se registra del reinado de Nerva. Cuando
murió en el año 98, Trajano ocupó su lugar.
Trajano, 98-117 D. C.- El nuevo
emperador había nacido en Itálica, España, y fue el primer gobernante elegido
de una provincia. La elección resultó buena. Su carácter era firme, tenía buen
talento administrativo, era un general de éxito, y pronto ganó el afecto y el
respeto de su pueblo. Bajo su conducción prosperó un gobierno bien ordenado,
las tropas estuvieron bajo control, fueron alimentados los niños pobres, la
agricultura fue estimulada, se emprendió un extenso programa de construcciones
y los caminos que cruzaban las provincias se mejoraron y ampliaron. Tales
planes exigían dinero, pero las finanzas se hallaban sobre una sólida base, y
transitoriamente pudieron soportar la presión ejercida sobre ellas.
Una gran parte del reinado de Trajano correspondió a las campañas
militares. En dos duras guerras, Trajano añadió a Dacia (al norte del Danubio)
a la lista de las provincias romanas. Posteriormente, a partir del año 113,
trató de conquistar a Partia. Esto representaba ir más allá de las fronteras
establecidas por Augusto, y 90 muchos historiadores creen que
Trajano no fue sabio al tratar de extender tanto el territorio de Roma.
Salvo la lucha contra Partia, este reinado fue próspero, pero se menoscabó
por dos hechos. Uno de ellos fue una grave rebelión de los judíos en el norte
del África, Chipre, Egipto y Mesopotamia. La rebelión fue tan grave que se
necesitó un gran número de soldados romanos para dominarla. La pérdida de vidas
fue numerosa en ambos lados. Los judíos lucharon fanáticamente, y tanto éstos
como sus enemigos perpetraron horribles matanzas antes de que la revolución
fuera sofocada.
El otro hecho fue una persecución desatada contra los cristianos. Trajano
trazó una política para raer el cristianismo. Existe una interesante e
importante carta de Plinio el joven, gobernador del Ponto, quien escribe al
emperador que el cristianismo se ha extendido tanto en su zona que los templos
están desiertos, y los artesanos que hacen materiales para el culto de los dioses
se han quedado sin trabajo. Declara que ha seguido el procedimiento de hacer
comparecer ante él a los acusados de ser cristianos, y si reconocen su fe, ha
ordenado darles muerte. Como resultado, el culto de los templos se ha
restaurado en gran medida.
Trajano respondió y aprobó lo que había hecho Plinio; pero es digno de
alabanza porque especifica que si alguno es acusado de ser cristiano, no debe
ser procesado a menos que el acusador firme la acusación, y que los que
reniegan de su fe cristiana no deben ser castigados; sin embargo, la pena de
muerte es el castigo del que se reconoce como cristiano o se le compruebe que
lo es (Plinio, Cartas x. 96-97).
Esta es la primera de una serie de medidas específicas establecidas por los
emperadores romanos contra los cristianos.
Estas medidas no fueron abrogadas durante 140 años, y debido a ellas
murieron miles de cristianos. En el año 250 d. C., en los días del emperador
Decio, se anunciaron nuevas disposiciones que resultaron mucho más duras. Su
propósito era la exterminación de toda la iglesia.
Entre los cristianos que sufrieron el martirio en los días de Trajano, está
la discutida figura de Ignacio, el que presidía en la iglesia de Antioquía de
Siria. Según las tradiciones incorporadas en posteriores biografías de él, fue
arrestado y llevado a Roma. Se ha
supuesto que durante su viaje escribió una serie de epístolas, las cuales han
suscitado preguntas que han perturbado por mucho tiempo a los eruditos. Si son
genuinas tales cartas, son una notable prueba del antiguo establecimiento de un
episcopado que tenía mucha autoridad.
Los historiadores concuerdan en que el reinado de Trajano fue uno de los
mejores en los extensos anales romanos. Su muerte en Cilicia en el año 117,
cuando regresaba a Roma, fue una gran pérdida para el imperio.
Adriano, 117-138 D. C.- Trajano adoptó poco
antes de morir a un primo suyo, conocido en la historia como Adriano, y éste
fue su sucesor en el trono imperial. Era extraordinariamente enérgico,
profundamente interesado en el arte y en la literatura, y apreciaba mucho el
helenismo. Sentía a fondo su responsabilidad de gobernador, y pasó mucho de su
tiempo viajando por el imperio. No era expansionista, y retiró las fuerzas
romanas de los territorios orientales que Trajano acababa de anexar al imperio.
Efectuó una cantidad de reformas administrativas y se ocupó en un activo
programa de construcción de caminos, edificios y acueductos. Su actividad
militar más importante fue haber sofocado otra rebelión judía que comenzó
cuando él emprendió el establecimiento de una colonia en el antiguo lugar de
Jerusalén. Las revueltas fueron esporádicas al principio, y sofocadas
localmente; pero en 132 la rebelión estuvo mejor organizada y fue necesario
movilizar un ejército contra ella. Esta rebelión no fue sofocada sino hasta el
año 135. Hubo muchos muertos entre los judíos. (Esta revolución se trata más
ampliamente en el t. V, p. 80). 91
Adriano continuó con la política de que la sucesión fuera por medio de la
adopción de hombres dignos, política que había sido iniciada por Nerva y
continuada por Trajano. Pero ya estamos más allá del período histórico que es
el tema de este capítulo: La historia romana en los días del Nuevo Testamento.
VIII. CULTURA ROMANA, FILOSOFÍA Y RELIGIÓN
Cultura Romana.- La cultura
romana fue tomada de Grecia. Los romanos no eran un pueblo naturalmente
inclinado a las artes ni a la poesía, sino más bien eran gente práctica, dada a
las leyes y a la vida militar. Pero cuando comenzaron a disfrutar de más
comodidad debido a sus conquistas territoriales en el Cercano Oriente,
prestaron atención a la cultura helenística que había salido de Grecia durante
la era alejandrina, y se había esparcido por todo el Medio Oriente. Esta
cultura agradó a los romanos, y procuraron adaptarla a sus necesidades. Los
dramaturgos, poetas, pintores, escultores y filósofos griegos penetraron en
Roma, fueron protegidos allí por senadores y por gente rica, y al pasar los
años, los intelectuales romanos, estimulados por la belleza y gracia del arte
griego, comenzaron a imitar y a romanizar las formas griegas que florecían
entre ellos.
Filosofía Romana.- En ninguna otra
disciplina se vio más claramente el préstamo tomado de una cultura como en la
adopción que hizo Roma de la filosofía griega. Las filosofías de Platón y de
Aristóteles experimentaban un eclipse transitorio en los albores de la era
cristiana, pero la resurrección del platonismo en el siglo III tuvo un notable
efecto sobre la teología de Clemente y Orígenes, cristianos de Alejandría. El
neoplatonismo se convirtió a su vez en una especie de secta rival del
cristiano, y proporcionó a Agustín el germen para su doctrina de la
predestinación. De ese modo la influencia del paganismo continuó hasta alcanzar
al mundo mediante algunas enseñanzas erróneas en la iglesia.
Los sofistas continuaron esgrimiendo su cínica influencia. Enseñaban que el
hombre era la medida de todas las cosas y que, por lo tanto, el conocimiento y
la verdad eran relativos y que lo que cada hombre conocía llegaba a ser la
verdad para él. Según esto, dos proposiciones opuestas podían ser ambas
verdaderas. La pregunta cínica de Pilato, aunque patética, "¿Qué es la
verdad?", dirigida al Señor de la verdad y registrada por el teólogo Juan
(cap. 18:38), ilustra la incómoda posición de los sofistas. Ejercían una fuerte
influencia sobre una gran cantidad de los seudointelectuales que rodeaban a
personajes de la más encumbrada sociedad romana.
La filosofía epicúrea era popular en Roma. Sus seguidores enseñaban que
toda la materia está constituida de átomos. Vida, mente, alma y cuerpo están
formados de átomos. Enseñaban que no hay pasado ni futuro para la personalidad,
pues los átomos de que está formada el alma se disipan con la muerte y, por lo
tanto, es imposible la continuación de la personalidad. Por eso se debiera
aprovechar la vida al máximo mientras se tiene conciencia de ella. Una
enseñanza tal significaba para los epicúreos de buenas inclinaciones la
satisfacción de hacer el bien y de ser útiles, de dar lo mejor de sí, pero para
los de malas inclinaciones daba pábulo para la complacencia propia y la
satisfacción de las más bajas inclinaciones. Horacio y Lucrecio fueron
exponentes del epicureísmo romano.
En la filosofía estoica se entratejía una admirable cualidad ética. Su
originador fue el filósofo Zenón, quien enseñó en la Stóa poikíl', el
"pórtico pintado" de Atenas, alrededor del año
Los emperadores romanos fueron estoicos durante 70 años a partir de Nerva,
sucesor del despótico Domiciano, y dieron a Roma una de sus raras edades "de
oro". Las Meditaciones de Marco Aurelio han sobrevivido hasta hoy como una
lectura inspiradora; pero como querían lo mejor para el Estado estoico como
ellos lo concebían, dichos emperadores fueron severos en su persecución de la
secta ilegal de los cristianos y de los judíos recalcitrantes. Los estoicos
fueron rivales del cristianismo en la ética.
El pensamiento griego y su cultura, en su forma helenística cosmopolita,
triunfaron sobre la Roma belicosa y carente de filosofía; pero no pudieron
salvarla, pues el helenismo no tenía las cualidades de una forma de vida que
salvara. Roma declinaba por la edad, por ambicionar demasiado, por falta de autodisciplina,
por su deslealtad a lo mejor que había en sí misma y, sobre todo, por haber
fracasado en encontrar a Dios. Aceptó el helenismo, ineficaz como era, pero lo
prostituyó. Finalmente aceptó el
cristianismo, pero lo condujo a la apostasía. ¿Resultado? La decadencia
militar, económica, política y ética: decadencia senil causada por la
corrupción.
Religión Primitiva.- Al principio la
religión romana era un sistema sencillo en el cual se mezclaban fetichismo y
magia. Los primeros romanos eran animistas: creían que los espíritus vivían en
las cosas materiales como árboles, piedras y en algunos animales y aves que
tenían poder para afectar las vidas humanas. Hasta bien entrada la historia de
la Roma clásica, los sacerdotes continuaron practicando la adivinación observando
el vuelo de las aves. La palabra "auspicio" deriva de dos vocablos
latinos: avis, "ave", y el verbo specio, "contemplo", que
se refieren a la observación de un pájaro que vuela.
Esta supersticiosa consideración de las cosas de la naturaleza llevó a la
creencia que los espíritus o demonios, que generalmente eran de una naturaleza
diabólica, debían ser aplacados para evitar su maligna intervención en las
actividades humanas. Por lo tanto, los ritos de la religión principalmente se
practicaban para evitar la interferencia de los demonios y, en segundo lugar,
para conseguir su ayuda.
Por esto la religión romana se convirtió en una especie de contrato entre
los hombres y los dioses. Cuando los ritos de la religión se llevaban a cabo de
la debida manera, se suponía que los espíritus estaban en la obligación de
proteger, o por lo menos de no molestar, a aquellos que los habían aplacado. La
religión romana perpetró este concepto hasta mucho después de que cayeron en el
olvido los espíritus a quienes se ofrecían los ritos. Esto se refleja en el
culto a los santos.
Los espíritus del campo y de la casa -los lares y los penates- recibían una
atención particular, y se los honraba mediante ritos domésticos especiales. Vesta
se convirtió en la diosa del hogar y Ceres en la diosa del campo. Vulcano era
adorado como el espíritu del fuego. También había dioses más grandes y más
poderosos que eran adorados por la nación entera. Se cree que Marte, más tarde
el dios de la guerra, en los tiempos primitivos fue una deidad de la
agricultura. Júpiter, el dios del cielo atmosférico, llegó a ocupar el lugar
supremo en el panteón romano.
El Panteón Ampliado.- El panteón de los dioses romanos creció con el transcurso 93 de los siglos, pues la vida romana se hizo más compleja. La tendencia fue la de buscar motivos de adoración en ideas y conceptos antes que en personas reales. El amor, el hogar, la maternidad, la fertilidad, la riqueza, el genio político y aun el espíritu de la ciudad misma, Roma, eran todos adorados. Estas abstracciones eran a veces personalizadas; otras veces, no. La influencia extranjera afectó grandemente la religión romana. La filosofía griega aceleró la destrucción de la confianza de los intelectuales romanos en sus antiguos dioses.
El escepticismo, ya fuera con tendencia al agnosticismo o al ateísmo, se había difundido mucho, especialmente en las décadas anteriores al nacimiento de Cristo. Al mismo tiempo muchos dioses extranjeros eran incorporados a medida que se expandía el poder militar romano. Si los dioses que Roma ya reverenciaba habían propiciado tal prosperidad, se pensaba que la añadidura de los dioses de los Estados vencidos o aliados aumentaría más beneficios. Además, los romanos se dieron cuenta que si aceptaban a los dioses extranjeros les era más fácil ganar la lealtad de los pueblos conquistados. La política romana era en realidad muy tolerante con las prácticas políticas y religiosas de los pueblos vencidos, y las dejó intactas siempre que le fue posible.
Las religiones locales fueron raídas sólo en las provincias donde persistió
la resistencia. Allí se impusieron las formas romanas. Esto sucedió, por ejemplo, en las Galias,
donde los sacerdotes del druidismo fueron acusados, bajo el gobierno romano, de
fomentar la rebeldía entre el pueblo. Aun en la turbulenta Judea, con la cual
Roma había estado aliada durante un siglo, se permitió a los judíos que
mantuvieran su sistema político local hasta que el clamor popular contra
Arquelao en el año 6 d. C. obligó a que ese sistema fuera sustituido por el de
un procurador imperial; pero se permitió que siguiera practicándose la religión
judía, aunque a los romanos les parecía como si fuera una extraña forma de
ateísmo debido a su falta de imágenes.
Si bien los judíos se negaban a dirigir sus oraciones a Roma como el
genio abstracto del Imperio Romano, o al gobierno, o al emperador, se les
permitía que mantuvieran su culto a Jehová con la condición de que oraran por
Roma.
Los Cultos O Religiones De
Misterios.- Por otro lado, los cultos orientales de misterios no fueron aceptados de
muy buena gana por las autoridades romanas porque estos cultos eran eminentemente
ritualistas y personales. Cada culto de misterios se centraba en la adoración
de una deidad particular, como Dionisio o Baco, Isis, la Gran Madre (la naturaleza
personificada), o Mitra. El adorador podía rendir culto a otros dioses en forma
incidental, pero la mayor parte de sus prácticas devocionales se dirigían al
culto de su dios o su diosa. El sacerdote del culto iniciaba al neófito después
de darle la instrucción necesaria, y luego, paso a paso y gradualmente, lo
conducía más profundamente dentro de los misterios del culto de esa secta. Se
suponía que así iba adquiriendo un conocimiento más y más íntimo del dios, y
que finalmente disfrutaría de la hermosa experiencia de una unión mística con
ese dios. Siempre debería depender de esa deidad especial para recibir ayuda en
tiempos de dificultad.
Aun cuando algunos de los ritos de los cultos eran tranquilos por
naturaleza, y en su mayor parte sumamente secretos, algunas formas de los
cultos de estas sectas eran orgías desenfrenadas. Debido a su naturaleza
sumamente inmoral y socialmente peligrosa, el senado prohibió en Roma algunos
de estos cultos.
Los cultos o religiones de misterios fueron muy populares entre la plebe en
los días de Augusto, y ocuparon el lugar de los dioses romanos de la
naturaleza, en los cuales la gente había perdido en gran medida la fe. El culto
de Mitra, con frecuencia llamado culto persa, que había sido traído del Oriente
por los soldados de Pompeyo 94 unos setenta años antes de
Cristo, se divulgó mucho en el ejército romano, y en el siglo III d. C. era un
fuerte competidor del cristianismo.
Culto Al Emperador.- La religión de
los griegos básicamente era un culto de lo grande y lo bello. Conceptos
universales tales como amor, belleza y fertilidad, o elementos concretos tales
como tierra, mar y sol, eran personificados y deificados. Los héroes y las
heroínas famosos por haber tenido mucha influencia en la antigüedad eran elevados
a la posición de dioses. Se pensaba que esas numerosas personalidades
deificadas se habían unido con los dioses más antiguos en el hogar de esos
dioses en el monte Olimpo, que allí vivían, amaban y luchaban, mientras que
supervisaban los asuntos del mundo, aunque siempre aislados, debido a su
divinidad, de cualquier preocupación profundamente personal por la humanidad.
Sin embargo, había tres vías por las cuales se suponía que los dioses se relacionaban
con la humanidad. Se pensaba que si un hombre alcanzaba mucho éxito, despertaba
los celos de los dioses, y que éstos destruirían su riqueza, y quizá aun a la
persona misma. Por lo tanto, debía ocultar su éxito para que los dioses no lo
castigaran. También se suponía que, de vez en cuando, los dioses se unían
íntimamente con mujeres, o diosas con hombres, y aparecían nuevas generaciones
de hombres notables o de dioses. Se pensaba por ejemplo, que Heracles, conocido
por los romanos como Hércules, era el hijo de Zeus, el Júpiter romano, y de la
mujer Alcmena (o Alcumena); y que Afrodita, la Venus romana, era hija de Zeus y
de la mujer Dione. Se creía advertir una tercera evidencia de la intervención
divina cuando alguien lograba un éxito resonante en alguna empresa o designio. Por
eso les pareció evidente a los pueblos orientales, a quienes había conquistado
Alejandro, que éste estaba poseído por un espíritu divino -o "genio",
como lo llamaban los latinos-, y los griegos finalmente llegaron a compartir
esa creencia.
Lo mismo sucedió con Julio César según la opinión popular, y cuando
Octavio, su sobrino y heredero, alcanzó un éxito extraordinario en la
administración de los extensos territorios de Roma, pronto se convirtió en
objeto de adoración, especialmente en algunas localidades del Asia Menor. Hasta
el malhumorado Tiberio, el demente Calígula y el tímido Claudio, fueron considerados
como divinos. Aunque el vil Nerón se reía de su propia supuesta divinidad, sin
embargo, estaba orgulloso de ella con el orgullo de un adolescente. Cuando
murió Vespasiano (79 d. C.), quien parcialmente sacó a Roma del abismo adonde
la había conducido Nerón, el Senado lo proclamó divino, es decir, lo deificó. En
términos generales, el culto de los emperadores mientras vivían estuvo
restringido a ciertas zonas de las provincias y no fue fomentado en Roma, donde
los emperadores eran deificados sólo después de su muerte; sin embargo,
Calígula y Domiciano se afanaron por recibir el culto de sus súbditos.
No es de extrañarse entonces que cuando los romanos oían hablar a los
judíos de su Mesías o Libertador, y a los cristianos de Jesucristo como Dios, y
de la expectativa de su retorno triunfante como Rey, llegaran a la conclusión
de que ambos seres debían ser rivales de su emperador, y por lo tanto ambos
grupos religiosos resultaban enemigos del imperio. Esto explica en parte la
firmeza con que los romanos aplastaron repetidas veces las rebeliones judías y
su creciente determinación de raer el cristianismo. El apologista cristiano,
Tertuliano, escribió esta explicación alrededor del año 225 d. C.: "
'Vosotros no adoráis a los dioses -decís- y no ofrecéis sacrificios por los
emperadores'. Bien, no ofrecemos sacrificios por otros por la misma razón que
no los ofrecemos por nosotros, a saber: que vuestros dioses no son de ninguna
manera el objeto de nuestro culto. Somos así acusados de sacrilegio y traición.
Esta es la base principal de acusación contra nosotros; pero no, esta acusación
95 constituye la suma total de nuestra
falta" (Apología, 10). Y en realidad, así era.
En el tiempo cuando Augusto estaba ya afirmado en su gobierno,
aproximadamente cuando nuestro Señor nació en Belén, se despertó en Roma una
intensa expectativa: que de la desesperación del período precedente de guerra
civil, resultaría una edad de oro. Se esperaba que Augusto pudiera tener un
hijo que diera comienzo a esa gloriosa y permanente era de paz y
seguridad. Varios escritores de esa
época se refieren a esa esperanza mesiánica (ver t. V, pp. 62-63).
IX. EL CRISTIANISMO Y EL IMPERIO
El Cristianismo Y El Estado.- Los romanos,
según lo expuesto, eran tolerantes con las otras religiones. A medida que
dilataban sus conquistas territoriales y sus adquisiciones, aceptaban los
dioses de sus nuevos súbditos con lo que se aumentaba mucho el panteón que ya
poseían. Una religión era declarada ilegal sólo cuando era dañina para la moral
pública, como en los casos de los cultos de Baco y de Isis, o cuando era
evidente que la religión favorecía una rebelión, como fue el caso del druidismo
en las Galias.
Los romanos procuraron ser liberales aun con los judíos, decididos y
tenaces en su religión. Pero no podían entender por qué éstos se oponían y se
rebelaban cuando eran introducidos los dioses romanos en Palestina. No podían
comprender cómo los judíos podían adorar a un Dios a quien no podían ver. Eso
les parecía una forma de ateísmo. Se mofaban de la observancia del sábado
semanal; para ellos era sólo una oportunidad que se daban los judíos para estar
ociosos. Se resentían porque los judíos se negaban a rendir culto a Roma al
-espíritu divino del pueblo romano- o al "genio" de los emperadores. Sabían
que había una relación entre ciertos dogmas de la fe judía, especialmente su
mesianismo, y su rebeldía cívica bajo el gobierno romano. Consideraciones de esta naturaleza, sumadas
al espíritu rebelde de los judíos y sus actos provocativos, produjeron
finalmente las guerras que casi destruyeron a la raza judía.
Pero en su relación durante los años anteriores, los conquistadores
procuraron ser comprensivos. Cuando los dirigentes judíos consintieron en orar
por el emperador y por su pueblo, los romanos aceptaron esa concesión. Vigilaban
a los judíos, y suprimieron con mano férrea sus rebeliones esporádicas; pero
toleraban su religión.
Si los judíos hubiesen aceptado el cristianismo como una secta judía más,
semejante a la de los esenios o de los fariseos, la condición del cristianismo
hubiera sido diferente, con seguridad, en más de una forma. Los cristianos de
origen judío iniciaron el concepto de que el cristianismo era un movimiento de
reforma religiosa dentro del judaísmo, una levadura de salvación que finalmente
impregnaría a toda la raza judía y la redimiría. Pero la mayoría de los judíos
no compartían ese punto de vista. Miles
de ellos aceptaron la fe cristiana, pero la raza judía la rechazó oficialmente
por razones que se presentan con claridad en los Evangelios y en los Hechos.
El cristianismo no podía presentarse ante el mundo como una secta judía;
por lo tanto, no tenía raíces nacionales. Para los romanos era una secta
advenediza y no fue reconocida legalmente sino hasta principios del siglo IV. Por
esto, cuando Nerón necesitó de algo para explicar la causa del incendio de
Roma, creyó que el cristianismo era el chivo expiatorio apropiado. Un siglo más
tarde resultó fácil culpar a esta secta ilegal de los desastres causados por un
terremoto y una peste que sufrió el pueblo romano durante los reinados de
Antonino Pío y Marco Aurelio, y esos emperadores -que en lo demás fueron nobles
y benévolos- persiguieron cruelmente a los cristianos. 96
La Ciudadanía Romana Y El
Cristianismo.- No se sabe con claridad cómo la ciudadanía romana
se extendió más allá de los límites de las clases privilegiadas en la ciudad
capital. En los días de Augusto César fue concedida gradualmente a las
provincias o a las ciudades, pero era difícil que la consiguiera un individuo.
Tarso, la ciudad donde nació Pablo, quizá ilustre la forma en que se adquiría
la ciudadanía romana. Durante siglos antes del nacimiento de Pablo, Tarso había
sido un centro político y comercial importante. Allí se mezclaba la población
como suele ocurrir en cualquier ciudad comercial. Además de los habitantes
autóctonos, había griegos que se habían establecido antes de Alejandro Magno y
durante su tiempo. Después de muchas vicisitudes y de alguna decadencia, la
ciudad fue reorganizada por Antíoco Epífanes, y a Cilicia y a su ciudad capital
llegaron más griegos, además de otras personas procedentes de territorios de
habla griega menos favorecidos.
En Tarso sin duda hubo judíos durante muchas generaciones, pero muchos más
llegaron en tiempo de Antíoco Epífanes. Quizá muchos de ellos eran
conservadores, a quienes Antíoco de muy buena gana hizo salir de Palestina, la
cual procuraba helenizar. Como resultado se fundó una gran colonia judía en
Tarso, comparable, aunque no tan grande, con la de Alejandría en el extremo sur
del Mediterráneo oriental. En Tarso, así como en Alejandría, había entonces dos
principales elementos en la población: gentiles y judíos, y los dos no
convivían bien. Ver mapa, p. 140.
Tarso evolucionó con el correr de los años, y se convirtió en una metrópoli
de gobierno propio, y quizá los griegos y los judíos eran ciudadanos con plenos
derechos en la comunidad. Los judíos de Tarso, como los de Alejandría, quizá
ejercían su ciudadanía en forma de "tribu", un recurso gubernamental
empleado con frecuencia tanto en las ciudades griegas como en las romanas. Se
ha sugerido que los "parientes" que Pablo menciona en Rom. 16:7,11,21
eran miembros de la misma "tribu" en un sentido político, y que
procedían de Tarso.
Pero esa ciudadanía de Tarso no significaba ciudadanía romana. Durante las
guerras julianas de 55-
Es imposible saber cuándo se trasladó a Tarso la familia de Pablo. No hay
base para aceptar la tradición que repite Jerónimo: que la familia llegó allí
procedente de Gischala, Palestina, a principios de las guerras romanas en dicho
lugar. El hecho de que Pablo fuera fariseo indica una de dos cosas: o que la
familia llegó a Tarso alrededor del año
Sea como fuere, Pablo, ciudadano de Tarso y quizá perteneciente a una de
las "tribus" políticas, también era ciudadano romano. Había recibido
esa ciudadanía de su padre, no la había comprado (Hech. 22:28). Esto afirmó más
de una vez, y usó bien de sus privilegios (cap. 16:37; 22:25-28; 25:8-12,
21-25; 26:30-32; 28:17-20).
La ciudadanía romana daba a su poseedor cierta medida de protección frente
a posibles abusos de los magistrados o de la policía, y le daba derecho a apelar
en caso de una sentencia. Un ciudadano acusado de una falta grave no podía ser
legalmente 97 azotado, y menos aún, sin un
justo juicio. Tenía derecho de apelar al emperador como funcionario principal
del Estado romano. Que esto no siempre
libraba a un hombre del descuido, la indiferencia o la tiranía de las
autoridades locales, se ve porque Pablo fue azotado en Filipos sin antes haber
sido juzgado (Hech. 16:19-24) y por lo menos dos veces más en otras ocasiones
(2 Cor. 11:25). Que la ciudadanía romana le daba a un hombre más esperanza de
justicia, se ve por el cuidado con que los magistrados de Filipos trataron de
expiar su previa falta en su proceder con Pablo (Hech. 16:35-39), y por el
hecho de que la apelación de Pablo a César lo libró de las manos de los
fanáticos y vengativos judíos de Jerusalén (cap. 25:8-12).
Hay pruebas suficientes para inferir que el tiempo máximo para apelar
contra una acusación formal, antes de que se diera por terminado el caso, era
de dos años. Puesto que desde que Pablo llegó a Roma como preso, los judíos de
esa ciudad no tenían acusaciones contra él (Hech. 28:17-22), y como evidentemente
no llegó ninguna acusación procedente de Palestina, sin duda su caso se dio por
terminado por falta de pruebas, y fue liberado.
El Cristianismo Y La Caída De Roma.- En vista del debilitante decaimiento que existía en la constitución y en la vida romana pública y privada, parece extraño que un historiador tan capaz como Edward Gibbon hubiera basado su gran historia sobre una premisa completamente falsa. Este autor de la famosa y aún fidedigna History of the Decline and Fall of the Roman Empire estaba sentado en medio de las ruinas de la antigua Roma en un atardecer de 1764.
Frente a los despojos de esa ciudad, Gibbon comenzó a cavilar acerca de las causas del colapso de lo que una vez había sido un glorioso imperio, así como muchos historiadores lo han hecho antes y después de él. Bien versado como estaba en la historia de la iglesia de Roma durante la Edad Media y en la pretensión de esa iglesia de ser la sucesora y heredera de la Roma imperial, Gibbon pensó que había identificado la causa básica de la caída de Roma: se trataba del cristianismo, dijo él. No es de extrañarse que los cristianos evangélicos hayan rechazado la teoría de Gibbon.
La verdad es que Roma ya estaba en una condición peligrosa, pues le faltaba sólo un fuerte enemigo externo que le propinara el golpe fatal, cuando Julio César la salvó. Vez tras vez Roma fue salvada apenas a tiempo por un Augusto César, un Vespasiano, un Trajano, un Marco Aurelio y un Constantino. El cristianismo, la sal salvadora de Roma, permitió que se prolongara la vida del imperio. Una gran parte de la esencia de la Roma pagana -su religión, ley y gobierno- se perpetuó entonces en la iglesia de Roma, cuyos historiadores consideran que es, en algunos aspectos significativos, la sucesora legítima del difunto Imperio Romano.
Bibliografía
Fuentes
Documentales
Cicerón, Marco Tulio. Las leyes, la
vejez, la amistad. Traducción, José Velasco y García. Buenos Aires: Editorial
Tor, S. R. L., 1954. Aunque las obras de Cicerón son mayormente filosóficas,
contienen importantes informaciones legales y políticas.
Dión Casio. Historia romana. Ver nota bibliográfica, t. V, p. 82.
Josefo, Flavio. Obras completas de Flavio Josefo. Traducción, Luis Farré. Buenos Aires: Acervo. Cultural Editores, 1961. Ver nota bibliográfica, t. V, p. 82.
Livio, Tito. Historia de Roma. Tito Livio escribió a los comienzos de la era cristiana una historia completa de Roma hasta los días del autor. La escribió desde el punto de vista senatorial. 98 Comenzó con la llegada de Eneas a Italia. Su obra es artística, patriótica y moralizadora. Le faltaba criterio crítico y no siempre fue exacto. Faltan importantes pasa es de su gran obra.
Plutarco. Vidas
paralelas (7 t.). Traducción del griego por Antonio Ranz Romanillos. T. 17, 19
y 22-26 de la colección "Las Cien Obras Maestras de la Literatura
Universal", dirigida por D. Pedro Henríquez Ureña. 2.ª ed. Buenos Aires: Editorial Iberia, 1947-1951
(300 pp. cada tomo). Plutarco nació en Grecia (47-120 ó 125 d. C.). Vivió en
Roma (77-92). Estudia 23 parejas de griegos y romanos comparándolos entre sí, y
cuatro independientes.
Vidas de varones ilustres (5 t.). Buenos
Aires: Rodríguez Hnos. Editores. Con notas y un estudio preliminar sobre el
autor. Contiene un valioso estudio
crítico sobre el autor y su obra, escrito por D. Pedro Henríquez Ureña
(1884-1946).
Salustio, Cayo Crispo. Guerra de
Yugurta. La conjuración de Catilina. Con los fragmentos de la Gran historia de Roma
y dos cartas a César sobre el arreglo de la república. Traducción, José Torrens
Béjar. Barcelona: Editorial Iberia, S. A., 1959. Esta fuente documental cubre
el período de
Séneca, Lucio Anneo. Tratados
morales. Traducción, Pedro Fernández Navarrete. Buenos Aires: Espasa Calpe
Argentina, S. A., 1946. Este mentor de Nerón escribió estos tratados con un
criterio filosófico y moralizador.
Suetonio, Cayo Tranquilo. Los doce
Césares. Buenos Aires: Librería el Ateneo Editorial,
Tácito, Cayo Cornelio. Los anales (2
t.). Traducción, Carlos Coloma. Buenos Aires: Espasa Calpe Argentina, S. A.,
1948. Ver nota bibliográfica, t. V, p. 82.
The Loeb
Classical Library. Cambridge, Mass.: Harvard
University Press. Se trata de magníficas ediciones eruditas de
diversos autores clásicos, en sus idiomas originales, acompañadas de su versión
inglesa efectuada por varios traductores.
Veleyo, Patérculo Cayo. Compendio de
historia romana. Corto bosquejo de las guerras civiles romanas hasta el año 30
d. C. No es imparcial, pues favorece a Tiberio. Se encuentra en la biblioteca
clásica de Loeb.
Obras
De Especialistas.
Aymard, André; Auboyer, Jeannine. Roma y su
imperio. T. 2 de la colección "Historia General de las
Civilizaciones", dirigida por Maurice Crouzet (7 t.). 3.ª ed. Barcelona: Ediciones Destino, 1967 (663 pp.).
Aymard es profesor de la Sorbona, y
Auboyer, conservador del Museo Guimet (París). Este tomo tiene una sección
dedicada al cristianismo.
Canfield, Leon Hardy. Early Persecutions of the Christians.
New York: Columbia University Press, 1913. Una historia cuidadosa y crítica
de las persecuciones dirigidas contra los cristianos por la Roma pagana hasta
el tiempo de Adriano, inclusive.
Durant, Will James. César y
Cristo. T. 5 de la colección "Historia de la Civilización". Buenos
Aires: Editorial Sudamericana, 1967. El
autor, filósofo norteamericano, nació en 1885. Otras obras: La filosofía y el
problema social; Filosofía, cultura y vida; Historia de la filosofía, etc.
Ferrero, Guglielmo. Grandeza y
decadencia de Roma (3 t.). Buenos Aires: El Ateneo, 1959. Fue escrita de
Historia de Roma. 3.ª ed. Barcelona:
Editorial Surco, 1966 (421 pp.). Describe a la Italia del siglo VIII a. C., y
concluye con la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476 d. C.
Friedlaender,
Ludwig. Roman Life and Manners Under the Early Empire (4 t.). Traducción del
alemán. Londres: G. Routledge and Sons, Ltd., 1908-1913. Una obra muy
informativa, que se destaca por estar libre de prejuicios. 99
Gibbon, Edward. The History of the
Decline and Fall of the Roman Empire (7 t.). Editado por J.
B. Bury. Londres: Methuen and Co., Ltd. Continúa siendo una autoridad después
de casi dos siglos. Abreviada y detallada, se advierte su prejuicio
anticristiano. La mejor edición es la de Bury.
Grenier, Albert. El genio romano. Traducción,
Ceferino Palencia. T. 18 de la colección "La Evolución de la
Humanidad". Biblioteca de síntesis
histórica, dirigida por Henri Berr. México: Editorial UTEHA, 1961 (384 pp.).
Grenier fue profesor en el Colegio de Francia.
Grimal, Pierre. El siglo de
Augusto. 2.ª ed. Traducción, Ricardo Anaya. Buenos Aires: EUDEBA, 1965 (127 pp.). El autor, erudito profesor de la
Sorbona, presenta en forma clara un cuadro coherente sobre Augusto y su tiempo.
La primera ed. EUDEBA apareció en 1960. Hay
reediciones.
Mommsen, Teodoro. Historia de Roma. 2.ª ed. Traducción, A. García Moreno. Buenos Aires: Joaquín Gil Editor, 1960 (884 pp.). Historia cabal, cuidadosa y sin prejuicios. Incluye un análisis magistral de las fuentes documentales de información. 100 (6CBA) MHP
No hay comentarios:
Publicar un comentario