Hechos 1:1-11. Vers. (1) El "primer tratado" de Lucas, el Evangelio.
(2-8) La Comisión Evangélica: Cristo reúne a sus apóstoles en el monte de los Olivos para que contemplen su ascensión, y les ordena que permanezcan en Jerusalén hasta que reciban el cumplimiento de la promesa del envío del Espíritu Santo, con cuyo poder deben testificar de él hasta lo más apartado de la tierra.
(9-11) La Ascensión De Cristo: Cuando Cristo ascendió, dos ángeles aconsejaron a los discípulos que tuvieran en mente su segunda venida.
1 En El Primer Tratado, Oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar,
2 hasta el día en que fue
recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los
apóstoles que había escogido;
5 Porque Juan ciertamente bautizó
con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no
muchos días.
6 Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? 7 Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; 8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.
9 Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. 10 Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, 11 los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo. (Hechos 1).
1. Primer. Esto indica que la obra que así comienza es la segunda parte de otra anterior. Es evidente que el Evangelio según Lucas es ese "primer tratado" (t. V, p. 649).
Teófilo. Ver com. Luc. 1:3.
Todas. El Evangelio de Lucas es un relato esencialmente completo de "todas las cosas desde su origen" (Luc. 1:3). Lucas registra los hechos principales, pero no todos los detalles (p. 118). Esto puede verse al comparar el Evangelio de Lucas con el de Juan, el cual contiene mucha información omitida por Lucas; sin embargo, Juan también omite muchas cosas (Juan 20:30; 21:25).
En las Escrituras la palabra "todo" o
"todas" muchas veces se emplea en un sentido general (Mat. 2:3; 3:5;
Hech. 2:5; 12:11; Rom. 11:26; Col. 1:6; 1 Tim. 1:16; Sant. 1:2).
Comenzó. Del Gr. árjomai, "comenzar"; verbo
característico del Evangelio de Lucas, donde aparece 31 veces. La presencia de
este verbo en Hechos proporciona una evidencia espontánea de que Lucas fue el
autor de este libro.
La obra del
Evangelio que Jesús comenzó personalmente es llevada adelante en el libro de
Hechos por el mismo Jesús mediante la obra del Espíritu Santo en la iglesia.
A hacer y a enseñar. Jesús fue "poderoso en obra
y en palabra" (Luc. 24:19). Las obras a que se hace referencia son sus
milagros (Hech. 10:38). Tanto las palabras como las obras de Jesús tenían
autoridad y poder (ver com. Luc. 4:32). El autor insinúa que esta doble
característica también debe encontrarse en el libro que está por escribir.
2. Hasta el día. Es decir, a los 40 días de su
resurrección (vers. 3).
Fue recibido arriba. La forma pasiva del verbo que se
emplea en los vers. 9 y 11 y en Luc. 24:51, indica que la ascensión de Jesús
fue una manifestación del poder del Padre.
Después de haber dado mandamientos. Se refiere
especialmente a la comisión evangélica dada por nuestro Señor (Mat. 28:18-20).
Por el Espíritu Santo. Esta expresión puede entenderse
en el sentido de que el Espíritu Santo guiaría a los discípulos a toda verdad
(Juan 16:13), o que Jesús, tanto antes como después de su crucifixión, habló
como uno que estaba poseído por el Espíritu Santo. Debe entenderse lo segundo,
pues todo lo que tiene que ver con la vida terrenal de Cristo fue hecho por el
poder del Espíritu: (a) su concepción (Luc. 1:35); (b) su bautismo (cap.
3:21-22); (c) su justificación, es decir, la manifestación de su vida justa (1
Tim. 3:16); (d) su comportamiento en su vida de servicio (Luc. 4:1; ver com.
cap. 2:49); (e) sus milagros (Mat. 12:28); (f) su resurrección (1 Ped. 3:18).
Apóstoles. Gr. apostolos, "enviado"; de la
preposición apó, "de", "desde", y el verbo stéllÇ,
"colocar", "mandar". El verbo apostéllÇ significa
"despachar", "enviar". El verbo y el sustantivo son
inseparables. En el griego clásico, la palabra apóstolos frecuentemente se
refiere al despacho de una nave o de una expedición naval; también se emplea
para designar al comandante de un escuadrón o a un embajador. Estas dos
aplicaciones generales a cosas y a personas aparecen también en el griego
koiné. Por ejemplo, un papiro egipcio del siglo II o III d. C. habla de la
"cuenta de la nave [apóstolos] de Triadelfo" (J.H. Moulton and G.
Milligan, The Vocabulary of the Greek New Testament, p. 70).
Los papiros también muestran que
el significado de la palabra se transmitió de la nave a su carga, pues esta
también era "enviada". Se denominaba apóstolos tanto a la carga como
a los documentos que representaban a la nave y a su carga. De modo que
apóstolos podía referirse a la orden de despacho de una nave, a un conocimiento
de embarque, o aun al permiso de exportación. Al mismo tiempo, tanto en el
koiné como en el griego clásico, la palabra apóstolos podía referirse a una
persona, como la emplea Josefo para designar a los embajadores enviados por los
judíos a Roma (Antigüedades, xvii. 11.1).
Sin embargo, ninguno de estos
usos parece aclarar directamente el origen del empleo de la palabra
"apóstol" tal como la usaban los cristianos primitivos. Pablo es el
primer autor del NT que empleó este vocablo (1 Tes. 2:6), y aparentemente lo
usó como un término exacto para designar a un grupo específico de hombres que
con autoridad ejercían funciones generalmente reconocidas en la iglesia (1 Cor.
4:9; 9:1-2). El hecho de que en los primeros escritos de la literatura
cristiana ya se diera por sentado el sentido específico de la palabra, sugiere
que ya se la había empleado antes. Lucas y Juan utilizaron la palabra apóstolos
cuando escribieron en griego, años después de la muerte de Jesús (Luc. 6:13;
11:49; Juan 13:16 ["el enviado"]). Parece que la función del apóstol
en la iglesia primitiva surgió de la ordenación y comisión de los doce
discípulos por Jesús.
Cuando Jesús designó a sus discípulos como "apóstoles", probablemente empleó la palabra aramea shelijá', equivalente del participio hebreo shalúaj, "enviado". Parece que estas palabras tuvieron un uso específico tanto entre los judíos como entre los cristianos. En la literatura rabínica se emplea la palabra shalúaj, más comúnmente con la grafía shalíaj, para designar a diversos mensajeros autorizados.
Justino Mártir (c. 146 d. C.) escribió que los judíos enviaban mensajeros por todo el mundo hablando blasfemias contra Cristo (Diálogo con Trifón 17.108). Eusebio, historiador eclesiástico del siglo IV, declaró que documentos que ya eran antiguos en su tiempo registraban que los sacerdotes y ancianos de los judíos enviaban hombres por todo el mundo para predisponer a su pueblo en contra del cristianismo.
Llama "apóstoles"
a esos judíos, y dice que en su propio tiempo viajaban por toda la diáspora
llevando cartas encíclicas (Comentarios a Isaías xviii. 1,2). Epifanio (m. 403
d. C.) registra que esos "apóstoles" consultaban con los principales
judíos y viajaban entre los judíos fuera de Palestina, restableciendo la paz en
congregaciones desorganizadas y recogiendo diezmos y primicias, funciones muy
parecidas a las del apostolado de Pablo (Hech. 11:27-30; Rom. 15:25-28; 1 Cor.
16:1; Epifanio, Contra herejías i.2., Herejía xxx. 4.11). El Código de Teodosio
(438 d. C.) señala: "Como parte de esta inútil superstición, los judíos
tienen jefes de sus sinagogas, o ancianos, o personas a quienes llaman
apóstoles, que son designados por el patriarca en cierta temporada para
recolectar oro y plata" (Código de Teodosio xvi. 8.14).
Por lo tanto, aunque no puede
probarse que en los tiempos del NT ya se usaba la palabra apóstolos para
designar a los mensajeros judíos que iban a los de la diáspora, la evidencia
sugiere que así ocurría, y que el uso que la iglesia primitiva le dio a esta
palabra se derivó de un uso similar entre los judíos.
Que había escogido. Cf. Mar. 3:13-19.
3. Se presentó vivo. Ver Nota Adicional de Mat. 28.
Pruebas indubitables. Gr. tekm'rion, "prueba decisiva o convincente". Estas pruebas eran una demostración segura y no evidencias circunstanciales. Las "pruebas indubitables" fueron las apariciones de Cristo después de su resurrección, no los milagros que los discípulos habían visto hacer a Jesús (cap. 2:22). Confirmaban el milagro culminante de la resurrección.
Estas pruebas consistieron en: (1) que comiera y
bebiera con los discípulos (Luc. 24:41-43; Juan 21:4-13); (2) su cuerpo real,
el cual Jesús permitió que ellos tocaran (Mat. 28:5-9; Juan 20:27); (3) sus
repetidas apariciones visibles, incluso su aparición ante 500 personas reunidas
(Mat. 28:7,10, 16-17; Luc. 24:36-48; Juan 20:19-29; 1 Cor. 15:6); (4) sus
instrucciones en cuanto a la naturaleza y las doctrinas del reino (Luc.
24:25-27, 44-47, Juan 20:17, 21-23; 21:15-17; Hech. 1:8). La certeza de la
resurrección dio poder dinámico al mensaje de los apóstoles (Hech. 2:32, 36-37;
3:15; 4:10; 5:28, 30-33). Esta fue la base del poderoso argumento de Pablo
acerca de la certeza de la resurrección corporal de los redimidos (1 Cor. 15:3-23).
Cuarenta días. Jesús no permaneció con ellos en forma continua,
sino que se manifestó repetidas veces durante el período posterior a la
resurrección (ver Nota Adicional de Mat. 28). No hay ninguna contradicción
entre estos 40 días y el relato sumamente breve de Lucas en su Evangelio (Luc.
24).
Acerca del reino de Dios. Esta frase abarca: (1) la
interpretación correcta de las profecías mesiánicas (Luc. 24:27, 44-45); (2) la
extensión de la misión de la iglesia en todo el mundo y la admisión de los salvados
al reino por medio del bautismo (Mat. 28:19); (3) la promesa de poder
sobrenatural y de protección divina (Mar. 16:15-18); y (4) la promesa de la
presencia perpetua de Cristo en su iglesia (Mat. 28:20). Ver com. Mat. 4:17; 5:3.
4. Estando juntos. Gr. sunalízÇ, que literalmente
significa "poner sal juntos", y en consecuencia, "comer
juntos" o "reunirse". Es posible que se refiera a una reunión
realizada en Galilea (Mat. 28:16-18), pues la última que tuvieron, cuando los
discípulos vieron ascender a Jesús, no aparece hasta Hech. 1:6.
No se fueran de Jerusalén. Debían regresar a la capital,
lugar donde tantas veces el Salvador había ministrado, y donde finalmente sufrió,
fue sepultado, y resucitó. Allí sus discípulos serían investidos de poder y
desde ese lugar debían comenzar a dar su testimonio (HAp 25-26).
Que esperasen. Cf. Luc. 24:49. La tarea que aguardaba a los
discípulos no podía llevarse a cabo empleando sólo medios humanos. Debían
esperar (1) hasta el momento designado, (2) en el lugar designado, en
Jerusalén, el sitio de mayor peligro y de mayores oportunidades. Los discípulos
debían esperar y no irse a pescar, como lo habían hecho Pedro y algunos otros
poco antes (Juan 21:3). Debía haber (1) una expectativa reverente del gran
poder de Dios; (2) un profundo anhelo de recibir ese poder y de estar
preparados para recibirlo; y (3) una oración ferviente y unánime para que Dios
cumpliera su promesa.
La promesa del Padre. Es decir, la promesa del don del Espíritu Santo (Juan 14:16; 16:7-13). De mí. La promesa fue pronunciada por Jesús, pero su cumplimiento vendría conjuntamente del Padre y del Hijo (Juan 14:16,26; 15:26; 16:7-15).
5. Juan ciertamente bautizó. Juan el Bautista (Mat. 3:1-11).
Con el Espíritu Santo. Esa clase de bautismo había sido prometida
por Juan el Bautista (Mat. 3:11). La promesa (Hech. 1:4) era de un bautismo no
con agua (ver com. Mat. 3:6,11), sino con el Espíritu, "no muchos
días" después de que la promesa fuera dada, es decir, en Pentecostés.
6. Se habían reunido. Se habían reunido en Jerusalén, en obediencia a la voluntad del Señor (vers. 4) y por acuerdo mutuo. Jesús mismo estuvo con ellos, aunque no se menciona ninguna aparición inesperada o sobrenatural.
Esta fue la última reunión de los discípulos con su Señor, porque
ocurrió el día de la ascensión (Mar. 16:19; Luc. 24:50-51; 1 Cor. 15:7).
Le preguntaron. Mejor "le preguntaban",
pues el tiempo del verbo en griego sugiere una acción repetida.
¿Restaurarás el reino? Mejor "en este tiempo, ¿restauras el reino?" O también, ¿Es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?" (BJ).
Los discípulos aún no comprendíais la naturaleza del reino de Cristo. Él no había prometido el tipo de restauración que ellos esperaban (ver com. Luc. 4:19). Pensaban que Jesús "había de redimir a Israel" (Luc. 24:21) es decir, liberarlo de los romanos. Pedro y los otros discípulos descubrieron una redención diferente en Pentecostés (Hech. 2:37-39).
La ascensión y la experiencia en el día de Pentecostés les dieron una nueva
comprensión. Finalmente entendieron la
naturaleza espiritual del reino de su Señor.
Los judíos sentían una fervorosa
esperanza mesiánica. En los Salmos de Salomón, obra apócrifa escrita poco antes
de la era cristiana (t. V, p. 90), se repite con frecuencia esta idea. La
siguiente plegaria es típica. "Mira, oh Señor, y suscítales su rey, el
hijo de David, en el tiempo que tú veas, oh Dios, que pueda reinar sobre Israel
tu siervo. Y cíñelo de fuerza, para que pueda hacer añicos a los poderes impíos
y purificar a Jerusalén de las naciones que la pisotean y la destruyen... Y él
purificará a Jerusalén, y la santificará como en tiempos de antaño, para que
las naciones vengan desde los confines de la tierra a ver su gloria, trayendo
como regalos a sus Hijos que habían desmayado y para ver la gloria del Señor
con la cual Dios la ha glorificado" (Salmos de Salomón, 17:23-35). Pensamientos
tales muy bien podrían haber inducido a los discípulos a esperar que hubiera
llegado el tiempo para el establecimiento del reino prometido, lo cual motivó
su pregunta.
Israel. Hasta este momento los discípulos aún no habían
captado el concepto del reino espiritual para todas las naciones (Mat. 8:11-12),
compuesto del verdadero Israel con el corazón circuncidado (Rom. 2:28-29). Tampoco
comprendían que cuando la nación judía rechazó a Jesús se había separado de la
raíz y del tronco del verdadero Israel, en el cual los conversos cristianos,
fueran judíos o gentiles, debían ser injertados (Rom. 11). Es evidente que aún
esperaban que se estableciera el reino mesiánico de David, en la monarquía en
Judá, en el pueblo judío literal. Ver t. IV, pp. 28-38.
https://elaguila3008.blogspot.com/2020/08/el-papel-de-israel-en-la-profecia-del.html
No presenta dificultad alguna el hecho de que los discípulos emplearan la palabra "Israel" para referirse a "Judá". Es verdad que con frecuencia se emplea el nombre "Israel" para designar a las diez tribus del norte y distinguirlas de Judá; pero también se aplica muchas veces al conjunto de las doce tribus y aun a Judá específicamente, así como al pueblo escogido de Dios sin ninguna distinción de tribu (ver com. Isa. 9:8).
El contexto debe indicar el sentido en todos los
casos. Por lo tanto, no es sorprendente que en el NT siempre encontremos que se
aplica el nombre "Israel" a toda la nación judía. Aunque los judíos
de ese tiempo eran mayormente de la tribu de Judá, les pertenecía la sucesión
directa y legítima no sólo por ser de la provincia postexílica de Judá (que era
la continuación del anterior reino de Judá), sino también de la nación de
Israel originalmente unida.
Los judíos de los días de Cristo
eran los herederos de la antigua teocracia que había sido gobernada por la
dinastía davídica instituida por Dios, centrada en el culto del templo
divinamente ordenado y fundada sobre el pacto nacional entre Dios y su pueblo
escogido. Pablo llama a sus compatriotas judíos "israelitas", de los
cuales, según la carne, eran "la adopción, la gloria, el pacto, la
promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas,
y de los cuales, según la carne, vino Cristo" (Rom. 9:4-5; cf. vers. 3;
ver cap. 3:1-2; 11:1).
Por lo tanto, no era irrazonable que los discípulos creyeran que las profecías y las promesas que habían sido dadas al Israel de la antigüedad pertenecieran a los judíos, sucesores del antiguo reino davídico, y no al "Israel" de las diez tribus del norte que se habían separado de la casa de David; pues esas tribus no sólo se habían separado de Judá, sino también del templo y del verdadero culto a Dios, y por lo tanto del pacto nacional.
A la realidad de la herencia monárquica de Judá se sumaba el hecho de que esta nación, desde el momento cuando se produjo la separación en los días de Jeroboam, había asimilado a muchos miembros de las diez tribus del norte que deseaban permanecer leales a Jehová (2 Crón. 11:13-16; 15:9; cf. cap. 16:1).
Estos hechos explican el uso repetido del
término Israel para designar al reino de Judá, y, después del cautiverio, a la
comunidad judía reconstituida como provincia de Judá, a la cual pertenecían
todos aquellos que habían regresado del exilio, sin importar de qué tribu eran
(Esd. 2:70; 3:1; 4:3; 6:16-17,21; 7:7,13; 8:29; 9:1; 10:5; Neh. 1:6; 9:1-2; 10:39;
11:3,20; Eze. 14:1,22; 17:2,12; 37:15-19; Dan. 1:3; Zac. 8:13; Mal. 1:1).
Además, la nación judía del tiempo de Jesús representaba a las otras tribus de Israel, no sólo en población (Luc. 2:36) sino también en territorio (t. V, pp. 47-48).
Las siguientes
personas emplearon el término "Israel" para designar a la nación
judía: Juan el Bautista (Juan 1:31), Simeón (Luc. 2:32,34), Jesús (Mat. 8:10;
Luc. 7:9; Juan 3:10), los discípulos y otros habitantes de Judea (Mat. 2:20-22;
9:33; Luc. 24:21; Hech. 1:6; 2:22-23; 3:12; 4:8,27; 5:31; 21:28), Gamaliel (Hech.
5:35), Lucas (Luc. 1:80) y Pablo (Hech. 13:16-17, 23-24; Rom. 9:4,6,31; 11:1; 1
Cor 10:18; 2 Cor. 11:22; Fil. 3:5).
De modo que estos discípulos continuaban buscando el reino mesiánico profetizado para Israel como restauración de la soberanía nacional judía. El reino del Mesías sin duda habría pertenecido a los judíos si no hubieran perdido su derecho al rechazar al Hijo de David, porque les ofreció un reino de justicia universal en vez de un reino establecido mediante una victoria judía.
El rechazo de la nación judía como pueblo escogido, privilegio que desde el comienzo había sido condicional (Exo. 19:5-6; Jer. 18:6-10; Mat. 8:11-12; 21:33-45), era demasiado reciente como para que los discípulos ya lo comprendieran. Bien sabían que el antiguo reino del norte de Israel se había separado definitivamente del verdadero Israel del pacto, excepto en la medida en que sus miembros individualmente prefirieran unirse de nuevo al pueblo escogido.
Lo que aún no comprendían era
que la nación judía, por haber rechazado el gobierno del Hijo de David, ya no
era más el pueblo escogido, aunque individualmente los judíos podían ser
injertados en el tronco del verdadero Israel, la iglesia de Jesucristo (t. IV,
pp. 27-40), en quien no hay distinciones de raza, nacionalidad, ni jerarquía
(Gál. 3:28-29; Col. 3:11).
7. Les dijo. Cristo no respondió directamente a la pregunta de
sus discípulos, sino que llamó su atención a la obra que tenían que hacer.
Los tiempos o las sazones. Gr. jrónos y kairós. Jrónos se refiere sencillamente, en forma general, al "tiempo" cronológico; kairós se aplica a momentos específicos o culminantes en el tiempo, con énfasis en lo que acontece. Por lo tanto, cuando Jesús habla de "tiempos" se refiere, según parece, a la sucesión aparentemente interminable de los siglos, y cuando habla de "sazones" se refiere a los acontecimientos culminantes que ocurrirán al fin del siglo o mundo (ver com. Mat. 24:3).
Es como si les hubiera dicho: "No les corresponde a ustedes saber ni la fecha, ni la forma exacta del establecimiento del reino". Jesús, como hombre entre los hombres, no sabía ni el día ni la hora de su venida (ver com. Mat. 24:36).
Hay aquí una suave reprensión para los que (1) no están todavía
listos para recibir un conocimiento pleno (Juan 16:12), pero que (2) saben lo
suficiente para poder llevar a cabo la comisión de su Señor (Mat. 28:19-20), y
(3) se dejan guiar por señales y por el Espíritu (Mat. 24:32-33; Mar. 16:17-18;
Juan 16:13).
En su sola potestad. Mejor "ha fijado con su propia autoridad". La palabra griega que se traduce "potestad" o "autoridad" es exousía, y no dúnamis, el "poder" o "capacidad" del vers. 8 (ver com. Juan 1:12).
Dios no es siervo del tiempo; es su Amo. Su conocimiento trasciende al tiempo, porque es omnisapiente, sabe todas las cosas (Sal. 139:1-6; Prov. 15:3; Heb. 4:13).
Su
conocimiento previo es una prueba de su deidad (Isa. 46:9-10). El comparte lo
que quiere con los que le sirven (Deut. 29:29; Sal. 25:14; Juan 15:15; 16:25).
8. Poder. Gr. dúnamis, "fuerza", "capacidad", "poder" (ver com. Juan 1:12). La palabra "dinamita" deriva de dúnamis.
Lucas se refiere al poder sobrenatural que reciben únicamente
aquellos sobre quienes desciende el Espíritu Santo (ver com. Luc. 1:35; 24:49).
Este poder es para testifican
Proporciona (1) poder interior, (2) poder para proclamar el Evangelio, (3) poder
para llevar a otros a Dios. Por medio de sus discípulos, llenos de este poder,
Jesús continuaría la obra que había comenzado en la tierra, y se harían obras
aún mayores (Juan 14:12). El testimonio presentado por el Espíritu sería una
señal distintiva de la iglesia cristiana.
Testigos. Gr. mártus, el que corrobora o puede ratificar lo
que él mismo ha visto u oído, o sabido de cualquier otra manera. La palabra aparece
13 veces en los Hechos. Como "testigos", los apóstoles sabían que
Jesús era el Mesías de la profecía y el Redentor de la humanidad. También
podían dar testimonio de su promesa de volver. Como testigos, los discípulos
fueron el primer y más importante eslabón de evidencia visible entre el Señor
crucificado, resucitado y ascendido, y el mundo; el cual, por medio del
testimonio de ellos, podría llegar a creer (ver com. Juan 1:12). Juan escribió: "Lo que hemos visto y
oído, eso os anunciamos" (1 Juan 1:3). A los seguidores de Cristo también
se les pide hoy que den un testimonio personal de las obras y enseñanzas de
Jesús, del propósito de Dios de salvar al mundo por medio de su Hijo, y de la
eficacia del Evangelio en su propio corazón. No puede darse un testimonio más
convincente. Sin una experiencia personal no puede haber un verdadero
testimonio cristiano. La valiente afirmación de Pedro después de la curación
del cojo (Hech. 4:10), es un excelente ejemplo de testificación en los tiempos
apostólicos.
En Jerusalén. El plan divino era que el pueblo escogido tuviera
la primera oportunidad de beneficiarse con el ministerio de los apóstoles (ver
com. Luc. 14:21-24). Durante ese breve período, miles de judíos creyeron (Hech.
2:41,47; 4:4,32-33; 5:14; 6:1,7; Material Suplementario de EGW sobre el cap.
2:1,4,14,41). Cuando los judíos desecharon este privilegió y apedrearon a
Esteban (cap. 7), las buenas nuevas fueron llevadas a campos más lejanos.
En Samaria. Los samaritanos eran un pueblo mezclado, siempre enemistados con los judíos (ver com. Juan 4:9). Con referencia al ministerio personal de Jesús para el pueblo de Samaria, ver com. Luc. 10:1,33; 17:16; Juan 4:39-42.
Después del apedreamiento de Esteban, recibieron en primer lugar la
visita del diácono Felipe (Hech. 6:5; 8:5), después la de Pedro y de Juan,
quienes fueron a ayudar a Felipe (cap. 8:14). Hubo una buena cosecha de almas
en Samaria.
Lo último de la tierra. Los discípulos debían ir "por
todo el mundo" (Mar. 16:15), "a todas las naciones" (Mat.
24:14). La obra mundial la comenzaron representantes del Evangelio esparcidos
en diferentes lugares, quienes predicaron a los judíos de Fenicia, Chipre y
Antioquía de Siria (Hech. 8:4; 11:19), y Saulo de Tarso en Siria y Cilicia
(Hech. 9:15,30; 11:25; Gál. 1:21, 23). Poco después se extendió gracias a los
extraordinarios viajes misioneros de Pablo (Hech.
Pablo se sintió movido a afirmar que en sus días el Evangelio se predicaba "en toda la creación que está debajo del cielo" (Col. 1:23; cf. Tito 2:11). En contraste con la comisión que Cristo dio por primera vez cuando envió a los doce (ver com. Mat. 10:5-6), esta obra no debía ser nacional sino universal. Lo que Lucas describe en el libro de Hechos es el comienzo de esta obra mundial.
Este libro no es una
colección de biografías de los apóstoles, ni siquiera de ciertos apóstoles, ni
tampoco trata exclusivamente de los apóstoles, sino de lo que hacían todos los
creyentes para proclamar el Evangelio "hasta lo último de la tierra".
Cuando esta obra finalmente sea terminada, Cristo vendrá (Mat. 24:14).
Lucas presenta aquí el bosquejo
del libro de Hechos: La proclamación del Evangelio en (1) Jerusalén y Judea
(cap.
9. Y habiendo dicho estas cosas. Ver com. Luc. 24:50.
Viéndolo ellos. Ningún creyente había visto al
Salvador resucitar de entre los muertos, pero se les permitió a los once
discípulos y a la madre de Jesús (PE 191) que lo vieran ascender al cielo. De este modo se convirtieron en testigos
fidedignos de la realidad de la ascensión.
Fue alzado. Aquí se relata la ascensión como un sencillo hecho histórico. En lo que resta del NT no se lo menciona a menudo, pero se acepta este hecho implícitamente como una verdad cardinal del cristianismo histórico.
Jesús la había predicho (Juan 6:62), Pedro habló nuevamente de ella (Hech. 3:21), y más tarde Pablo se refirió a la misma (1 Tim. 3:16). La ascensión fue una culminación apropiada del ministerio terrenal de Cristo. Nuestro Salvador había descendido del cielo para efectuar la salvación del hombre (Juan 3:13,15).
Cuando
concluyó su obra terrenal, decidió regresar a su hogar celestial (Juan 14:2)
para mediar entre Dios y el hombre (1 Tim. 2:5; Heb. 7:25; 8:1-2,6; 1 Juan 2:1)
hasta su segunda venida (Juan 14:3).
Una nube. Esta nube era una hueste de ángeles (cf. DTG 771). Cristo regresará del mismo modo: "sobre las nubes" (Mat. 24:30; 26:64; Apoc. 1:7). Innumerables multitudes de ángeles acompañarán a su Señor cuando venga en gloria (Mat. 25:31).
Jesús volverá en la misma forma en que se fue (Hech. 1:11).
Le ocultó de sus ojos. Literalmente "lo recibió de
los ojos de ellos".
10. Los Ojos puestos en el cielo. Mejor
"estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba" (BJ). Jesús
ascendió gradualmente. No hubo una desaparición repentina como en Emaús (Luc.
24:31).
Se pusieron junto a ellos. Mejor "se habían puesto
junto a ellos"; ya estaban allí cuando los discípulos advirtieron su
presencia.
Dos varones. Con referencia a la identidad uno de estos dos ángeles, ver com. Luc. 1:19. Si bien se los llama "varones", pues aparecieron en forma humana, eran ángeles (DTG 771-772).
Compárese con los dos
ángeles vestidos de blanco que saludaron a María en la tumba (Juan 20:12-13),
uno de los cuales es llamado "un joven" (Mar. 16:5).
Vestiduras blancas. Lucas describe en su Evangelio a los ángeles que anunciaron la resurrección como "dos varones con vestiduras resplandecientes" (Luc. 24:4).
Ver también Hech. 10:30; cf.
cap. 11:13.
11. Varones galileos. Todos los discípulos, a excepción
quizá de Judas (ver com. Mar. 3:19), eran oriundos de Galilea, y se conocían
por su habla galilea (cf. Mat. 26:73; ver com. Hech. 4:13). Pero los ángeles conocían a estos hombres sin
necesidad de que hablaran, así como conocen la vida de otros seres humanos (cf.
cap. 10:3-6).
¿Por qué estáis mirando? Los discípulos, extasiados,
parecían ser incapaces de apartar la vista del lugar donde su amado Maestro
había desaparecido. Los dos ángeles rompen el hechizo con una pregunta: el que
ha ascendido es Dios Hijo, os ha dicho sus planes, y volverá otra vez:
"¿por qué estáis mirando al cielo?" Él os ha dado una obra que hacer
como preparación para su retorno. Compárese con la pregunta del ángel después
de la resurrección: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?"
(Luc. 24:5). Sin embargo, en cierto sentido los cristianos siempre deberían
estar mirando al cielo (cf. Fil. 3:20).
Este mismo Jesús. El mismo Jesús a quien los
discípulos habían conocido íntimamente durante los tres años y medio que
acababan de transcurrir. Aunque había resucitado y ascendido al cielo como el
Hijo de Dios, aún retenía su naturaleza humana (DTG 14-17).
Así vendrá. Como suceso histórico, la segunda venida de Cristo está indisolublemente ligada a otros acontecimientos históricos: su resurrección y su ascensión.
Las Escrituras revelan a: (1) Cristo el Creador (Col. 1:16; Heb. 1:2; ver. com. Juan 1:1-3); (2) Cristo el encarnado (Fil. 2:7; Heb. 2:14-15; ver com. Juan 1:14); (3) Cristo el crucificado (Hech. 17:3; 1 Cor. 15:3-4; ver com. Mat. 27:31-56; Juan 19:17-37); (4) Cristo el resucitado y ascendido al cielo (Rom. 1:3-4; 1 Cor. 15:3-22; ver com. Mat. 28:1-15; Juan 20:1-18, Mar. 16:19-20; Luc. 24:50-53; Hech. 1:9-11); (5) Cristo el Intercesor (Heb. 4:14-16; 7: 22; 1 Juan 2: 1); (6) Cristo el rey que viene (Mat. 24:30; Apoc 11:15; 19:11-16; ver com. Mat. 25:31).
Estas revelaciones constituyen una
presentación en conjunto del Hijo de Dios en fases relacionadas de su gran obra
redentora. En todas ellas, él es el "mismo Jesús", "el mismo
ayer, y hoy, y por los siglos" (Heb. 13:8).
Según esa promesa, la venida de
Jesús deberá ser: (1) personal: "este mismo Jesús (DTG 771-772); visible:
"como le habéis visto ir"; (3) acompañada de nubes: "una nube...
lo ocultó"; (4) segura: "así vendrá". Esta sencilla aunque
solemne promesa de los consejeros angélicos le imprime a la doctrina de la
segunda venida de Cristo una completa certeza, asegurada por la realidad de la
ascención. Todo -acontecimiento y promesa- es verdad, o ninguno de los dos lo
es. Sin la segunda venida de Cristo,
toda la obra anterior del plan de redención sería tan vana como lo sería la
siembra y el cultivo sin la cosecha. (6CBA).
COMENTARIOS DE ELENA G. DE WHITE
3. HAp 22.
5-7. HAp 25
8. HAp 15, 25.
10-11. HAp 27
LA GRAN COMISIÓN. Hechos De Los Apóstoles (21-28)
https://elaguila3008.blogspot.com/2012/03/capitulo-3-la-gran-comision.html
8. HAp. 88. EL
EVANGELIO EN SAMARIA.
https://elaguila3008.blogspot.com/2012/07/capitulo-11-el-evangelio-en-samaria.html
9-11. DTG 771. "A MI PADRE Y A VUESTRO
PADRE"
https://elaguila3008.blogspot.com/2009/11/dtg-capitulo-87-mi-padre-y-vuestro.html
Ministerio Hno. Pio
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